Oscuro
canto
No
es una sorpresa que un libro de poemas realizado en Colombia le
deba su nombre a un poeta de otra cultura y de otra lengua,
Oscuro es el canto de la lluvia es un título que proviene
de unos versos del poeta expresionista alemán Georg Trakl. Y esto
no es raro, ni peca de exotismo, si pensamos que los nuevos poetas
colombianos también se nutren de una savia, de una raigambre que
no desconoce lo realizado por autores de nuestro entorno poético:
José Asunción Silva, Aurelio Arturo, Luis Vidales, Jorge Gaitán
Durán o Héctor Rojas Herazo, para citar sólo algunos de esa especie
de hombres de cromagnon de la lírica actual.
Hay
en este libro un puñado de autores que no se muestra ni miméticamente
complaciente, ni dispuesto a alardear de una vociferante iconoclasia.
Es decir, ni obediente ni parricida. Pero también se nutre en sus
lecturas de buena parte de la lírica universal atendiendo a la idea
de que no hay buenos poetas extranjeros y que quizá los únicos
que podrían llamarse así sean los malos poetas, extranjeros éstos
sí de la lengua común del asombro, algo que es mucho más que una
especie de esperanto de un género, si es que la poesía lo fuera.
Esto
es algo que ha ido acentuándose desde los poetas nacidos a partir
de los cincuentas, que cuentan con voces como las del guajiro Vito
Apüshana, de quien no se conoce el rostro sino el rastro de
su bella poesía y con poetas como Jorge Mario Echeverri,
Piedad Bonnett, Gabriel Jaime Franco, Joaquín Mattos, Horacio Benavides,
Rómulo Bustos, Luis Fernando Baquero, Álvaro Marín, Omar
Ortíz, Gabriel Arturo Castro, Luz Helena Cordero, Orlando Gallo,
Ramón Cote, Julián Malatesta, Víctor López Rache, Fernando Linero,
Fernando Rendón, Carlos Vasquez, Maria Cecilia Sánchez, Mery Yolanda
Sánchez, Guillermo Martínez González, León Gil, Carlos Troncoso
y Felipe Agudelo Tenorio entre otros, quienes conforman un mapa
de voces como una coral que no canta la misma tonada.
Oscuro
es el canto de la lluvia, selección de Federico Díaz-Granados,
amplía el reciente panorama de la poesía colombiana con autores
nacidos a partir de 1970 (John Galán Casanova) y cierra con una
autora nacida en 1981 (Andrea Cote), lo que implica la aventura
de creer en nombres no jerarquizados por la poca y precaria crítica
nacional.
Entre
los poetas nacidos en los cincuentas y los incluidos en esta selección,
hay un puente de ida y regreso: un extremo de él podría estar en
lo temático (la ciudad, la violencia de los tiempos, las
presencias fantasmales, cierta enajenación del cuerpo, los espacios
urbanos como contranaturaleza) y también en el lenguaje (imágenes
de trasmundo, cierto coloquialismo prosaico, un acento en un verbo
descansado, cierto desenfado expresivo).
Los
poetas reunidos en el libro muy seguramente avanzarán hacía un encuentro
mayor con ellos mismos, como seguramente algunos abandonarán el
camino.
Por
supuesto que se trata, según la expresión de Joyce, de una obra
en marcha, de ciclos que aún no se han cerrado, de óperas primas
en algunos casos.
Hay
acá imágenes fulgurantes cercanas a una preocupación por el sueño:"Viajo
en un tren de veintiún vagones conducidos por todos mis muertos".
Manera soslayada la de Felipe García Quintero al anunciar cada vagón
del tren como uno de sus años, como una de sus muertes. O imágenes
de evocación rondando la infancia: "Es la infancia también
un domingo rojo con tigres/ de Bengala". John Jairo Junieles
hace que la palabra regrese al pasado, a un tiempo donde la risa
materna es un cascabel. Y la violencia: "Las madres lavaron
y plancharon los pañuelos blancos agitados al mediodía./ Ya para
la tarde estaban sucios,/ llenos de muertos". La
muerte, la visitadora muerte, enturbiando los pañuelos, pequeñas
banderas del despojo, asoma su rostro ceniciento en los versos de
John Galán Casanova. Y la ironía, esa flor de raro cosquilleo en
un poema de Andrea Bulla, que adentrándose en el lenguaje desalado
de las encuestas, logra un estremecedor texto que augura un nuevo
tono en la reciente poesía. Uno no deja de desear que esa veta,
como cierto lirismo cotidiano en Sandra Uribe, y como algunas de
las voces más claras de este libro, se consoliden en sus auténticas
vertientes. Lo mismo que la fuerza en una suerte de furor que hay
en la palabra de Eva Durán.
Oscuro
es el canto de la lluvia, resulta a mi entender un umbral
tendido al pie de una casa en construcción, cuya puerta de entrada
permanece abierta como sus muchas ventanas donde cada autor se asoma
al mundo.
Juan
Manuel Roca
Agosto de 1997
volver
|