Felipe
García Quintero
(1973)
Nació
en Bolívar (Cauca). Licenciado en Literatura en la Universidad del
Cauca. Autor de los poemarios En la era del olvido (Primer
premio del Concurso de poesía Rafael Maya, 1992), Monólogos del
Huésped (Primer Premio del Concurso Nacional Universitario de
la Universidad del Quindío), Señales de Tránsito (1997).
Además publicó el ensayo Finca Raíz Propiedad Horizontal sobre
Rafael Maya (1999). Es director de la revista de poesía Ophelia.
Ganó en 1998 el Concurso Nacional de Poesía Fuego en las Palabras,
auspiciado por Cootramed en Medellín.
***
Viajo
en un tren de veintiún vagones conducidos por todos mis muertos.
Miro a través del cristal roto de la ventana una batalla de mariposas
mutiladas por el cielo quemado de mis cinco años.
Converso
con los árboles de la intemperie que desaparecen en mis ojos; los
que no tienen camino, con los pájaros que son recuerdos del viento.
Yo
tampoco sé que tierra es esta.
***
Llevo
en los bolsillos rotos de mi pantalón un trozo de cielo que perdí,
un pájaro muerto en su rama y la sombra en mi espalda de la piedra
que escuchó su muerte.
Llevo
en el vientre el viento que deambula por las calles vacías. Llevo
en mi corazón un recado urgente para la muchacha de ojos de hierba
y vino que mi voz no ha visto. Llevo esta condena de ignorar lo
que escriben mis manos. Sólo para entregarlas vivo a quien sepa
leer las ruinas de mi nombre.
***
Mi
padre día a día, noche tras noche alimenta con su vida a los cuatro
caballos ciegos que lo maldicen. Que lo persiguen silenciosos en
el sueño. Los toma con su mano y los esconde en el patio, donde
yo lo miro lavarse con la lluvia que se escurre por los tejados
rotos. Los cuatro caballos ciegos de mi padre que lo llevan a pasear
por cuatro reinos diferentes, donde todo recuerdo es una ruina.
Que confunden su color con las estaciones, que lo alejan, que le
niegan el cielo, la luna roja.
Los
cuatro nombres por los que me llama.
***
Ilumíname
Señor del jardín quemado. Estoy perdido en esta casa de palabras
ciegas. Me encuentro luchando contra desconocidos en una lengua
que no es la mía.
Señor,
penumbrante Señor, dame el don de errar en mi mundo.
***
Como
el niño ciego recorro la casa con mi tacto. Ausculto, con el bastón
del silencio, el vació de sus huesos.
Voy
por los pasillos a tientas, entre el polvo y las sombras que el
alba desconoce.
La
noche en mi no entra, de mi sale.
***
Sobre
la cabeza de mi padre se levanta un vasto imperio que desconozco.
Puedo
ver en sus ojos la mano que trepa por las paredes de la casa y se
esconde en la tiniebla de los cuartos clausurados. La mano que deja
a su paso una baba oscura, por donde ahora camino.
Sobre
la muerte que imploro, se levantan la piedras de la casa.
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