PROEMIO
Por
Verónica Zondek
Electroshock-Palabras,
es un poemario que enuncia la voz de una oteadora que mantiene,
siempre e incansable, una cierta distancia con su presa. Desencanto
a viva voz o certificación del ser que no pertenece. Esta es la
palabra de una sujeto que se priva de involucrarse porque ya no
le es dado aguantar el dolor. Ve cómo el tejido se deshace, pero
no hila, los puntos se desvanecen en la nada: "yo quedé con la mano
suspendida en el aire" dice, a pesar de que sabe que "una chispa
que se apaga es un sol que muere". Así y todo, con el dolor ad
portas, la hablante hace esfuerzos de mantenerlo a raya, o,
como dice ella "detrás de la raya". De ese modo, nos dice,
es posible mantener una cierta cordura, una, que bien sabe ella,
manejan los cobardes, como nos deja en dato desde la cita primera
del texto. Así también se entra de lleno en la soledad, porque todo
contacto se hace inútil, "hermano mi buey/ Escucha: Se despide el
delirare." Hasta aquí la intención del poemario. Mas el resultado
es otro e inescapable, como toda locura. En este sentido, me parece
significativo el poema "Caminando con Sören Kierkegaard al
Fondo", porque da cuenca de la imposibilidad de huir, de la humillación
que contiene esa condena y de cómo la felicidad se torna imposible
tras el acontecer de la conciencia: "Como un perro camina usted,
Sr. Kierkegaard./ Mordiéndose la cola en círculos pequeños/ va detrás
de mí del baño a la cocina/ con sarna con rabia./... Yo era feliz,/
con desasosiego iba mi sombra"; de cómo la desnudez es total, porque
la religión, la ideología, las utopías, no son más que sucedáneos
para amainar lo vacuo: "Y mientras tejo para su hocico una red.
Es decir una fe". Entonces ¿qué queda? Tomar la vida como viene,
sin remordimientos, como dice el poema Temor "los héroes trágicos/
no retroceden./ Sostienen/ que nunca hubo tumor,/ ni nada extirpable/
en sus conciencias". Es que la mano es inútil y no escribe nada
significativo: "... seguirán con el lápiz en la mano inválida/ en
vano predicando, en vano suprimiendo/ la mancha que nunca se borra".
Esta es, entonces, una escritura que se hace a pesar de la conciencia
de su inutilidad, a pesar de su falta de poder y sólo se justifica
por su propio hacer, por su inapelable inevitabilidad. La escritura
deriva así en una tragedia, en un sino inescapable y a la vez sin
sentido. Todo el poemario aúlla este sinsentido de la vida, este
desamparo en medio de la idiotez tal como se lee en el poema Temblor
"La llora del balance el hombre llega a un desacuerdo pacta con
el mundo." El hombre es pequeño y débil, pero la hablante no le
tiene conmiseración. No pacta. Esta es una escritura huesal, sin
adornos, absolutamente descarnada y no hace concesiones. Tampoco
con el ritmo concede, porque la palabra se agolpa, se atasca, como
si las sílabas aparecieran a gorgotones, sin control. Escritura
parca, casi sin adjetivos que describen el descampado, al modo de
esas visiones desoladas de De Chirico, pero en blanco y negro. El
peligro siempre acecha, el acoso está siempre latente, pronto a
matar, y esa sensación hace parte de la angustia lectural. Si leemos
los poemarios anteriores de M. E. Hernández Caballero veremos que
el tono de Electroshock-Palabras ya se encuentra presente
en ellos, con la diferencia que en los poemarios anteriores abunda
el recurso de la ironía, esa herramienta maestra que nos abre
a la puerta del alivio. En Electroshock-Palabras, esta
posibilidad se cierra, no existe. Es el sinsentido beckettiano el
que irrumpe, el dolor del ser que se despoja de todo adorno, la
nada misma.Y no puedo sino dolerme en este desamparo porque
la ciudad, la página en blanco o garabateada, no ofrece
alivio, no consuela. Expone. Y es esta exposición que echa
mano al despojo del lenguaje, a la frase entrecortada, la
que apela a la herida, y que la poeta insiste en "tirarnos
por la cabeza", "atrapados sin salida" irremediablemente...
¿Cómo continúa? Sabe que "Nada había que no pudiera ser consumido
por una llama", pero a pesar de eso dice junto al Cid Campeador:
"Sospecho que hay algo más, que una tierra está cerca:/ A campear,
a campear, a campear; desangrarse, luego". Entonces ¿qué? Todo es
perenne, nadería, ausencia por todas partes. Grita: "¿Sólo esto?
¿sólo esto?" ¿Cual Job invoca, aúlla al gran vacío, al Dios ausente,
a ese ser total? ¿por qué?, ¿para qué? Entonces volvernos
a la angustia inicial, a la insignificancia del hombre, a
la pregunta que nunca cicatriza. Poeta pues, transida por la fiereza
de la duda, donde lo único seguro es la incertidumbre misma y la
fiereza del tiempo que lo borra todo. Poesía que descansa su matriz
en los cuatro elementos (fuego, agua, aire, tierra), todos implacables,
todos mayores que el hombre, reducidores pues de él hasta la nada
misma. Descansa en ellos como en cuatro pilares, como antiguamente
lo hacía el mundo sobre la espalda de Atlas. Ahí, parece señalar
la poeta, podremos encontrar nuestra justa medida. Y, sin embargo,
no hay humildad, de esa que se sabe derrotada, sino entrega, aceptación
del hecho. Desde ese risco se escribe, se habla. Continúa la ola
en la inmensidad del océano, el viaje, hasta sucumbir. Entonces:
"Atentamente se despide./ No más hombre./ Ni tugurio". Tremendo
poemario que desangra el habla y nos deja, como dije en un comienzo,
"marcando ocupado", mirándonos al espejo tratando de ver
algo. Mas la imagen no se arma, se disuelve y nos responde helada.
Santiago
de Chile, diciembre del año 2000.
|