Universidad de Chile

 

 

TEATRALIDAD DE GÉNERO Y ACCIÓN POLÍTICA EN LA LITERATURA MEMORIALISTICA FEMENINA

Cristian Cottet Villalobos

Introducción

Hablar de la memoria también es hacerlo de la expresión literaria que le corresponde: aquella cuyo génesis y destino es el asentamiento perenne memorialista de la historia. El libro, como instrumento de comunicación ha estado determinando también a este fenómeno. Hoy incluso hablamos de un "género literario" -aunque éste se encuentre aún poco definido y su corpus descanse más en la gentileza humana que en la rigurosidad- del cual se ha posesionado la empresa editorial estableciendo concursos, colecciones, etc. y la cátedra en convocatorias como este seminario. Nos referimos a un "género literario" que se le reconoce con el nombre de testimonio, dando por establecido intención y sentido en cada uno de estos textos sin medir que en verdad estamos en medio de un atolladero que se mueve entre lo divino, lo jurídico o lo político y que sufre de un abandono conceptual a la hora de establecer ese corpus que le da forma.

También se puede encontrar a este joven género, principalmente en el uso que ha prestado a las siempre renovadas ciencias sociales, bajo el pomposo rótulo de "historias de vida", como si se pudiera establecer la historia de una vida. ¿No poseen acaso todas las vidas una historia? ¿En que momento este "instrumento de trabajo" salta para transformarse en un objetivo independiente y, por qué no decirlo, con vida propia? Las memorias, biografías, autobiografías, etc. son también historias de vida, pero el espacio que en la empresa editorial han ocupado se les margina de lo estrictamente científico, artístico o político.

De temor en temor, este híbrido impreso como libro (que es el área que hoy nos ocupa) ha cobrado cuerpo y asume la correspondiente distancia con otras expresiones narrativas. Se le compara, se le descubre con asombro en cada obra que le convoca, se le re-inventa cada vez que vuelve a presentarse. La tarea de la distinción semeja más al bullicio que a los aciertos calificatorios, por lo que resulta resbaladizo asirse a un patrón que pueda dar cuenta de ciertos límites sobre aquello que estamos nombrando y entregando un ambiguo "valor de uso".

Establecidas estas expresiones literarias como un "algo" que genera obras, que se desarrolla desde tantas vertientes, aceptado ya como soporte y agente de la memoria y que ha levantado expectativas y deseos ocultos que no siempre van de la mano de una ortodoxia literaria, se hace necesario, urgente podríamos agregar, establecer límites.

A este nivel de las cosas tenemos ya tres desafíos que nos refieren al tema:
- establecer un sujeto narrativo que podamos distinguir y desplegar (testigo);
- establecer los límites que pueda cubrir este requerido despliegue del sujeto (corpus); y
- avanzar en el reconocimiento de este sujeto desplegado en la "literatura testimonial femenina" en chilena (¿testimonio de género?).

Testigo, memoria y testimonio

Si no existe un eje de desarrollo desde donde se pueda estructurar un género literario, considerando sus variantes, variaciones y desvaríos, difícil resulta encontrar ese "genero en si" y a que en torno a ese "eje" es que tropezaremos con lo que le da forma y contenido. El epicentro de ese género se determina por los límites que posee y desde donde puede o no referenciarse. Mayúscula resulta la dificultad de acercarnos a aquello que no posee límites o que éstos estén en un espacio indeterminado para nuestra percepción. Puede resultar de mayor obviedad, pero si algo ha determinado la instalación de la literatura memoralista en América Latina es la frecuente ausencia de fijación del sujeto en un territorio y que desde allí "sea", no como una particularidad cartesiana con ínfulas de totalidad, si no más bien una certeza (aunque pequeña) y poder instalarla por doquier. Por lo mismo es que ha costado tanto clasificarlo, cuantificarle, definir su esencia, en fin, hacer de él un universo de trabajo.

La narrativa memorialista, aquella que arranca desde el exclusivo y excluyente sujeto que recuerda (o "hace memoria"), ha estado presente en cada época de la historia de nuestro país, ha saltado desde la carta hasta el tratado genético, desde los recuerdos puros hasta el más insolente y panfletario discurso político, logrando mayor impulso y entusiasmo en determinados periodos políticos determinados por una intencionalidad o "esfuerzo social unificador", esto es, cuando el cuerpo social se concentra y convoca en un objetivo cultural que camina por alcanzar el destino histórico que se presenta como inevitable, sea durante o después de una crisis o simplemente en las antesalas de ésta. Bernardo Subercaseaux, quien de alguna manera ha sido uno de los que dieran el puntapié inicial en el camino por definirle, instalándole sea como una metodología o como una consecuencia, ha dicho:
Probablemente el legado (literario) más importante del '91 (revolución de 1891), en calidad y cantidad, se encuentra no en los géneros tradicionales sino en los recuerdos, testimonios, impresiones y memorias.

("El '91 y la literatura"; Diario La Época; 22.09.91; Santiago de Chile)

"...recuerdos, testimonios, impresiones y memorias" que se sostienen sobre la crisis que atenta contra cierta continuidad humana. La guerra, como fenómeno de cambio, desarticula e inutiliza la ficción y el especulativo ensayo intelectual (géneros tradicionales), para instalar esta mirada tierna, humilde y que apelará a "lo vivido". Otro acercamiento, y también uno de los más sencillos y capaces de permitir la movilidad buscada, es la respuesta propuesta por Jorge Narváez al calificar el testimonio como "...textos de fundación de un discurso cultural desde la perspectiva del testigo" (El testimonio; J. Narváez; los destacados son míos).

Habiendo puesto el acento en el testigo como agente discursivo, Narváez se desliza hacia un discurso individual, un discurso antropológico y asido a la subjetividad de "una mirada". Un testigo sin caretas que despliega su discurso en exclusivo amparo de su memoria, esto es, desde la capacidad de conservar lo vivido. Se trata entonces de un agente activo hecho discurso y además cuerpo de memoria. Un agente que explica el haber vivido, de saber, de ser dinámicamente protagonista y con esto, volver hasta su propio presente este discurso y transformar las posibilidades de futuro.

Reconocemos en éste un agente que ve, escucha, vive a manera de conciencia su devenir, se retrae y habla (escribe). Pero además reúne desde este discurso un conjunto de condiciones que le facilitan expresar una verdad propia a un colectivo de iguales y su historia (como fenómeno totalizador) le sobrevivirá como espacio que le contiene, justifica y proyecta. Asume su realidad como un asunto particular y de profundo sentido colectivo, hace de su experiencia una dialéctica expresión de aquella verdad que le diera contenido a su pasado: desde el "conocimiento para sí" es capaz de llegar íntegro y salvo al "conocimiento para él y para sí".

Este testigo flanquea las normativas que la sociedad de masas le impone y levanta su voz, su discurso, su particular verdad, su empírica verdad, como una más y a la vez como la voz del colectivo. Supera la soledad ontológica que como individuo le ha hecho vivir, para caminar en el silencioso acuerdo colectivo, en el significante "para sí". Metamorfosea su existencia desde una voz disonante y anónima a una múltiple y mayor, voz que habla de sí pero que en verdad refiere una y otra vez al colectivo.

En el contexto señalado como narrativa memorialista, el testigo es el instrumento que hace del testimonio un asunto político y contingente ya que comparte historia y funcionalidad con el proyecto social que en ese determinado periodo histórico cobra energías y certeza de destino. Se colectiviza sin con esto perder la propia individualidad que es inherente a su condición.

Es el que trae un pretérito, a veces olvidado, y desde este nuevo espacio lo vuelve contra si para cotejar la propia verdad que se expone. Instalado el personal discurso en los infinitos espacios de la conciencia colectiva y hecho como un instrumento por medio de la palabra escrita, se transforma en lo que damos en llamar testimonio, ya que es justamente este testigo dinámico quien hace de lo sólo memorialista un agente transformador y político. Nos parece de básico sentido establecer que el contenido cualitativo, de ser un discurso individual y colectivo a la vez, es el esqueleto que le justifica como testigo, el mismo poseedor del discurso cultural transformador, que hablara Narváez, el mismo que por la omnipresencia de su voz cargada de recuerdos colectivos, es capaz de hacerle desechando con esto el espacio de su privacidad.

Una segunda incursión a este impulso memoralista y el reconocimiento del "sujeto narrativo" lo encontramos en Hernán Vidal, cuando reinstala esa voz que expulsa un conocimiento como parte de la sanación política:

El torturado ya puede verbalizar su experiencia. Sin embargo, no va más allá de poner afuera el excremento, la toxina que estaba dentro. Es un progreso por cuanto ahora puede examinar el contenido oculto que antes lo enfermaba. Ahora la toxina está allí afuera como una especie de detrito biológico, pero sólo tendrá sentido cultural en la medida en que se lo pueda utilizar como arma contra el Estado terrorista. Para los psicólogos chilenos esa conversión ocurría cuando el torturado lograba la fortaleza y la convicción necesaria para hacer una larga deposición grabada que luego era transcrita y presentada ante los tribunales como demanda de justicia por violaciones de Derechos Humanos. En si mismo este testimonio era un instrumento terapéutico en cuanto obligaba al deponente a despejar las confusiones y el caos emocional experimentado en las sesiones de tortura para dar una ilación racional a lo ocurrido. Pero a la vez el testimonio convertía al deponente en un sujeto que, en su denuncia legal, se sumaba conscientemente a una lucha masiva contra la dictadura. es decir, el torturado daba los primeros pasos para dejar de ser víctima inválida y recuperar su calidad de actor histórico y, por tanto, persona...

(Chile: Poética de la tortura política; Hernán Vidal; los destacados son míos)

La propuesta de Vidal es el de un discurso fundacional en que el testigo que memoriza lo vivido (léase también sufrido) se hace a sí mismo en un proceso donde cada parte se tensa y vuelve a renacer (sanación) en la forma de un múltiple observador activo de lo pretérito, lo memoriado y dicho. Visto así, se es partícipes de un proceso destinado al cambio, sea personal, sea colectivo, que viene a determinar mediante la evacuación el destino de ambos. Resulta novedoso el camino que desde la terapia el sujeto recorre para, de igual forma, transformarse en un sujeto capaz de establecer "un discurso cultural" (Narváez).
Aceptaremos esta expresión del discurso memoralista como una expulsión (evacuación) con destino social imprimiéndole también la premura del cambio. Quizás este sea la posibilidad de asentar la diferencia identificadora del testimonio, haciéndole un instrumento que se desplaza desde un testigo-actor. Y si damos riendas sueltas a este testigo, será él quien nos indique los derroteros por donde comienzan a establecerse los límites buscados.
Hemos ubicado al testimonio en un lugar diferenciador dentro de la narrativa memorialista, apelando a su intencionalidad política, cuestión que no le expulsa ni extranjeriza respecto de su entorno literario. Muy por el contrario, sólo le confiere particulares responsabilidades, que serán su destino.

¿El cuerpo hace al miembro?

Meridianamente acotado el sujeto narrativo que nos convoca, debemos volver al comienzo de este asunto y explorar el territorio que ocupa y de cómo se despliega en él. Recordemos que nuestra primera señal fue la de poder establecer un corpus, esto es un espacio limitado y diferenciado, que de contenido al testimonio en la narrativa memorialista y, por último, en la narrativa en general.

Si aspiramos a establecer ese corpus no podemos dejarlo al arbitrio del crecimiento general de éste, método que ha sido el empleado hasta el momento. Cierto, si bien la narrativa memorialista es de larga e intrincada data, lo que ahora reconocemos como testimonio es más producto de la práctica y la urgencia que de un intelectual sentido de pertenencia narrativo. Se ha hecho testimonio a ciegas, reinventándole en cada texto y experiencia, dando tumbos en medio de requerimientos externos que "obligaban" al producto más que al fenómeno.

Se ha hecho literatura memorialista desde la psicología, como lo viéramos; se ha enfrentado desde la antropología como historia de vida; se ha buscado en el periodismo; etc. pero en definitiva este potente instrumento de sanación y acción política que es el testimonio a debido "hacerse" a si mismo desbordando todo intento de definición. Menester resulta establecer los límites de su crecimiento.

La más estrecha definición de límite habla de término o confín de una zona, el borde donde se puede establecer que se está transitando a otra. Es la amplitud que permite reconocer iguales y "dejar de ser" para transformarse en "ser otra cosa", una nueva realidad que nos obliga a ubicarnos en un contexto que se presenta de manera disímil. La ambigüedad no puede ser un estilo de límite, dado que comparte la pertenencia a dos o más zonas de una misma referencia, diferenciándose lo buscado en el estricto conocimiento para determinar ese particular devenir que le hace, cuestión que la ambigüedad no posee. Es el corpus que se enfrenta a su señero destino y que le obliga a su particular negación. Es justamente esta negación de un otro lo que depura la cosa, le hace diferente y autorreferente. El límite llevará las cosas hasta "lo que se es" y esto obliga referenciar al miembro de un corpus determinado.

En cuanto narrativa memorialista esta negación de un otro se asienta en pequeños movimientos o giros que le distancian de otras manifestaciones narrativas. El camino, como se verá, no puede ser otro que la reafirmación diferenciadora:
a) se habla desde lo vivido y esa verdad se sustenta sobre la base del "recuerdo", esto es, el ejercicio de traer a una temporalidad presente un pretérito reconocido socialmente como real y compartido;

b)
se manifiesta desde la palabra escrita y publicada, sea con el soporte libro, folleto, revista, etc.;

c)
se concentra fundamentalmente en el espacio de la narrativa;

Por otro lado, en cuanto testimonio, contenido y asimilado por la narrativa memorialista, debemos acotar este espacio sobre los siguientes instrumentos de exclusión/identidad:
a) se habla desde un soporte de dolor que aspira cierta sanación;

b)
se habla desde un espacio de soledad que busca romper el límite de su abandono en un colectivo al cual se cree pertenecer;

c) se habla desde un tránsito pascual que va de la indefención a la fuerza;

d) finalmente, se colectiviza desde una teatralidad política para, apelando al dolor, la soledad y la indefensión, instalarse como discurso cultural/paradigmático.

Estos cuatro elementos activadores nos llevan irrenunciablemente a enfrentar el testimonio como un ritual político que convoca a una instalación dramática donde se nos interpela e invoca a ser parte de esa verdad expulsada, ritual que se cumple en tres instancias de complicidad. En este momento no hablamos del sólo acto ritual de leer, si no de aquel que invoca fuerzas externas al texto, que son reconocidas por un colectivo, para acumular fuerza política-social y desde allí aspirar al discurso cultural de que nos habla Narváez y para esto:
- se asume el dolor, la soledad y la indefensión como instancias totalizadoras (desde ese colectivo);
- se reconoce la "vida propia" como parte del relato;
- se moviliza el cuerpo social a un proyecto de acción y cambio.

Aceptando que si existe una literatura testimonial, cabe preguntarse si existe o no una expresión femenina y cómo se ha desplegado éste en el panorama político-cultural chileno.

El rito: Teatralidad y acción política

El mentado testigo de que hemos hablado no se justifica si no se enfrenta a un igual colectivo y entrega su discurso (ritualidad).

Entonces, ¿cual es el momento en que este discurso venido de un testigo que produce cambio se establece frente a un receptor, también activo, y le invoca? Cada uno de los cientos de trabajos testimoniales que hemos recogido, vienen a cuantificar el "por qué" dar fe de su recuerdo y memoria. Es el testigo, preñado sólo de si, quien nos induce a las respuestas globales. En el seno de cada uno de sus discursos se presenta un intento de respuesta, una justificación que globaliza.

Delimitando aún más nuestro universo de trabajo, hablamos ahora desde un testigo mujer que en su proceso testimoniador aspira a esa teatralidad en la lectura, buscando en "esa otra" el resguardo que da la ceremonia de la complicidad. Carmen Castillo y Mariana Callejas, cada una desde su privado temor, nos invocan a reconocer ese territorio del cual nos desprendimos. Ambos testimonios (aunque se autocalifiquen como "memorias") los recogemos también como un intento de instalarles paradigmáticamente en un escenario donde se ha desplazado el arraigo a lo latinoamericano más que a lo nacional. Ambas nos invocan como mujeres, apelando a su carácter de pareja, para intensificar la explicación de ser miembros de un destino común y turbulento, que en ningún caso se desprende del dolor, la soledad y la indefensión. Ambas victimizadas y desplazadas se acercan al territorio de la ceremonia de la memoria con estupor y urgencia. Ambas se desnudan para expulsar y sanar y dar contenido femenino a "lo vivido".

1.- El receptor que hace el rito

Este libro tiene una larga historia. No habría visto la luz sin el auxilio de numerosos amigos y compañeros que saben de mi gratitud.

Este libro lo escribí directamente en francés. No conozco, no sé ver los porqués... Tal vez porque necesitaba relatar algunos instantes de ese pasado o de este presente de lucha en Chile a aquellos que nos ayudan...
(Un día de octubre; Carmen Castillo)

Importa distinguir en este pequeño texto el punto de arranque desde donde la autora aspira desplegar el rito y así transformar la experiencia individual ("necesitaba relatar algunos instantes") en una cuestión colectiva e invocadora. La experiencia a que se apela amerita, obliga e impone un conocimiento social primario (p.e. cuando apela a la "lucha en Chile") y, una vez reunido y analizado, ordenarlo de forma nueva para transformarlo en historia de todos ("aquellos que nos ayudan"), que es donde el proceso rituálico se cumple.

Un segmento de la sociedad ha vivido de manera común esta experiencia y carga con ella como conocimiento colectivo, esto es, el reconocimiento como propia pero no por esto una experiencia que le unifique y transforme. Es entonces cuando el conocimiento colectivo convoca, reúne y referencia a los miembros de la comunidad invocada. Así, el receptor de lo contado, de lo testimoniado, es parte de la función transformadora del texto. Por esto, la transformación de lo social a lo colectivo, esta "pascua" que reúne lo socialmente conocido y a veces olvidado, es dado por el receptor, por la dialéctica relación del texto con su referencia. Una pascua, valga redundar en esto, que se conmemora en cada uno de los hechos narrados o memoriados con el último sentido de producir cambio. Recordemos que "se habla desde un tránsito pascual que transita de la indefensión a la fuerza" como articulador de la identidad/exclusión.

Carmen Castillo no apela a cualquier receptor, va tras "el que conoce", el iniciado, para convocarle a esta ceremonia de lectura cómplice, dado que ambos (ella y el/la lector(a)) saben y comparten algo que les une. El receptor en ella, es importante aclararlo, no es necesariamente una mujer, es más, puede asistirse a este ritual desde la sanación de Carmen Castillo o de Miguel Enríquez (su pareja, dirigente del MIR y muerto en enfrentamiento), por lo que su colectivo trasciende lo genérico.

¿Cual es la importancia de esto?

Porque fuimos felices, extraordinariamente felices durante mucho tiempo. Nos casamos enamorados, no importó que yo fuera mayor que él, divorciada y con tres hijos. Michael quería a mis hijos como si hubieran sido suyos, y ellos a él... Para estar juntos, debimos hacer caso omiso de innumerables predicciones de desastres y abandonos y de la contrariedad de ambas familias, la suya y la mía.

(Siembra vientos; Mariana Callejas)

La presentación de la pareja (Michel Townley, agente de la DINA, involucrado del atentado que dio muerte al ex canciller chileno Orlando Letelier) como un padre ejemplar y como parte de la felicidad que aspira la autora, está también invocándonos a presenciar la sanación de éste tanto como la de la autora. Existe la certeza de que su experiencia, la que narrará a ese cuerpo social reconocido como receptor, no es única, pero sí que es exclusiva. Reconoce también que es su privilegio narrar en la medida que: incluye como actores al receptor y a la vez le excluye de conocedor sistemáticos de esa verdad que ella les transmite.

Como instancia del rito, se moviliza el cuerpo social a un proyecto de acción y cambio, pero finalmente sospechamos que no es más que una excusa (en ambos casos) para la sanación del otro, quedando ellas arrinconadas en el espacio de la vocería y representación de aquel. Como textos se apela por aquella "vida compartida" que justifica lo escrito y testimoniado, pero a la hora del reconocimiento genérico, esto se desvanece en un atropellado arraigo que no encuentra receptor dada la ambigüedad del discurso.

En ambos casos el rito está abierto y la sanación política pero se diluye en el patrón patriarcal de invocar a su pareja, siendo ellas el vehículo sanador de ambos.


2.- El rito

La construcción de este "colectivo" apelando a la memoria para construir fuerza, esto que antes denomináramos como pascua, es también el más importante efecto de la "lectura memorioso". Se comienza del supuesto que todos sabemos, somos parte de este hecho vivido, pero se nos convoca a que volvamos a recordar y de esa manera nos reunamos (simbólicamente) en un cuerpo colectivo, que será nuestro refugio particular de reunión.

Y sin embargo, existió aquella mañana cuando todo se tornó grisáceo, cuando algo se trizó para siempre, cuando la casa azul celeste de Santa Fe perdió sus colores radiantes, sus risas, su armoniosa cadencia, como el son de la canción que a ellas les gustaba canturrear en el patio, a la sombra del parrón. Las niñitas partieron. Nunca más habríamos de vernos. No lo sabíamos aún, pero ¿cómo podíamos haberlo adivinado?

(Un día de octubre, Carmen Castillo)

La suya, como la del resto, es una historia que conoce, pero que no ha vivido sola, por lo que requiere desnudar su intimidad para "hacerse" parte de ese otro colectivo. Es una historia socialmente construida pero que sospecha "no colectiva" y esto le obliga a invocarnos como parte de lo ritual. La valoración que la autora hace de su historia es exclusivamente una cuestión individual, pero mientras no sea transmitida y presentada en esta ceremonia sanadora es palabra muerta. Salta a la vista que uno de los elementos fundamentales del rito y que valoriza su discurso, es el hecho de existir ese agente que narra, se plantea como testigo y le habla a su propio receptor social, a su semejante. Es en esencia un discurso con intencionalidad, direccionado y por ende tiende a transformarse en un fenómeno cultural, integrado a otros discursos que van configurando la necesidad de cambio. Este cambio, esta "pascua" que se produce es afectiva respecto al testigo, al receptor y al conjunto del cuerpo social que les contiene (en este caso Chile). Después de dar fe de lo contado, de lo compartido y hecho colectivo, ya nadie será el mismo: testifica respecto a un otro desde su yo memorioso y en definitiva el cambio es relacionado.

¿Como nos convoca a este rito Mariana Callejas?

No he podido escribirlo (el libro) en forma ordenada porque hay memorias que conservo en mi mente tan nítidas como un paisaje después de una lluvia y otras que tengo que buscar en una espesa niebla. Creo que en la vida de nosotros hay hechos que se graban, otros que se esfuman, a veces los que quedan grabados son los menos importantes.

No me anima otra intención que dejar claras ciertas situaciones y disipar algunas de las dudas...
(Siembra vientos; Mariana Callejas)

A pesar de tener su punto de arranque en lo individual, el discurso que el testigo trae a colación es de aspiraciones democráticas, recurre al recuerdo de una experiencia social que puede ser rebatida y enmendada y que no por esto pierde su original fuerza dado que está hablando desde un nosotros que aspira ser parte de un cuerpo (que le lee) y que sospecha también agresivo. Un discurso direccionado a sus iguales, donde el que lo instala debe "hechizarse" de igualdad y abrirse al diálogo para aglutinar en torno a su verdad, que se persigue desde la "vida propia" como parte del relato.

3.- Lo totalizador

El destino último del testimonio viene a ser el "sujeto lector" que es invocado a este rito. Para el testigo su receptor está también ampliado a otros nichos sociales que vienen a ser parte de un patrón social mayor y que también le determina. La cuestión de definir el colectivo es extensa y es aquí donde nace lo popular y liberador de este sencillo acto de recuperar lo vivido y volver a instalarlo como "lo que se vive". El rol, que limita con cierto autoritarismo, del testigo que habla de muchos e increpa a éstos paras ser transformados a su vez en nuevos testigos, es un proceso lento, imperceptible y cautivante. No puede dejar de ser afecto el testigo y el receptor.

En definitiva se trata de creer en que "nada está perdido", aunque el planeta comience a partirse en dos.

La sanación política y humana finalmente se da no sólo en "ser parte de", sino en la militancia en este rito donde se asume el dolor, la soledad y la indefensión como instancias totalizadoras, que aspiran sensibilizar, movilizar y finalmente producir el cambio. Esta totalización puede leerse también como el esfuerzo por traducir las particularidades a la instancia paradigmática y mística que permite sobrepasar y sanar del dolor, la soledad y la indefensión.
En un medio cultural donde el discurso oficial descansa sobre la verticalidad y el compartimentado desarrollo de éste, lo testimonial apela a la horizontalidad y al permanente debate sobre él, transgrediendo uno de los principales instrumentos de dominación cultural.

A modo de conclusión

Debemos, a la luz de lo dicho, reconocer en Chile una literatura testimonial que se ha desarrollado desde diversos ámbitos políticos.

Sorprende descubrir expresiones de esto en textos de mujeres que lucharon políticamente contra los gobiernos de Allende como de Pinochet. Sorprende también la diversidad social donde desde donde se planta cada una.

¿Qué hace, entonces, la dificultad de reconocer ese corpus ritual necesario en el testimonio? Un hecho resulta claro a la hora de dar respuesta a esto: no se ha instalado a un nivel nacional textos que se acerquen a la referencia paradigmática que acomode el universo literario y político transformándose en ese instrumento de cambio que aspira toda lectura memoriosa.

Hemos conocido textos como Me llamo Rigoberta Menchú, Hasta no verte Jesús mío, que han convocado y movilizado no sólo a las mujeres de América Latina, pero nos cuesta acertar a un símil que nos hable e invoque al rito femenino desde Chile con la fuerza que esos lo hicieron. Razones pueden haber, pero eso es razón de otro texto, este sólo aspira iniciar el camino de reconocimiento de sujeto y construcción de corpus del testimonio de mujeres en nuestro país.

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