Gonzalo
Márquez Cristo
(1963)
Nació
en Bogotá. Poeta, narrador, periodista y crítico de arte. Dirige
desde 1989 la revista literaria Común Presencia. Ha
publicado Apocalipsis de la rosa (poesía, dos ediciones),
Ritual de títeres (Novela, Beca de creación de Colcultura
en 1990), Tempestario (relatos). Además es coautor de
la compilación de textos literarios sobre el tema de la casa La
casa leída.
Donde
la herida cambia de color...
Yo
comprendo a los muertos.
Aunque toda desnudez verdadera
es invisible, para desorientar
al destino dejo de vivir.
Aquí el grito no cesa
lo bello siempre acaba de despertar
y la visitante de los cuerpos
funda vértigos inmóviles.
Aquí, escucho caer risas
usurpando la oscuridad
donde he aprendido a oír:
pastora de mi aliento.
Aquí
lo único nuevo es el fuego,
pero si tejes sangre
o enseñas el linaje del gemido
existirá quien diga
una sola vez adiós.
Estación
luminosa de la sombra
La
pesadilla es blanca
y nuestros lugares persisten:
su curso ha sido paralelo a la mirada.
Todos
avanzamos de espaldas:
asistimos al llamado del silencio.
Mutilamos las hojas-alas del árbol
porque mayor condena sería dejarlo ir.
Y al
suspendernos en el ojo de la noche
para modelar con Tu sombra
la ocupación de un rostro
¡perpetuaremos
el relámpago!
Por
tu palabra oculta
Hay
una muerte que nunca aprenderé
aunque cerca de ti festeje el simulacro.
Dioses
falsos dominan el insomnio
y mi lengua: ancla de la voz
cose la herida que abren los instantes
inventa puertos al idioma.
(Para
no dormir estás provista del suicidio)
mujer-árbol, ampara la aurora equivocada
y prepárate: también la luz es carencia
y la extrema cercanía de unos ojos
enseña el secreto de la desaparición.
Testamento
del agua
A veces
una página es la piel de las ausentes
a veces en hojas de carne anoto mis silencios
a veces escribo en los idiomas de la muerte.
Orilla
de carne
Quienes
son oriundos de la noche:
extranjeros en todos los países,
con el ojo del sexo son testigos
de cuántas esquinas sucesivas
componen el horror
y saben que libertad sin compartir
alimenta suicidios apacibles.
Para
los hacedores de oscuridad:
coleccionistas crueles de nidos
soñados por pájaros extraños,
la música se oculta entre dos cuerpos:
constelación de sangre que presagia
nuevo pueblo de hombres invisibles.
Más
tarde el tiempo será inútil...
las vírgenes recordando crueldades
despertarán sus sombras,
y yo -cazador de lunas-
anunciaré
la infancia de la muerte.
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