Universidad de Chile

BORGES Y SUS FRONTERAS (CIVILIZACIÓN Y BARBARIE EN LA LITERATURA ARGENTINA DE FIN DE SIGLO).

por Marcelo Eckhardt

Escritor y estudiante de pregrado de la Universidad de la Patagonia, sede Trelew, Chubut, Argentina.

 

En un libro de teoría sobre las fronteras, Representaciones inestables de Alejandro De Oto, escrito desde (este) otro lado del límite, en lo bárbaro, aquí (allá) en Trelew, se narra una situación extrema: en medio de una guerra, allá (aquí) en Pakistán, en otro territorio, también bárbaro, se delimita una nueva frontera; tarea común para un armisticio acorde con determinada relación de fuerzas militares y políticas pero, en esa (esta) zona emergente, hay un manicomio y, ambas partes de la contienda, no saben en dónde ubicar a sus locos. Y otro relato nos brinda el joven teórico del desierto: un perro queda entre dos fuegos y obviamente, muere acribillado, acusado de ser fiel a ambos lados contrarios. La nueva literatura argentina es como aquel (este) perro y como este (aquel) loco. Está hecha de narraciones y de poemas entre dos fuegos, dos territorios en conflicto. El valor, su valor reside no en sus formas y sus temas sino en las ubicaciones; dónde, entre qué, opuesta a, hacia, bajo, sobre. La respuesta de De Oto a esta dicotomía vetusta, hasta absurda aunque eficaz y funcional, es el nomadismo pleno, es irse continuamente, borrando límites, ahondando diferencias; pero así como des limitar es una fuga de redes sin centros, la limitación que hace a la frontera un hecho histórico y un valor político aplicable, en función pues se acata y se cumple, también está hecha de redes discursivas (tan intrincadas y sutiles como las del territorio). Y ya es tarea de las fuerzas sociales que hacen la historia, la guerra, la colonia y la conquista, la revolución y la reforma, cambiar los cánones, los valores, los límites y las fronteras; cuando se terminan los discursos comienza la utopía, no antes.

Existe un trazo histórico, hecho de textos pero su base es de sangre seca y enterrada. Esa línea es la que separa a la civilización de la barbarie, ya sea como conjunción o como exclusión. Y se produjo literatura alrededor de esta fuerte demarcación.

Martín Fierro besa la tierra cristiana, cuando vuelve (se va) de la tierra india pero no se sabe en dónde comienza y en dónde termina; los personajes ácida mente habladores de Adán Buenosayres cruzan el tablón de la zanja histórica para deslumbrarse con el gliptodonte mítico. Aira sí construye una ciudad bárbara, plena mente cosmopolita. Perlongher inicia el éxodo de la capital que no fue (se viene), hacia Viedma. Viñas es uno de los autores que llega lejos en la situación de frontera: su libro, Indios, Ejército y Frontera es una zanja textual, una última trinchera pero Borges, una vez más Borges, reflexiona en algunas narraciones sobre la frontera, sobre el límite, sobre la conjunción de la civilización, de la barbarie. Lo hace desde su percepción estética pero, sugiero, le importa más su ubicación porque él, recordemos, quería ser el escritor occidental más argentino del universo. Y lo logró, pero, cómo?

En 1939 se le ocurre registrar a Borges la frontera entre Buenos Aires, la ciudad, Argentina, su patria y el sur, lo bárbaro, la pampa, lo otro, en plena urbe:

Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia. Dahlmann solía repetir que ello no es una convención y que quien atraviesa esa calle entra en un mundo más antiguo y más firme. (526)

Con esta sencilla división, lograba desplazar la civilización y la barbarie (trabajada así, por ejemplo, en Una Excursión a los indios ranqueles de Lucio Mansilla) y la civilización o la barbarie (ejecutada en la conquista del desierto por Roca y sus secuaces), hacia el ámbito literario, negando cualquier particularidad que huela a color local, a regionalismo:

Quiero señalar otra contradicción: los nacionalistas simulan venerar las capacidades de la mente argentina pero quieren limitar el ejercicio poético de esa mente a algunos pobres temas locales, como si los argentinos sólo pudiéramos hablar de orillas y estancias y no del universo. (271)

El fin de Borges era convertir a su literatura en una cuestión universal, plenamente occidental, causalmente accidental. Lo logró. Pero tuvo que deshacerse de ese costado incómodo e impresentable de la tradición denominada bárbara, popular, criolla, india, mestiza. En realidad, todos aquellos escritores argentinos que desearon trascender en el mundo de las letras occidentales tuvieron que realizar malabarismos ideológicos y estéticos en sus obras y en sus teorizaciones poéticas para desembarazarse del problema, de esa zona prohibida y negra, esa frontera de sangre, de violencia, de olvido y de venganza. Uno de los últimos en verificar la potencia de la dicotomía centenaria fue Cortázar pues, tardíamente, intenta conciliar las zonas de la denominada barbarie histórica con las de la civilización europea (paradójica mente, era (o es?) proclive a comprender y a ayudar las manifestaciones violentas del subdesarrollo) con su malogrado Libro de Manuel; malogrado en el campo intelectual rioplatense de 1973. Entonces, su valor literario fue dura mente cuestionado por una joven rebelde (la Dujovne) que, ahora, escribe sobre Evita desde París.

Hasta el relato de Saer, donde se discute sobre la zona, sus alcances y sus límites, los escritores argentinos no han hecho más que trazar el mapa de la literatura, de sus límites y de sus exploraciones en el espacio de los discursos y de las escrituras en la historia social y cultural del país. Si durante el siglo XIX, los escritores realizaron verdaderas incursiones en el ámbito de lo bárbaro para conformar obras maestras de la literatura rioplatense (El matadero, Facundo, Una excursión a los indios ranqueles) es ya en pleno siglo XX, cuando empiezan a delimitar pequeñas zonas, terrenos en el campo de la denominada civilización; algunos, como Borges o Walsh, para suprimir la diferencia entre la barbarie y la civilización, entre el centro y la periferia interna.

Borges no va a narrar, nunca, desde lo bárbaro. Lo bárbaro como problema estético, bárbaro, pero no como situación. Borges lo sabe, obvio, lo capta, percibe al bárbaro amando la ciudad, a la inglesa tomando sangre caliente. Y hace literatura excelsa. Desde la barbarie, no corresponde la labilidad de lo fatal porque se responde a un trayecto, a una acumulación de experiencias. Acá es importante la idea de Walsh cuando reconstruye el fusilamiento en el basural de León Suárez; las víctimas responden a toda la experiencia acumulada y, sin embargo, algunos yacen atónitos y se rinden sin luchar. ¿Son aquellos que no tienen historia por hacer? Borges, se sabe, da una respuesta literaria: sugiere el destino, único e irrefutable, hecho. Walsh propone algo nuevo, bárbaro: los que tienen historia por delante, por cambiar y transgredir, son los que atinan a responder, a la audacia y a lo impensado. Troxler es el sujeto narrativo (personaje en el relato de Walsh y en el guión de la película, 1971; él, allí, desempeña su propio papel) e histórico (peronista revolucionario) en esta nueva percepción literaria: Julio Troxler se ha escondido en una zanja próxima. Espera que pase el tiroteo. Ve alejarse los vehículos policiales. Entonces hace algo increíble. Vuelve! (105). Operación Masacre está escrita desde la zona bárbara: Lo que ocurrió a partir de entonces es todo un capítulo en la historia de nuestra barbarie, (117). Walsh lleva la frontera a los suburbios (reales, no los poéticos de Borges), pero este traslado está sostenido por las fuerzas históricas, no literarias.

Otros, por el contrario, como Marechal o Arlt, (corren el límite de la civilización hasta los bordes de la ciudad; gesto contrario aunque complementario al de Borges), para definir una zona típicamente periférica y urbana. que, años más tarde, serviría para tender los puentes entre dos nuevas zonas, la rioplatense y la europea, como lo establece Rayuela de Cortázar. Precisamente, este escritor cosmopolita, intenta crear dos lados (la civilización periférica en Buenos Aires: desde acá y la civilización central en París: desde allá) para comunicarlos y anular toda pretensión de localismos o nacionalismos que perjudiquen el deseo de trascendencia de fronteras. Una de sus ideas es reflejarse en la universalidad del jazz:

y así va el mundo y el jazz es como un pájaro que migra o emigra o inmigra o transmigra, saltabarreras, burlaaduanas, algo que corre y se difunde y esta noche en Viena está coantando Ella Fitzgerald mientras en París Kenny Clarke inaugura una cave y en Perpignan brincan los dedos de Oscar Peterson, y Satchmo por todas partes con el don de ubicuidad que le ha prestado el Señor, en Birmingham, en Varsovia, en Milán, en Buenos Aires, en Ginebra, en el mundo entero, es inevitable, es la lluvia y el pan y la sal, algo absolutamente indiferente a los ritos nacionales, a las tradiciones inviolables, al idioma y al folklore: una nube sin fronteras (…) (87)

Rayuela es una gran síntesis de las estéticas en uso; se propone como una ciudad metáfora con mil salidas y mil entradas. Y un puente entre dos imaginarios culturales, el europeo y el rioplatense. Es esta novela un artefacto estético sofisticado y casi imbatible, salvo que la historia, la maldita historia estalle. Pero es otro libro, pequeño y humilde, para nada pretensioso ni universal, el que coloca todo de otra manera. Me refiero a Operación masacre, que empieza a delimitar esas zonas vaciadas y vacías de los genocidios por venir y también de los acaecidos a principios de siglo. En plena zona de la barbarie, plantea la situación histórica de una nueva forma: la barbarie es constitutiva de los denominados civilizados. Es decir, de nada servía, abrir un puente entre las divisiones periféricas y centrales de la civilización pues la historia colocaría, taxativa y determinante, a la dicotomía civilización o barbarie de forma brutal y frontal en el centro de la escena política moderna. De ahí el intento desesperado de El libro de Manuel de Cortázar, proyectado del centro civilizado hacia la zona de conflicto histórico; y de ahí su estrepitoso fracaso, también.

Sin embargo, estas obras son marcas limítrofes para la literatura nacional. Hay otras obras, subterráneas, que trazaron, otra situación, otro mapa, otro país.

Una vez más, lo inestable restablecerá el límite entre la literatura argentina y el resto de las (otras) literaturas, más o menos bárbaras o nuevas; éstas, lábiles, no débiles (1), de (s) limitan esa zona, ex frontera o no lugar. Con todo, esta inestabilidad se produce en a/sintonía con los espacios o fuerzas históricas reales. El libro de Julio O. Dittrich, Buenos Aires en 1950 bajo el régimen socialista no pudo suponer la ciudad bajo el régimen peronista, tan fabuloso, en 1908, como cualquier proyección utópica. A/sintonía, disfunción, tono dual usado por Borges y por el joven Cortázar para construir un pasaje de intersticios, la ahora denominada hibridez cultural donde el tiempo del veedor (su tempo, su timing) y del narrador, del sujeto viajero, se condensan y se resumen en los desplazamientos.

El sujeto, entonces, pierde presencia, consistencia. Se relega en el relato:

Era un libro en octavo mayor. Ashe lo dejó en el bar, donde - meses después - lo encontré. Me puse a hojearlo y sentí un vértigo asombrado y ligero que no describiré, porque ésta no es la historia de mis emociones sino de Uqbar y Tlön y Orbis Tertius. (434)

La renuencia, casi renuncia de la subjetividad en pos del relato deslumbrante, resulta frecuente en las obras de ficción agrupadas en la narración utópica. De un lado, las estructuras del futuro vacío, del otro lado, los cuerpos y sus marcas históricas. No casual mente, el cuerpo aparece en la encrucijada, en el límite, en la frontera, donde lo bárbaro y lo civilizado se mezclan:

Este, mientras combatía en la oscuridad (mientras su cuerpo combatía en la oscuridad) empezó a comprender. Comprendió que un destino no es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva adentro. (560)

Borges, una vez más, presume que en la frontera entre la civilización y la barbarie, tan ficticia como el aleph, se halla, como en el aleph, una línea que contiene a todas las líneas divisorias o al enigma argentino. Es el dilema de Cruz (una voz hecha de cruces), su encrucijada y la de todos, reiterada en la secuencia histórica, como a Borges le gustaba:

Acaso las historias que he referido son una sola historia. (560)

En el cruce de estos dos mundos , dos modos de saber y de ver, dos historias, dos límites, es donde el sujeto se convierte, se ilumina, empieza a comprender: entiende su (la) historia. Puede ver/se:

A Tadeo Isidoro Cruz, que no sabía leer, ese conocimiento no le fue revelado en un libro; se vio a sí mismo en un entrevero y un hombre. (562)

Ese estado perceptivo precario, nuevo, abierto, casi continua mente, a esquemas originales para la narración, para la poética, se logra, en Borges, fiel a su idealismo (2), con la mente:

Imaginemos (este no es un trabajo histórico) lo primero. (557)

Lo primero era una derrota. Y en las derrotas se descubren las negaciones utópicas, las posibilidades históricas que no sucedieron, que no fueron. A Borges le seducía esa zona de nada y de vacío donde las voces de los vencidos podían brindar ficciones en contra de la historia absurda (argentina). Y también, claro está, las inventaba (recordar el relato donde el falso Perón velaba a la falsa Evita). Una excelente síntesis de la ideología de Borges es su frase en una nota de 1969:

sigo siendo, como se ve, un salvaje unitario. (790)

Ese era un lugar privilegiado para Borges, no tanto por la incomodidad que causaba sino por la vasta posibilidad narrativa y poética de su ubicación. Es el lugar ideal para hacer literatura argentina: hay historia, hay drama, hay sangre, hay olvido.

Borges escribe sus relatos en el límite ficcional e histórico de lo bárbaro y lo civilizado: de esta tensión, surgen algunos ángulos perceptivos de su narración (en Sur, El fin, Historia del guerrero y la cautiva). Su ubicación, in between (3), es alta mente ideológica, inestable y de peso histórico. Un fragmento de Historia del guerrero y la cautiva:

detrás del relato se vislumbraba una vida feral: los toldos de cuero de caballo, las hogueras de estiércol, los festines de carne chamuscada o de vísceras crudas, las sigilosas marchas al alba; el asalto de los corrales, el alarido y el saqueo, la guerra, el caudaloso arreo de las haciendas por jinetes desnudos, la poligamia, la hediondez y la magia. (559)

Repetido, no ya en el curso de siglos distintos sino, sencilla mente, desde el otro lado (acá) de la frontera, cambia todo su sentido, tal como ocurre con los fragmentos elegidos por Pierre Menard. La diferencia de lectura, producidas por el salto del siglo XVII al siglo XX, promovida en el relato de Borges, acá, en el límite entre desierto y urbe, tierra adentro y centro, se produce, aún hoy, en forma inmediata. El efecto de texto es simultáneo: lo bárbaro está detrás del relato, persiste, existe. Sarmiento ya había previsto esta coexistencia nefasta para el progreso lineal:

En la República Argentina, se ven a un tiempo, dos civilizaciones distintas en un mismo suelo: una naciente, que, sin conocimiento de lo que tiene sobre su cabeza, está remedando los esfuerzos ingenuos y populares de la Edad media; otra que, sin cuidarse de lo que tiene a sus pies, intenta realizar los últimos resultados de la civilización europea. El siglo XIX y el siglo XII viven juntos: el uno, dentro de las ciudades; el otro, en las campañas. (Facundo, 51)

Una vez más, debe aclararse que todo cambió, que el país, supuesta mente está integrado desde la constitución de 1856, que la conquista del desierto, que en la frontera se hace patria, que de la Quiaca hasta Usuahia pero esta (esa) franja entre urbe y desierto, civilización y barbarie, ficticia e ideológica, histórica e inusual, lívida, se mantiene, pervive. Todo está integrado y ahora globalizado pero las diferencias aún dividen.

El pasaje, franja o frontera denominada por algunos teóricos como in between, supone una nueva definición entre ubicación (perceptiva, estética) y situación; pues ésta, incluye el transcurso subjetivo, histórico, lo particulariza y atenta, seria mente, contra la idea de universalidad donde basta un solo sujeto, una sola poética, la misma y única biblioteca.

Referencias

Borges, Jorge Luis (1974): Obras Completas, Emecé, Buenos Aires.

Corázar, Julio (1984): Rayuela, Seix Barral, Barcelona.

De Oto, Alejandro (1997): Representaciones inestables, Dunken, Buenos Aires.

Sarmiento, Domingo Faustino (1982): Facundo, Ceal, Buenos Aires.

Walsh, Rodolfo (1982): Operación masacre, Ediciones de la flor, Buenos Aires.

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Notas

 

1. Inestabilidad que no debe entenderse como debilidad, sino como capacidad de establecer redes y condiciones dialógicas más allá de las propias fronteras. (De Oto, Alejandro (1997): Representaciones inestables, Dunken, Buenos Aires. 55) volver

 

 

2. Entre las doctrinas de Tlön, ninguna ha merecido tanto escándalo como el materialismo. Op.cit. 437. volver

 

 

3. Estar in between significa, entonces, aceptar, política y epistemológicamente, que siempre habitamos y producimos espacios inestables para las representaciones culturales. De Oto, 80. volver