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Cyber Humanitatis, Nº 20 (Primavera 2001)


Ricardo Silva Romero
(1975)

Nació en Bogotá. Realizó estudios de literatura en la Universidad Javeriana. Inició su labor como profesor de literatura en el Gimnasio Moderno. Es autor de una serie de poemarios, volúmenes de cuentos y una obra de teatro que permanecen inéditos. Ha publicado el libro de cuentos Sobre la tela de una araña en 1999. Con su libro de poemas Requiem ganó el Concurso de Poesía Juvenil Paso al Arte convocado por el Instituto Distrital de Cultura y Turismo en 1999. Actualmente es comentarista de cine en la revista Semana.

 

***

Contra todos los pronósticos, despierta.
Pero el mundo es un lugar borroso, como siempre,
y su mano, que se declara independiente de su cuerpo,
busca sus gafas como una duda en cuerpo y alma.
En el reloj de la mesa de noche son las siete y diez,
y esa hora, hecha a pedazos viejos,
es el punto sin regreso de su día,
la primera frase del relato por venir,
el símbolo invisible del destino
y de la tragedia discreta de estar vivo,
que es la de amanecer, a pesar de la conciencia,
para recibir el mundo como un limón abierto,
o como un saco permeable, si se quiere
y no se entiende bien aún eso de abrirse al mundo
como una pequeña cámara
que puede oler y sentir y probar
las frases que hacen cada página del mundo.

 

***

Él se despierta, y lo que sigue es el infierno.
Como un juego de computador de los de ahora,
su vida, a partir de ese momento (se pone las gafas,
reconoce el mundo, siente el sabor profundo de su boca,
se imagina a sí mismo hecho pedazos,
se levanta de la cama, siente que su cuerpo es de madera,
descubre que aún no puede abrir la puerta de su cuarto,
abre la puerta, y camina como un títere hasta el baño,
en donde -lo siento mucho, pero- orina
como si hubiera desechado
las escenas sin sentido de sus sueños),
ese relato improvisado escena a escena que es su vida,
a partir de su pobre abrir los ojos,
será unos mil caminos viejos, una aventura programada
en vivo y en directo por alguno, para que nadie gane,
para que al otro día vuelvan a jugar,
para que hagan sus apuestas hasta el fin de los tiempos,
mientras el mundo, como la tarde
que es ese telón que se desgasta,
desciende sobre la tierra en blanco y negro,
porque el mundo y la tierra son dos cosas diferentes,
como la felicidad y la alegría, la depresión y la tristeza
la angustia y esa asfixia que trasciende
los tiempos, los espacios y los sueños.

 

***

Entonces interviene la memoria.
Ya van a ser las nueve y él se niega,
en el camino al punto de partida de la entones y supuesta solución,
a impedir la puesta en escena del recuerdo
de una mujer de octubre sobre el suelo
de su cuarto, de su cuarto, de su cuarto,
sin la ropa y con las bocas de otros tiempos,
con un gesto casi inédito en sus senos,
con un viaje sobre el margen de su piel.
Ya es casi una ficción lo que recuerda,
porque el mundo puede ser lo que no era en tres semanas,
porque todos recordamos en la sala de montaje.
Y sea lo que sea lo que entonces interviene en su camino,
vuelve a parar, vuelve a quedarse atrás
y aún más atrás de donde estaba,
y todo se reduce a ella entonces:
a la línea desnuda de su cuerpo,
a la sonrisa sin ropa y sin aliento de su estar con él de pronto,
al pronóstico del mundo concebido en sus palabras
y su voz de octubre, antes, hace un tiempo,
cuando el cuarto era el lugar de la esperanza,
cuando el suelo era el lugar de la esperanza,
cuando el cuerpo era el lugar de la esperanza.

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