Especial
Revista de revistas: dos revistas del Perú
More ferarum Índice Nº 2
LA
INMORTALIDAD SEGÚN KUNDERA
por
Julio Teodori
La
uniformidad de la sociedad moderna es un tema que ha sido tratado
por Ortega y Gasset en La rebelión de las masas y últimamente
por Alvin Toffler en La tercera ola. Esta uniformidad, en buena
medida, es consecuencia de una mayor movilidad social, de una capacidad
adquisitiva mayor así como de los ideales democráticos
de igualdad. Kundera resalta que esta uniformidad no se ejerce por
la fuerza sino, sutilmente, con ayuda de grandes medios audiovisuales.
Efectivamente,
los media crean ciertos estereotipos culturales y brindan una sensación
ilusoria de participar en la "cosa pública". En
realidad fomentan la pasividad del receptor.
Este
fenómeno deriva en la existencia inauténtica, que
ha sido tratada tanto por el existencialismo como por la Escuela
de Frankfurt (de Marcuse, Fromm, etc.).
Habría
que preguntarse si realmente el sujeto urbano tiene una mayor capacidad
de decisión y elección. Varios factores negarían
esta posibilidad. En primer lugar: casi no tiene injerencia en los
círculos de poder. En segundo lugar: está mediatizado
por esos mismos canales (medios de comunicación por ejemplo)
que te podrían llevar a la transformación de su condición.
El
hombre posmoderno se ha convertido en instrumento de los instrumentos
que ha inventado. A la manera del doctor Víctor Frankenstein,
se ha convertido en víctima de las criaturas que produjo
con su ingenio.
Sería
útil indagar en las causas de la creciente instrumentalidad,
que nos lleva a ver a los demás como medios y no como fines,
contradiciendo la ética de Kant.
En
este sentido el escritor argentino Ernesto Sábato, en sus
ensayos ha sido muy claro al advertir que el proceso instrumental
se inició en el Renacimiento y se exacerbó con Hegel
(aunque con la Ilustración hay un punto de inflexión
importante). Hegel divinizó al Estado y a la razón.
Se llegó a menospreciar y subordinar los aspectos no racionales
de la existencia y actividades ligadas a éstos: la religión,
el arte, el sexo, etc. Con el positivismo llega a su apogeo esta
exaltación que genera una oposición dialéctica
en la violenta réplica de Kierkegaard o Nietzsche. Luego
vendría la revaloración de la intuición con
Bergson y el psicoanálisis freudiano. Asimismo se revalora,
por parte de la antropología, el llamado pensamiento mágico,
por obra de Levy Bruhl. Ese homo sentimentalis del que nos habla
Kúndera como de una manifestación mórbida del
romanticismo, se explica en tal circunstancia. Tendríamos
que determinar si el énfasis puesto en los sentimientos (excesivo
a menudo) no fue una lógica y hasta saludable respuesta a
la idolatría de la Razón (a la que se consagró
altares en la Revolución Francesa) y al fetichismo tecnológico
y utilitario.
Un
aporte interesante de Kundera en La inmortalidad es su visión
de un hombre occidental que es libre aparentemente pero no tiene
cómo emplear eficazmente tal libertad. Se trataría
de una libertad sin propósitos trascendentes, que se agota
en sí misma. Pero es una libertad muy superficial, ya que
cunde un profundo temor en los individuos a ser distintos y originales
La misma exagerada vehemencia de la joven mujer que ingresa a la
sauna por afirmar sus gustos y así diferenciarse, sería
un síntoma delator de que en realidad se siente tan masificada
como cualquiera.
Se
da una servidumbre en dos sentidos: el imagólogo depende
del rating proveniente del público, pero a su vez este público
está manipulado y condicionado por el imagólogo. Éste
ha dejado atrás al filósofo que distinguía
el ser de la apariencia, decretando que no hay nada detrás
de la apariencia. Estamos, pues, en el plano de la doxa, sin poder
aspirar a un auténtico saber pues todo se relativiza en el
conglomerado de opiniones o pareceres. El imagólogo estaría
cerca del sofista también, aunque sus instrumentos sean más
visuales que retóricos. El imagólogo ha reemplazado
al ideólogo, pero esto no significa que carezca de una mentalidad,
hasta de una cosmovisión: cree ciegamente en la eficiencia,
en las bondades del mercado, en la técnica. Pero no mantiene
una convicción: se guía por la variedad de la moda,
por los clisés más cambiantes. Es un oportunista.
Un
mundo cada vez más ruidoso y que dedica grandes páginas
a los personajes famosos pero carentes de inteligencia, es un mundo
en que casi no queda resquicio para la meditación y sí
un amplio campo para el voyerismo y el chisme generalizado. Es un
mundo en que, también, contra los imperativos de Sartre,
las personas no asumen sus propias responsabilidades, las delegan
en otros y se sienten muy inseguras y recelosas. Es el caso de Paul,
cada vez más sumiso ante las estereotipadas ideas o gustos
de su hija (que no son ideas originales sino una repetición
de las que fórmula su generación). Es también
el caso de Laura, totalmente dependiente de la opinión de
su amante.
Este
aspecto de la abdicación de un pensamiento profundamente
personal ante los requerimientos de la masa o el mercado capitalista
está graficado en la imprevista clausura del programa radial.
Como relata Kundera, el público requiere estímulos
simples y fuertes, con frecuencia escabrosos (como el hurgar en
la vida íntima de Hemingway).
Otro
rasgo a destacar es el de la progresiva ignorancia del individuo
respecto de lo que sucede en su entorno socio-cultural y de lo que
éste significa. El conocimiento global crece, pero el personal
disminuye. Esto lo ejemplifica Kundera al hablar de su abuela checa
y también cuando se refiere a Goethe. La abuela podía
conocer perfectamente los acontecimientos y oficios prácticos
de su entorno. Podía asimilar el bagaje cultural de su pequeña
sociedad. A escala mucho mayor Goethe pudo absorber amplias ramas
del saber de su tiempo y ser una conciencia realmente universal.
En
la actualidad esto no podría suceder porque impera la especialización.
Cada persona es especialista en un sector muy reducido de la actividad
humana. Agnes, que es especialista en computadoras, se siente impotente
ante una mínima alteración del engranaje técnico,
como es el desperfecto del ascensor.
Un
tema que suscita la meditación es la preponderancia de la
inmortalidad vista como fama, ya que no siempre sucedió así.
En la Edad Media lo importante era la Vida Eterna. Grandes obras
como las catedrales y los cantares de gesta fueron anónimas.
Lo mismo podemos decir de culturas antiguas como la egipcia, la
azteca, etc. Lo importante era el engrandecimiento de la sociedad
de modo comunal o la vida de ultratumba.
¿Qué
papel ocuparía la religión en el texto de Kundera?
Su novela ilustra que Dios ya no es una presencia viva. Aparece
como una gigantesca computadora, desvinculado de las tragedias y
vivencias humanas. Cumple la función del llamado Dios ocioso
(según diría Mircea Eliade). Al ser visto Dios como
una super-computadora, no tendría sentido la oración
ni una relación íntimamente experimentada. Sólo
cabría pensar en Dios como en el relojero experto de los
deístas (como Voltaire) o en el gran arquitecto del que hablan
los masones.
Sin
embargo la religión, antes incluso que Nietzsche se refiriese
a la muerte de Dios, ha sido reemplazada por idolatrías de
la razón, por ideologías que han prometido el paraíso
en la tierra, como el comunismo. Que Kundera haya sido crítico
con el comunismo no significa que se dejase encandilar, ingenuamente,
por las sociedades occidentales capitalistas. Él ironiza
la ya antigua pasión por ser modernos a toda costa, señalando
al poeta Rimbaud como un antecedente. Pero la modernidad, como indicara
el Premio Nobel Octavio Paz es un valor incierto porque es continuamente
superada. Vendría a ser esta modernidad desafiante de los
publicistas un rezago del mito del progreso, la creencia en una
mejora imparable de la sociedad, sobre todo la occidental.
Si
leemos con atención el episodio de la conversación
entre Paul y "el Oso" nos daremos cuenta que los personajes
de La Inmortalidad ya no se sienten solidarios de la civilización
que comparten y de valores que han heredado de otros. Paul, en el
bar, ironiza en torno a las conquistas de la cultura europea y le
alegra que el grueso del público no conozca de Beethoven
más que unos compases de la Novena Sinfonía, que sirven
para la propaganda de un producto de tocador. Piensa Paul que están
muy asociadas la guerra con la cultura en Europa. Esto no parece
tan cierto, más bien habría que decir que la guerra
se ha dado en todas las épocas y continentes. Lo que ha cambiado
es la incidencia de la tecnología en la guerra, que la ha
convertido en más devastadora, lo cual es obra ciertamente
de Europa y de los Estados Unidos (continuación de la civilización
europea). No obstante, conviene matizar indicando que el tono de
Paul es provocador, ingeniosamente juega con las paradojas, lo que
desagrada al "Oso".
Implícitamente,
y de manera constante, Kundera se refiere al cambio que ha originado,
en la psicología del hombre moderno, la sociedad de consumo:
una verdadera mutación que afecta tanto las costumbres como
los valores. Así, por ejemplo, Rubens añora el pudorperdido
de aquella época anterior a la contracultura, el hipismo
y mayo de 1968.
En
general la comunicación se hace difícil en este ámbito
de sujetos absorbidos por la moda, el consumismo, la uniformidad
y la cosificación. Queda claro que, a Agnes, la sociedad
contemporánea le parece antiestética, grosera y ruidosa.
En la soledad trata de acceder al reencuentro consigo misma. Pero
incluso ella no logra la felicidad, ni en su matrimonio ni con su
amante. Más patético es el caso de Laura y, en cierta
medida, Bernard Bertrand. Para Laura el sexo se convierte en práctica
compulsiva, pero no es un puente para trascender el ego y lograr
una comunicación satisfactoria.
Kundera
no tiene una respuesta clara a los dilemas que plantea la época.
El predominio del kitsch, de una cultura light en la juventud, así
como la pobreza de ideas, escapan al control del sujeto. El hombre
-parece decirnos Kundera- se ha mecanizado y hay que resignarse
a la pérdida del rostro en lo indiferenciado. Nuestros gustos
y rechazos no son realmente nuestros, sino inducidos por el entorno
y por los imagólogos. Veamos, pues, que La Inmortalidad es
la obra de un escéptico, que no confía mucho en las
doctrinas y que evita un pronunciamiento definitivo sobre el mundo
que narra y en el que se incluye (como personaje de ficción).
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