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Cyber Humanitatis, Nº 20 (Primavera 2001)


CONSTRUYERON UN COMPLEJO DEPORTIVO SOBRE NUESTRO TERRITORIO APACHE Y LA MUSA FUE ARROLLADA POR UN TREN

Lugares de Uso
Víctor Hugo Díaz
Editorial Cuarto Propio, Nov. del 2000

por Germán Carrasco Vielma

 

En términos generales y groseros, durante los gloriosos ochenta, momento en que bajo la pesadilla autoritaria se experimentaban profundos cambios culturales, había dos poéticas dominantes. Por una parte estaba la neo-vanguardia con un discurso inteligente y hermético que proponía al lenguaje como protagonista del texto político. Por otra parte estaba la baratija panfletaria. Comienza entonces a publicar una promoción de poetas que se emparenta con el primer grupo, también tributario del discurso lihneano: oraciones subordinadas, imágenes crudas, retratos de la urbe y su sexo, por nombrar tres rasgos. Sólo para situarnos, metemos a algunos de ellos en un mismo saco (perdonadme) dentro del cual estaría Guillermo Valenzuela, Malú Urriola, Sergio Parra y V. H. Díaz (faltan). Este último acaba de publicar su tercer libro.

Las costumbres, nuestra manera de relacionarnos y el paisaje experimentan cambios que a veces no advertimos, cambios grotescos como rejas altas, como si durante la noche hubiesen realizado una cirugía plástica en la ciudad. Construyeron un complejo deportivo/ sobre nuestro territorio apache. Le tiñeron el pelo a la ciudad para mostrarla al forastero. Así, la ciudad oculta su negra vellosidad, su agresiva belleza. Pero no hay ansiedad en la descripción objetiva de estas transformaciones, porque a cambio del llanto y la denuncia, hay imperturbabilidad y distancia en la mirada serena del voyeur, hay sutileza en sus primeros planos: el escupo en el suelo, se amolda/ a las ranuras de la baldosa, o: El tañir de la botella desechable en la pisadera nos distrae, o: Las flores artificiales también florecen, pero en invierno, su polen es el musgo.

Se trata también de una mirada de fascinación, de lirismo genuino, como quien ve las cosas por primera vez, el sexo por ejemplo, o como el que sencillamente posee otro ritmo para contemplar las cosas, porque es un niño o un inmigrante peruano o latino en Estados Unidos: -Aquí nada se parece a mi país,/ahorita nomás llegué y me jode el frío. O alguien que está bajo el efecto de una droga.

No hay juicios de valor, los poemas se limitan a PRESENTAR las costumbres insólitas, los detalles aparecen como síntomas del tiempo y sus sinopsis de la muerte. Estos detalles son ampliados por una lupa o por el registro vouyerista del oído. No se trata de hablar de celulares o cambios en la arquitectura, esto no es un tratado sociológico, sino de instalar una cámara (no, no de aquellas) de ser una cámara (I’m a Camera, como decía el beat Bob Kauffman).

La ciudad es la mujer que se muestra teñida al forastero, ella es arribista y paranoica, ni siquiera es una bella golfa, la bella durmiente. La ciudad es una mujer, y una buena biografía se escribe con el cuerpo, en el cuerpo. Acerca del cuerpo cito el poema Menú ejecutivo: La especialidad: ensaladas/ la dieta perfecta que de una generación a otra/ intenta borrar con delgadez/ todo rasgo vulgar. Pero están también las reinas de la noche y las musas, cito Las bellas durmientes: se arropa entre dos flores jóvenes dormidas /las que como en un juego de cartas/ doblan su apuesta de soledad/ al hablar en sueños con desconocidos.

La musa es el sueño de la poesía, es la Doralisa de Hernán Miranda Casanova despedazada por el tren. Eso ocurrió con la poesía, quizá al poeta le sea dado re-ensamblar todos esos trozos de belleza desperdigados sobre los rieles, quizá esos trozos sanguinolentos sean las llaves que abrirán la puerta a ese bello cuerpo voluptuoso cuya desnudez añoramos aguantando el llanto. Así sella el libro Víctor Hugo Díaz. Piensa en la mujer sobre las vías/ Piensa en sus miembros que se desploman/ primero uno y otros después/ pero casi al mismo tiempo/ un solo golpe que no termina de caer/ el pesado manojo de llaves.

 

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