Universidad de Chile

(IN) TENTAR UNA GENEALOGÍA

por Ismael Gavilán

 

Quizás las palabras que sigan, no sean más que la breve exposición de una historia personal de lectura.

Creo que es lo único valedero cuando uno quiere indagar sobre la configuración de un lenguaje que sabe en tránsito al encontrarse éste, en su constante paradoja de ser y aparecer, abierto a las posibilidades de búsqueda, asombro y placer.

No podría referirme a las influencias como angustia, sino como una especie de diálogo exploratorio, no exento en su goce, de una responsabilidad que se enraíza en la memoria. Además sería demasiado pretencioso autoexaminarse cual análisis que devela una eventual totalidad articulada. Para aspirar a eso, quizás sea preciso haber muerto y no saber de lo escrito por nunca jamás.

¿Qué resta? Pues creo que la conjugación intensa de tres verbos intercambiables entre sí : leer, escribir, corregir.

Y como estamos convocados a mi entender al desciframiento del primer verbo, vayamos a su encuentro.

No es lugar común aseverar que la primera impresión de algo que suscita embelesamiento, marca fieramente la actitud anímica con la cual nos vinculamos a la Poesía y por ende, al mundo y a nosotros mismos. Después de leer entre los 15 y 17 años dos o tres antologías de poesía chilena y escribir malas copias de Antonio Machado, el verano que va desde diciembre de 1990 a marzo de 1991 fue un comentario del verso de Apollinaire : "la estación violenta".

Efectivamente , con la violencia cegadora y casi extática de lo que nos supera, tres mundos, tres visiones, tres silencios…tres Poetas revolucionaron lo que creía y creo que es la Poesía, su ejercicio, su aceptación, su incertidumbre, su desconsolada elevación: Novalis, Rilke, Hölderlin.

Cada uno en su tono, en su poder invocatorio, fue un descubrimiento y me atrevería a decir, una instancia para plantearme por vez primera la validez de todo mi quehacer y la relación de aquel quehacer con ¿la vida?, ¿los otros?, ¿lo Invisible?, ¿el mundo de los sueños?, ¿la presencia del cuerpo?.

Los Himnos a la noche, El libro de horas , Como en un día de fiesta y Pan y vino eran y son constelación, pregunta perpetua, ensimismamiento solitario y plenitud hacia algo, imposibilidad de una lengua perfecta que se busca perfecta y la conciencia de saber guardar silencio cuando éste significa más que todo. Estas impresiones de lectura no sé si estarán en los versos que hasta hoy he escrito y si serán realidad si sigo escribiéndolos.

Sólo es posible aceptar la negación al abandono, es decir, no renegar de las sensaciones primerizas que fueron asombro, traicionando a la memoria. Porque en aquella traición a mi entender, radicaría el exilio del exceso que transfigura a la página en blanco como cuerpo plagado de signos hacia la búsqueda desazonadora de un lenguaje realmente plasmado. En el poema "Recordación" ("Andenken") dice Hölderlin: "El mar destruye o da la memoria."

Firmemente creo que estar en la playa tocado por la fuerte brisa es erguirse a temer y aceptar las ondulaciones de aquel mar ignoto que, en su seno, guarda las imágenes de lo que creemos posible: porque los recuerdos tomados como fulguración de una presencia ida, son buenos y dables hasta que nos hacen su vértigo abismal. Parafraseando a Malte Laurids Brigge : hay que saber buscarlos, pero también olvidarlos y alejarlos, pues su sola voz sería capaz de destruirnos. Eso quizás es estar en aquella playa y apostar por una brisa quemante, pero que por sólo apostar a ella, nos aproxima al exceso transfigurador.

De pronto, como eco de aquella transfiguración, aparecen otros poetas que se han ido convirtiendo en los desafíos de lectura más intensos de los últimos años hacia los cuales me he sentido sustraído. En nuestra historia personal de lectura Rosamel del Valle, Humberto Díaz-Casanueva y Eduardo Anguita son la segunda tríada en la cual me reconozco, que han dicho lo que he querido decir, que en su ejercicio oracular revelan esa intensa combinación de delirio y efusión, de vertiginosa inteligencia y llanto descendente. No sé si será sólo una predilección personal o una búsqueda que comparten otros de mis congéneres, pero creo no equivocarme que leer a esos poetas y a otros de su estirpe (Omar Cáceres, Gustavo Osorio, Jorge Cáceres, etc) es la deuda a nuestra memoria ya no personal, sino general que debe ser saldada. Saldada en la medida que históricamente todos conocemos, pues durante casi veinte años se nos negó sentir la arena en nuestros pies y la brisa del mar parecía un espectro que algunos, casi niños, nunca vimos, apenas tardíamente.

Orfeo, Réquiem y Venus en el pudridero son, respectivamente, el paradigma del viaje, la queja y el maravillamiento destructivo que en estos breves años han configurado no sólo un descubrimiento estético, sino en la medida de lo posible, una instancia que va hacia la hermandad anímica de una ética poética: con un pudor extremo efectúo aquella asociación que podría significar una vinculación, en mi experiencia, no sólo del eco lacerante que esas palabras ejercen cual llamarada en el desenvolvimiento de la escritura, sino también la indagación que estos poemas manifiestan como exploración metafísica. Creo que esa exploración en última instancia es el diálogo problemático con una memoria asediada que necesita ser replanteada una y otra vez, en una actualización que permita, cuando menos, establecer un registro de sí misma y su interrelación con la poesía de otras latitudes. Ciertamente esos poemas son para mí, la metáfora de uno de los ejes sobre los que se instala la labor poética desde Pedro Prado y Gabriela Mistral hasta nuestros días. No me atrevo a hablar de tradición, pues como todo asunto concerniente a la naturaleza del ejercicio artístico, aquel término necesita una clarificación que no debe quedar solamente enclaustrada en lucubraciones teórico-lingüísticas, sino en la gama de filiaciones de lectura comparada que los poemas dan unos de otros: una especie de pantextualismo que no renuncie al asombro ingenuo, al placer asociativo ni a la genealogía que los propios poemas pudieran suscitar.

En mi parecer, ahí se da la otra faz de aquel diálogo exploratorio y que, creo, cada uno de los que pretendemos asumir este oficio con su exigencia y sencillez, debe tentar a su modo y con las posibilidades de talento que le fue concedido.

En definitiva mi lectura de Rosamel del Valle, Humberto Díaz-Casanueva y Eduardo Anguita, significa atisbar la aventura individual que permita crear la búsqueda de elementos expresivos, pero también la responsabilidad de situar aquella lectura con no sólo el quehacer que uno intenta, sino con una génesis que, si bien, tal vez no nos devuelva la plenitud de una memoria desgarrada, al menos sea propicia para su advenimiento fragmentario.

Creo que en todo esto radica cierta fidelidad que se instaura como promesa aún no adivinada y que es invitación permanente a tentar en otras lecturas. Porque justamente el acercamiento constante (diría amoroso, es decir, con plenitudes y desiertos) a lo que estos tres poetas representan, viene a ser, en mi historia personal de lectura, el continuo escarbar en otros autores leídos desde la adolescencia y a los cuales se les abren, en mí, hoy por hoy, las puertas de una comprensión que ha ido ganando en significados. Cambia la posición de los astros, el universo se expande y lo que desdeñaba como efusión sentimental cobra nuevo aliento. En este sentido la relectura de Rubén Darío durante mis preocesos actuales de escritura es la sorpresa mañanera más excitante que implica el sí fluvial al placer encarnado en formas casi perfectas. Porque en Darío es evidente la consumación del goce artístico per se, presente analógicamente, dentro de mi percepción, en el Rilke de Los Nuevos Poemas , en el oscuro decir del Novalis del quinto himno nocturno y en la lira órfica tañida por Rosamel del Valle. Esta amalgama asociativa no sé hasta dónde encuentra su consolidación en lo que escribo. Pero indudable es que el giro hacia "atrás", yendo desde lo actual hasta la figura de Darío posee implicaciones que necesariamente uno se plantea de continuo en su ejercicio particular.

Así quizás es posible intentar/tentar una genealogía y trazar un mapa del fundamento primigenio que es interrogante abierta una y otra vez. Una interrogante que concluye hasta este momento, en nuestro desarrollo, en la enigmática figura, para mí al menos, del poeta de Azul .

No poseemos el poder adivinatorio para saber cuáles serán nuestras fidelidades futuras, ni mucho menos si tendremos la entereza de aceptar con sencillez, el llamado de la Poesía con todo lo problemático que ello implica como conducta.

Apostamos por una presencia que se exterioriza como ausencia : nos resta algo muy humilde, extender un diálogo exploratorio con nuestros poetas del pasado y leerlos en su exigencia presente. Tal vez ahí se encuentre la clave para atisbar un futuro que se muestra como incertidumbre permanente

 

 

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