Universidad de Chile

 

Narrativa
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ROBERTO DÍAZ MUÑOZ nació en La Habana, Cuba, el 29 de julio de 1942. Desde la década de los sesenta ha sido periodista, escritor, guionista de cine y TV, profesor de dramaturgia y realizador cinematográfico. Fue director del tabloide literario El Caimán Barbudo, director de la Televisión Cubana, vicepresidente del Instituto Cubano de Radio y Televisión, subdirector de programación artística de los estudios cinematográficos Granma y director de los estudios de video Televisión Latina. Es miembro, desde 1972, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
    Ha publicado Limpio fuego el que yace, poesía, 1971, Premio Nacional de Poesía 26 de Julio; Bajo el canto del río, poesía, 1979, Ediciones Unión, La Habana; -Intemperie, poesía, 1994, Coedición Editorial Letras Cubanas y Ediciones Unión, La Habana.

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EL SOÑADOR

    ¡Quién iba a imaginar que Arturo de Roque, el malogrado poeta habanero, había descubierto los secretos del espacio y el tiempo y que en esto, más que en su buen gusto para escoger las palabras de un idioma sonante y el ingenio de sus metáforas, residía el encanto de sus escasos poemas! La inspiración germinal le vino, como era de esperarse, de la literatura. Dos autores, ambos argentinos, escribieron, uno en pos de la idea del otro, sendos cuentos de entorno bárbaro en que los protagonistas, prisioneros los dos para otra coincidencia, sueñan a igual número de personajes que a su vez los sueñan a ellos, lográndose de este modo, a la sombra hosca del castigo, la irrealidad y la muerte, la maravilla de la ubicuidad en el espacio v el tiempo.
    La mayoría de los lectores pasó la vista por los meandros sutiles de esos relatos con interés y asombro, pero los olvidó. Hizo gala con ello de esa capacidad para armonizar la infinita variedad de las sensaciones que es la mejor confirmación de la salud mental. Roque no. Los leyó y quedó marcado para toda la vida.
    En el año decimocuarto de su naturaleza, cuando huía de los para él harto fatigosos textos escolares haciendo gustar a su fantasía los cuentos como flechas de Quiroga y Salarrué, Roque tuvo la fatalidad de recibir en préstamo una antología, impresa en Madrid, donde estaba, enroscado como una víbora, a partir de la página 234, el problema insondable de Las ruinas circulares. ¡Avatares de una adolescencia indefensa, de la falta de mesura y equilibrio en el pensamiento y de la todavía insuficiente instrucción! Porque, ¿de dónde iba a sacar él, ejemplo vivo de la candidez y la inexperiencia, la certidumbre de estar, en comodidad relativa, frente a un juguete intelectual tan intrincado como esquematizador y que, flor de la inteligencia, era a la flor de la mañana lo que la flor de plástico que alza su figura triste de comediante en la mesita del centro de la sala bajo los detritus de las moscas?
    El soñador voluntario de Las ruinas circulares lo hizo poeta aun cuando no sospechaba siquiera la enorme dependencia recíproca de la poesía y la prosa. Pero esto no ocurrió de golpe, inexplicablemente, como en esas historias faltas de habilidad y a veces de espacio. Yo, que conocí su obra literaria de forma tan íntima, puedo aclarar a los interesados en el destino de mi pobre amigo Arturo que su primera composición vagamente poética fue una infame parodia de una canción popular de moda. Y es que las cosas, en su diferencia y riqueza, no ocurren, no ocurrieron ni siquiera como las vengo tratando de explicar. Arturo, para decir aquí la verdad, era un muchacho de exterior prosaico y sano en el que nada dejaba reconocer al enigmático autor del galardonado poemario El tiempo círculo al que faltaban diez años justos para merecer el elogio de la crítica y la discreta acogida de un público impreparado para los hermetismos lógicos de ese pequeño libro.
    Podría saltarme esos diez años de su vida si no mediara la circunstancia de que en el quinto de ellos leyó, para su mal, el segundo cuento de la pareja argentina, titulado La noche boca arriba. Era éste, como se ha dicho, un mero calco de la Idea central de Las ruinas circulares, aunque de narración más viva, audaz y sorprendente. Si Roque no hubiera leído aquellas líneas yo no estuviera escribiendo éstas. Pero las leyó. Y durante un minuto se sintió como creo que debiera sentirse la caja de una guitarra cuando el rasgueo crece y se multiplica en su interior. No hay que decir que advirtió inmediatamente el plagio si bien para él eso ya no era importante pues en el interín había leído suficientes libros, visto y oído suficientes cosas como para saber, aun sin haberse planteado antes una cuestión semejante, que el primer argentino tampoco había sido original, que la idea de la ubicuidad era tan antigua como la creación intelectual de dios, que la invención de un mundo soñado fue expuesta por Berkeley mejor que por ningún otro antes o después que él y que de los viajes por el tiempo Wells y James dejaron novelas inevitables. Es por eso que puedo afirmar que no fue la incitación teológica implícita lo que decidió de manera tan inexorable la vida de Roque. 0 quizás fue también esa incitación al poder incompartido. Sin embargo, estoy convencido de que había algo decisivo en la manera de decir de aquellos argentinos, algo desconsiderado y agresivo en el ambiente y las acciones de los dos relatos. Roque, sencillamente, no pudo soportarlo. Y así fue como entró a escena Arturo de Roque, larvado por cinco años cruciales, un ser meditabundo y lejano que se tomó más a pecho que cualquier otra persona de que yo haya tenido noticias esas inútiles aventuras del pensamiento.
    Este cambio tampoco ocurrió, pese a lo dicho, de un solo golpe. El proceso de la desaparición del primer Arturo se consumó en los cinco años siguientes. En los tres primeros tuvo la fiebre del verso hermético aunque sugerente. No se puede encontrar en sus dos únicos y breves poemarios una sola frase, aun de la más desbordada, límpida y desasida imagen, en que haya consentido la más leve incongruencia de significado. Lo que otros, poetas relevantes por cierto, llamaron "invención de una realidad" e, incluso, "completamiento en la poesía de una realidad imperfecta", él lo calificó, a mi juicio atinadamente, de "incapacidad, juvenil o senil, de comunicarse con los semejantes a través del idioma". Despreciaba esa poesía inoperante. Su afán era la síntesis absoluta y correspondiente de la realidad a través de su representación en la belleza. Opinaba, por esto, que la cifra 98 elevado a la 16 potencia podría ser una imagen perfecta si no fuera del todo imposible escribir poesía con números.
    Fue en esta hora de su maestría poética y vital que empezó a manifestarse en él la oscura pasión de los argentinos. El lector puede encontrar en la página 68 de El Tiempo círculo un poema titulado Doble remedio donde el autor, para justificar su mutilación, visible a los ojos de la amada, se explica diciéndole que una porción suya, exactamente igual a la presente, se ha quedado dormida en el pasado a sólo unas semanas de distancia sin saber que tiene lugar este encuentro. Desdoblamientos, rajaduras temporales, espaciales y corporales de esta clase menudean en ese libro y, sobre todo, en el segundo suyo que vio la luz, Rumor hídrico. El lector, ya avisado, los hallará sin mi ayuda. Pero donde el afán de ubicuidad de mi amigo alcanzó un ámbito de infinito fue en aquellos versos que parafrasean una arcaica sentencia filosófica una y otra vez reformulada en el transcurso de los siglos. Su implacable juicio autocrítico no le dejó publicarlos nunca. Yo, más tolerante y distanciado, los doy a conocer ahora por su valor testimonial:

Mi cuerpo es una esfera
cuyo centro se encuentra en todas partes
y la circunferencia no se aprecia en ninguna.

    Roque, tengo que aclararlo, luchó a brazo partido contra ese vicio desintegrador. Especialmente patéticas me parecen ahora las palabras que escribió por esos días en una revista literaria local:
"Asumo, para encontrar algún vínculo entre mi pensamiento y mis actos, que la irrealidad no existe en la literatura si descartamos el absurdo y la incoherencia que no tienen nada que ver con el arte y merecen nuestro desprecio. Sobre esta base es que afirmo que no existe una literatura realista y otra que no lo es. Existe, según creo, una sola literatura realista, grande y multiforme, que representa y difunde gustos, opiniones e intereses de los más diversos tipos, muchas veces contradictorios y casi siempre, si se mira bien, políticos. Por mi parte, no puedo siquiera imaginar una sola oración literaria que haya podido escapar de la omnipresencia de la realidad en sus infinitas representaciones."
    No voy a referir ahora, porque no viene al caso, la polémica de corte más bien provinciano que siguió a esto en aquellos días para mí significativos. En realidad, esas palabras insensatas fueron una débil vindicación de su voluntad ya claudicante. Porque el terreno donde desplegó con mayor plenitud el heroísmo de su resistencia fue, pese a todo, el de la actividad práctica. Se dio con furia a los trabajos de aquellos años y recibió por ello no pocas distinciones. Todo fue, a pesar suyo, inútil. No escapó a su inteligencia la futilidad de su afirmación personal. Esta es, según mi criterio, la conclusión que se desprende de una lectura avisada de su poema clave Unídos, que aparece en la página 26 de Rumor hídrico. En ese texto, dos hombres sostienen una querella atroz que se proyecta tanto hacia el pasado como hacia el futuro. Discuten encarnizadamente, aunque el segundo parece existir en la conciencia del primero. La anécdota sigue en bellas imágenes, pero donde yo creo percibir el atisbo genial de mi infortunado amigo es en la sugerencia implícita de asesinato del primer hombre por el segundo. ¿Cómo resolver si no la dura pendencia? ¿No caracteriza al primer hombre como víctima el hecho de haber consentido, en sano juicio, que tal discusión tuviera lugar? ¿No era eso una debilidad que acarrearía trágicas consecuencias? Calidades poéticas aparte, el verdadero mérito de Arturo de Roque como escritor de ficciones consiste en ese vaticinio preciso de su propia muerte no tan lejana.
    Arturo de Roque fue un poeta grande pero incomprendido. Es cierto que sus libros se vendieron hasta el último y que hoy no es posible encontrarlos sino en colecciones privadas mientras otros tomos de versos marchitan los colores de sus cubiertas y sus entrañas se enmohecen en los estantes y cuartos traseros de la librerías. Roque no se dejó seducir por ese éxito de venta. ¿Acaso no sabía él que de los 55 poemas que componen sus dos volúmenes sólo 7 eran verdaderos? Los otros 48, hay que decirlo, fueron simples señuelos colocados con arte de cazador en una especie de sendero sentimental en cuyo final permanecen todavía, por desgracia ignorados, los 7 únicos y verdaderos poemas que escribió Arturo de Roque. Quizás no sea necesario explicar que los siguientes acontecimientos, a saber: el codiciado premio literario, los artículos de periódicos y notas críticas que hablaron de "transparencia en el manejo de las formas", la visión fugaz de gente que leía sus libros en ómnibus inalcanzables, las felicitaciones de entendidos y deudos y, especialmente, las abiertas declaraciones de amor que le enviaron por carta dos hermosas jóvenes que antes habían evitado su compañía fueron un duro golpe a su orgullo y la causa de un hondo desaliento porque estaban todos referidos a los 48 poemas falsos.
    A veces, para aliviar mi propia responsabilidad, he albergado la esperanza de que ese desaliento, al propagarse en él como un tumor maligno, haya sido la causa legítima de su muerte. Pero esto, bien lo sé, no es posible. Ya Roque, cada vez más aislado por su creciente dominio del arte de la ubicuidad, no se contentaba con los insignificantes juegos que aparecen en sus poemas. Es cierto que a los no iniciados, faltos de su atrevimiento y maestría, esos juegos parecen aventuras asombrosas. Él, por su parte, estaba cansado de las invenciones con dos lugares y dos personajes idénticos simultáneos. Y en general, estaba ya cansado de todo tipo de invenciones ilusorias. En su año 24 y último despertó con sobresalto una noche sólo para considerar el proyecto inverosímil de un sueño de 22 posiciones y personajes v tuvo la hombrada de pretender llevarlo a la realidad. ¡Qué ridículos le parecieron en ese momento los dos argentinos con su fantasía rudimentaria e inconsecuente! Él y sólo él tendría el coraje de vivir del que sus antiguos maestros estuvieron tan escasos.
    Para que el lector pueda comprender la grandeza del proyecto de Roque, debe trazar una circunferencia de 5 pulgadas de radio. Esa circunferencia debe ser cortada por 21 puntos equidistantes. El centro será el número uno. Los restantes números, hasta 22, pueden ser colocados a capricho del lector. Ahora trácese una línea del punto uno al dos y así sucesivamente hasta relacionar todos los puntos por medio de esas líneas. En cada punto deben confluir 21 líneas. Este será el diagrama del proyecto. Los puntos representan los personajes y su ubicación en la circunferencia la variabilidad en el espacio: las líneas representan la independencia vital recíproca, es decir, cada personaje imagina y crea a los otros 21 siendo él mismo imaginado y creado por ellos en ese instante. Y esta será la situación de cada personaje, incluido el número uno, Arturo de Roque, que tuvo la valiente humildad de permitir una cosa semejante.
Los personajes creados aquella noche fueron: 1) el poeta, que tenderá, como hasta ese momento, a expresar su carácter sensible y generoso; 2) un pescador deportivo, que hará planos de las principales zonas de pesca y lanzará en ellas sus cordeles en las noches claras; 3) un amante verdadero, que no podrá encontrar la diferencia entre el amor y el sacrificio; 4) un amante corriente, de reprobables y copiosas aventuras sexuales; 5) un cazador furtivo, que en su pasión por las especies semiextinguidas, llevará a Roque a la cárcel; 6) un botánico aficionado, que llenará la casa de plantas exóticas y será capaz de seguir con la vista la vuelta completa de un zarcillo; 7) un hombre de empresa, que inmediatamente se dedicará a elevar la eficiencia económica de una gran empresa; 8) un marido ejemplar, que dedicará sus mejores energías y desvelos a su esposa y a su hogar; 9) un padre responsable, espejo de rectitud para sus hijos; 10) un lector infatigable, que dejará cualquier cosa por un libro; 11) un contemplador de la naturaleza, de lentos hábitos y mirada bovina; 12) un enfermo incurable, que hará perder a Roque meses de su vida en consultorios inútiles, 13) un viajero incorregible, que aprovechará la menor oportunidad para partir pues sabe que ese solo momento justifica las molestias de los viajes; 14) un hombre que dice la verdad y que ocasionará por eso enojosas dificultades; 15) un hombre que dice mentiras y que, aunque en menor medida, también traerá problemas; 16) una persona abúlica, de constante tendencia a la inacción y el reposo; 17) un amigo seguro, que llevará, con grandes perjuicios, la amistad hasta límites no permitidos; 18) un contradictor, por cuya causa se entablarán interminables e inútiles discusiones; 19) un hombre solitario, que concluirá con éxito el proceso de aislamiento social a que ya hice mención; 20) un estudiante de ciencias, que en este ambiente tendrá pocas oportunidades para actuar por lo que será motivo de frustraciones y disgustos; 21) un caminante de largas distancias, que en los momentos más críticos practicará su obsesión hasta el extremo de consumir las últimas fuerzas de Roque, y 22) un enemigo peligroso, que será, en definitiva, su única defensa.
    Por lealtad, debo aclarar que ésta es sólo mi apreciación personal de aquellos sujetos. Roque, naturalmente, tuvo otra opinión sobre ellos y en eso consistió nuestra única y funesta discrepancia. En cualquier caso, la sola lectura de la anterior lista de personajes, que actuaron con bastante independencia unos de otros, pone de relieve los graves sucesos que sobrevendrían en los próximos meses. Lo peor, sin embargo, ocurrió de forma inesperada al comenzar las alianzas. En efecto, el 2, el 5, el 6, el 18 y el 21 se coligaron para imponer sus intereses particulares, cosa que lograron por algún tiempo. Como respuesta, el 8, el 9, el 10, el 12 y el 14, con el apoyo condicional del 20, iniciaron un movimiento de resistencia. La colisión resultante dañó de forma irreparable el prestigio de Roque y también su salud. Fue en esa delicada situación que el 5, instigado por sus compañeros, logró, luego de varias noches de acecho, matar al penúltimo almiquí, delito extremista que los llevó a todos a presidio. El cambio en la correlación de fuerzas hizo que el 10 y el 12 cambiaran de bando al unirse temporalmente al grupo victorioso por lo que éste consolidó su dominio. La solidaridad en el interior de estos grupos y el odio entre ellos crecieron hasta hacer irrespirable la atmósfera. Cuando por fin salieron en libertad, un independiente, el 19, que era, naturalmente, un misántropo, robó las ponzoñosas medicinas del 12 y las ingirió contra toda prudencia en un arrebato de cólera. Los salvó la llegada oportuna de un conocido cuyo nombre ahora no interesa.
    Se comprenderá que, después de esto, insistir en la coexistencia era una temeridad. Nadie estaba ya seguro. De modo que yo, el número 7, suprimí con mis propias manos a Arturo de Roque y a doce de sus compañeros, sometí al resto a una razonable disciplina y restablecí el orden.
    No se me escapa el carácter execrable de mi monstruoso crimen. Sobre todo porque Roque fue, más que mi amigo, mi padre. Tengo, sin embargo, una justificación y un atenuante. Lo primero consiste en que, como se ha visto, era del todo imposible seguir viviendo en aquel caos, y lo segundo, en que he escrito este informe, carente de toda descripción superflua, para beneficio de los poetas de La Habana que de alguna manera se parezcan a Arturo de Roque.

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