SOBRE
LOS LUGARES DE USO
por
Gonzalo Millán
Lugares
de uso, de Víctor Hugo Díaz (1965), tiene como protagonista
a una urbe irreal que recién despierta de una pesadilla autoritaria
para enfrentarse a otro sueño, desolado, desquiciante y marginador.
Santiago aparece como una ciudad contaminada que en vez de la cordillera
ofrece un interminable partido de fútbol como telón de fondo. La
ciudad es una Babel presumida, contradictoria y vacua, que no para
de hablar en lenguas foráneas y en los cientos de dialectos
de la evasión y el simulacro, la estupefacción y el
absurdo. La ciudad "velluda" de nuestro fin de siglo, inhóspito
y hostil, se maquilla y tiñe, pero no consigue ocultar sus
oscuras y violentas raíces.
La
fragmentación del discurso homologa el flujo discontinuo de un espacio
descentrado que se afana por conseguir un calce con el nuevo sentido
histórico. El escenario textual se configura mediante el ensamble
desorientador de observaciones atentas, frases triviales y deslumbrantes
sentencias paradójicas: Somos puntuales cuando se trata de llegar
tarde, Las flores artificiales / también florecen, pero en invierno:/
su polen es el musgo.
La
visión del acontecer cultural e histórico es discrepante y crítica.
Sin embargo este énfasis se atenúa por medio de una neutralidad
aparentemente distanciada, pero provocadora. El excluido de la historia
oficial, el voyeur outsider que recorre la ciudad sin descanso,
parece tener por hogar sólo los compartidos lugares de uso. El habitante
de "la privacidad de las plazas y calles", siempre alerta por necesidad,
se caracteriza por la agilidad de sus desplazamientos lingüísticos,
soltura de cuerpo y palabra, vivacidad del ojo, destreza verbal
para pasar de una situación a otra, de un personaje al siguiente
de manera rítmica y percutiente desde el principio hasta el final
del libro. Registro cinético de un acontecer imprevisible. "Escribo
caminando y me siento a corregir". "Me releo a menudo de ahí que
escribo poco". Decepción y disconformidad con las condiciones actuales
de convivencia civil y urbana. Pero también una esperanza puesta
en la creación compartida y en la posible ocurrencia del prometido
cambio: "Nos unimos como virus que se ha hecho resistente". La negación
explicita encubre la afirmación oculta. Mientras tanto la espera
se hace insoportable, y brotan la impaciencia, la exasperación y
la incertidumbre.
El
libro se abre con un epígrafe de John Ashbery que insta a explorar
el aquí y ahora inagotables y se cierra con el golpe de un pesado
manojo de llaves que cae al mismo tiempo que el Metro troncha las
piernas de una joven suicida.
Con
Lugares de uso, Víctor Hugo Díaz remata una obra caracterizada
por su coherencia, sutileza y constancia. El presente libro lo ubica
como un poeta sobresaliente de la última promoción Post-87.
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