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Ignacio Domeyko
Luz y pasión por la ciencia

Este benemérito sabio polaco es, junto a Andrés Bello, Gorbea y Picón Salas, uno de los más notables figuras extranjeras que dieran trascendental aporte a la educación superior del país.


Sello postal creado con motivo de los doscientos años del natalicio del intelectual Ignacio Domeyko.
Nacido el 31 de Julio de 1802 en Lituania, provincia de Nissik, distrito de Novegraden, donde su padre, don Hipólito Domeyko, al que perdió cuando era niño, ejercía el cargo de juez. Desde ese momento, quedó al cuidado de su madre doña Carolina Ancuba de Domeyko.

Así comienza la historia de Ignacio Domeyko, una de las figuras extranjeras más trascendentales en la intelectualidad de nuestro país.

Es importante consignar que estudió en la Universidad de Vilna en 1817, hasta graduarse de licenciado en Ciencias. Luego fue a París para completar sus estudios de química y biología. En 1830 volvió a su país para tomar activa participación en el intento emancipador de la dominación rusa, cuando tenía 28 años. Al ser descubierto, dado que corría peligro de muerte, salió al exilio a Francia junto al poeta y amigo Adán Mickiewicz.

Sin familia ni recursos, con un oscuro porvenir, pero con la luz de la esperanza muy viva en su alma, se refugió en la Ciencia, haciendo de ella un verdadero culto devocional. Apenas llegó a París, volvió con gran empeño a ocuparse de sus estudios de las ciencias naturales, interrumpidos desde la salida de la Universidad de Vilma. En 1837 fue empleado por Koechlin de Alsacia, para el reconocimiento de las minas de hierro de Bonne Fontaine. En Noviembre de ese año recibió una carta de su maestro Dufrenoy en la que le proponía que aceptara un cargo de profesor de química y mineralogía en la República de Chile. Un país desconocido para él.

En París, el señor Dufrenoy le puso en contacto con don Carlos Lambert, que iba encargado por el Gobierno de Chile, para contratar un profesor que se desempeñara en La Serena, impartiendo clases de química y mineralogía. El señor Lambert le ofreció un sueldo de mil doscientos pesos anuales y le exigió la obligación de servir la clase por seis años. El aceptó las condiciones sin reparo.

El 2 de Febrero de 1838, al sabio partió de Boulogne en Francia con dirección a Chile; desembarcó en Buenos Aires, atravesó la pampa Argentina y la Cordillera de los Andes. Llegó a La Serena, en los primeros días de Junio de ese mismo año. El viajero había ido comunicando sus impresiones de viaje a su amigo Mickiewicz en una serie de cartas que primeramente se conocieron en polaco con el título de “Un viaje de cuatro meses de París a Coquimbo”. Desde su llegada a Coquimbo, Domeyko había sido el analista general y gratuito de todos los mineros de la provincia.

El patriarca de la instrucción pública en Chile, don Andrés Bello, fue uno de los primeros en proclamar los servicios prestados por Domeyko en la enseñanza. Por su destacado prestigio como educador, el Presidente de la República solicitó sus servicios como profesor del afamado Instituto Nacional.

Llegó a nuestra capital impartiendo las mismas cátedras en la Universidad de Chile, donde fue nombrado académico de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas y también tuvo a cargo el curso de mineralogía en el Instituto Nacional. El Gobierno de Chile, deseando que el profesor Domeyko se radicara en el país, participó su intención al Congreso Nacional, solicitando la gracia especial de naturalización a favor del insigne científico. Las dos Cámaras lo aprobaron inmediatamente y con esto rindieron homenaje a la Ciencia en la persona de uno de los maestros con mayor talento científico de su época. Tiempo después, en el mes de Julio de 1850, Ignacio Domeyko, confirmaba su calidad de ciudadano, cansándose con la joven chilena, Enriqueta Sotomayor Guzmán. Tuvieron tres hijos: Hernán, Casimiro y Ana.

Por su esclarecida condición de educador fue nombrado en 1867 Rector de la Universidad de Chile, cargo que ejerció hasta 1883. Su alta gestión dejó una huella imperecedera por su sabia administración y trascendental impulso a la Ciencia, pues estimaba que ésta era pedestal fundamental en la formación universitaria.

Don Virgilio Figueroa en su “Diccionario Histórico”, señaló “Su figura es una de las más gigantescas de la historia de Chile, a la cual está vinculada por espacio de medio siglo y su ligamento es de los que convive con la materia o sustancia a que se une, como el aire a la vida, como la luz al sol, como el agua al océano, como el microcosmos al infinito”. Domeyko mereció el privilegio que escritores nacionales tan importantes como Miguel Luis Amunátegui, Diego Barros Arana, Orrego Luco y otros, hicieran enjundiosos estudios de su vida, investigaciones y quehacer académico. Tanto sus obras como sus trabajos, “Geología de Chile” y el “Tratado de ensayos y elementos de mineralogía”, han sido un aporte sustantivo a nuestro desarrollo científico, especialmente a la mineralogía en la que descolló con fulgores inigualables.

El gran sabio polaco falleció en Santiago el 23 de Enero de 1889. Se extinguió con él no sólo su ínclita figura científica, sino también el brillo que supo dar a la formación académica de la principal Universidad del país.

Por Ronnie Muñoz Martineaux.










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