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Cyber Humanitatis, Nº 20 (Primavera 2001)


Federico Díaz-Granados
(1974)

Nació en Bogotá. Poeta y periodista cultural. Ha publicado los libros de poemas Las voces del fuego (1995) y La casa del viento (2000) además de las compilaciones Oscuro es el canto de la lluvia (Antología de una nueva poesía colombiana, 1ª edición, 1997), Una oración americana (versión al español, selección y prólogo de los poemas de Jim Morrison, 1998) y Cuentos de Fútbol (1998). Actualmente es coordinador editorial y miembro del Comité de Dirección de la Revista de Poesía Golpe de Dados. La selección de estos poemas estuvo a cargo del poeta Mario Rivero.

 

Oración del derrotado

Señor de los derrotados
te ruego por mí, estafeta de los pájaros
nunca conocí la magia y el milagro
antes de pasar por las fogatas de la resurrección.
Yo que nunca fui madrugador
tampoco me fue otorgado ningún atardecer,
desterraste mis lágrimas de su lienzo, el alba mis ojos.

Señor de los equivocados
porque le diste a ella mis veranos
y a mí sus tempestades,
porque de los tres misterios
me revelaste primero los dolorosos.

Señor de la soledad, Patrono de los débiles
porque cada regreso es un inventario de ausencias
deja que a mis noches las habiten unos
cuantos esplendores
aunque sean los últimos amaneceres que
visiten mi carne.
Si nosotros los hombres estamos hechos a tu imagen semejanza
debes ser una criatura cansada, un ser desteñido
con olor a cuerpo rancio entre tu piel,
Embajador del hambre
que pesa su tristeza para entender
porque nos diste estas almas con fecha de vencimiento.

Señor de los torpes
Tú que nada sabes del tiempo,
que en tu reino tienes a Van Gogh, Patrono de la luz,
porque enviaste la amargura a este lado del viento,
a este valle de extraviados, de huérfanos
donde mis ángeles se emborrachan
con el óleo fermentado de mi soledad.

Señor de mis fracasos y agonías
te ruego por mis palabras, única semilla del primer Paraíso,
por mis sueños que amanecen hechos ceniza en mi almohada,
por mis urgencias y naufragios, la resaca de
los días
y dame ya, en esta orilla
el asombro y el color del primer despertar en la muerte.

 

Itinerario de resurrección

Por qué alma mía decidiste habitar este cuerpo
que viaja tan de prisa, desheredado de la
maravilla, como un ángel torpe entre los
basureros de la vida.

Por qué alma mía trajiste de aquella piel sus llagas y sus lágrimas y no la paciencia de mi padre Job.

Me has arrojado en esta orilla de balbuceos, de equivocados, de roncos y lentos al andar.

Aquí la carne de los ángeles se consigue en los mercados y las gentes se entienden en una lengua desconocida para mi tristeza.

Por qué el azar de escoger este cuerpo que ya tenía la pobreza y la nostalgia adherida en su piel y la derrota como su único oficio competente para luego colgar el corazón a secar frente al sol de tu milagro.

No entiendo esas batallas alma mía, tan sólo no me destierres del cuerpo de esa mujer que tiene un sabor a Dios entre sus labios, que desteje mi piel cada noche cuando termino una nueva infancia, el país donde hablan el idioma antes de Babel.

 

Ángel para un blues

Hay dos ángeles
Que me calcan la ciudad en blanco y negro.
En Trocadero 162
Suele descansar la luna en sus últimos silencios.
Tal vez se pueda uniformar la noche
Como un ejército de velas
Donde pasear la fatiga sea una misión más de los fantasmas.
Aún no sé cuál es el color de la nostalgia
Pero creo que es el mismo de las fogatas del alba.
Por eso dicen que en La Habana
El alba es su única estación.
Urgente escucho un blues
Para convocar a mis ángeles centinelas
Para que me escolten en el próximo equinoccio,
Para que remienden mis lágrimas de sangre.
Porque caminando por La Habana
En la última desbandada
Se convirtieron en estrellas.

A Irene y Andrea

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