Pese a que ha pasado bastante tiempo desde que el discípulo de Platón diera a conocer su teoría sobre el bien humano a través de esta obra, su influencia persiste hasta nuestros días y es considerada como pilar fundamental de la ética occidental. Para entender sus principales postulados conversamos con el académico del Departamento de Filosofía, Prof. Héctor Carvallo.
 Prof. Héctor Carvallo. |
La ética, sólo a partir de Aristóteles comenzó a ser considerada como una disciplina filosófica. Esto no significa que haya permanecido ignorada, porque ya en algunos diálogos de Platón estaban presentes interrogantes como qué es la virtud, la justicia o la felicidad. Sin embargo, en el estricto sentido de la palabra, el conjunto conformado por la “Ética a Nicómano”, que consta de diez libros y la “Ética a Eudemo”, que consta de cuatro, y “La gran moral” (que para muchos estudiosos no fue escrita de puño y letra del filósofo griego, sino por sus discípulos), representa el primer tratado sobre el tema en la historia de la humanidad.
El primer concepto que surge en estos libros y se observa como central es el de “Ethos”, que se refiere al carácter o sello, o lo moral en el hombre que está definido por lo que le es natural y que lo que lo diferencia de otras especies: el no tener una naturaleza definida, por eso se hace y deshace constantemente. Aristóteles intenta a partir de su ética definir cómo se constituye en un buen ser humano. “La ética aristotélica es una teoría del bien humano, que está en lo que él llama la práctica, la acción”, especifica el Prof. Héctor Carvallo.
El bien humano es el vivir bien, tener una vida estructurada a partir de las virtudes, que actúan con el mecanismo que le permiten convertirse en un ser armónico. Cuando más pleno se siente, cuando alcanza la perfección, es cuando logra la felicidad, que en este caso está definida como la máxima consumación de algo, por ejemplo, cuando los deportistas logran pleno dominio de su disciplina. Para alcanzarla los seres humanos deben pulir su talento, ponerlo en forma, afinarlo. En la medida en que cada uno se empeña en eso incrementa su capacidad y cada día se va volviendo más perfecto.
La ultra conocida frase, “el hombre es un ser racional” cobra plena vitalidad con Aristóteles que establece que el colmo de la felicidad es la contemplación. Son las actividades racionales y el conocimiento que adquiere a partir de ellas, las que le permiten descubrir el mundo del que es parte. O como señala en su metafísica, “todos los hombres por naturaleza tienden al saber”, para definir esencialmente la condición humana. A juicio del prof. Carvallo este pensamiento se condensa en: “el hombre es un ser que piensa hablando y que habla en la medida en que piensa”.
La vida buena
O virtuosos o viciosos. Esa es la categoría que hace Aristóteles de los hombres. Esta situación implica la acción deliberativa, la tensión del elegir el camino a seguir en determinadas circunstancias. La virtud va a ser esa acción humana que le permite hacer una elección adecuada y en el justo medio: “un medio entre dos excesos, donde uno peca por deficiencia y el otro por exceso”.
Aristóteles habla de la prudencia, la sabiduría y la justicia como las virtudes intelectuales, que se ven condicionadas entre sí. “Para tener cualquier virtud se necesita ser prudente, la prudencia definida como la sabiduría práctica, le asegura el conocimiento, de lo verdadero, lo justo. Esta capacidad está arraigada en algo que usted tiene o no: el “ojo del alma”, si lo tiene puede perfeccionarlo y convertirlo en un ojo prudente, capaz de distinguir lo conveniente en cada circunstancia, si no es un insensato. La experiencia otorga las armas para abrir los ojos. Por eso es difícil que un hombre joven que no sabe las acciones que se dan en la vida pueda ser sabio y prudente”, especifica el Prof. Carvallo. También destaca que para Aristóteles un hombre virtuoso es el que es justo, prudente y sabio a la vez.
El filósofo griego, al inicio del libro sexto de la Ética Nicomaquea, señala que la razón está estructurada por una parte especulativa, contemplativa (la razón pura) y una razón práctica que está comprometida con la acción. Esta última es la prudencia que se manifiesta y que funciona operando consumadamente, porque un hombre que delibera bien es capaz de acoger y dar buenos consejos, sugerir normas o acciones. Toda esa forma de actuar, proviene de un correcto dominio de la razón pura, cuya virtud es la sabiduría.
Un hombre que es verdaderamente virtuoso, es justo y puede distinguir entre una justicia correctiva y una distributiva, se maneja holgadamente en el tema de dar y recibir.
“Hay una doctrina que es difícil de tragar que es la doctrina socrática que Aristóteles recoge y hace suya. Esta habla de la unidad de las virtudes, en la que todas se condicionan. No se puede ser prudente si no se es sabio y viceversa. Y no puede ser ambas cosas si no se es justo. No se es justo tampoco si no es valeroso, temperante, sobrio”, destaca el Prof. Carvallo.
La ética aristotélica define entonces al hombre virtuoso,como el magnánimo que, como explica el académico, hace lo que hace porque es noble hacerlo. Es el que da la vida por los demás, no vacila en actuar, porque lo hace en función de algo que está en sí mismo y lo trasciende; no porque sea conveniente o útil, sino porque es hermoso hacerlo. “A mi juicio eso es lo que nos falta a los chilenos, el sentido de belleza y grandeza. Actuamos sólo pensando en la utilidad, en el pequeño cálculo, eso se ve en los negocios, en la política”.
En la “Ética Nicomaquea”, además, hay dos libros enteros dedicados al análisis de la amistad, que es de suma relevancia porque es una virtud que no se da sin virtud. Alguien no puede ser verdaderamente amigo de otros si no es virtuoso. Para eso es fundamental el vivir en paz, o como señala Aristóteles, enamorarse de sí mismo, porque los sentimientos de amistad o de rechazo que cada uno siente hacia los demás de alguna manera están arraigados en cada uno. Para eso se debe dominar y saber donde reside su mismidad, lo mejor que hay en ella. Esto está definido según el académico, por su conciencia, su espíritu e inteligencia.
Pero, ¿por qué si el hombre sabe lo que es bueno o malo actúa errado en determinadas circunstancias? Llegar a ser un hombre virtuoso, alcanzar la paz y hacer lo debido sin esfuerzo, es un trabajo difícil según la ética Aristotélica. La mayoría de los seres humanos son impotentes ante la tentación, señala, no la resisten. Y la tentación provoca discordia, porque no se puede hacer lo que se quiere ni lo que se debe. Eso puede llevarlo a la locura o a la aniquilación.