AGRADECIMIENTOS, PRÓLOGO E INTRODUCCIÓN.

 

Agradecimientos

Pulotre: Testimonios de Vida de una Comunidad Huilliche es un libro que inicialmente fue pensado como un ensayo que contemplaba un registro escrito de las sucesivas ocu-paciones, que dieron origen a la comunidad huilliche de Malalkawellu, perteneciente a la localidad de Pulotre.

A poco andar el trabajo ensayístico se sumergió en notas y más notas de bibliotecas y archivos, que fue construyendo un abultado cuerpo, cada vez más documental, cada vez más retórico. Ambas propuestas, con el tiempo, fueron desechadas por la sensación de ahogo que muchas veces produce este tipo de trabajo y dieron paso a un estudio más vivencial, implicado en los hechos cotidianos que requerían de una serie de entrevistas realizadas en terreno en la comunidad indígena de San Juan de la Costa.

Sin embargo, este sueño no se hubiera cuajado sin la confianza que depositó en mí, la lamgen Prosperina Queupuán Cheuquián, van mis agradecimientos también a Matilde Cheuquián por su transparencia, a Alex Martínez por indicarme los caminos que llevan a Pulotre. A los siguientes narradores orales que enriquecieron el libro con sus testimonios de vida, a: María E. Piniao M., José Quillán, Juan Pichuncheo, Felizardo González Deuma, Modesto Llancamán y toda la comunidad de Malalkawellu. Además, todos aquellos que aún guardan el tiempo de la memoria, a: Sarita Imilmaqui, Germaín Antriao, Alberto Calfulef, Ñaña Mercedes Hualamán, Isidoro Maripán y Antonio Acum. También, por su colaboración a Delia Dominguez y el azul de su contra canto, a Igor Saavedra (enlazador de mundos), a Lucía Gevert y a Sandra Hernández que escribe y escribe.

 

Prólogo.

El tiempo de la memoria es la transgresión del tiempo cotidiano.

El hombre que se constituye en sujeto de enunciación en el presente libro, vive sostenido entre dos tiempos que se cruzan, se tocan, se contradicen, estos son: El tiempo cotidiano y el tiempo de la memoria. En el primero circula en las mañanas, cuando, después de vender sus productos en la Feria Libre de Rahue, se dirige al "Tirol" a "La Rahuina", almuerza ahí, bebe y escucha rancheras. En ese tiempo cotidiano transita por calle República, se encuentra con el hermano que acompaña a su Ñuke (madre) al pago del "Seguro", discute por el precio del abono, tropieza con el "Otro" distinto a él: Lo mira desde su propia lejanía, ocultando su transparencia detrás de un silencio. Este deviene, entonces, como el lugar, que hay que traspasar previo para alcanzar el conocimiento de su Ser. Detrás del silencio se encuentra el hombre.

El otro tiempo es el de la memoria. Tal vez de ahí, nunca debió haber salido.

Es el tiempo que se cuaja en el ser. Es el que trae a cuestas cuando regresa a Osorno del Nguillatún de Punotro (San Juan de la Costa), después de estar danzando por dos noches y tres días en dirección contraria a las agujas del reloj, pero en sintonía con la vuelta que da la Tierra en torno al Sol.

El tiempo de la memoria es la transgresión del tiempo cotidiano. En él se encuentra suspendida la "Butahuillimapu" (Grandes Tierras del Sur), los dominios mágicos del Latúe, y el tiempo circular reproduciéndose a sí mismo en cada rogativa. En ese tiempo comienza su camino de regreso, a "ese lugar", en donde puede escuchar la respiración del río. Ver la soledad, como una rueda girando, en torno a su propio movimiento. En ese tiempo sorprende a la Divinidad huilliche Wenteyao, enviando recados desde la región celeste.

Los antiguos huilliches, al cruzar la cordillera, en dirección al mar, trataban de hacer el menor ruido posible; su código secreto prohibía gritar, pues el silencio era el lenguaje de los espíritus que poblaban las montañas.

Sólo ocupamos del mundo el lugar que nos pertenece en él. El huilliche contemporáneo habita y es habitado por un mundo. Se encuentra interiormente cruzado por distintos tiempos -el cotidiano y el de la memoria- que se integran y se contradicen en una permanente dialéctica en suspenso, que no es inoportuna y que sólo a ratos incomoda.

Se puede separar en el discurso de un huilliche, aquellos elementos indígenas de los que no son, pero llegamos a una zona, en que lo uno y lo "Otro" se encuentran tan imbricados, tan unidos, que el "yo" también es el "otro", y separarlos es violentar al Ser que lo lleva. Pero es también en la Vida Cotidiana, donde el huilliche tropieza con la "negación": Se mira en las páginas de una historia oficial y como haciendo frente a un espejo apagado, se encuentra con un Ser sin tiempo, sin rostro, enfrentado a la urgente necesidad de arrebatar al vacío, lo que por derecho pertenece a la memoria.

 

Introducción.

Hasta yo puedo recordar el día en que los historiadores dejaron en blanco sus páginas por todas aquellas cosas que ignoraban.

Ezra Pound

La sociedad mapuche-huilliche ha tenido una larga historia, marcada por los sucesivos contactos interétnicos que le ha tocado vivir. Primero con los españoles, luego con la sociedad hispano-criolla y en los dos últimos siglos con la sociedad chilena. Pese a ello ha sabido mantener una gran cantidad de elementos constantes y ha tenido la capacidad de adaptarse a las condiciones externas que le ha demandado la situación histórica en que le ha tocado existir. En otras palabras, como sociedad, ha ido reproduciéndose a sí misma, integrando en su seno los distintos aportes que nacen de su dinámica interna, como aquellos que provienen de sociedades foráneas.

Constituye un lugar común en la historiografía chilena, mostrar la imagen estereotipada del mapuche "cazador, recolector y agricultor" que conoce el español al momento de producirse la conquista. Este primer reconocimiento visual acompaña posteriormente a todos los períodos de la historia de Chile.

Junto a esta visión, predomina la de un pueblo constituido por "hábiles flecheros, que empleaban mazas de maderas de luma, que tomaban prisioneros a los españoles, los sometían a vejaciones y torturas, le arrancaban el corazón, el cual se comían en trozos, le cortaban los brazos aún vivos y se los devoraban y con su cráneo se hacían vasos para sus grandes libaciones". (Eyzaguirre, 1984). También, sobrevive la idea de "indios aborígenes que andaban primitivamente apenas cubiertos con pieles atadas a la cintura. Los araucanos se amarraban el pelo. La habitación llamada ruca era de paja y barro, dormían en pieles y se sentaban en troncos y piedras" (Millar, 1998). Más recientemente, los libros de historia nos hablan de un pueblo con religión animista, que resuelve su mundo trascendente en un espacio regido por fuerzas superiores, espíritus, maleficios y agüeros.

En síntesis, ha predominado la idea, en líneas generales en la Historia de Chile, de un pueblo cazador-recolector, guerrero y con una metafísica sostenida en una religión supersticiosa.

Aceptémoslo o no, nuestra historiografía y cultura nacional ha sido atravesada por una mirada etnocentrista. Siendo Presidente de la República don Pedro Aguirre Cerda, Pablo Neruda le envía una revista titulada "La Araucana" que, en su portada, tenía la fotografía de una mujer mapuche. Pasaron semanas y no hubo respuesta, pero ésta no tardó en llegar y decía: "Cámbiele el título o suspéndala. No somos un país de indios" (La Época, 1994).

También al consultársele al historiador Sergio Villalobos, acerca de la necesidad de incluir en la Historiografla Nacional, la historia de las culturas originarias, señala. "Se habla de incluir a las etnias no sólo en la prehistoria, sino también en la historia. ¿Pero cuál ha sido el aporte a la historia de los alacalufes, los pehuenches o los pascuenses, que han vivido una larga agonía sin proyección?". (La Epoca, 1997).

La importancia que tiene estudiar la historia de una cultura en particular, no reside únicamente en los beneficios que ésta le ha proporcionado a la sociedad global. Es por eso que el presente trabajo sobre Testimonios de Vida de una comunidad de San Juan de la Costa (Osorno), intenta mostrar a la cultura mapuche-huilliche, para aprehender de esa parte que vive dentro de nosotros mismos y que conforma la otra mitad espiritual y cultural de nuestro país. En otras palabras, es el reconocimiento del "Otro" distinto a nosotros, la aceptación de la diversidad y la necesidad de aceptar que hemos estado viviendo por siglos en una sociedad multicultural.

En Pulotre: Testimonios de Vida de una Comunidad Huilliche, la mayoría de los testimonios recopilados se concentran entre los años 1900 y 1960, período en donde la cultura mapuche-huilliche fue experimentando una serie de transformaciones en el orden social, político, económico y cultural. En este nuevo escenario, la sociedad huilliche comienza a replegarse al interior de sus comunidades y va experimentando sucesivas adaptaciones a las condiciones que le va imponiendo la sociedad global.

En la primera mitad de este siglo, se aprecia un paso desde una situación precampesina-ganadera a una situación social, caracterizada por la pertenencia imperativa a un pequeño territorio del cual es necesario obtener la subsistencia. Al convertirse en campesino pobre, el mapuche tuvo que establecer sistemas de herencias de tierras, siguiendo la tradición patrilineal, la cual le permitió mantener la continuidad familiar sobre los terrenos de cultivo, situación que marcó la base de la sociedad agrícola y campesina mapuche del siglo veinte. Sin embargo, a pesar de estas transformaciones, la sociedad mapuche fue mostrando con el correr del tiempo, una mayor capacidad de adaptación y una voluntad para sostener una identidad cultural y mantener su independencia espiritual y territorial.

 

Por los testimonios del tiempo navegamos

La vitalidad de una historia que devuelve a la gente su propio pasado, con sus propias palabras, aportándole un protagonismo, es lo que intento al realizar un libro sobre Historias de Vida de la Cultura Huilliche de San Juan de la Costa. De esta manera, se moviliza una urgencia por registrar en forma escrita la memoria y el imaginario social que sostiene la vida cotidiana de la comunidad mapuche-huilliche de Malalkawellu, correspondiente a la localidad de Pulotre.

Se trata de inaugurar una reflexión, sobre la necesidad de desarrollar un discurso histórico, asentado en la vida cotidiana de una comunidad indígena. Se parte de la base que la creación de una cultura, no sólo se da en el orden de lo económico, lo político o lo institucional, sino también abarca el escenario de la vida común, es decir, la cotidianidad.

Bajo este sentido, el "hecho cotidiano", en todas sus formas, nos permite leer una realidad a partir de la cual se filtra la mentalidad de una época, el contexto histórico y cultural que la constituye y el escenario social en que se desarrolla.

En este orden de cosas, mi pretensión al trabajar con testimonios de vida es poner de manifiesto los distintos procesos que subyacen en los hechos comunes y que nos permiten interpretar una realidad mucho más amplia, en donde se incluyen situaciones que van desde relaciones sociales hasta la sociabilidad de la vida cotidiana.

El acercamiento a los testimonios de vida nos permite recuperar una mayor libertad para interpretar la historia y, por qué no decirlo: ir también tras la construcción de un hecho o realidad cultural. El conocimiento de un relato particular nos abre además dos grandes expectativas. Por un lado, nos permite acercamos a los distintos espacios subjetivos, desde donde se articulan las historias de vida. Por otro lado, queda también abierta la puesta en escena de épocas, espacios, situaciones que no son nunca individuales sino que transmiten una memoria colectiva que hace referencias a las formas de vida, en este caso, de una comunidad huilliche, en un tiempo determinado. Un testimonio de vida, constituye un relato, en el cual una persona se refiere, a través de sus vivencias personales a algún suceso histórico del cual fue testigo, sin que el motivo de su narración sea necesariamente su propio desarrollo a través de un tiempo cronológico.

Privilegiar, entonces, una historiografia más vivencial, diseñarla sobre hechos cotidianos y acercarla a la persona que la describe y la vive cada día, nos conduce a la utilización de las fuentes orales en la construcción del discurso histórico. Los testimonios orales no sólo nos permiten incorporar individuos o colectividades hasta ahora marginadas o indocumentadas, sino también nos otorga la posibilidad de experimentar un tipo de historia enfrentada cada vez a mayores posibilidades de sufrir, tropezar y renovarse a sí misma en una permanente dialéctica.

La cultura mapuche, posee una rica experiencia acumulada por años como sociedad colectiva. En particular, cada mapuche tiene un amplio registro histórico acumulado en los estratos de su subconsciente y es capaz de transmitir su cultura mediante un variado registro de relatos y otras formas expresivas de tradición oral. Para la cultura mapuche, la escritura es un fenómeno que comienza a darse masivamente desde fines del siglo pasado. Aún en el presente siglo, habiendo incorporado la escritura, los componentes rituales y simbólicos adquieren mayor fuerza y significación en su expresión oral.

Dentro de esta tradición destacan en la sociedad mapuche los Weipifes, que eran los encargados de la transmisión de la historia y los hechos acontecidos en el pasado. Ocupaban un rol significativo en el seno de la sociedad, pues sus relatos constituían un soporte identitario para la cultura. En este tipo de historia se garantizaba la identidad de la sociedad, se transmitían valores y se aseguraba a la vez, la reproducción de la cultura con sus contenidos simbólicos y representaciones. Junto a la historia se encontraba una literatura oral, en la cual el género más cultivado era la narrativa de ficción, manifestado por textos orales llamados Epeus, lo que podían referirse a hechos míticos, fábulas, historias y leyendas.

Igual importancia representaban los ülkantun, constituidos por una poesía oral de una versificación de tipo irregular.

Pero lo que, sin duda, interesó para diseñar el perfil discursivo del presente libro fueron los llamados Nütram, constituidos principalmente sobre la base de narraciones de hechos históricos y de vida cotidiana. De esta manera, los Nütram recopilados fueron tornando forma de autobiografías, relatos, descripciones y experiencias de vida sostenidas tanto en un tiempo cotidiano como en una zona de la memoria.

Por otro lado, aunque buena parte del libro reúne testimonios de la comunidad de Pulotre, no es menos cierto que el tiempo de la memoria y el tiempo cotidiano se mueven también territorializando todos los espacios de San Juan de la Costa. El tiempo de un mundo primigenio se lee también en la totalidad de los rostros huilliches y la visión pegada en sus pupilas, movilizó la urgencia de incluir un registro complementario de relatos y testimonios de Misión San Juan, Lafquelmapu, Cumilelfu, Pucatrihue y Choroy-Traiguén, porque algo nos recuerda en ellos que "Aún resuenan resuenan pisadas en la memoria/ por el sendero que no recorrimos./ Hacia la puerta que no abrimos". (T. S. Eliot, 1994).

TIEMPO COTIDIANO, TIEMPO DE LA MEMORIA: LA HISTORJA Y SU TRANSPARENCIA.

Con el fin de proponer pautas de lecturas, de entrada y salida del texto, la totalidad de los testimonios aquí reunidos se dividen en dos capítulos, cada uno correspondiente a dos grandes zonas temáticas, estas son el tiempo cotidiano y el tiempo de la memoria. Este ordenamiento de los testimonios en dos ejes temáticos, esta dirigido en función de evitar la ilusión de una supuesta linealidad progresiva, que algunos sostienen, aún posee la historia. En este sentido, las claves de lecturas que se proponen, le otorgan un orden especial a la sucesión de acontecimientos, que antes de la mirada historiográfica, se nos muestra en una superposición de hechos sostenidos en un cosmos arbitrariamente desordenado.

Así vemos, que el Tiempo Cotidiano, inscrito en un proceso de larga duración, es en donde tiene lugar el desarrollo de una temporalidad que se organiza en torno a la vida en común, en donde el mapuche-huilliche va posesionándose y organizando su espacio y su tiempo cotidiano. En él se estructuran las redes de relaciones sociales, se organiza la vida productiva, se desarrolla la vida en el seno de las instituciones sociales y se consolida un orden cultural orientado a regular los distintos grados de relaciones que el huilliche genera consigo mismo, con el grupo social y su entorno natural.

La temporalidad inscrita en la vida cotidiana, se organiza en base a los siguientes aspectos:

En primer lugar, se localiza una "Sociabilidad de la vida cotidiana", en ella tienen cabida la creación de redes de apoyo y ayuda mutua y se desarrolla la solidaridad como eje articulador de las actividades comunitarias.

En segundo lugar, encontramos una "estructuración de un orden productivo", en donde se sitúa la organización del trabajo y las labores productivas, las estrategias de subsistencia destinadas a la obtención de satisfactores tendientes al sostenimiento de una dieta alimenticia y el sostenimiento de una actividad agropecuaria de subsistencia organizada junto a una labor complementaria de recolección.

En tercer lugar, vemos la "estructuración de un orden político-organizacional", en él aparece la creación de instituciones tradicionales de administración de justicia, la regularización de la vida pública en comunidad, el rol del Cacicado y su relación con el Estado chileno.

Por último, es posible dilucidar la "estructuración de un orden cultural", en donde tiene cabida la creación de una medicina tradicional, junto a una realidad sociolingüística y la estructuración y la aplicación en la vida cotidiana del concepto de propiedad de la tierra.

Por su parte, el Tiempo de la Memoria se instala en un lugar inhabitado por la historia escrita, en él se presencia la puesta en escena de muchas cosas que evocan el ámbito de lo que aparentemente está ausente y nos remite a esa "profundidad infinita" que el lenguaje historiográfico no alcanza, pues la imposibilidad de nombrar al mundo, también es una condición de la palabra. En este punto, nos conectamos con la importancia que tiene la metáfora como lenguaje revelador del silencio. La historia está llena de sitios baldíos. La poesía y su transparencia es capaz de manifestar el tiempo de la memoria que en el lenguaje historiográfico toma el ropaje de lo olvidado y lo blanqueado.

El tiempo de la memoria se mueve en los territorios de lo "no dicho" y su texto "es el trueno que sigue retumbando largamente" (Benjamín, 1995) y su imagen comparece ante nosotros en el presente, a manera de un relámpago que ilumina una metáfora instantánea, capaz de revelar el secreto de un alma, del Ser y de los objetos al unísono.

En el tiempo de la memoria, la representación del mundo y la construcción de la realidad se resuelven a partir de un nivel trascendente. Todo objeto cósmico o elemento de la naturaleza tiene una "historia" y mediante un diálogo ritualizado nos hablan directamente a través de un lenguaje simbólico.

En su libro El espejo enterrado, Carlos Fuentes señala que en Veracruz (México) existen tumbas que tienen más de 3.500 años de antigüedad, en las cuales se han encontrado espejos enterrados, cuyo propósito era guiar a las almas en su viaje al otro mundo. "Cóncavos, opacos, contienen la centella de luz nacida en medio de la oscuridad" (Fuentes, 1992).

En nuestro caso, retomamos también la idea de espejo, pero de la memoria, que atrapa nuestra imagen, gira, y proyecta nuestro rostro, sumergiendo nuestra mirada en un tiempo primigenio en donde "Hablar en mapudungun,/ murmurar apenas la lengua de la tierra era hacer vibrar en el aire/ la canción de la tierra" (Riedemann, 1995). Los espejos de la memoria nos comunican con un tiempo profundo, con la transparencia oculta detrás de cada silencio tatuado en los rostros de cada huilliche contemporáneo.

El tiempo de la memoria se ordena fundamentalmente en dos aspectos:

En el primero de ellos, relacionado con el "Imaginario social de la vida cotidiana", se produce la articulación del mundo huilliche, a ella se suma la ritualización del espacio y la vida cotidiana, la participación de los valores en la integración ritual de la comunidad y la importancia del Pewma (sueño) como elemento de producción simbólica y soporte de la vida cotidiana.

En el segundo aspecto, se estructura una "visión trascendente que le otorga sentido a la cotidianidad y articula el mundo sagrado de la cultura huilliche". En él, se asienta la concepción acerca del Bien y del Mal en el contexto social del huilliche, el Nguillatún como espacio de producción valórica y congregación ritual en la sociedad huilliche actual y la importancia de Chao Wenteyao como divinidad ordenadora del espacio y el tiempo huilliche.

Para terminar, es en el tiempo de la memoria, donde algo nos recuerda la verdad que amamos antes de conocer" (Teillier, 1995).

 

De la oralidad: su gesto, su palabra.

La llama de la vida se transmitía vía oral
y el pan y la palabra iban de generación en generación.

Nelson Torres

Es necesario destacar, también, la importancia que tiene el uso de la oralidad en los testimonios que se presentan, pues ella contribuye a generar una atmósfera especial en torno a lo dicho y le otorga un soporte identitario al universo cultural que se desarrolla en los relatos de vida.

Esta propuesta de agregar la oralidad a la construcción de un discurso histórico, de una manera se sostiene a partir de lo que R. Barthes señala en "El susurro del lenguaje: Nunca topamos con ese estado en que el hombre estaría separado del lenguaje y elaboraría este último para "expresar" lo que pasa en su interior, es el lenguaje el que enseña cómo definir al hombre y no al contrario" (Barthes, 1994). En particular, sostengo que el lenguaje constituye una proyección de la estructura mental, en esta medida el respeto a un marco lingüístico en el cual se enuncian los testimonios, nos facilita y nos acerca más la distancia con el narrador y la experiencia con que elabora la representación simbólica de sí mismo y la realidad.

Bernardo Colipán Filgueira, Pulotre. Testimonio de vida de una comunidad huilliche (1900-1950). Santiago, Editorial Universidad de Santiago, 1999.

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