CONSTRUYERON
UN COMPLEJO DEPORTIVO SOBRE NUESTRO TERRITORIO APACHE Y LA MUSA
FUE ARROLLADA POR UN TREN
Lugares
de Uso
Víctor Hugo Díaz
Editorial Cuarto Propio, Nov. del 2000
por
Germán Carrasco Vielma
En
términos generales y groseros, durante los gloriosos ochenta, momento
en que bajo la pesadilla autoritaria se experimentaban profundos
cambios culturales, había dos poéticas dominantes. Por una parte
estaba la neo-vanguardia con un discurso inteligente y hermético
que proponía al lenguaje como protagonista del texto político. Por
otra parte estaba la baratija panfletaria. Comienza entonces a publicar
una promoción de poetas que se emparenta con el primer grupo, también
tributario del discurso lihneano: oraciones subordinadas, imágenes
crudas, retratos de la urbe y su sexo, por nombrar tres rasgos.
Sólo para situarnos, metemos a algunos de ellos en un mismo saco
(perdonadme) dentro del cual estaría Guillermo Valenzuela, Malú
Urriola, Sergio Parra y V. H. Díaz (faltan). Este último acaba de
publicar su tercer libro.
Las
costumbres, nuestra manera de relacionarnos y el paisaje experimentan
cambios que a veces no advertimos, cambios grotescos como rejas
altas, como si durante la noche hubiesen realizado una cirugía plástica
en la ciudad. Construyeron un complejo deportivo/ sobre nuestro
territorio apache. Le tiñeron el pelo a la ciudad para mostrarla
al forastero. Así, la ciudad oculta su negra vellosidad, su agresiva
belleza. Pero no hay ansiedad en la descripción objetiva de estas
transformaciones, porque a cambio del llanto y la denuncia, hay
imperturbabilidad y distancia en la mirada serena del voyeur, hay
sutileza en sus primeros planos: el escupo en el suelo, se amolda/
a las ranuras de la baldosa, o: El tañir de la botella desechable
en la pisadera nos distrae, o: Las flores artificiales
también florecen, pero en invierno, su polen es el musgo.
Se
trata también de una mirada de fascinación, de lirismo genuino,
como quien ve las cosas por primera vez, el sexo por ejemplo, o
como el que sencillamente posee otro ritmo para contemplar las cosas,
porque es un niño o un inmigrante peruano o latino en Estados Unidos:
-Aquí nada se parece a mi país,/ahorita nomás llegué y me jode
el frío. O alguien que está bajo el efecto de una droga.
No
hay juicios de valor, los poemas se limitan a PRESENTAR las costumbres
insólitas, los detalles aparecen como síntomas del tiempo y sus
sinopsis de la muerte. Estos detalles son ampliados por una lupa
o por el registro vouyerista del oído. No se trata de hablar de
celulares o cambios en la arquitectura, esto no es un tratado sociológico,
sino de instalar una cámara (no, no de aquellas) de ser una
cámara (I’m a Camera, como decía el beat Bob Kauffman).
La
ciudad es la mujer que se muestra teñida al forastero, ella es arribista
y paranoica, ni siquiera es una bella golfa, la bella durmiente.
La ciudad es una mujer, y una buena biografía se escribe con
el cuerpo, en el cuerpo. Acerca del cuerpo cito el poema Menú
ejecutivo: La especialidad: ensaladas/ la dieta perfecta
que de una generación a otra/ intenta borrar con delgadez/ todo
rasgo vulgar. Pero están también las reinas de la noche y las
musas, cito Las bellas durmientes: se arropa entre dos
flores jóvenes dormidas /las que como en un juego de cartas/ doblan
su apuesta de soledad/ al hablar en sueños con desconocidos.
La
musa es el sueño de la poesía, es la Doralisa de Hernán Miranda
Casanova despedazada por el tren. Eso ocurrió con la poesía, quizá
al poeta le sea dado re-ensamblar todos esos trozos de belleza desperdigados
sobre los rieles, quizá esos trozos sanguinolentos sean las llaves
que abrirán la puerta a ese bello cuerpo voluptuoso cuya desnudez
añoramos aguantando el llanto. Así sella el libro Víctor Hugo Díaz.
Piensa en la mujer sobre las vías/ Piensa en sus miembros que
se desploman/ primero uno y otros después/ pero casi al mismo tiempo/
un solo golpe que no termina de caer/ el pesado manojo de llaves.
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