Especial
Revista de revistas: dos revistas del Perú
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ferarum Nº 1
EL
CUERPO DE GIULIA-NO
Capítulo 4
Descubrí
a Mayana una tarde, su carita de niña aplastada contra
la tela metálica, en la puerta del comedor. Yo le sonreí
con simpatía y ella inclinó la cabeza, sin decir
nada. Yo no insistí más entonces, pero me propuse
acercarme a ella a la primera oportunidad. Ello ocurrió
una de esas noches cuyo recuerdo se aleja siempre por temor
de enturbiarlo.
Le
hice una seña y la atraje a la floresta, hasta el borde
mismo del río. "¿Qué quieres?",
me preguntó, una vez en el lugar. "Nada",
le respondí, y ella se sentó en la arena, dejando
que el agua le bañara los pies desnudos. Yo sentía
que las palabras sobraban en ese momento. Pero me resistía
a tratarla sólo como a una hembra. Por el contrario,
ese cuerpo menudo y esbelto, coronado por un casco de cabellos
negros, me provocaba una ternura tal que difícilmente
habría podido convertir en deseos.
Su
fragilidad me desarmaba: tan sólo hubiera querido besarla
en la frente y huir luego, avergonzado de mi gesto. Pero sabía
muy bien que ella no comprendería ese lenguaje. O tal
vez sí. Pero Mayana se daba a mí en ese instante
y yo debía tomarla. En silencio contemplé sus
pies cubiertos por el agua clara. Le levanté el cushma
hasta las ingles y observé la diminuta perfección
de su cuerpo de niña. La noche, como Mayana, era de
una pureza tal que paralizaba los sentidos, convertía
en cristales los apetitos y los humores del cuerpo. Una brisa
fresca mecía la copa de una palmera y por encima de
ella las constelaciones marchaban más rápidas
que el pensamiento sin que yo pudiera apreciar en ellas sino
una plenitud que me saturaba sin esfuerzo y que se trasmutaba
en 365 días, 12 meses, 24 horas y 60 minutos y otros
tantos segundos y fracciones de inmovilidad y de esplendor.
¡Incomprensible, estúpido fulgor, asesinato deslumbrante!
Un día, quizás, las hordas del cielo nos aniquilarían,
se apoderarían de Mayana y yo sería incapaz
de defenderla. La sangre de su vientre gotearía sobre
mi cabeza, resbalaría por los muros, y yo no podría
hacer nada. Nada. Una cuchillada sin fin y ella que se desangraría
para siempre. Que se llenaría de gusanos. Pequeña
diosa de barro: la Vía Láctea no existe, no
existiría nunca para ella. Tan sólo sus excrementos,
los excrementos de sus hermanos, los excrementos de sus hijos,
barrigones y piojosos, rellenos de yuca y bananas y enormes
lombrices y dientes podridos.
-Regresemos
ya - le dije- antes de que se den cuenta.
-A
Pancho no le importa que duerma en el río. ¡Hace
tanto calor en la cabaña! -me respondió.
Sólo entonces me enteré que había sido
prometida a Pancho. No le dije nada más y nos encaminamos
a la casa. Un instante después ella se echó
a correr hacia la cabaña de Pancho y los demás
indios.
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