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Cyber Humanitatis, Nº 20 (Primavera 2001)


Andrea Bulla Castellanos
(1976)

Nació en Bogotá. Estudió Comunicación Social en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Fue redactora y coordinadora de la página de poesía de la Agenda Cultural para Bogotá publicada por dicha universidad. Ha sido tallerista de la Casa de Poesía Silva y participante de distintos festivales de poesía del país.

 

Coincidencia de gemidos

Los tambores que anuncian la hora del
almuerzo están cantando.
Cada golpe en sus cueros anuncia
la llegada de los buitres.
Ellos, con sus ojos venenosos y
sudorosos, visitarán esta tierra
cargada de estiércol y amenaza.
Sus enormes alas negras sacudirán los vientos,
sus temblorosos picos, untados de sopas de sangre,
revolverán las pieles de quienes se asomen a las ventanas.
El chillido de los tambores aumenta.
Ya huelo el incienso de las aves,
ya alcanzo a ver las lágrimas espesas y crujientes en sus ojos
Ya aspiro los picotazos y zarpazos que
darán sobre mi cuerpo.

 

Se me perdió el corazón

Hoy me levanté de la cama sin corazón.
Es un hueco mediano el que apareció de repente.
Puedo ver al otro lado las sábanas,
puedo pasar mi mano,
coger el lápiz y traerlo sin ningún esfuerzo
desde mi espalda.

Es como tener un tercer ojo, pero sin guiños, o lágrimas.
Veo a mis espaldas sin tener que girar la cabeza,
sólo asomo mi nariz y ahí están todas las cosas:
el interruptor de luz, la manija de la puerta,
la bombilla de la lámpara, los aretes, las
mejillas de la niña...

A veces hasta puedo saludar a mis vecinos por
ese curioso agujero,
entonces se convierte en ventana o puerta.

No he sentido que me falte algo.
Mi pulso es, sino el mismo de antes
sí algo más calmado.
La respiración la regulé, los malos hábitos
aumentaron y el mal genio sigue estable.

No he sentido vacío alguno.
Sólo un rabioso alivio,
inquieto, desesperado
que habla a gritos con el aire
y abofetea su cabeza.

¿Vacío? ¿Qué es eso?
No lo he sentido.
Pero sí tengo como una piquiña en la piel,
sarnosa que hace temblar las uñas o
sacar la lengua al aire por unas horas.

El viento sopla mas frío que nunca,
por ese agujero cala como entrando al nervio
de las muelas.
Se levanta el piso de mi cuerpo
y blasfema contra los silencios,
la calma malvenida, el espacio entre el sueño
y la noche.

No es vacío lo que siento.
Es una presión en el pecho que me deja sin aire
y me lo como y me ahogo con él.
Esto es como besar a una pared de heno,
es tener contra el rostro una guillotina
y pasar la lengua y las mejillas por su cuchilla.

Ahora con este hueco insípido,
que algunas veces sirve de portavasos,
puedo facilitar ciertos movimientos,
eso se lo agradezco.

Pero existe ese... ¿cómo llamarlos?
Ese silencio, esa borrachera,
los cabeceos, el pasmo...
Lo que bien podríamos llamar vacío,
pero para este cuerpo es algo tan grande e
ilimitado
que no podrían llamar nombre alguno.

Son náuseas, desequilibrios,
caídas, azotes, ceguera,
labios quemados, sin agua o
dulce de abejas.

Este hueco parece la entrada a una alcantarilla
sin paredes,
mi cabello entra y sale por su deforme cavidad,
la cara ya no bebe gracias, sonrisas o saludos.
Es la entrada a un espacio de ojos cerrados,
de tinieblas, cortinas cerradas y mucha arena.

No puede llamarse vacío o vacío o vacío...
Y aunque pueda alcanzar sin complicaciones
el lápiz
que está detrás mío, o ver sin girar la cabeza,
el interruptor,
la bombilla, el picaporte, las mejillas de la
niña...
Esta carga de sábanas negras, de humedad, de
tinieblas
no la logro evitar con las sonrisas de los niños
o
de los abuelos.

Maldita la mañana que me di el lujo
de amanecer sin corazón.
-¿Quién lo habrá sacado de este pecho
somnoliento?
-Algún negociante del mercado de las pulgas,
he visto muchos por allá, exhibidos, aún palpitantes.
Algún niño curioso o una mañosa alma en pena...

No me interesa quien lo porte ahora o
si aparece colgado en alguna carnicería de barrio.

Sabré que donde quiera que esté será motivo de atención,
lo saborearán, lo degustarán, lo catarán, lo despreciarán,
lo lanzarán a la basura o colgarán del cuello
como dije de fantasía.
Lo rebanarán en pedazos cortos,
lo fritarán y venderán como fritanga en una esquina,
lo saludarán, se persignarán los rostros,
lo insultarán, en fin...
Hagan lo que hagan con mi corazón,
sabré que seguirá latiendo con esperanza de la verde
y también sabré que habitará muchos huecos como
éste, que se expande más y más
como cáncer sobre la tela de los días.

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