Universidad de Chile

 

Poesía
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ANA ROSSETTI nació en San Fernando, Cádiz, en 1950. Es una de las voces más exuberantes e intensas de la literatura peninsular. Su rica e inquietante personalidad creativa ha logrado expresarse, de modo siempre equívoco, en cuantas aventuras artísticas ha emprendido, ya sea en el universo teatral (como escritora y como intérprete en diversos grupos de teatro independiente), en el de la poesía, en el de la novela (Plumas de España, 1988 , y Alevosías, Premio La Sonrisa Vertical de Novela Erótica, 1991) y en el de la ópera (El secreto enamorado, 1993, en torno a la figura de Oscar Wilde). Su labor poética se inició con la publicación de Los devaneos de Erato (Premio Gules, 1980), volumen de poemas al que siguieron Indicios vehementes (1985), Yesterdays (1988) y Punto Umbrío (1996). Con Devocionario, libro que la catapultó al privilegiado lugar que actualmente ocupa en el panorama de nuestra poesía, obtuvo el III Premio Internacional de Poesía Rey Juan Carlos I, 1985.

FESTIVIDAD DEL DULCÍSIMO NOMBRE

Yo te elegía nombres en mi devocionario.
No tuve otro maestro.
Sus páginas inmersas en tan terrible amor
acuciaban mi sed. Se abrían, dulcemente,
insólitos caminos en mi sangre
—obediente hasta entonces— extraviándola,
perturbando la blancura espectral
de mis sienes de niña cuando de los versículos,
las más bellas palabras, asentándose iban
en mi inocente lengua.
Mis primeras caricias fueron verbos,
mi amor sólo nombrarte
y el dolor una piedra preciosa
en el tierno clavel de tu costado herido.
Flotaba mi mirada en el menstruo continuo
del incensario ardiente y mis pulsos,
repitiendo incesantes arrobada noticia,
hasta el vitral translúcido, se elevaban.
La luz estremecíase con tu nombre,
como un corazón era saltando entre los nardos
y el misal fatigado de mis manos cayendo,
estampas vegetales desprendía
cual nacaradas fundas de lunarias.
Párvulas lentejuelas entre el tul,
refulgiendo, desde el comulgatorio
señalaban mi alivio.
Y anulada, enamorada yo
entreabría mi boca, mientras mi cuerpo todo
tu cuerpo recibía. EXALTACIÓN DE LA PRECIOSA SANGRE
Desvelado el espejo -dosel del costurero
saqueado- tantos dones magníficos
excesiva duplica.
Y, no obstante, sólo tiene su cómplice
e incitante señal la madeja encarnada.
Oh, tomémosla. Rasguemos las vitolas,
las hebras desprendiendo con esmero,
y en las tensadas palmas de tus queridas manos
laceolados estigmas bordaré diestramente...
Tan frágiles cutículas, la sangre al traspasar
su rúbrica brillante va prendiendo.
Mas si al sedoso hilo la sangre verdadera
ha querido emular agolpándose cárdena
a su orilla, no te asustes, amor.
Pues presurosamente mi estremecida boca
a tu herida será vaso propicio.
Labios míos temblando, del precioso regalo
de tu mano, tiñéndose. Tu sabor penetrando
mi inviolada saliva, comulgándome,
y el fervor confundido en delirio de besos.

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