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Cyber Humanitatis, Nº 20 (Primavera 2001)


SOBRE LOS LUGARES DE USO

por Gonzalo Millán

 

Lugares de uso, de Víctor Hugo Díaz (1965), tiene como protagonista a una urbe irreal que recién despierta de una pesadilla autoritaria para enfrentarse a otro sueño, desolado, desquiciante y marginador. Santiago aparece como una ciudad contaminada que en vez de la cordillera ofrece un interminable partido de fútbol como telón de fondo. La ciudad es una Babel presumida, contradictoria y vacua, que no para de hablar en lenguas foráneas y en los cientos de dialectos de la evasión y el simulacro, la estupefacción y el absurdo. La ciudad "velluda" de nuestro fin de siglo, inhóspito y hostil, se maquilla y tiñe, pero no consigue ocultar sus oscuras y violentas raíces.

La fragmentación del discurso homologa el flujo discontinuo de un espacio descentrado que se afana por conseguir un calce con el nuevo sentido histórico. El escenario textual se configura mediante el ensamble desorientador de observaciones atentas, frases triviales y deslumbrantes sentencias paradójicas: Somos puntuales cuando se trata de llegar tarde, Las flores artificiales / también florecen, pero en invierno:/ su polen es el musgo.

La visión del acontecer cultural e histórico es discrepante y crítica. Sin embargo este énfasis se atenúa por medio de una neutralidad aparentemente distanciada, pero provocadora. El excluido de la historia oficial, el voyeur outsider que recorre la ciudad sin descanso, parece tener por hogar sólo los compartidos lugares de uso. El habitante de "la privacidad de las plazas y calles", siempre alerta por necesidad, se caracteriza por la agilidad de sus desplazamientos lingüísticos, soltura de cuerpo y palabra, vivacidad del ojo, destreza verbal para pasar de una situación a otra, de un personaje al siguiente de manera rítmica y percutiente desde el principio hasta el final del libro. Registro cinético de un acontecer imprevisible. "Escribo caminando y me siento a corregir". "Me releo a menudo de ahí que escribo poco". Decepción y disconformidad con las condiciones actuales de convivencia civil y urbana. Pero también una esperanza puesta en la creación compartida y en la posible ocurrencia del prometido cambio: "Nos unimos como virus que se ha hecho resistente". La negación explicita encubre la afirmación oculta. Mientras tanto la espera se hace insoportable, y brotan la impaciencia, la exasperación y la incertidumbre.

El libro se abre con un epígrafe de John Ashbery que insta a explorar el aquí y ahora inagotables y se cierra con el golpe de un pesado manojo de llaves que cae al mismo tiempo que el Metro troncha las piernas de una joven suicida.

Con Lugares de uso, Víctor Hugo Díaz remata una obra caracterizada por su coherencia, sutileza y constancia. El presente libro lo ubica como un poeta sobresaliente de la última promoción Post-87.

 

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