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Cyber Humanitatis, Nº 20 (Primavera 2001)


John Junieles
(1970)

Nació en Sincelejo (Sucre). Ganador del Premio Nacional de Cuento Caribe (1991), Premio de Poesía Universidad de Cartagena (1991). Premio de Crítica Cinematográfica del Festival de Cine de Cartagena (1992). Premio Nacional de Cuento Universidad Externado de Colombia (1995), entre otros. Autor de los libros Papeles para iniciar el fuego (poesía), Mirando atrás con rabia (cuento) y Temeré por mí al final de estas líneas (poesía).

 

Como se va la vida de lo que se va el tiempo

El muchacho de la foto parece reprochar
al agua mansa que es el hombre de hoy
Yo ya no soy yo
¿esta cara la conozco?
¿Esta voz ya la he escuchado?
Es como sí un día despiertas
y descubres alguien que ya estaba dentro pero
sólo
hasta entonces reconocías
el otro
allí donde empieza un descenso en lo oscuro
donde cada paso me aleja de mí
de este poco de mí que me queda

 

¿Por qué canta el pájaro enajulado?

Es la infancia también un domingo rojo con tigres
de Bengala, y un payaso que me pegaba con un garrote de hule.

Había plumas,
algodón de azúcar,
barriletes
y la risa de mamá era un cascabel.

Luego llegó el lunes con el abuelo lejos
y nunca más he oído la risa de mi madre.

Ella se ríe a veces pero yo sé que esa risa no es su risa,
sino como un recuerdo,
como un barrilete con el hilo roto,

algo lejano y que se pierde al tratar de encontrarse.

 

Ya tarde, ya perdido

Lo más triste de tu vida es que nunca sabes cuándo
te pasan las cosas,
así pasa.

De pronto creces en uno de esos sitios en el que
piensas, acostumbran a nacer quienes no tienen una
estrella en la cabeza.

Un pueblo al que dejaste y luego, ahora,
cuando alcanzas cierto nivel de equilibrio para
mirar tu vida, descubres ya tarde, ya perdido, que
no fue tan malo,

que después de todo siempre has sido un tipo
de extremos:
la gran ciudad y las grandes luces,
el pequeño patio y sus luciérnagas
y en eso no tienes culpa.

De ese patio hay visiones,
imágenes
un rayo de sol abriéndose paso entre las ramas,
bañando a tu abuelo casi ciego que se abre
paso entre las plantas,
guiándose en su mundo por olores y esencias,
por formas de hojas, púas, troncos, toronjiles,
albahacas, oréganos, manzanillas.
Pero la imagen se hace débil,
como últimos círculos de una piedra caída al agua.

Lo superan otras cosas,
otras visones,

otros fantasmas.

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