APUNTES PARA UNA TEORÍA DEL MARRANO

por Jorge Torres

 

Expresan algunos ensayistas que el castigo para algunos animales buscaba la expulsión y/o la eliminación de plagas dañinas, siendo los tribunales eclesiásticos los encargados de esta categoría de procesos. ¿La razón? Tal vez ello se producía porque la Biblia estaba repleta de tantos casos y desgracias de esta misma naturaleza y teniendo esta tradición, el poder eclesiástico conocía sobradamente cómo hacer justicia por cuanto en la mayoría de los casos se adjudicaba al demonio o a sus ayudantes las causas del mal. Dicen que el pueblo aterrorizado esperaba que sus sacerdotes combatieran la plaga "abominando o exorcizando al Espíritu Maligno".

En los casos de juicios iniciados a animales que "delinquían" en forma individual, estos eran llevados a juicio por tribunales civiles. Así como la mayoría de las víctimas correspondían a niños, jóvenes y hombres de distinta edad y género.

Se comentaba que los toros y los caballos observaban una conducta menos dañina, siendo muy raros los casos en que se sometiera a proceso a mulas y asnos. No obstante, se supo de gatos que en distinta época y circunstancia fueron llevados a proceso por haber dado muerte a algunos infantes.

En cuanto a la ejecución de delitos de menor cuantía, en algunos casos los animales podían evitar hasta la pena máxima. Este era el caso de una legislación existente en la isla de más al norte respecto de asnos que se introducían en dominios ajenos. En efecto, la primera vez se le condenaba al corte de una de sus orejas. En el supuesto de que el jumento se mostrara obstinado y reincidiera, procedían a cortarle la otra oreja.

Así entonces, no es de admirarse de un juicio efectuado en una aldea del norte, el que nos remitirnos a copiar a la letra:

El día de Santa Úrsula, Anno Domini, 1519, Simon Fliss, residente de Stilfs, compareció ante el juez y Alcalde de la comuna de Glurns y declaró en nombre del pueblo de Stilfs, que deseaba iniciar un proceso en contra de los ratones de campo, con arreglo por lo prescrito por la ley. Y como la ley manda que los ratones deben ser defendidos, solicitó a las autoridades se nombrase un defensor, a fin de que los ratones no tuvieren reclamo alguno. Se procedió a nombrar a Hans Grienebner, residente de Glurns y a confirmarle en él. Después de lo cual Simon Fliss nombró al acusador en representación de la comuna de Stilfs, cargo que recayó en Minig von Tarsch.

Se dice que este proceso duró mucho tiempo si tomamos en cuenta que la audiencia final tuvo lugar en 1520 "el miércoles siguiente al día de San Felipe y Santiago", según reza la crónica. El juez fue Conrad Spergser, capitán de mercenarios en el ejército del Condestable, y diez jurados más. Agrega el documento:

... Minig Van Tarsch, en representación del pueblo de Stilfs declaró que había citado ese día a Hans Grienebner, abogado defensor de los bestias irracion ales conocidas con el nombre de ratones de campo, después de lo cual el arriba mencionado compareció y se dio a conocer como defensor de los ratones. ... Minig Weitsch, residente de Sulden, fue llamado en calidad de testigo, y declaró que durante los últimos dieciocho años, acostumbraba a cruzar los campos de su comuna y que había observado los grandes daños producidos por los llamados ratones de campo en las cosechas de granos...

Otro testimonio:

Niklas Stocker, residente de Stilfs, atestiguó que se ganaba la vida ayudando en las tareas campesinas y que había visto a estos animales, cuyo nombre desconocía, causar grandes daños a los agricultores, lo que era especialmente constatable en la época de otoño, en la segunda siega...

Y así sucesivamente, se recibió el testimonio de dieciséis declarantes más, después de lo cual, todos ellos bajo juramento confirmaron sus dichos. Como dato curioso podemos agregar que el tribunal se abstuvo de interrogar a los campesinos de Stilfs, parte interesada, con lo que quedó demostrada su imparcialidad al elegir testigos independientes y sin prejuicios: dieciocho campesinos de la vecindad y un peón.

La acusación de von Tarsch en lo sustancial expresa:

...que los llamados ratones de campo han causado gran perjuicio a sus siembras y que si esta situación continúa y no se procede a la eliminación de estos dañinos animales, sus clientes no podrán pagar los impuestos y se verán obligados a irse a otro sitio.

El alegato de la defensa a cargo de Hans Grienebner expresa que:

... comprende la situación, pero es bien sabido que sus clientes también son útiles desde cierto punto de viste, pues destruyen larvas de algunos insectos, y por consiguiente esperan que el tribunal no les retire su protección. Si así no fuera, ruego al tribunal les dé a los acusados un lugar donde puedan vivir en paz y que mientras se muden, les proteja de perros y gatos; y finalmente si alguno de sus clientes estuviera embarazada, les conceda plazo suficiente para que dé a luz y pueda llevarse sus crías.

En lo que se refiere a la sentencia, ésta decretó:

... que las bestias dañinas conocidos bajo el nombre de ratones de campo, serán notificadas de abandonar los predios que ocupan en la comuna de Stilfs en el plazo de catorce días, prohibiéndoseles el retorno: pero si alguno de los animales estuviera en estado de embarazo, o impedido de viajar por su extrema juventud, se les concederá otros catorce días.

El tribunal no aceptó la sugerencia de la defensa en cuanto a proveer otro territorio para el establecimiento de los ratones: éstos debían irse donde quisieran o pudieran hacerlo.

Se ignora si los ratones de campo se enteraron de la sentencia.

De cualquier manera, en aquel tiempo la mayoría de los casos juzgados graves, correspondían a cerdos.

Por ello, el caso sobre el que quisiéramos llamar la atención marcó toda una época en un lejano y aislado paraje llamado La Comarca. Antíquísimas crónicas, pero por sobre todo relatos orales, cuentan que todo se inició en la época en que ésta fue gobernada por El Gran Corregidor General; sujeto sobre el cual los estudiosos jamás se han puesto de acuerdo respecto de su "desmedida inteligencia" o su "recalcitrante estupidez", en opinión de unos y de otros. En efecto, los hay quienes sostienen que era un sujeto dotado y otros que, al contrario, le atribuyen a lo máximo, sólo sagacidad y astucia, es decir, atributos meramente animales y primarios de sobrevivencia, que, hijo de su circunstancia histórica y del brazo de las clases enriquecidas y los llamados Detentores de la Justicia, la Ley y el Orden, logró hacerse del poder por la fuerza, pues él era uno de ellos: hombres de armas, como gustaban hacerse llamar. Su historia, conocida hasta la saciedad en esas latitudes, pues no hubo región vecina que no sufriera esa verdadera peste de lo que en aquel entonces se llamó "salvapatrias", todos de idéntico signo, lo que llevó a un historiador de su época a decir que por esos parajes, "nacía cada 50 años un demócrata, un tirano y un santo, por lo que cada 50 años lo que uno componía, el otro deshacía, el tercero consolaba". Sólo que éste no fue igualado en su vesania para infligir violencia contra sus oponentes. Tanto así que sus mismos compañeros de aventuras, cansados de asistir a tanto horror, fueron renunciando poco a poco a las privilegios del poder y simultáneamente, alejándose de su influjo. Muchos de ellos hicieron pública confesión de arrepentimiento, eso sí, cuando el Gran Corregidor y su régimen ya vivían en franca decadencia. Habiéndose dado cuenta de este "abandono" y convirtiéndose en un sujeto cuya soledad y desconfianza en los demás se hacia insoportable, empezó a darle vueltas a un antiguo deseo que sólo los que han obtenido el poder total pueden llevar a cabo: la cría y el manejo genético de un animal que no admitiera en su naturaleza la flaqueza humana.

Para ello escogió al cerdo como especie.

Mal que mal, hombre de origen campesino, siempre admiró en este animal su tenacidad, fuerza y apetito voraz pero, por sobre todo, su actitud atrabiliaria respecto del hombre, capaz tanto de comerse una rata nauseabunda, como a sus propias crías.Así es como en un tiempo relativamente breve y después de innumerables cruzas con jabalíes, entre otras especies exóticas y feroces, cuentan que logró un ejemplar que no sólo aumentó su mala fama, sino que tuvo a raya a sus enemigos "del interior y del exterior", como gustaba decir, refiriéndose a estos últimos,"los del exterior", al inmenso grupo humano perseguido bajo su férula, y que hubo de emigrar a otras geografías para poder poner seguridad a sus propias vidas y las de sus familias.

El Cerdo Mayor, como así se le llamó al primero y mejor ejemplar de su especie, instauró una nueva era en La Comarca. Único entre sus pares, semental escogido y prolífico, dotado de un excepcional poder físico que, acompañado de un sentimiento parecido a la lealtad humana, siempre voraz y feroz cuando de atacar lo que fuere se tratase. Tenía un especial ascendiente sobre los demás porcinos vulgares. Generalmente estos eran animales físicamente desvalidos, defectuosos y desgarbados, hediondos de resentimiento y malhumor, a los que, se dice, el Cerdo Mayor les transformaba en sujetos crueles que, incondicionales, le acompañaban en sus fechorías. Poco a poco la nueva raza se fue expandiendo por La Comarca junto con su mala fama. De esta manera comenzaron a hacerse imprescindibles por su capacidad para infligir brutalidad física, propinada en contra de quien o quienes intentaron "agredir" a sus amos. Lo que pocos sabían, era quién estaba detrás de estos Nuevos Cerdos, como se les llamó para diferenciarlos de los "otros". Una parte de los ciudadanos, entre los que se contaban algunos incondicionales, asistían atónitos a la mudanza en las costumbres y hábitos de estos animales otrora bonachones, capaces ahora de volverse en contra incluso de sus amos. Desde luego un edicto vino a poner seguridad a sus vidas. En efecto, nadie en La Comarca podía "atentar de palabra y de hecho en contra de un porcino sin la autorización expresa de la autoridad y menos aún a proceder a su beneficio". Este edicto no tenía salvedad alguna, así es como la raza de porcinos creció desmesuradamente, de igual forma los criadores del Nuevo Cerdo vieron aumentada su dotación proporcionalmente. Dicen que el Gran Corregidor General nunca fue más feliz que entonces.

Pero las tropelías eran de tal magnitud y horror, causando muertes y lesionados, que los Detentores de la Justicia, debieron intervenir debido a la agitación social que sus arbitrariedades provocaban. Estaba claro que podía desatarse en cualquier momento una explosión popular de repulsa, pues ya se hablaba sin tapujos de la conducta de los marranos y la complicidad de sus dueños. Así es que, con la tácita autorización del Gran Corregidor General, que a toda costa trató de cuestionar la propuesta, se efectuaron varios simulacros de juicios en contra de los marranos más rebeldes. Por cierto ningún cerdo de la nueva raza se vio afectado por esta medida. De esta manera se procedió incluso a condenar a muerte y ejecutar a varios marranos comunes como una forma de escarmiento y como una tibia advertencia de la autoridad hacia sus amos. Transcribimos retazos de una antigua crónica respecto del procedimiento penal utilizado para el efecto:

... El proceso criminal incumbía al tribunal competente. Un fiscal desarrollaba la acusación y hasta se procuraba un abogado defensor a la víctima. Se citaba a los testigos y hasta se visitaba el lugar del crimen. Algunas veces, y de acuerdo con ciertas reglas de procedimiento, se torturaba al cerdo acusado.

Y agrega el cronista algunos detalles curiosos respecto de la actitud del pueblo que ya había empezado a crear toda una mitología respecto de la conducta de estos animales. Por ejemplo, cuando se efectuaba un juicio en contra de ellos, "la creencia popular le adjudicaba a los chillidos del cerdo como una confesión de culpa o una petición de perdón. Muchos creyeron oír una voz parecida a la humana, cuando en verdad todos sabían que los guturales sonidos de terror son inequívocamente la voz con que se expresa el miedo, y éste es un lenguaje universal, al igual que el de la risa", expresa textualmente la crónica.

El investigador E. P. Evans comenta los problemas que suscitaba el excesivo rigor formal de este tipo de juicios. Dice Evans en su obra The Criminal Persecution and Capital punishment of Animal (Londres 1806):

No obstante, apareció un obstáculo que el espíritu burocrático exigía a la letra. ¿Contra quién se debía iniciar el juicio? ¿Cómo nombrar al cerdo acusado? Para dar mayor ceremonia y seriedad a estas querellas se optó por que los cuadrúpedos llevaran el nombre de sus amos, por ejemplo: "cerdo de Zutano de Cual". Un verdugo ejecutaba la sentencia de muerte y lo hacía con todo el rigor que mandaba la ley. Por ello recibía honorarios previamente establecidos.

A este respecto se han podido conservar algunos archivos en donde se da cuenta pormenorizada de los gastos de una ejecución de un cerdo en un poblado:

-Alimentos para el cerdo encarcelado: 6 monedas cae cobre.
-Pago del verdugo que se trasladó de otra ciudad a cumplir la sentencia por orden judicial: 70 monedas de bronce.
-Arriendo del carro que trasladó al cerdo al lugar de la ejecución: 8 monedas de cobre.
-Compra de la cuerda para atarlo y amordazarle: 2 monedas de cobre.
-Compra de guantes para el verdugo: 2 monedas de cobre.

Como se puede apreciar, el verdugo utilizó guantes, como si se tratare de un ser humano. A este respecto, agrega E. P. Evans en la obra ya citada que: "se debe agregar que para hacer más verosímil aún el juicio y el cumplimiento de la sentencia, las nuevas leyes indicaban expresamente que al cerdo condenado, tenía que cortársele el hocico y luego proceder a colocársele una máscara con rostro humano". Posteriormente se procedía a vestirle con las ropas del dueño para que en apariencia pudiese tener una leve similitud a un juicio humano y, claro, para dejar la impresión final de que también el castigo simbólico iba dirigido hacia el amo. Se observaban todos los formalismos legales y las reglas del tribunal: acusación, nombramiento de un defensor, proceso, discurso de la acusación y discurso de la defensa, para culminar finalmente con la sentencia. El Jurista anglo-francés J. Claude Babin ha dejado una interpretación de tan extraño comportamiento de la justicia, tratándose en este caso de animales; y es que según su versada opinión... "el formalismo de la edad media había arraigado en la ley canónica tan profundamente como en el Derecho Civil. Ello es fácil de explicar, pues en ambas esferas eran casi siempre juristas legos los que reformaban y retorcían, tejían y componían, corregían y fabricaban, los acápites y cláusulas de las leyes".

Pero ninguna de estas medidas formales de aplicación de la ley puso fin al estado de terror que campeaba en La Comarca. Al contrario, arreciaron los atropellos a los ciudadanos a un punto tal que, misteriosamente, todo aquel que mostraba hostilidad manifiesta en contra del estado de cosas, desaparecía, lisa y llanamente. Prontamente se sabría que los Nuevos Cerdos sentían especial predilección por la carne humana y con ello la sospecha de que los opositores desaparecidos nunca serían encontrados no sólo con vida, sino tampoco sus restos.

Las cosas llegaron a un punto cúlmine cuando el Cerdo Mayor hubo de ser llevado a juicio acusado de múltiples muertes y desaparición de personas, hecho que ningún poder protector pudo impedir, pues las tropelías cometidas no sólo constituían hechos sangrientos vergonzosos por su bestialidad, si se permite el término, sino también por su gratuidad. Cuentan que las pruebas fueron de tal contundencia que su amo y dueño, el Gran Corregidor General, no pudo hacer una excepción pues la ley que el mismo dictó, lo acusaba fehacientemente y los Detentores de la Justicia tampoco pudieron ampararle más pues la presión ciudadana era extraordinariamente fuerte y hacía mucho tiempo que la gente vivía con la sensación de indefensión y abuso de poder. Si agregamos la ancianidad del Gran Corregidor General quien además viendo su fin inevitable quería pasar a "la historia" como un ser sensato, justo y magnánimo, la actitud del Cerdo Mayor le hacía flaco favor. De otro lado la falta de credibilidad en Los Detentores de la Justicia trajo consigo una pérdida casi total de confianza de parte de sus gobernados. Frente a tal circunstancia, los secuaces del Gran Corregidor General hicieron todo lo posible por ocultarle de la mano enjuiciadora pero, finalmente, y luego de complicadas negociaciones, hubieran de ceder entregando al Cerdo Mayor, no sin gran escándalo de los demás criadores. Hasta ahora se sabe que fue condenado a cumplir condena de encierro en un lugar apartado del medio humano, logrando mediante el dictamen de un edicto especial, la prohibición de condenarle a muerte. Para ello sus amparadores lograron que se le construyera una cárcel ex profeso y en la que gozaba de excepcionales privilegios. Estas iban desde "disfrutar" de los favores de una piara del sexo opuesto, hasta salir discrecionalmente junto a sus carceleros, "vigilado" en visitas a otras comunidades porcinas. Sólo que, acostumbrado como estaba al consumo de carne humana, comenzó a mostrarse violento con sus propios gendarmes en procura de este alimento. No se sabe a ciencia cierta si cumplió o no la pena, lo que sí se cuenta insistentemente, es que su cuerpo y su rostro fueron tomando formas humanoides, hecho que la creencia popular lo adjudica a la influencia de la dieta. Algunos sostienen que habría salido de la cárcel convertido casi en una persona humana pero demasiado enfermo como para hacer daño. Otros, expresan saber que habría muerto junto a todos los cerdos de su especie atacados por un virus maligno justo cuando las nuevas generaciones de ciudadanos habían comenzado a exterminarlos sistemáticamente. Lo que se sabe sí con certeza es que el juicio al Cerdo Mayor trajo consigo, si no el sometimiento a los tribunales, al menos la condena moral al Gran Corregidor General, basados en el principio de que juzgando a la bestia, se juzga al amo, la oposición política logró mediante este resquicio, en un período de agotamiento del régimen y con ya casi nulo apoyo de quienes le llevaron al poder (incluidos sus incondicionales), cuestionar su mandato y deponerlo. Curioso principio jurídico escrito en su código personal, pues con uno muy similar, el Corregidor General justificaba su política de exterminio a los opositores. Este rezaba así: matando a la perra, se acaba la leva. Con él eliminó a todos los líderes naturales que surgieron reclamando los derechos atropellados.

Dicen que lo ocurrido en La Comarca fue considerado absolutamente insólito para los ojos de los extranjeros, quienes no podían comprender cómo se había logrado poner fin a ese gobierno oprobioso que parecía inacabable. Pero tal vez lo más insólito y al mismo tiempo lo menos susceptible de comprobación, fuese la especie que durante muchos años se dio como un hecho cierto: que el Gran Corregidor haya sido sometido a proceso en un país extranjero, donde habría sido detenido y llevado a los tribunales acusado de cargos tales como Crímenes Contra la Humanidad y Genocidio. Cuentan que el mundo civilizado de la época hizo de él el paradigma del mal ejemplo de conducta como gobernante. Algunos sostienen que debido a su edad provecta nunca fue condenado, o si lo fue, no cumplió la condena. Otros aseguran que una vez sentenciado, condenado y amnistiado, llamó a toda su familia a ese país y se quedó a vivir en él para siempre adoptando incluso esa nacionalidad. Y para cerrar la paradoja, fue dotado por el mismo régimen que lo atrapó y sometió a juicio, de un título nobiliario por favores prestados a esa nación por la ayuda a ganar una guerra sostenida con uno de sus propios vecinos de La Comarca. Los más atrevidos aún sostienen que murió, pobre, viejo, enfermo y olvidado; las cuatro bestias apocalípticas más temidas por los sujetos de su clase. Pero, a decir verdad, nadie está en condiciones de asegurar cuál de todas esas especulaciones es la verdadera. Igual cosa ocurrió con la especie de que no hay certeza alguna de las señas fisonómicas del Corregidor, menos aún de los rasgos distintivos de su rostro - "presunto rostro"- como en algún momento comenzaron a referirse los historiadores frente a las equívocas señas dejadas por la iconografía oficial. En efecto, ésta fue haciéndose con los años cada vez más confusa, debido, dicen algunos, a que sus admiradores reunidos en una sociedad semi-secreta, - "Los de apretadas mandíbulas" era uno de sus nombres más conocidos-, estaban divididos entre los que querían proyectar para la historia una imagen retratada de venerable benefactor y filántropo dentro de un formal traje civil, con una perla roja en el prendedor coronando la corbata de seda, y otros, que insistían en mostrar a un Corregidor severo e inflexible, vestido de uniforme militar de "apretadas mandíbulas", por cierto, y ocultos ojos tras unas gafas de ciego. Incluso los hay quienes aseveran que se habría apelado a una de las manías nacionales más inveteradas que, junto con las de dictar leyes y reglamentos para combatir cualquier eventualidad que asolare al país, consistía en llamar a concurso a cuanto evento de la vida nacional provocara un relativo interés colectivo, en este caso para hacer un retrato que diera garantías de transformarse en un ícono representativo de los mejores valores del personaje, imagen que debiera reunir ciertos requisitos formales. El concurso habría tenido una formidable convocatoria. Hasta se comenta que sus propios enemigos avisados del mismo, habrían participado de él con el fin de provocar la mayor confusión posible. Este suceso habría traído la debacle total pues sus partidarios jamás lograran ponerse de acuerdo en qué imagen era la que lo representaba cabalmente a tal punto que hoy por hoy no existe ni la más leve idea siquiera de cómo fue realmente el llamado Gran Corregidor General. Así es como sus pseudo-retratos compiten entre sí, de suerte que cualquier facsímil que tuviere al pie de imagen la leyenda: Grabado del Gran Corregidor General... etc., puede legítimamente representar no sólo al personaje que "dice" encarnar, sino actuar como el símbolo de un pueblo que tal vez se mira a sí mismo, en sus peores defectos, en los rasgos de un sujeto anónimo retratado por el arbitrio del tiempo.

Con algo más de certeza, se sabe, hasta donde lo permite la frágil y nebulosa memoria de los hombres, que decenas de años más tarde de la desaparición de la escena política del Gran Corregidor General, éste habría sido sometido a un juicio simbólico por parte de una secta así mismo llamada "Los Que No Olvidan". Proceso en el que una vez concluido, fue condenado in efiggie. Para este efecto, cuentan que se habría construido un patíbulo en la plaza principal de la capital; el mismo lugar donde el Corregidor alguna vez mandara a erigir una Antorcha de Fuego Eterno en honor de glorias patrióticas, en el mismísimo lugar en donde él ordenó la quema de libros considerados "subversivos". Relatan que hasta allí fue llevado un muñeco de trapo, yeso y paja al que una vez leída la sentencia, procedió a ser ahorcado por un verdugo profesional y finalmente quemado en el fuego de la propia antorcha, fuego alentado con leños traídos de todas partes de la geografía comarcana, gesto que mirado a la distancia, quería exorcizar un pasado tenebroso y vergonzante que la memoria colectiva se negaba a admitir. Pero claro, para ese entonces el recuerdo del Gran Corregidor General era un suceso desvaído en la memoria de La Comarca en donde a esas alturas ya nadie era capaz de distinguir hechos ciertos, de mitologías. Algunos historiadores sostienen que, deformado por el uso, se constituyó, con el correr de los años, en una fiesta en honor al Fuego Salvífico, en donde cada ciudadano podía hacer un pelele de sí mismo con forma de cerdo e imitando su propio rostro y luego, acusarle, condenarle y proceder a quemarle públicamente, como una manera de expiar culpas personales y colectivas diversas, una vez cada trescientos sesenta y cinco días del año. La fiesta culminaba, aseguran, con un gran festín en donde los ciudadanos participantes daban cuenta de por lo menos un lechón por cabeza, lechón criado y engordado ex profeso y en cuyo día -el único día del año- se abría la veda del puerco.

Estudiosos aseguran que ésta sería la causa fundamental del por qué La Comarca era casi el único país que no adujera razones religiosas para inhibir el consumo de cerdo, con excepción de ese día; día en que todos los vientos de La Comarca ventilaban humo de carbones y leños y el particular olor a carne de marrano en el asador.

Valdivia, abril de 1999.

Bibliografía consultada:

The Natural Science Of Stupidity. Paul Tabori. Chilton Company Publishers. Philadelphia-New York. 1956.

The Criminal Persecution and Capital of Punishment of Animal. E. P. Evans. Sin sello editor. Londres 1806.

Aplicación de justicia a los animales en la baja edad media. J.Claude Bobin. Editorial de Temas Jurídicos. Belice, Honduras Británicas. 1910.

de Metáforas de Chile. Pedro Araya (editor).Santiago, Lom Ediciones/Corporación Altamar, 1999.

Jorge Torres Ulloa (1948). Profesor Normalista, egresado de la Escuela Normal Superior de Valdivia. Estudió además en la Escuela de Teatro de la Universidad Austral de Chile. Poeta. Autor de Recurso de Amparo (1975), Palabras en Desuso (1977), Graves, leves y fuera de peligro (1987), Poemas encontrados y otros Pre-textos (1991), Poemas Renales (1993). Parte de su obra aparece también en diversas revistas y antologías nacionales y extranjeras, destacándose la traducción al alemán de Poemas Renales (Nierengedichte), auspiciado por la Universidad de Bremen. Autor de diversos artículos literarios y periodísticos destinados a la difusión de la obra de otros autores, en especial del sur de Chile. Fundador y Director del sello editorial Barba de Palo.

 

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