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Cyber Humanitatis, Nº 20 (Primavera 2001)


Insidia gris, Poemario de Marcelo Romero

LA VIDA DE LA MUERTE

Como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel al alma.
                              Pablo Neruda

La muerte es algo así como una vida extraña,
una casa sin puertas y ventanas pequeñas
y muy altas:
un mundo aparte, donde sólo puede habitarse
estando demencialmente muerto.

Donde dispararse en la sien con una pistola de dedos,
no tenga más relevancia de lo que ello significa;
como un fruto que se niegue a caer resulte
relativamente obsceno.


AUGURIO

Son aquellos instantes de espera
donde es ella quien reposa a un lado del lecho mortuorio.
Su turno llegará al final, junto con el beso de marca
en la frente
y el susurro al oído del que yace.

La muerte,
una peste que primero nos roba el cuerpo,
luego el sano juicio.


ESE ÚLTIMO DÍA

Era la tercera de la fila de derecha a izquierda,
la fotografía la mostraba con los ojos cerrados,
como ocultando una verdad, una mentira.
Huérfana de hermanos,
reprimía cualquier acto de caridad: odiaba la caridad.
Escribió una vez:
pinta de azul el lado izquierdo del izquierdo de tu derecho,
que el rojo en mano diestra, confunde a la multitud.
Siendo adicta a la vida, la vanidad le provocaba angustia.
Recogió tantas hojas muertas que perdió su diestra
reparando en ello.
Llegado el otoño decía:
la hoja cae desprendida de deseo; yo deseo que sólo caiga.
Escribía finales perfectos para ella, proclamando ceder a uno de ellos.
Siempre le resultó satisfactorio el de lanzarse a las vías del tren;
manifestaba a viva voz su descontento.
Cultivó la ignorancia hacia los demás
situando distancias donde otros encontrarían respuestas.
Aprendió tanto del dolor que ya no lo reconocía,
como un actor ciego
que representaba en su vida un papel de sí vidente,
que en su telón recogía el aplauso del público
y con él refrescaba la memoria que escondía su sonrisa.
Llegado el invierno decía:
no teman, no es más que la estación de lluvias,
así es como se borran las palabras dichas al viento.
Otras veces decía:
de cuatro esquinas rojas se forma un cuadrado azul,
y paciencia, sobre todo paciencia.
Ya no recordaba cuentos de infancia,
ahora jugaba a coleccionar llantos de otras mujeres.
Callaba en ocasiones tanto que perdía el habla
y empezar de nuevo le resultaba irrisorio;
como caminar descalza le figuraba estar casada con dos hombres
y a la vez no pertenecerles.
Accedía en ocasiones a prácticas oratorias;
y lo absurdo le resultaba ridículo y lo ridículo más que absurdo:
vergonzoso.
Ese último día,
no comió nada por la mañana, por la tarde repitió su ración;
lamentó el no haberse despedido.


NOGAL

                                    A Maipo

¿Quién eres hoy cabestrillo de mi infancia?
¿Qué es esta figura endeble antes arrogante?
¿O es acaso qué los nogales caen también en esta insana humanidad?
Tal vez las espinas en tu cabeza, en tu corona,
que son como el suicidio en el espejo de Narciso.

Qué silencioso estás,
si ya eres abuelo de la carne y no te alegras por ello.
¿Dime, qué se esconde tras el roído de tú corteza,
o al interior del torrente de savia que te secunda?
¡Es sólo el cansancio de esperar, de sobrevivir!,
y yo que sigo inquieto como el niño que aún soy.

No, no te quejes por mis risas, es tu mudez
sólo comparable a la lluvia sin quien para gozarla que me anima;
y no te mientas, pues dicen que la lluvia también llora su soledad.
Vamos, que yo también he sentido el menosprecio,
y te diré que tus súplicas no son lo suficientemente
convincentes como para que me quede.

Además, me dices que en las hojas se borran las tristezas
y que al romperlas secas es el viento
quien las arranca llevándolas por ahí.
Entonces dime: que haré con aquellas escondidas bajo mi cama,
de aquel niño, que temía perderte desnudo cada invierno.

¿Por qué te negaste a partir junto a él, junto a mí,
si ya eras viejo como para ocuparte de tu camada?
Terco, y si prendiera fuego a tu arrogancia ésta vez,
pues mientras más grandes (y viejos),
más fuerte caen, dicen;
si sabes que de ti espero lo contrario
de lo que tú esperas de mí.

Tengo miedo y es verdad,
al igual que el niño en el abultado vientre de su madre,
como en el rebaño la oveja,
que ya es muerta antes por los ojos del hambre;
o como en la sublime ansiedad del niño que fui,
que al subir a tus ramas intentara ver caer la lluvia,
como lo hiciera Dios.


NO NOS APRESUREMOS EN CERRAR LOS OJOS, LA MEMORIA BASTARÁ

¿Por qué sellar en tumbas
a hombres nacidos a golpes de vida?

¿Por qué dejar que el tiempo borre sus nombres
resucitándolos,
si mueren cada vez que volvemos a escribirlos?


INSIDIA GRIS

                               A La Comadreja

Avanza lento,
cubriendo el silencio que va quedando a su paso.
Oliendo a muerte, los perros tañen su aullido
de moraleja que pone fin a los cuentos,
sumidos en la idea prima de cual se habla, se cuenta,
y de quien no realmente se viva o se presuma.

Menos que ruin, lacónica.
Los antiguos la describen fría,
con una calva que perpetua a los años humanos.
Definitivamente es la muerte y ningún gesto
de vida debélese: es cuestión de honor.

¡Que siga su paso, que no atreva a detenerse!, se oye;
en realidad, no hay puerta que no fuerce,
ni candado que no se abra, sólo con la intención.
¡Qué siga su vereda amarilla!, se oye otra vez;
por allá donde los condenados esperan castigo;
donde los árboles urgen en su vejez
troncar el frío invierno que se acerca.

No, no le miréis de frente, o sí, tal vez sí,
pues de qué manera verán la marca
que la entrega a buscar refugio en la angustia;
en el espacio mínimo del reflejo de un hilo de seda;
en el jirón de árboles meciendo el entorno.

En fin, dos ideas claras que la reconocen:
sucumbe y divulga enconadas palabras contra el
enjambre de hojas que tras el golpe,
caen al suelo por la mano certera y sagaz de Natura;
responde a la sublime paciencia del cazador,
mientras vigila la agonía de su presa esperando su muerte,
como el ave carroñero a la espera de las sobras.


ABSUELTO

¿A qué viene todo esto?
Basta, cierre los ojos;
no se agite, tranquilo, basta, basta.
Basta, basta, tranquilo, aquí tiene la muerte.
                          Enrique Lihn

Es una mañana fría para entierros,
la lluvia cayendo a cubetazos y ningún paraguas
sirviendo a conciencia cuando nadie quiere mojarse.

De silencios de altar aquí los viajes son sólo de ida
y las flores sólo coronan las perdidas.
Nada implica que los árboles recuerden otoños
y hojas sueltas aunque ya no sepan por qué.

Alguien levanta la mirada por sobre la otras
y se convierte en gritos y descargos hacia el cielo gris.
Parados allí, somos presa de quienes miran
a través de las ventanas a un nuevo vecino.

Son tinajas de barro
que sepultan lágrimas a la entrada de los cementerios,
nadie pretende un sollozo que disculpe al discurso
de la muerte.

Por último es la imagen
(como de un gran cuadro expresionista que raya en lo absurdo),
hombres y mujeres atados por la lluvia
despidiendo a los amigos que ya no son originales
frente la muerte.

Al salir, es una paloma que cruza hurgando el cielo,
seguro que es él quien va por una última copa a la taberna,
una última copa que no debe ser gran cosa,
tratándose de muertes a cadenas perpetuas.


AQUEL

                              A papá

Mi padre es el recuerdo de una silueta,
alejándose tras los cristales de una ventana
de un recordado año de abril.

Mi padre es la espera de uno y varios días
y largos días, sentado en los tres únicos escalones
de la escalera a la entrada de mi escuela.

Mi padre es el golpe en la mejilla,
el llanto, la sangre, el miedo, el temor,
tarde por las noches de mamá.

M padre es el del cortejo fúnebre,
las coronas de caridad,
los deudos, el café en la casa,
el llanto fingido, el ataúd gris,
en medio de la sala, por la calle,
el cementerio, el agujero, bajo tierra.


FERIA

Como despertando de un coma abierto,
no reconoce el cambio.
Es el mismo carrito de redes, la bolsa de mallas,
que posesiona de la misma manilla verde;
más descascarada y tosca al abrazo, se diría,
desde el recuerdo.
Las añosas manos lo reconocen distinto,
quizás más pesado, lento, con un dejo de fuerzas,
porfiando un discernimiento mutuo.
Y una vez más, como tantas,
se abre brecha a través de la puerta, incólume al deseo,
donde las escaleras le reprochan valor,
y la gracia reúne en ella torpeza.
El caminar tampoco es el mismo:
el paso destiñe de torpe a inexacto,
el equilibrio que tambalea en el ir y venir;
que se resumen en pequeñas huellas en el camino de ida.
Ahora es el chirrido de la rueda izquierda,
tipiada tras la sordera que la corroe,
que la engaña diciendo: ahí no está.
Entonces sonríe mirando de frente,
y el chirrido va alertando su paso, su deambular.
Nadie le ha dicho nada; ya nadie recuerda.
Mientras camina, avanza, piensa,
que va entrando en calles desconocidas, que le mienten,
calles que se han olvidado de ciertos paisajes:
calles que la reciben como forastera.
Nadie le ha dicho nada y prosigue su ruta,
bamboleando el peso en no caer,
y arremetiendo contra el carro que se niega
a obedecer a su mano,
que la insta a volver, en su débil promesa de obstinación.
Así es como llega a la calle, vacía, sola.
Nadie le ha dicho nada,
o es ella la que no lo recuerda, la que olvida a diario.
Que todos han huido, desaparecidos,
o muertos como aquellos que no despertarán
del coma.


CAMINO EN LA SEÑAL

Camino en la señal,
que va siendo más audible a medida que avanzo
sobre ella.
El eco resbala en un desvarío trepidar,
tras el arrogante zumbido de una ciudad despierta
a estas horas aún.
Así, como una escena ensayada una y mil veces,
como en el traspatio de los circos,
hurgo en mi bolsillo la moneda sin denominación
para mis dedos
a instancias de mis ojos puestos en el camino.
¡Qué es lo que pretendo con ello!
sellar el pago que compra la compasión, que más.
Claro, no compro la suya, más bien la mía,
por despecho, supongo.
La suerte ya está echada,
y el accionar de mi mano cayendo a su mano a través
del jarro roto por el asa,
uniéndome a él, en un simposio de ambas.
Dejo en desuso y recibe en opulencia, así nada más.
No miro a sus ojos, él no pierde de vista mi mano:
su contenido.
Y me alejo,
en el vil acto de un ladronzuelo, imaginando
que nadie me ha visto,
que nadie ha percatado en mí, aun cuando halla
cerrados los ojos en la huida.
Y así ocurre,
que de pronto el cantar hace caso omiso de sí mismo
y cuando vuelve, lo hace más claro;
desnudo a la imagen: con miedo.
Pero ya voy demasiado lejos como para voltear
los ojos sobre él:
incompetente al último paso echado.
Demasiado lejos y adentrándome en el opaco silencio
que más allá,
muere tras el anuncio crepitar de otro llamado,
como guía, oculto,
como el sensato susurro al oído de un santo sordo.


NATURALEZAS

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!
                             César Vallejo

Si cierro mis ojos y dejo mi respiración trancada
en un espacio-tiempo,
tal vez mi temperatura baje a instancias mínimas.

Si primeramente empuño mis manos antes de abrirlas
con alivio extremo
y fuerzo a mis uñas a tomar un color acertadamente
púrpuras,
tal vez mi piel blanquee a extremos de ser confusa
entre el blanco de mis sábanas.

Tal vez, y sólo tal vez la muerte no asemeje lo que sea,
y sea mi naturaleza la que me haga temer
alguna naturaleza de temor.


SOMOS

Somos verdad errante sin otro sentido más
que el de caer,
una brizna de pasto en el rumiar de una vaca,
un alero colonial cayéndose a pedazos.
Somos un leño en la fogata, una llama en la hoguera,
simplicidad ante la premura y constelación de arribo
tras los pañuelos.
Una puerta abierta sin cerradura,
el caer de una hoja:
silencio de fotografías sobre las chimeneas.
Somos el aullido de un lobo satisfecho de soledad
y luna,
sombra en la oscuridad y el brillo ese del lago junto a
la casa de campo.
Gotas de rocío sobre pensamientos rotos,
gritos de temor:
alfiles de un juego marcados por la lluvia otoñal.
Somos llanto consumado y alegría espontánea,
el índice que señala el pulgar hacia abajo:
somos eso, aquello y lo que no somos aún.
Porque una verdad puede herirnos como una mentira,
o por que aún no somos nada,
nada más que un puñado de cosmos movido por hilos
de marionetas.
Somos polvo y ceniza, andar errante, susurro al oído,
campo de batalla y muerte,
matiz de solemnidad y osadía en la mirada,
quietud y alma latente de arribo,
hacha y martillo, verdugo y bestia, claridad absoluta
sobre una pregunta.
Somos atisbo de razón y locura, espacio y tiempo,
presente y pasado,
ranura en la puerta, golpe en el rostro, candil y ego.


INSTANCIAS

De pronto no somos sino un puñado de sombras
                       que el viento intenta dispersar.
                                              Jorge Teillier

Tal vez sería mejor
que el espejo rechazara mi imagen,
podría encontrar razones
sin albergar esperanzas de existencias:
obedecer.

No quisiera morir siendo mortal.

 

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