El nombre de la ciudad, el nombre que es origen y fundación, procede de un núcleo intraducible. La ciudad, como la dama de la tradición, es una señora de lejos. Y la ciudad es también el acento viril de las batallas y el rumor de las máquinas y la voz del narrador y el suelo y la protección, el desaliento, la vigilia y el dominio que se da el hombre. Pero es siempre extranjera. Trelew, en la versión de Marcelo Eckhardt, es objeto de un asedio múltiple, infinito. Relato y ensayo, historia y novela, Trelew va una y otra vez del tono testimonial y la invención , de la memoria del pasado al acontecimiento de lo nuevo, de la interrogación de la mirada al cruce de las voces. Prueba que la ciudad engendra todavía un modo de narrarse, un modo aún de pasar a la literatura. Que la ciudad intraducible es, de entrada, la traducción de un escritor. Que la ciudad, como el desierto, es materia literaria. Trelew, de Marcelo Eckhardt, se incribe en una larga conversación argentina: el choque deliberado entre los ritmos del ensayo y la prosa narrativa. Trelew sabe que el valor de una literatura nueva no es asunto de la actual feligresía publicitaria.

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