Universidad de Chile

RE-ENCUENTRO EN TANGER.

Walter Hoefler

Universidad de La Serena.

"porque pensaba yo- la poesía para qué puede
servir sino para encontrarse"

(LARA, 1997 :37)

La escritura tiene principalmente un efecto de conjuro, desde captar la atención hasta evocar al otro, no es mucho más lo que pretendemos aquí, tratándose de un homenaje y un rescate parcial del crítico y novelista Eugenio Matus (1929-1997), quien publica en 1965 la novela Encuentro en Tánger. No tuvo esta novela una recepción ni entusiasta ni trascendente, pero ese mismo año John P. Dyson señalaba: "De los críticos más recientes, vale la pena señalar a Félix Martínez Bonati (1929) con La estructura de la obra literaria (1960); Eugenio Matus (1930), con su prólogo a Los milagros de Nuestra Señora (1956) y La técnica novelesca de Pío Baroja (1961), Mario Rodríguez Fernández (1933) con dos estudios ..." (DYSON, 1965: 105). A esto se sumaba que Matus había tenido una muy valiosa participación en la confección de textos de estudio y de los programas de la reforma educacional cubana en 1961 "con permiso sin goce de sueldo de la Escuela Militar de Chile" que, como previendo dificultades, anotaba él en un currículum. Estas vocaciones dobles o triples: creador, crítico y administrador son frecuentes en Chile. Pero ¿qué proyecciones tiene esta novela, aparte de la coartada de un reencuentro con el maestro y amigo? No es de lectura compleja ni tiene una propuesta experimental, me temo incluso que algunas afirmaciones acerca de ella, parezcan derivaciones de un causalismo ingenuo, transformaciones críticas de una experiencia obvia. Creo que se dan en ella las opciones iniciales de un escritor de la generación del cincuenta, los efectos de una adhesión barojiana traducidas a una propuesta novelesca afín, los conatos de una novela de formación, el peregrinaje a un topos literario soslayado por la literatura chilena, sospecho además una lectura admirativa de Hijo de Ladrón, tanto como de Camus, leyéndosela como un homenaje al escritor galo, de ancestros españoles, nacido en Orán.

En 1965 se perfilaban clausuras y aperturas de procesos latentes en nuestra sociedad. No habíamos terminado de salir de una las más profundas situaciones confrontacionales como lo fue la crisis de los cohetes que instalados en Cuba, ratificaran pasajeramente el liderazgo kennedyano y ampliaran transitoriamente los cotos expansivos de la Unión Soviética. A nivel de procesos literarios se discutía la crisis de la novela chilena, se preanunciaba el boom latinoamericano, la estilística como doctrina de análisis se batía en retirada o se fortalecía por los aportes del estructuralismo kayseriano o el desarrollo del estructuralismo francés. Los sociologismos cuestionaban el "close reading". "La revolución en libertad" le hacía el peso a la "revolución cubana". Este gran escenario ideológico, tanto político como cultural, incide a su manera en el entramado singular de esta novela. Problemas todavía hoy latentes confluyen acumulativamente en ella: testimonio y ficcionalidad, experiencia beatnik, el existencialismo y los orígenes de la generación del cincuenta, novela y literatura de viajes, la creación de una toponimia emblemática como lugar de culto literario o como fuga de la experiencia mundana.

"MI PERSONAJE LITERARIO PREDILECTO POR ESE TIEMPO ERA SILVESTRE PARADOX"

Anota Ricardo Larenas, ese actante-personaje que, como su mentor literario, había terminado un doctorado en Madrid y se procuraba ahora un trabajo algo inverosímil en el mundo magrebínico. No se disimula cierto carácter de "roman a clef" barojiano, el guipozcoano había visitado el enclave marroquí como corresponsal de guerra, el personaje que lo contrata o le ofrece un trabajo a Larenas se llama Uribe Arteaga, y es médico, compartiendo rasgos onomásticos del patrocinante de su memoria de prueba, el profesor de la Universidad de Chile Juan Uribe Echeverría. El género elegido, desde su propuesta titular hasta su argumento, corresponde al modelo favorito de don Pío. La novela se convierte así en alternativa vital, discurso paralelo que reproduce vivencias barojianas, una alternativa a esos trabajos más académicos que Matus reiterará con insistencia admirativa a lo largo de su vida. La propia onomástica del personaje central, entre casual y alegórica, reproduce los procedimientos. El narrador matusiano, como el barojiano, juzga y prejuzga (TRIVIÑOS, 1988: 7-8), aunque es menos tajante y se reserva cierto optimismo hasta ciertos consuelos: "Qué rebosante alegría me producía el ambiente animado de esta calle, con sus tenderetes llenos de baratijas, su multitud bulliciosa." (MATUS, 1965: 17) También su adjetivación es más parca, menos rotunda y matizada, reiterativa: " Mi abuelo contaba historias chuscas, esas inocentes historias chuscas de los caballeros de pueblo..." (MATUS, 1965: 63).

Por último, la proyección peripatética de esta novela secunda los ritos de algún "camino de perfección". "Baroja no llega a la literatura por imperativo estético, sino para satisfacer una necesidad psicológica o personalísima" (MATUS, 1972: 9). Esta afirmación es soporte teórico y objetivo de la estilística, doctrina y práctica de la lectura literaria a la que Matus adhiere, aunque no explicítamente, corroborada en esta constatación respecto de Baroja.

DESDE O HACIA CAMUS.

El existencialismo francés formaba parte del horizonte cultural de la postguerra. Su recepción es acusada en todos los países de occidente, pero en especial en aquellos que permanecieron cerrados, encerrados en una suerte de paranoia ideológica, como lo fueran Alemania (BOLLNOW, 1965: 11-52) y España. Sospecho que Camus más que Sartre fue lectura obligada y que se trasunta en esta ambientación norafricana, en la proyección de cierto compromiso del personaje, pero ante todo en el hecho de hacerlo actuar como parte de su proceso de definición. Esto explica la atenuación de la proyección alegórica de la onomástica, aunque algunos de sus personajes no dejan de representar también opciones nacionales, determinados levemente por sus orígenes históricos. El existencialismo podía además ser compatible con el psicologismo o el personalismo básico de la noción estilística de la literatura y que Matus ratificará mediante una cita de Simone de Beauvoir: "cuando leo un libro, un libro que tiene importancia para mí, alguien me habla; el autor forma parte de su libro; la literatura comienza en ese momento, en el momento en que escucho una voz singular." (MATUS, 1972: 20)

La disposición existencialista de Ricardo Larenas es uno de sus rasgos tópicos: "¿Qué hacer? No podía evitar que a veces me acuciara el problema del sentido que debía dar a mi vida. Iba a pasar la vida papando moscas en Madrid, evocando mis lecturas de Baroja o de Galdós, o imaginando cosas que debía escribir y que nunca escribía? Iba a cumplir ya veintisiete años, y no había hecho nada todavía en mi vida que valiera la pena, aparte de alcanzar un diploma de doctor en Filología Románica, que más bien me avergonzaba, porque no tenía mucha seguridad de merecerlo." (MATUS, 1965: 23). Sin duda que el sentido de la vida se busca aquí más allá de esos logros que podríamos llamar burgueses o convencionales, que lo que aquí se traza es una perspectiva singular de ruptura voluntarista, al mismo tiempo que no se busca confirmar una ficcionalidad o reafirmar la autonomía respecto de su gestor real. Este individualismo o personalismo, sugerencia de un compromiso distinto, no enunciado, ratifican también un pacto narrativo psicologista o personal, conforme al modelo de la novela de aprendizaje.

A nivel actancial, al implicarse Larenas en los negocios de Uribe Arteaga, que abastece con medicamentos a los revolucionarios argelinos, se va a vincular con dos personajes que representan la causa árabe, uno mayor, es Hassan, marroquí, el chofer; el otro es Hamet, un muchacho argelino que retorna a su país para vengar la muerte de su padre en el contexto de una confusa conciencia política y el sentimiento personal de revancha, lo que quizás reproduce afanes del propio Larenas. Esta aventura o tarea queda inconclusa, enunciada a partir de la visión de la ciudad de Orán, centro de la topografía personal y literaria de Albert Camus: "A primera vista Orán es, en efecto, una ciudad como cualquiera otra, una prefectura francesa en la costa argelina y nada más." (CAMUS, 1983.11)

Pero bastaría además con seguir algunas de las pautas caracterizadoras del existencialismo que da Grevillot (GREVILLOT,1973) para seguir adscribiendo la novela matusiana a una suerte de línea casi ortodoxa. Repárese que la idea de contingencia, de la movilidad del ser humano, las limitaciones de la razón, la soledad, la alienación, el tema de la nada, de la conversión personal, el compromiso o el tema del otro son también motivos de ella.

Amistades y complicidades

Las amistades narrativas a menudo son binarias, una pareja permite desarrollar con mayor intensidad los matices de una amistad o de una complicidad. En la literatura proliferan estas parejas antagónicas, imagen de los desdoblamientos de la conciencia o de un maniqueísmo esencial. En esta novela se nos ofrecen ambos tipos de relaciones enunciadas pero agrupadas en una suerte de tríada. En ellas predomina la diversidad de origen, aunque nexo común de ambas sea el personaje central y de contacto: Ricardo Larenas. La amistad es con un español, Nicolás, y un norteamericano, Harry, nacionalidades que tienen nexos causales y verosímiles con el mundo tangerino: los españoles por su proximidad, los americanos por su vocación de aventuras, reducidas a una fórmula que Paul Bowles atribuyera derivada o eufemísticamente a W.Burroughs, que lo que atraería de Tánger serían: "Kashbah, kiff and kids". No es este el caso aquí, los alcances de las visitas son relativamente inocentes y concluirán probablemente en compromisos convencionales. La complicidad con Hassán y Hamet muestran como coincidencia el origen árabe y como divergencia la edad y las motivaciones: Hamet actúa por razones personales fundadas, Hassán simplemente por necesidad. El joven proyecta así un sentido voluntarista, el viejo se somete al peso de la tradición y de la necesidad. No dejará de llamar la atención que estas dos tríadas, basadas tanto en la amistad como en la complicidad, se pueden parangonar con las relaciones que existen en la gran novela de Manuel Rojas, Hijo de ladrón,(ROJAS, 1951) donde la tríada en torno a Aniceto Hevia representa también una cierta opción, pero que además se juega allí, según la interpretación de Jaime Concha, la proyección profana anarquista en torno a las figuras religiosas del crucificado y sus dos acompañantes. Sin olvidar tampoco la onomástica vasca de uno de sus personajes: Echeverría, o la alternancia de nombre y gentilicio en el caso de otros: El Gallego. Esta analogía apunta a la latencia probable de una lectura trascendente de la novela de Rojas, única novela rescatada por los detractores de la calidad de la novela chilena, y cuya analogía ideológico-religiosa se palpa en la conciencia posible del narrador o del hablante implícito de Encuentro en Tánger. Es en sentido amplio su texto modelo.

Otra tan difícil juventud

No queremos aceptar acríticamente el automatismo cronológico del método generacional. En el caso de Matus quizás sea su infancia provinciana, había nacido en Quillota, y luego la decisión académica la que lo aleja, como a Armando Cassigoli, de una relación más estrecha con la generación del cincuenta. Esa que ha sido ratificada, más que por el ánimo y entusiasmo publicitario de Lafourcade, por el no menos polémico discurrir de la ponencia de Giaconi de 1958, recogida como prólogo a su Una difícil juventud (GIACONI, 1970: 9-17). Se han decantado algunos de sus valores; se clarifican sus designios de clase, no siempre ligados a una suerte de pseudo-aristocracia, jugando más bien irónicamente con una noción de caballero (Edwards, Uribe), se han muerto también no pocos de sus representantes más destacados: Donoso, Heiremans, Lihn, Lazo o Teillier. No pretendemos sumar a Matus, inscribirlo en una quizás inútil pertenencia, destacando que él tampoco figuró en algún listado, salvo en una referencia del poeta Barquero. (BARQUERO, 1972: 81): "Como he ido cayendo en un impensado ritmo de crónica, nombraré con rapidez. a tantos participantes de entonces: Armando Cassígoli, Fernando Pezoa, Gonzalo Soto, Teillier, Vulliamy, Luis Diharce, Omar Ramírez, Helio Rodríguez, Teófilo Cid, Teresa Hamel, Ester Matte, Bonatti, Escamez, Carlos Martner, Sergio Bravo, Rocío Rivera, Eugenio Matus, Alberto Rubio, Jorge Edwards y otros. "Con algunos de estos compañeros íbamos dando "fogonazos" por las calles de Santiago, Valparaíso, Concepción, Chiloé, hasta las grandes horas del amanecer..." Muchos de estos personajes frecuentan también los círculos estrechos del poeta Neruda, como un contrapeso a una literatura de "barrio alto" y a otra "pituca" y "democrata cristiana" según apunta Jaime Concha (ALCALDE, 1971: 10), sobre la generación del cincuenta. Parece aquí remarcarse esta otra vertiente, algo más soslayada de la generación, respecto de su emergencia publicitaria, la operada por Lafourcade. Esta es una historia que se está aún escribiendo, conocida la aún incompleta versión de Donoso o las entre analíticas y anecdóticas referencias de Jorge Edwards, recordando a los más axiales.

Aunque comparte con ellos esto de posar los ojos más allá de las fronteras nacionales, un gesto anticriollista también. El volver los ojos hacia los problemas ideológicos, pero vistos a la luz de sus determinaciones familiares, esta mirada inquisitiva, pero privilegiando la experiencia de clase antes que la decisión ideológica o programática: "Asistía a las fiestas de las mejores famiilias, bailaba con las chicas encopetadas, a veces salía con mis amigos de parranda, parrandas muy moderadas desde luego, ya que todos éramos beatos; íbamos a veces en auto a Viña los domingos. No sé lo que costaba esto a mis padres; probablemente sacrificios, estúpidos sacrificios, inútiles sacrificios que me llenan de vergüenza ahora." (MATUS, 1965 : 64). También el apego a pautas existencialistas, la pregunta por el sentido de la vida; las resoluciones más culturales que linguísticas: Ricardo Larenas y no Ño Pedro; el voluntarismo personal predominando por sobre las determinaciones del ambiente, la influencia de las claves formativas: validez de lo leído por sobre lo vivido, y que se mantienen latente como conciencia culposa.

Difiere por cierto esta novela por su fuga hacia el exterior, este viajar a Tánger, como un cambio abrupto de escenario respecto de lo que era la práctica de los novelistas del cincuenta que se abocan a una focalización intensa, cuando no grotesca de episodios o experiencias familiares y de clase. Los antecedentes familiares de Larenas son dados en el relato bajo el pretexto de un requerimiento de Nicolás, el español, y que Larenas desarrolla entonces contando su origen y sus opciones tempranas. (MATUS, 1965: 61-93).El héroe aquí está en fuga, al mismo tiempo que en una búsqueda, combinándose requerimientos de una pseudonovela de acción, de una novela de formación, pero también de peregrinación a ciertas fuentes y fórmulas de la novela y de la vida barojianas, casi como una respuesta mecánica a sus claves formativas, siendo esto factor tácito en la obra.

Sugerente podría ser el cotejo con la novela de Miguel Arteche, La otra orilla (ARTECHE, 1961) para diagnosticar, establecer diferencias en las opciones literarias. Jaime Concha despacha algo despectivamente la presencia de Arteche en España, dada su condición de representante oficial del gobierno chileno ante la "democracia" de Franco, como si esto implicara adhesión. (ALCALDE, 1971: 10) Podría decirse lo mismo de Matus, aunque él optara por ir a estudiar a España. Ambos viven ese proceso de apertura de la dictadura española, de 1950-1970, más o menos, dada la necesidad de hacerse el país atractivo al turismo europeo y norteamericano, su principal entrada. En la novela de Matus los personajes españoles se definen principalmente por su relación con el regimen franquista, matizando entre la oposición de izquierdas y la carlista, en la novela de Arteche, se daría una relación más frívola, ya que sus personajes chilenos: Sebastián y Mónica, comparten la experiencia con otros europeos en torno a las modalidades del turismo y en virtud de esto se relacionan con el mundo español, pero esto no impide mostrar una visión en escorzo, no política, pero vivencial, de uno que otro habitante de la península, aunque la visión tienda a veces a hacerse pintoresquista y convencional, amenguada apenas por una que otra referencia a las gestas históricas legendarias. La novela de Arteche sigue un poco el patrón pavesiano o de las novelas de Luis Goytisolo, dada también cierta morosidad y un cierto lirismo, frente al patrón barojiano, sea de la novela de formación o la de aventuras, en el caso de Matus. Amboas comparten eso sí, una práctica narrativa, secundaria respecto de la lírica en Arteche, respecto de la crítica o de la ciencia filológica en Matus.

Con Shir entre el zoco chico y el zoco grande

Fue Augusto D’Halmar, el primer literato chileno que ambientó alguna de sus obras en el norte africano, precisamente en Egipto, al menos podemos señalar que es él el antecedente más remoto de una ampliación de la topografía imaginaria chilena. Pero su obra La sombra del humo en el espejo no es precisamente una novela, sino un "libro de viajes" (D,HALMAR, 1959: 15). Para cumplir con una función mediadora introduce un cicerón: El Sahir viene a ser el guía o contraparte complementaria del narrador, un narrador testimonial que se identifica con el autor y no un narrador con una propuesta simbólica o proyectiva, novelística. D’Halmar es el responsable mayor de la emergencia en la literatura chilena de un cierto exotismo orientalista, aunque limitado a la cuenca mediterránea fundamentalmente. Matus, dada su experiencia, residió en China como profesor de lengua, pudo haber ampliado el registro, pero se limitó significativamente a éste, que permite inquirir en la impronta árabe de la cultura española, pero que además se había transformado en un enclave internacional, políticamente alternativo, escenario asordinado de los conflictos europeos o internacionales.

"Casbah, Kiff and Kids".

Encuentro en Tánger coincide simplemente con la atracción que Tánger ejerce en especial sobre toda una generación de autores norteamericanos. Aunque se perciben en su textura señales que apuntan a una afinidad explícita en términos de las experiencias referenciales de esos autores que como resume la fórmula atribuida a Burroughs: ("Kashbah, kiff and kids"), consiste en la atracción de lo exótico, la cultura árabe, manifestada en ese rincón emblemático que es la Casbah. En la novela parece querer evitarse el pintoresquismo excesivo y el escenario se define a partir de elementos sustanciales, de esos lugares referenciales centrales como son los Zocos, la alusión al calor: "El sol me empezó a molestar. No llevaba sombrero y sentía el cráneo al rojo. Procuraba caminar apegado a las paredes por la franja de sombra." (MATUS, 1965: 38), pero la llegada a la ciudad se atribuye a la casualidad, resultado de una determinación secuencial: "Me llenaba de entusiasmo también vivir en Tánger, en esa ciudad llena de sorpresas y de contrastes, a la que quizás no habría llegado nunca de no haber sido por ese casual encuentro con el doctor Uribe Arteaga." (MATUS, 1965: 95). En una ocasión surge en un diálogo la alusión al "kiff", aquí "kifi":

"-Esos están fumando kifi, dijo Nicolás.
Observé con curiosidad a los tipos...........
-¿Has fumado tú kifi alguna vez? – le pregunté.
Sí, algunas veces. No le encuentro nada de agradable, pero a los moros les gusta." (MATUS, 1965: 106-107) . Significativamente el amigo norteamericano se mostrará interesado:
"Harry iba interesado por el kifi. Le preguntó a Nicolás dónde podría comprar una pipa." (MATUS, 1965:107).

Larenas se desentenderá completamente, aunque la narración haya pulsado la opción, no la ignora. De la misma manera el tercer término de la fórmula de Burroughs parece también estar en los umbrales de la conciencia perceptiva y moral de Ricardo Larenas y que tiene que ver con una latente oferta de jóvenes moros ya a la llegada de Larenas al hotel, aunque el narrador lo soslaye atribuyéndolo a la curiosidad que despierta su búsqueda del doctor Uribe Arteaga:

"En el cuarto de recepción, en un escaño, había un moro. Un jovencito francés, de ojos claros, nariz fina y modales afeminados, me saludó con amabilidad.

-¿El muchacho viene con usted? –me preguntó.
Me volví, y vi en la puerta, sonriendo, al morito del fez rojo.
- No –le dije -. Vengo solo." (MATUS, 1965:10)

Pero tampoco parece excluirse la variante de la oferta heterosexual, la de la prostitución o de la seducción de adolescentes:

"El grupo de moras se alejó de mí lado y se internó en el zoco. La morita joven iba en medio de las demás. Al salir de la zona de sombras, el sol cayó sobre sus vestiduras blancas encendiéndolas, llenándolas de una luz radiante que dolía en los ojos. Cuando iban lejos, observé que la morita volvía de súbito la cabeza. Instintivamente avancé hacia ellas..."

Pero luego, como deteniéndose en el umbral entre la atracción y la distancia, el narrador se pregunta como autocensurándose y disolviendo la situación en un aparente sin sentido:

" ¿Qué estupidez era ésa? ¿Qué iba a decirle?" (MATUS, 1965: 37).

Aunque Matus no hiciera explícita alusión a los autores norteamericanos que por entonces visitaban Tánger no omite la mención de estos lugares comunes de su atracción y que a la distancia adquieren hoy un carácter cada vez más legendario y a la vez preciso.a través de la recepción de escritores nativos. Así el tunecino Hassouna Moshabi, al presentar a su colega marroquí Mohamed Choukri señala:

"Tánger no es comparable a ninguna otra ciudad árabe, quizás con Beirut antes del asalto de las hordas oscurantistas; o con Alejandría, como la describe Lawrence George Durrel. Pero esta Alejandría –majestuosa y misteriosa como Justine- es ya un mito, como las viejas ciudades del Yemen. Las restantes ciudades árabes está vueltas sobre sí mismas, dogmáticas y cerradas. Tienen la dureza de familias autoritarias. Te exigen vivir conforme a sus reglas, porque creen que les perteneces en cuerpo y alma. Semejan mujeres envejecidas que sólo se empeñan en atraer a amantes y admiradores todavía en torno a sí. No así Tánger, desde el primer momento se ofrece orgullosa y distante. Tienes la sensación que levanta su cabeza como una princesa que estira su cuello de cisne hacia Anadalucía como si quisiera decir: "Córdoba, Granada y Sevilla no están perdidas." Otra sensación tienes cuando contemplas ese lugar donde el airado Atlántico se topa con el suave Mediterráneo. Te parece como si Tánger en ese momento te dijera: "soy el ombligo de la historia" (MOSHABI, 1987: 67).

¿Qué buen lugar entonces para proyectar una historia de formación, de definiciones, de compromiso, donde proyectar sentido, sino en ese centro presunto de la historia?

Porque en Tánger, continúa Moshabi, "están también presentes las huellas de las grandes aventuras que la humanidad emprendió desde comienzos de su historia", además que fue visitado o vivieron breve o largamente en él: Gide, Wilde, Kerouac, Burroughs (BURROUGHS, 1980), Ginsberg, Genet, Janet y Paul Bowles (ALAMEDA, 1990: 26-33) y (RADDATZ, 1988: 41), todavía hoy su habitante más emblemático. (BOWLES, 1993). Alfred Hackensberger agrega: "En Tánger, desde 1923, zona internacional, daban españoles, franceses, ingleses y norteamericanos el tono. La policía marroquí no podía cargarles nada. Sea embriaguez excesiva, ocupaciones picantes como la atracción por jóvenes, prolongadas visitas a los burdeles, exceso de drogas y de fiestas mundanas. Tánger ofrecía todo en exceso. Por eso no sorprende que la ciudad atrajera a dudosos visitantes: contrabandistas, agentes secretos, tratantes de blancas, ladrones y asesinos." (HACKENSBERGER, 1992: 22). Topografía propicia para la ambientación de una novela de aventuras o de algún thriller, al menos umbral sugerente de esta novela también.

Vidas Literarias

Cada capítulo anterior es una posible lectura. Encuentro en Tánger es así una encrucijada de sentidos, de proyectos, pulsiones u opciones que como lectores reconstruimos o proponemos: rescritura barojiana, novela existencialista, lectura admirativa de Hijo de Ladrón, alternativa del cincuenta, novela de formación, de aventuras o de viajes, inquisición anticipada o testimonio de otras experiencias literarias, contribución a la creación de un tópico y de una topografía simbólica. Esta variedad es a su modo también una realización crítica, una tipología puesta en práctica, pero la preocupación central de Matus tiene que ver con la literatura como forma de vida, aunque una vida calificada dentro de cierto realismo como menor, como precaria respecto de la vida real y efectiva. Su crítica parece proponerse desde la revisión de lo que serían los personajes si realmente existieran, como planteándose hipotéticamente una cierta precariedad, concediéndole a la literatura una cualidad de realización superior: "¿Cómo era la vida de don Quijote antes de volverse loco?" (MATUS, 1972: 205). La lectura, y por que no la escritura son formas de realización superior, de huir de las vidas chatas, rutinarias, inauténticas. Matus insistirá en que el personaje, o su intérprete mediador, el narrador, no lo hace perder la conciencia de la realidad, que la locura aquí es una forma de reacción crítica, es adaptarse o sumarse a una conducta aparentemente impropia para negar las formas de la alienación a que conduce una vida normal. Parece tratarse aquí de locuras conscientes, de lucha decidida contra el control social que denosta a la locura. Paradojalmente Ricardo Larenas es lo contrario, él parece bordear los abismos de la locura que se le presentan en la forma de lo exótico, de los paraísos artificiales de la droga o de las perversiones admitidas en el marco de una propuesta literaria como es la beatnik, pero a las cuales él, coetánea, anticipadamente se rehusa.

Para él las marcas verbales de una cierta locura son testimonios de su rehusamiento: "¿Qué estupidez era esa?", nos dice para rehuir los encantos de una sugerida seducción. O, frente al deseo de Harry, el americano, de probar el kifi por curiosidad, él se limita a registrarlo, no interviniendo con alguna opinión o manifestación volitiva. Su opción será la política, pero de una intervención al mismo tiempo vivida como en una novela de aventuras o de la decisión existencial de colaborar en la transferencia de las medicinas. Sus amigos se incorporarán a un ritmo normal: "Harry se casó una semana después"..."se dedicó con bríos al trabajo" (MATUS, 1965: 232) , "Nicolás seguía echado en la cama, bostezando." (MATUS, 1965: 233) Larenas en cambio: "En cuanto a mí me sentía tranquilo. No sabía con exactitud lo que haría en el futuro inmediato, cuando los viajes a la frontera terminaran; pero tenía una conciencia clara de lo que me correspondía hacer." (MATUS, 1965: 233) Una forma de resaltar aquello que el propio Matus llamará "esta actitud de idealización consciente de la realidad", de esta suerte de locura razonable, como un pequeño nicho de supervivencia, pensada como una forma de existencia literaria. De esta opción se desprende también una cierta preferencia por tendencias que admiten esta posibilidad de vida integrada en un marco explicativo como lo será el romanticismo crítico de Larra (MATUS, 1968 : 85-106) y también aquella literatura que refleja el mito de la autenticidad o de la identidad primordial, problema que a Matus le atrae como lo revela su lectura de Tala de Gabriela Mistral. (MATUS, 1988: 109-110). La vida académica no era para él una vida satisfactoria, auténtica, para usar esa palabra tan gastada del arsenal existencialista, de ahí que de vez en cuando incurriera en nuevas incursiones literarias (RIVAS, 1996: 3) o inventara un heterónimo y una bibliografía apócrifa, entre otras esos maravillosos "naufragios" del Capitán Cornelius, con ese náufrago que debió beberse los chuicos de vino con los que compartía una balsa para poder salvarse. No sé si sus cenizas, dispersas en el Pacífico, por expresa voluntad póstuma, serán "polvo enamorado", pero si flotan, presumo, entre el aire y la espuma de lo imaginario como instancias de salvación.

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