Ciudad
sitiada, ciudad sidada. Notas de lectura para Tengo miedo, torero
de Pedro Lemebel.
por
Fernando Blanco
Universidad de Chile
"La
primera lágrima que derramé por ti cayó sobre
los
puntos de crochet a cuatro agujas. Pero yo seguí tejiendo,casi
sin
darme cuenta de nada"
Reinaldo
Arenas
Primeras
ciudades latinoamericanas: cuarteles militares con picotas el centro,
resabios de la amenaza de violación para el invasor y enemigos.
(Felipe II)
Monstruo:
Infracción al derecho humano y al derecho divino, es decir,
a la fornicación, en los progenitores, entre un individuo
de la especie humana y un animal. Fruto de la unión de sodomitas
y ateos, de esta mezcla nacen semihombres y semibestias. (Paré,
1617) (1)
Figura de Pámpanos: "Cuando rondas el lecho y los objetos
de la casa , te sigo, pero no te sigo a los sitios donde tú
lleno de sagacidad pretendes llevarme. Si tú te conviertieras
en pez luna, yo te abriría con un cuchillo, porque soy un
hombre, porque no soy nada más que eso un hombre, más
hombre que Adán, y quiero que tú seas aún más
hombre que yo".( García Lorca , 1930). (2)
Por qué seremos tan perversas, tan mezquinas
(tan derramadas tan abiertas)
y abriremos la puerta de calle al
monstruo que mora en las esquinas, o
sea el cielo como una explosión de vaselina
como un chisporroteo, como un tiro clavado en la nalguicie -y
por qué seremos tan sentadoras, tan bonitas
los llamaremos por sus nombres cuando todos nos sienten
(o sea cuando nadie nos escucha)
Por qué seremos tan pizpiretas, charlatanas
Tan solteronas, tan dementes
Por qué estaremos en esta densa fronda
Agitando la intimidad de las malezas
Como una blandura escandalosa cuyos vellos se agiten muellemente
Al ritmo de una música tropical, brasilera.
Por qué
Seremos tan disparatadas y brillantes
Abordaremos con tocado de pluma el latrocinio
Desparramando gráciles sentencias
Que no retrasarán la salva, no
Pero que al menos permitirán guiñarle el ojo al fusilero.
(Perlongher, 1997) (3)
La Escena de Lectura
Desde la primera página de la novela de Lemebel nos encontramos
lectores y cómplices obligadamente suspendidos flotando sobre
tres territorios fronterizos, el de la memoria, actualizado en el
recuerdo del narrador; el de la literatura, demonizado en una síntesis
perfecta de géneros mayores y menores, cultos y populares,
en lenguas y hablas que van estructurando el marco de la narración;
y el de la ciudad, obsesión febril y omnipresente en nuestro
autor, sitiada en la historia de esos años, sidada en el
cuerpo de estos años; o más bien, somos en estos balbuceos
iniciales vouyeristas complacientes que se pliegan secretamente
al dispositivo de relaciones peligrosas que estos tres espacios
atan y desatan, lamen y muerden, contaminan y fecundan, vueltos
amantes perversos, sometidos al designio de un plan narrativo que
los entreteje en una historia de amor, hecha de carne patria
y de dulce carne, que los superpone, que los espejea,
que los goza, hasta envolverlos sacrificiales en un menage a trois
macabro al que sella en la ficción un pacto (de fe): la historia
de la primavera del 86 en la capital militarizada es el punto de
partida de una llegada todavía, inconclusa.
El primero de los espacios que la novela abre es el de la memoria.
Pero no el de la memoria individual entendida como un sujeto que
se recuerda a sí mismo en voz alta, guiño que lo instala
inmediatamente al interior del lenguaje y de la historia, y que
se refiere habitualmente a hechos ya ocurridos, a hechos presentes
en otros textos culturales o a situaciones por venir, y que se va
entregando desordenadamente-cuerpo abandonado sobre las sábanas
al acto de escribir en una despreocupada pulsión de recordar,
yendo de aquí para allá, uniendo pedazos sueltos de
su propia vida imaginada y recaracterizándola en cada momento
del rememorar escritural, instalando de este modo una práctica
textual reflexiva, que si bien es parte constituyente de la poética
de esta novela, y de gran parte de la novelística latinoamericana
contemporánea, pienso específicamente en el cubano
Reinaldo Arenas y su nouvelle Arturo, la estrella más
brillante o en Respiración Artificial del argentino
Ricardo Piglia, no basta para dar cuenta de otro aspecto de este
gesto recordatorio, que en Lemebel es central, como un animal carnívoro
nuestro autor va en un rito perfecto, despedazando y esparciendo
otros materiales del recuerdo, materiales no consagrados en la unidad
del hecho al que remiten, sino más bien, excesos, restos,
diferencias, cuerpos en descomposición, ausencias clavadas
a una memoria colectiva, códigos de clase, prejuicios de
raza y lenguaje, que el Poder pretende ideológicamente homogénos:
la historia reciente del país. Frente a este otro tipo de
material, de memorias sin dueño conocido, sin dirección,
sin ciudadanía, el narrador construye-teje una ficción
de segundo orden que infiltra a la primera desde un espacio estratégico:
la cultura de masas.
"¿
te acuerdas de esa película ?, trató de recordar canciones
tristes, y arpegios sentimentales, en una lírica cebollera
de amor barato, de folletín, de guaracha" (pp.38)
Rellena
Lemebel de este modo con las luces del séptimo arte, adhiere
febrilemente a esta superficie, la de la historia novelada, los
relatos mediáticos orales de películas antiguas ,
de boleros, rancheras y cuplés , de refranes populares ,de
afiches publicitarios, de propagandas comerciales, de todo aquello
que parece como inocente y permitido en su consumibilidad , sobre
los cuales proyecta sus propias construcciones imaginarias único
camino de acceso posible a la verdad.
Lemebel
extiende su material poético, trágico a la vez que
erótico, atándolo a la memoria, la que es como un
actante eje conductor del relato, hayándose en "Tengo
miedo Torero" indisolublemente ligada a la la figura del narrador,
un pornógrafo, que bajo la forma de escriba, literata, o
loca "parlotera" , presente ya en la obra anterior de
Lemebel , bajo el pacto inprentero de "cronista urbano"
, se apresta a espectacularizar , a visibilizar , a exhibir, a través
de la mirada , aparato teórico que capta "la cosa en
sí", en la presencia de su forma o en la forma de su
presencia y, que es irreductible a ningún marco reflexivo,
mediante dos anécdotas , el atentado fallido contra Pinochet
y el amor entre La Loca del Frente y Carlos, la ceremonia macabra
del olvido y el consenso.
Así
planteado nuestro Lemebel-Penélope es una voz autógrafa
que permite para sí la presencia del sujeto hablante y que
se despliega sinuosa olisqueando los cuerpos de esta memoria masiva,
popular y mediática , bajo el signo/disfraz incompleto de
una narr/actriz desmesurada que urde el montaje secuencial de la
historia próxima , de la historia íntima de estos
años cercanos desde la resistencia de una imaginería
homoerótica, "colifrunci" (pp.39)
Alucinada
por la cursilería del amor radial " prefería
sintonizar los programas del recuerdo: "Al compás del
corazón"."Para los que fueron lolos".Noches
de arrabal" y premunida de hilo y aguja , la Loca del Frente
, protagonista de cada uno de los pequeños cuentos urdidos
en el mantel mortaja que sirve de motivo o clave del texto total
, asume el oficio de montar una máquina narrativa voraz :
una novela de amor oral , quintaesencia de la novela, "oralidad
ligada al principio feminil de la mujer ideal o a su copia que amamanta"(4),
a la vez que penetra, con leche imaginaria, las películas,
los relatos, a otro/otra y que van a salvaguardar su deseo , entrecruzando,
aliando, mezclando, en un "diálogo arácnido"
lo que hablan y cuentan dos hombres , enfrentados a su propio deseo
y a las pugnas de la ideología dominante entremezclados con
la propia historia, la fantasía cinematográfica ,
la memoria y el cuerpo. Veamos:
"
tan sonámbula por las noches enteras que pasaba hablando
con él pidiéndole -No dejes que me duerma, háblame
de tu vida, de tus cosas" (pp. 15)
Todavía
estamos al comienzo. Nada pasa o por lo menos eso es lo que parece
suceder en estas primeras páginas. Pero la máquina
narrativa sigue trabajando, horadando, carcomiendo los saberes,
igual que la enfermedad que debutaba esos años , ingresa
silenciosa a nuestro espacio del recuerdo , al canon literario,
a la tradición novelar hispanomericana , al carrusel de los
géneros , bajo la forma de una pequeña bomba racimo
que nos ha infectado y que no sabemos exactamente cuándo
va a estallar.
Despacio
, Lemebel articula , parafraseo el texto , una lengua marucha,
que se obstina en llamar, en nombrar, en saborear , lamiendo las
sílabas, mascando los nombres para centrifugar los cánones.
En este quehacer escritural Lemebel se distancia brutalmente de
todos aquellos escritores que incapaces de apartarse de la gramática
correccional que los constituye se entregan vencidos a reproducir
en su discurso una lengua nacional, manteniendo la narrativa en
la que están inmersos, réplica postiza de la que se
desea como envoltorio fetal, una nutriente cultura madre gestadora
y preservante, atenta y disciplinada, de sus marcas de clase, de
raza, de religión, de tono, y con esto, a pesar de sus disidencias
(necesarias y políticamente correctas), se abandonan al imperativo
narrativo de preservar el status quo de su cultura. Pienso
en el caso de algunas novelas popularizadas en la década
delos 90', por ejemplo, Mala Onda (5),
o No se lo digas a nadie o Fue ayer y no me acuerdo, del
escritor peruano Jaime Bayly entre otras.
Lemebel
avanza y su dispositivo textual también a la catástrofe
que este nuevo lenguaje crea, esta vez las emprende con los proyectos
nacionales, especialmente, el que tiene por nombre de fantasía
criollismo. Premunido de signos vaciados, puros significantes,
homenajeando a La Manuela, a Coya, la narractriz construye una a
una sobrenaturalezas hechas de imágenes, armadas de fragmentos,
preciosas muñecas: La Loca del Frente, La Rana, con las que
volatiliza ese "relleno" de referencias y descripciones
heredadas (criollismo) que urgía encarnar en los proyectos
decimonónicos y que forma parte de nuestro "Puro Chile"
cielo imaginario repleto de hombres y mujeres caucásicos
antes que patriotas, honorables, sanos y buenos, de dentaduras perfectas,
terratenientes, latifundistas, castellanos/vascos o ingleses, que
pudieran llevar a cabo la magna tarea fundacional de la nación
y a los que todavía hoy sorprende nuestra realidad hecha
de modernidad suspendida.
Erotógrafa
curiosa, patógrafa literaria, la "parlotera" las
emprende con los géneros históricos, entregada a la
elaboración paisajística de escenas de intercambio
de relatos, Sherezade mestiza, en los que la cópula, la consumación
del deseo voraz del contar puesto sobre el otro permite el avance
de las unidades narrativas, la ilusión amorosa sobre la ilusión
heroica, el exceso fantástico sobre la silenciosa tradición
impuesta por los autores mayores, el narrador remeda los géneros
oficiales; nuestro héroe va aprendiendo, ha cambiado desde
su situación de inocencia inicial- y nos encima sobre la
quiltra cruza de "la novela de aprendizaje y la novela rosa",
en el nicho de su memoria estas estructuras reposan o laten y suben
a la superficie del texto abrillantadas por la demencia paródica
de su relato. Veamos:
"Ahora
se atrevía a decir dictadura y no gobierno militar, como
lo llamaba la Lupe, esa loca tan miliquera, tan de derecha y que
no tiene dónde caerse muerta...(pp.123) Y por suerte para
ella, había llegado Carlos a su vida mostrándole la
realidad cruel que rodeaba a los chilenos.Ese tirano infame que
mandonea al país desde la Moneda.Y nadie se atreve a cantale
las claras o a ponerle una bomba para que reviente en pedacitos,
entonces ella recogería con pinzas una célula del
general y se la regalaría a la Lupe diciéndole: Toma
niña, para que tengas un escapulario chiquitito, chiquitito"(pp.125).
A
estas alturas la novela se ha vuelto una armazón artificial
apuntalada de pura literatura, un pastiche que como un campo magnético
atrae y repele formas de expresión consagradas que se volatilizan
al entrar en contacto con el bordado paródico de Lemebel.
Hablo del gesto de novela histórica, del ya mencionado
bildungsroman en el cual nuestro protagonista través
de una serie de peripecias, esconder armas, llevar mensajes, ser
correo humano, ayudista, se hace "hombre", "revolucionario"
completando satíricamente parte del proyecto decimonónico
de vincular el ser individual con el proyecto histórico que
lo acoge.
El
carrusel sigue girando y con él otra dimensión. Expresamente
su texto está teatralizado y sobre escena nuestro autor corroe
los tejidos de los personajes de la propia novela , fractura y tensa
hasta el límite las posibilidades de la ficción. La
Loca del Frente / Montiel ; La Loca del Frente /Simplemente María,
La Loca del Frente/ Jane Mansfield; La Rana / la Madre; el dictador/
el dictador niño de cumpleaños; su mujer/ inocencia
provinciana, Somoza/ Franco, y agujetas en manos camina como el
Dante hacia la mise en scene de una comedia divina en la que va
depositar a cada uno de sus personajes en el lugar que merecen:
nuevo giro y salto al vacío, la narractriz se vuelve la Muerte,
es la imagen medieval de la mujer desdentada, es la heráldica
griega de la Parca que corta los hilos vitales y que recoge en su
hilandería mortal los destinos humanos, vuelta calavera hilvana
cuidadosa el amor sobre el que yace, envuelve en mortaja amorosa
el cuerpo crístico adormecido. Carlos se encuentra frente
a la Muerte, en una de las escenas más violentas del texto
en la que Lemebel reúne la pulsión erótica
con la pulsión mortal en el único acto posible de
conciliación: su narración va a salvarlo, es su regalo.
Lemebel no rehuye el mito del travestismo (Eva/ Madre/ Esposa),
es aún más radical en su imposibilidad, lo cadaveriza
en el hueco de la cosmética dental. No hay duda. Hay algo
imposible en el aire.
Pero
cómo ha llegado hasta aquí. Un simple artificio le
ha permitido a Lemebel ir manteniendo el juego entre la verdad histórica
y la ficción de su narración. Apelando al género
testimonial, Lemebel abre la novela a la contaminación de
otros discursos, en este caso el discurso radial, en dos versiones.
Por una parte es el Coro Trágico que revela a diario en la
voz de Sergio Campos o Manola Robles, aquello que todos presentimos
inevitable, pero que esperamos que no ocurra o viceversa, el que
va anunciando como personaje el movimiento documentado del destino
del país y también la duración del amor/ cómplice
entre Carlos y la Loca y, al mismo tiempo, la radio es la fuente
del conocimiento verdadero acerca del amor, certera vidente en lúcidos
requiebros musicales. Este gesto permite observar la exactitud con
la que el narrador utiliza letradamente la cultura popular para
construir sus mitologías, entre los usos sociales de la cultura
y las normativas ideológicas dominantes, para permitir el
avance del texto y para lograr integrar "las dos historias
que apenas se dieron la mano al comienzo"(pp.216)
Decía
al principio del texto que tres eran los ejes o espacios con los
cuales Lemebel construía su relato. La ciudad es el tercero.
Abrir la novela con la figura de la morgue vacía es definitivo
gesto. En la capital los cadáveres ya existen o más
bien, espectros insepultos que vagabundean por nuestro propio cuerpo,
sutiles mortajas anidadas en bandadas dentro de la cripta ceremoniosa
del pulso de Lemebel que sabio las expone a la reverencia del ciudadano
visitante, del ciudadano lector,del ciudadano curioso. En el centro
mismo, en la plaza, se yergue el monolito de los empalamientos.
Los cuerpos sólo existen en el verbo y rehuyen la reencarnación
dentro de nuestras mentes en permanente fuga del gesto de sepultación,
habitantes dantescos de una "divina comedia".
Lemebel
ha diseñado nimbos perfectos, diminutos lechos mortuorios
para cada uno de sus personajes, para cada uno de sus recuerdos
escamoteándolos a la historia oficial , al igual que Dante
recorre un mundo en el que reparte un orden, en la misma ceremonia:
la escritura. Especial resulta el tratamiento que hace del Dictador
en la rememoración de un solitario cumpleaños infantil:
"Augustito
no cabía de gusto, imaginando sus bocas engullendo la torta,
preguntando qué sabor tan raro, qué gusto tan raro,
¿ son pasas?, ¿son nueces? ¿son confites molidos?
No tontos , son moscas y cucarachas, les diría con una risa
macabra " ya pues mi niño, abra la boca. A ver una cucharada
por cada año que cumple. Y Augustito tragó
sientiendo en su garganta el raspaje espinudo de las patas de arañas,
moscas y cucarachas que aliñaban la tersura lúcuma
del pastel" (pp.116). (6)
Lemebel
ha atesorado en esta novela los cuerpos perdidos en mortajas-manteles
finamente bordadas en filigranas, cada uno de ellos vuelve a
tener cuerpo en su escritura. En la evocación del plan
divino del toscano, Lemebel levanta un cosmos postdictadura que
permite en la penumbra del recuerdo oler, ver, recorrer una ciudad
que de otra manera hubiera desaparecido, al igual que los detenidos,
bajo miles y miles de páginas documentadas.
Una
cosa más que decir respecto de la actitud de nuestro héroe.
Nada hay de censurado en la voz de nuestro autobiógrafo,
sus múltiples hablas acceden a recuerdos que obscenamente
va situando frente a los ojos del espectador, lector atento, solicitando
frente a lo narrado una complicidad silenciosa. Cada cuadro, cada
enfoque instalado en el espacio de la evocación interior,
en los que la realidad se vuelve imaginadamente su doble, expone
dimensiones íntimas de una experiencia particular, la suya
propia. Una homotextualidad que se yergue desde el plano referencial
en alegoría perversa, en máquina de lectura, intérprete
cierto de las claves que ligan el erotismo, la sexualidad y el poder
en la contemporaneidad, tal y como podemos leer no sólo en
Lemebel sino también en dos autores mayores de la novela
chilena contemporánea, José Donoso y Mauricio Wacquez.
Es inolvidable el pasaje en que La Loca del Frente
delira y se vuelve escucha de su propio relato al describir el narrador
la fellatio/ amamantamiento, falo/ madre en la que se envuelve,
nos envuelve. Nuevamente la mortaja y esta vez cifrada en la boca
que acoge cripta amorosa el cuerpo que va a "desaparecer"
(7):
"Ahí
se le entregaba borracho como una puta de puerto, para que las yemas
legañosas de su mirar le acariciaran a la distancia, en ese
tacto de ojos, en ese aliento de ojos vaporizando el beso intangible
en sus tetillas quiltras, violáceas, húmedas, bajo
la transparencia camisera del algodón. Ahí, a sólo
un metro, podía verlo abierto de piernas, macizo en la estilizada
corcova de la ingle arrojándole su muñón quinceañero,
ofreciéndole ese saurio enguantado por la mezclilla áspera
que enfundaba sus muslos atléticos. Parece un dios indio,
arrullado por las palmas de la selva, pensó. Un guerrero
soñador que se da un descanso en el combate ,una tentación
inevitable para una loca sedienta de sexo tierno como ella, hipnotizada,
enloquecida ..."pp.106
o:
"Y
ahí estaba... por fin, a sólo unos centímetros
de su nariz ese bebé en pañales rezumando a detergente.
Ese músculo tan deseado de Carlos durmiendo tan inocente,
estremecido a ratos por el amasijo delicado de su miembro yerto.
En su cabeza de loca dudosa no cabía la culpa, éste
era un oficio de amor que alivianaba a esa momia de sus vendas.
Con infinita dulzura deslizó la mano entre el estómago
y el elástico del slip, hasta tomar como una porcelana el
cuerpo tibio de ese nene en reposo. Apenas lo acunó..."pp.107
En este sentido hablamos de una obra con un inmenso valor estético
a la vez que político pues, el proyecto autobiográfico,
sin llegar a poder interpretarse como una metáfora exclusiva
del pasado que es rememorado en un momento y lugar determinado,
sí puede ser entendido al actuar como un dispositivo de desciframiento
de una cultura, y problematizar, en este caso del tejido de leyes
propio de la cultura de la dictadura en Chile. Creo que volver a
hablar, a escuchar voces es el gesto saturado obscenamente más
interesante de la novela de Pedro Lemebel, devolvernos la capacidad
de hablar, de "parlotear", de acabar con la complicidad
del silencio.
Pero
Tengo miedo, torero no sólo atrae esta lectura. También
es posible recorrer otra trayectoria en la apuesta de escritura.
Una vía distinta que impacta mucho más profundamente
que los juegos posmodernos de la cita. Me refiero particularmente
a lo que Héctor Libertella llama "el sistema de Salud
Pública creado por el boom de la literatura latinoamericana".
Hay cierta perversión textual que ha quedado fuera de las
lecturas hechas sobre este corpus y que se presenta conceptualmente
bajo la forma del grotesco, del neobarroco, de la hibridez al referirse
indirectamente a él. La teoría del reflejo, la homosexualización
de la tradición patriarcal latinoamericana, es un fenómeno
que puede ser leído como un efecto discursivo que problematiza
el tema de las identidades masculinas en tanto los vínculos
de las culturas dominantes y las dominadas y su representación
imaginaria como masculinidades hegemónicas. En obras de García
Márquez, específicamente en La Hojarasca, en
el texto de José Donoso El Obsceno pájaro de la
noche y en Tengo miedo torero aparecen escenas en las que personajes
masculinos son enfrentados a espejos, fuentes de agua, lagos, que
multiplican el deseo o la fantasía de dominación entre
pares, obligando a sus protagonistas a tratar de poseer al Otro
antes de ser poseído por él. Al pensar este mismo
gesto del reflejo, como la imposibilidad de ser el centro, soy un
latinoamericano que aspira el blanqueamiento de la cultura europea,
el reflejo me devuelve deformado, aberración asimilable al
deseo de un hombre por otro hombre. Y cuyo efecto
simbólico sería esta permanente travestización
de la identidad del continente.
(8)
El final de la novela invierte una vez más los pactos y convenciones
del sistema de categorías en el que nos encontramos inmersos,
en su permanente juego de desdoblamientos sucederá realmente
lo inevitable, la angustia crece en tanto la incerteza aumenta,
para permitirnos pensar (desear) y si todo fuera de otra manera,
si hubiera pasado de otro modo, antes de despeñarnos por
la pendiente del fin.
Lemebel
enciende las luces y los reflectores de su voz se dejan caer sobre
la última escena de Tengo miedo, torero el set se encuentra
dispuesto con las referencias al paisaje de un ícono de la
cultura amorosa occidental: Casablanca.
>La
leyenda hollywoodense consagra que I. Bergman se va con el esposo
abandonando a H. Bogart, quien sacrifica su amor; es lo que resuena
en la memoria fílmica de los lectores-espectadores. Lemebel
parece dudar de esta ley y plantea un tácito si esta vez
se quedara, si la Bergman escuchara en su oído la clave,
la cadencia cupletera de tres palabras que pueden salvarlos , Tengo
miedo, torero se repite a sí misma , Tengo miedo,
torero, mientras Cuba aeroplano espera con el motor en marcha,
para luego girar y confesarle, fuera de cámara, a Carlos:
"te
fijas cariño que a mí también me falló
el atentado".
Revista
de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile
ISSN 0717-2869
Notas
(1)
Véase A. Paré, Des monstres et Prodiges, 7 ed., París
1617, pp.1031.
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(2)
Fragmento de la obra teatral El Público, terminada en su
primera versión el 22 de agosto de 1930. Cátedra,
1995. pp. 132.
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(3)
Fragmento del poema "Por qué seremos tan hermosas"
en Obras Completas (1980-1992).Buenos Aires, Seix Barral, 1997.
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(4)
En un texto sobre M. Puig, el crítico argentino Jorge Panesi
desarrolla una idea similar en la que me he inspirado, aún
cuando, las diferencias entre el modelo de El Beso de la mujer araña
y Tengo miedo, torero es radicalmente distinto a la propuesta de
Lemebel. Reecordemos que Molina muere, sacrificado, y que la percepción
de los homosexuales como mujeres atrapadas en cuerpos de hombre
dominó cierta percepción imaginaria cultural en los
años cincuenta. Editorial Norma, Buenos Aires, 2000.
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(5)
Novela paradigmática de la irrupción del mercadeo
de las editoriales trasnacionales en Chile. Su autor Alberto Fuguet
es una especie de "ícono" juvenil de los llamados
"pinochet boys" (adolescentes que tenían entre
4 y 8 años para el Golpe de Estado de 1973) y su trabajo
como columnista del diario conservador, El Mercurio, bajo el seudónimo
de Alekán, concitó el interés de las editoriales
en su trabajo.
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(6)
Tengo miedo, torero, Editorial Seix Barral, Santiago de Chile, 2001.
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(7)
En su primer libro de crónicas Lemebel desarrolla este motivo
en el texto titulado "Las Amapolas también tiene espinas".
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(8)
Actualmente trabajo en esta idea en un ensayo literario cuyo tema
es La infantilización cultural en Latinoamérica.
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