Universidad de Chile

 

Narrativa
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JAIME VALDIVIESO nació en Valparaíso en 1929.Ha publicado ensayos, cuentos, novelas, poemas. Sus últimos libros, Ciencia y poesía, diálogo con Claudio Teitelboim (E. LOM 1965), El espejo y la palabra (Ed. Planeta y Universidad Andrés Bello, 1997) y Violencia de los animales, poemas, en la Ed. Universitaria de Santiago, 1991. Voces de alarma, relatos en la Ed. Fondo de Cultura Económica. México 1993.

MIMETISMO

    Laura y Lorenzo llevaban ya cerca de treinta años de casados. Ambos habían tenido hijos de matrimonios anteriores, pero al cabo de quince años en que vivieron todos juntos, quedaron solos.
    Laura había jubilado como funcionaria del Ministerio de Economía, y Lorenzo, luego de años de bohemia y largas noches de charla y tragos entre artistas y diletantes, había decidido luego de un corto matrimonio casarse por segunda vez.
    Durante un tiempo Lorenzo, mientras fue profesor de pintura, hizo tallas en madera. Eran unas figuras delicadas, de líneas evanescentes, cuerpos humanos que por una extraña estilización alcanzaban la categoría de arquetipos. Pero en algún momento algo le pasó, y dejó de tallar. Esto ocurrió poco después de su segundo matrimonio.
    Lorenzo era alto, delgado, y con una frente muy amplia. Usaba el pelo liso y largo. Nunca se le veía agitarse. En sus noches de bohemia en el antiguo, serenamente, dejaba sin respuesta a sus contrincantes más obsecados, con una lógica y un conocimiento impecables.
    Pero luego de casado con Laura, se terminaron las noches de bohemia y rara vez salían de la casa. Ella, a partir del climaterio, comenzó con distintas enfermedades, aparte de golpes y caídas imprevistas que la tenían por meses fuera de la estrecha circulación que consistía en una o dos salidas a la calle por semana.
    Lorenzo que había sido sano comenzó también a enfermarse. Continuos resfríos lo echaban a la cama, obligándolo a interrumpir sus clases en la Escuela de Bellas Artes.
    Y así comenzaron a coincidir permaneciendo ambos en cama. Primero, durante unos días, luego por una semana, al cabo de unos años hasta por quince días. Se turnaban para preparar comida en la cocina y traer el desayuno o hacer el almuerzo. La empleada iba sólo una vez por semana.
    El contacto con los hijos fue igualmente haciéndose más esporádico hasta terminar casi por completo. Se dieron cuenta que sus padres preferían la soledad, y que no sólo podían prescindir de sus hijos sino del mundo exterior. Lorenzo siguió haciendo clases una vez jubilado, pero faltaba continuamente. A consecuencia de una caída en la escala del departamento por no encender la luz, pasó dos meses en cama.
    Fue la gran fiesta.
    Laura aprovechó para enfermarse de un reumatismo y así ambos estuvieron en la misma cama y sin cambiar la ropa por más de un mes. Se fueron acostumbrando a sus olores y cuando se levantaban echaban de menos el dormitorio. Escuchaban música, leían, veían algunos programas de televisión siempre que no tuvieran que ver con la contingencia ni nacional o exterior. Comentaban lo visto y oído, pero sobre todo discutían. Laura ponía en duda cada una de sus observaciones y Lorenzo le decía que era una estúpida, que no sabía nada.
    Y así continuaban ininterrumpidamente.
    Como habían ido cortando las relaciones con los amigos, nadie los venía a ver, lo que constituía una gran satisfacción, casi un lujo.
    Poco a poco fueron perdiendo el apetito, luego la capacidad de movimientos. Comenzaron por no tomar desayuno, dejaron de almorzar. Una vez al día iba alguno por un vaso de leche. Seguían discutiendo, pero cada vez con una voz más débil, hasta llegar sólo a los murmullos.
    A los días de no contestar el teléfono vino su hija. Como nadie salía abrir, mandó derribar la puerta.
    Allí en el dormitorio encontró a los dos, debajo de las frazadas, abrigados hasta el cuello con pesados chalecos, consumidos hasta los huesos, pero con un gesto apacible, casi se diría de satisfacción.
    Al lado y debajo de la cama, encontraron numerosas botellas de whisky.

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