Ramón
Cote Baraibar
(1963)
Nació
en Cúcuta (Norte de Santander). Es graduado en Historia del Arte
en la Universidad Complutense de Madrid (España). Ha ejercido la
docencia en humanidades en distintas universidades de Colombia
y el exterior. Artículos suyos han aparecido en distintas revistas
de España y Latinoamérica. Colaborador del suplemento de crítica
literaria del periódico El País de España.
Ha
publicado los libros de poemas Poemas para una fosa
común (1985); Los fuegos olvidados, El Confuso trazado de
las fundaciones (1991); Informe sobre el estado de los trenes
en la antigua estación de las delicias (1992) y Botella Papel
(1999). En 1992 publicó en la colección Visor de Poesía la antología
de la joven poesía latinoamericana Diez de ultramar.
Pasado
Por
ese puente comenzaba un río
a despojarse de sus nombres.
Sobre
las piedras siglos de agua:
baldosa antigua que resbala hacia la muerte.
La
noche pasa pidiendo un árbol
y sólo la hospedan sus despojos.
El
fuego de los significados
La
muerte se alojó muy cerca del oído,
aleteando,
y fue imposible evitar que su áspero soplo
encendiera de una forma precipitada
el fuego de los significados,
oscureciera el aceite de las lámparas,
alterara el orden de lo que se debía nombrar.
Como si un ángel en el momento de su aparición
equivocara su mensaje.
Pero esa fue su forma definitiva,
la única posibilidad que tuvo el tiempo
de hacerse visible.
***
En
los blancos cementerios de las afueras
duerme la memoria de las ciudades.
Que
las estaciones sigan su curso
y que el magnolio abra hasta el dolor
sus flores blancas,
les basta
La
ciudad es una presencia secreta.
Espacios
de Bogotá
para
Ana María
I.
Ciudad Involuntaria
La
larga uña de lo precario traza con precisión amarga el límite de
los patios. Patios incontables que definen con su gesticulante ejército
de rejas su presencia en las calles, patios, interiores donde
encuentran asilo dolientes reyes destronados. Allí crecen familias
que se acostumbraron a la proximidad de las ortigas, al sometimiento
gris de lo sobrante, al inesperado crecimiento sobre las tapias
de unas rosas adulteras. Nunca el pasto había trepado de esa manera
para exigirle a las cosas la más pura expresión de lo doliente.
Mínima vastedad permitida, escasas paredes oprimidas por el abrazo
de unas hortensias imprudentes, rasgos precisos de una ciudad involuntaria.
II.
Patio interior
Tardó
mucho tiempo el sol en atrapar el último patio, aunque mayor dificultad
la tuvo el viento. El lejano parentesco con la lluvia estableció
a lo ancho del patio la desolación de los mudos y a lo alto,
la dificultad de los ciegos. Las pesadas sábanas regresan suplicantes
después de sus expediciones en busca del aire. Pasa la tarde por
encima del patio y una espuma implacable impide responder a la alberca
el desafío del cielo. La campana del camión del gas retumba en la
corpulenta pareja de cilindros, dejando en el metal una vibración
nerviosa que recuerda a la alegría de la salida del colegio. Sobre
los muros la humedad ha dibujado las caras de un tribunal abolido,
y el eco, el eco de un balón rebotando, hace que sus voces despierten
y le recuerden a un niño hasta el final de sus días el más
sórdido memorial de agravios.
III.
Terrazas
Así
trazaron el Paraíso y lo cercaron con amenazantes restos de botellas
que hicieron retroceder definitivamente a los ángeles. Como una
alineada dentadura, los vidrios anticiparon la verdadera dentadura
de los perros que ladran sueltos de un lado para otro, proclamando
la posesión de ese vasto dominio. Pero no todo era rudeza, la inocencia
elevó su cometa en las terraza y los niños subieron los domingos
a contemplar el pesado despegue de los aviones y vieron surgir de
los rígidos uniformes los abultados instrumentos de las bandas
militares. Las terrazas tienen algo de incondicional con
la aventura y en los días de sol obligan a colocarse una mano encima
de las cejas para ver a lo lejos una maravillosa ciudad desconocida.
Expedición
botánica
Sus
alas
son la descripción más precisa de las cordilleras.
Su
pico
es una vasta realidad geográfica.
Este
pájaro es el extremo ardiente de las jerarquías.
Su
dibujo no es un documento,
es una emoción.
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