Universidad de Chile

 

Narrativa
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GERMÁN MARÍN nació en Santiago de Chile en 1934. Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. De vuelta a su país trabajó como periodista y ejerció actividades editoriales. En 1973 publicó la novela Fuegos Artificiales y, después del golpe militar, debió viajar al exilio. En 1975 publicó en México el libro gráfico Chile o muerte y, al año siguiente, la investigación Una historia fantástica y calculada. En 1976 se estableció en Barcelona. Ha publicado desde su vuelta a Chile Círculo vicioso, El palacio de la risa, Cien águilas. Es autor además de El circo en llamas, edición de la obra crítica del poeta Enrique Lihn.

CARTA ANÓNIMA

          Usted, seguramente, está en este momento, como todas las noches, sentado entre los suyos escuchando a Mozart, mientras bebe la infusión de yerbas. Buena para el estómago, acodado al sillón. Su señora, es de suponer, distraída y lejana, tejiendo a crochet una prenda que nunca termina depositada en el regazo, mientras su hijo único, de veinte años, soluciona el crucigrama del diario y mordisquea la punta del lápiz. De esta manera, forman los tres una típica escena de familia, cuajada por una extraña docilidad, donde todo parece inmóvil y sereno. Usted ya habrá rasgado el sobre dirigido a su nombre y, al recorrer ahora estas líneas, no haga gesto alguno de sorpresa que delate la información que cumplo en entregarle, continúe por favor, plácidamente, oyendo tal vez uno de los conciertos para piano de Mozart. Pero si le parece, encienda un cigarrillo para aplacar las preguntas que ya estará haciéndose y prosiga la lectura, sin decir nada, en el más absoluto silencio. Observe a la ramera como teje pundonorosa, después, regrese, se lo pido, a esta carta que tiembla en sus manos con justo motivo. La caligrafía desconocida de este amigo de la familia, cuya identidad jamás llegará a saber, permite a usted asegurarle, con el respeto que su persona merece, la verdad de lo que sigue. Se ha visto a su esposa, en repetidas oportunidades, por el sector de Alameda con San Antonio, invitando a sórdidos lustrabotas que, luego de unas palabras de comercio, han ido tras ella con la sonrisa sin dientes y desenmascarada de la complicidad. Usted, caballero, al mirarla como todos los días, no descubrirá a esta otra mujer que permanece sofocada en su peinado de peluquería, impune como un cisne, enjoyada en una falsa existencia, mientras el tejido aumenta y disminuye en esas manos ociosas, de unas bonitas uñas pintadas de rojo, prisionera de su otra vida que ella, a espaldas suyas, ha poblado de suciedades e, incluso, de cicatrices, que deben haberla estremecido de felicidad. Le aconsejo, desde ya, no dejarse arrastrar por la indignación y continúe sabiendo de esta carta. Si me permite un sano consejo, esconda en la memoria cada palabra que está leyendo y, en nombre de la paz conyugal, que de seguro reina en la casa, destruya esta misiva al término y arrójela al fuego de la chimenea. Simule usted que prosigue escuchando a Mozart, en la grata molicie después de cenar, su señora persevera distante en la labor a crochet, su hijo, entretanto, yace preocupado aún de resolver el crucigrama. Beba tranquilamente otro sorbo de la infusión de yerbas, aunque, desde ahora, sin decir una sola palabra a nadie, observe con detención cada movimiento de ella y vigile sus pasos, señor. Desconfíe de esta mujer que bosteza al frente, capaz de transformarse para siempre en una cualquiera, si es que no está a punto de serlo, en consecuencia, hágala seguir cuando sale a la calle. Ella no dedica las tardes a repartir ropa vieja entre los pobres como dice. Bien se investigue, descubrirá de bruces la visión intolerable del mal, en que comprobará que ese cuerpo de maniquí, depilado y albo, se entrega a la usurpación de unas manos ruines.

(relato perteneciente al libro Conversaciones para solitarios, de próxima publicación por Editorial Sudamericana)

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