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Cyber Humanitatis, Nº 20 (Primavera 2001)


Especial Revista de revistas: dos revistas del Perú
Índice Evohé Número 4

POESÍA DE FRONTERA: MIRADA DEL BÚHO DE CARLOS REYES RAMÍREZ Y TATUAJE DE SELVA DE MARÍA FERNANDA ESPINOSA

                                                                        por Roberto Forns-Broggi

¿Cómo no pensar en las reminiscencias de El cántaro fresco de Juana de Ibarbourou al leer estos poemarios amazónicos? Desconozco las tradiciones poéticas orales y escritas de la Amazonía, pero la lectura de estos libros de poemas me han llevado a hacer esta asociación algo delirante con ciertos fragmentos de El cántaro fresco. ¿Cómo justificar esta conexión un tanto forzada con el yo poético que se reconoce parte de una historia ninguneada y marginal de nuestros recuentos culturales? Dejo a Juana que lo diga:

Estoy convencida de que en una vida ancestral, hace ya miles de años, yo tuve raíces y gajos, di flores, sentí pendientes de mis ramas, que eran como brazos jugosos y verdes, frutas tersas, pesadas de zumo dulce; yo estoy convencida de que hace un gran puñado de siglos, fui un arbusto humilde y alegre, enraizado a la orilla montuosa de un río ("Presentimientos", Obras completas, 421-22).

Sería interesante saber por qué este tipo de voz enmudece en nuestro continente. Ya no se lee esta clase de literatura a pesar de los nobles intentos de Gonzalo Rojas con poemas y ensayos para rememorar la poesía material de Gabriela Mistral o los esfuerzos sobresalientes de Juan José Saer por llamar la atención de ese libro tan necesario de más de 900 páginas de Juan L. Ortiz, En el aura del sauce. O mejor dicho son pocos los que lo hacen. Debo arriesgar una confesión antes de comentar los libros de poemas que relaciono con la más importante expresión de vida sobre el planeta que es la Amazonía. Si he logrado vivir ya varios años fuera de esa realidad geográfica es gracias al poder de la poesía de reanimar esa intensidad vital ignorada o negada por nuestras sociedades chichas modernas. O sea, no importa tanto si esté en Iquitos o en Denver, con tal de seguir cultivando esta pasión minoritaria que me condena a los confines de mi imaginación y de la complicidad de mis eventuales interlocutores. Por ello siempre me siento extranjero estando en el Perú o no. Debería escribir mis "poesías apátridas", pero me urge escribir sobre esta falta secular de interés por la poesía. Ya no se lee poesía por la misma razón que ha marginado a los poetas en todas las épocas: la exigencia del poema es misión harto complicada y casi imposible para el común de los mortales. Octavio Paz en uno de sus últimos libros, La otra voz. Poesía y fin de siglo, le ha dedicado lúcidas páginas a este asunto de "descubrir insospechados caminos hacia nosotros mismos" (80). Aun en esa torre de marfil que sigue siendo la Academia, uno puede encontrar ese ejercicio mental y moral de concentración que nos lleva a nuestras patrias más antiguas y más queridas, que se resiste a la dinámica consumiste y que seguimos llamando lectura del poema. Quizás peque de ingenuo al pensar que más importante que parar la inflación sea recordar lo que nuestras sociedades tercamente han olvidado como el respeto, el miedo y la veneración a la naturaleza en América Latina. No es el momento de citar cifras desoladoras ni malos augurios sobre el destino de nuestro planeta, pero el tono melancólico de ese tipo de "memoria hecha imagen" no puede competir con el tono divertido de las modas del entretenimiento imperial ni con el oportunismo folclórico de nuestros políticos. En nuestros países, en el continente de José Martí los comunes mortales se olvidan de las cosas importantes. Cuesta decirlo y entenderlo. Ello no impide que siga resonando en mi interior "la otra voz" de Juana Ibarbourou:

¿Cuántos árboles habrán talado para que yo tenga todo esto?¿Qué selvas enormes se han abatido para amueblar todas las casas del mundo? Me lleno de tristeza pensando en el duelo del rocío, de los pájaros y del viento. Y me lleno de angustia imaginando el dolor de los gajos heridos, de los troncos mutilados, de todas las selvas de la tierra caídas bajo las hachas brillantes de los leñadores. Esta madera ahora inmóvil y muda, ¡cómo habrá susurrado y florecido en un tiempo! ("Los árboles". Obras completas, 432).

Como una extensión de este llanto de madera, la poesía que nos ofrecen Ricardo Reyes Ramírez y María Fernanda Espinosa insiste de una manera innovadora en ese difícil maridaje entre materia y conciencia, entre cultura y naturaleza. Del poeta peruano apenas sé que su pequeña colección de poemas ganó la tercera Bienal de Poesía Premio COPÉ 1986.  Las referencias históricas y culturales que abundan en los títulos y los poemas de Mirada del búho (1987) no ahogan una voz ancestral que atraviesa al yo poético. Las metamorfosis del sujeto histórico van de la mano con la alianza antigua entre "hombre, planta y piedra" (33). Los nombres selváticos apenas invocan la misma continuidad frente a la ruina causada por el progreso occidental, pero no reclaman una solidaridad propia de ciudadanos maduros. Esa solidaridad estaría del lado del paternalismo entre seres superiores (nosotros, los humanos) e inferiores (las bestias, lo salvaje, etc); y lo que leo en los poemas de Reyes Ramírez es más bien una esforzada pertenencia al mundo vegetal, mineral y animal. Esta perspectiva integradora está contaminada de historia y niega con sutileza la concepción de la palabra como manifestación de una esencia o un mito. La afirmación de vida es frágil y tenue, aunque siempre ofrece a la vista los signos de la memoria colectiva, sedienta de justicia y aturdida por las desgracias apocalípticas del siglo XX. Por ejemplo, en el poema "Yarapa", una "Gran comarca de lavanderas que atrapan peces en las bandejas", la voz poética parece expandirse en el paisaje:

Desde Moyobamba trepado a una frágil cuerda
desdibujé tu imagen, Yarapa, agua dulce entre las aguas,
canto que fue quebrada, canto que fue quebrado,
tela teñida por luminosas manos capanahuas.
La luna está quieta y me llamas.
No sólo he visto esto,
sino tu nombre enfrascado en arcilla roja,
desde entonces en mis labios el rencor tomó aliento
y te odié y te amé
como a un animal cubierto de espinas cerosas.
(37)

El fragmento apenas puede dar una idea de lo que la lectura atenta del conjunto ofrece. Sin embargo, el tono insistente de revelar algo que la memoria ha olvidado puede rastrearse fácilmente. Los ríos enmudecen, pero se escucha "la canción que resopla un informe brutal" (42). Siempre hay algo que nos recuerda batallas perdidas, una vaga conciencia de nación, la lucha del yo poético no como emblema de la empresa individualista sino como producto de una historia natural y llena de desmembraciones y olvidos. Aunque el año sea 1983 la referencia más importante del poema está en los sueños: "un imprevisible ascenso de cuerpo malherido/ y nuestra piedra imposible una lluvia que rompa/ los cristales de la memoria que se aventura" ("1983 / Los años", 20). Se invoca en los poemas de la segunda sección que da título a la colección entera a seres alegóricos enraizados en su naturaleza vegetal, animal y mineral como en los poemas "Alabanza a Sinacay" (33-35), "Yarapa" (36-38), "Donde se habla de una expedición al Yaquerana, el asedio y otras andanzas" (39-42) y "De un traje yagua exhibido" (45). Por ejemplo, en este último poema el traje en cuestión se resiste a ser un objeto de la "inmemorial Arqueología" para ser simplemente "Tela empapada de humores que la tierra/ reconoce" (45). La cosa deja de ser mirada como objeto que se ha hablado y palabreado para ser "Intrépido hilo", "un pedazo de encanto" que lamentablemente se quema como una hoja seca. Gran acierto que pasa desapercibido es presentar la realidad selvática no como un posible símbolo de otredad o de lo que sea fácilmente asimilable a la cultura urbana, sino como una visión reveladora de la condición temporal y material en el contexto histórico del saqueo y destrucción de la naturaleza en nombre del progreso. La tercera sección del libro, "Eclipse del amor", refuerza esa perspectiva integradora de la que hablaba al principio, como en el poema "Territorios para Megwal" (51-55), donde una incierta "cuasi autora de un inédito libro/ de poemas" teje el cambio de siglo desde una tradición asfixiada por Occidente y el yo poético intenta retener más allá de una posible lectura histórica (la violencia estructural que aplasta a los desposeídos) el sentido de una comunidad biodiversa que el poema cifra:

Hablo para que las aves regresen
en un verso que llegará como en un barco,
y así mi nombre será posible en 30,
en 40 páginas de un furtivo diario.
("V", 55)

Es curioso, pero con el librito de la poeta ecuatoriana, Tatuaje de selva (1992), tuve una experiencia intensa mucho más compleja que con el primer libro comentado. Leí los poemas en forma de árbol y me quedé tan fascinado que procedí sin mucho escrúpulo a copiar poema por poema en un hermoso cuaderno. Ya había leído con agrado la gran diversidad de formas de autoafirmación femenina en poemas cuya calidad e intensidad emotiva (1) habían empleado una estrategia de desintegración del sujeto dominado, aquí me refiero a las diversas esclavitudes de la mujer latinoamericana de clase media, en un nuevo lenguaje de identidad, y debo confesar que lo que más me interesó leer fueron las estrategias para asumir una situación de solidaridad para con las mujeres desvalidas y explotadas de distintas culturas o clases sociales; para algunas poetas esto significó hallar su eficacia expresiva a través de las fuerzas y formas de la naturaleza. Y Tatuaje de selva es un hermoso hallazgo, todavía sin canonizar, pero que ilustra bastante bien cómo la practica literaria resuelve mejor que el discurso teórico ecofeminista el desafío de estar constantemente atenta a las relaciones entre los seres humanos, entre humanos y no humanos, y de estar con el oído atento a los patrones de dominación que en cada circunstancia pueden estar en juego. Por eso hay que perderle miedo a las palabras, o mejor, saber qué hay detrás de ellas y transformar lo que está ahí productivamente. Para la academia norteamericana el ecofeminismo es la intersección de dos perspectivas críticas, la ecología y el feminismo, que generan un mecanismo liberador a nivel social y político para quienes deploran la denigración de la naturaleza y de las mujeres (McAndrew, 367). Diferente es el caso de la multifacética labor de María Fernanda Espinosa (Ecuador, 1964), para quien el ecofeminismo es un punto útil de referencia para su quehacer ecológico, pero que difícilmente podría autoproclamarse como “ecofeminista”.(2)

Hablando de las mujeres indígenas de la región amazónica, Espinosa considera que las organizaciones feministas occidentales y el discurso académico tienen poco que ver con las voces de las mujeres indígenas, primero por haberse involucrado en las luchas étnicas de las organizaciones indígenas conducidas por hombres; y segundo, por no haberse considerado los aspectos étnicos de sus reclamos políticos en las agendas de los movimientos feministas. Espinosa menciona sus fuentes críticas de ciertas feministas marxistas, de una ecofeminista y de algunas feministas posmodernas ("Indigenous Women", 250, nota 31, 254). Ahora bien, su discurso poético, al menos el que leí y transcribí, muestra un fino trabajo de compenetración con la realidad amazónica en el que el conocimiento antropológico y biológico sostiene un profundo respeto por el indígena al incluirlo en su discurso íntimamente conectado al complejo y rico mundo de la selva. Más bien, habría que notar una suerte de transformación del sujeto observador en un proceso de autocrítica de sus componentes culturales occidentales al aceptar ser un activo miembro de esa comunidad ecológica. En este sentido, Tatuaje de selva vendría a ser un discurso pionero de una relación intercultural fructífera y democrática entre el mundo occidental y la cultura indígena amazónica. A diferencia del libro de Reyes Ramírez donde la dimensión del yo poético no es del todo completa y clara hacia la comunidad biodiversa, el libro de Espinosa representa el nítido deseo de encarnar una actitud de escucha y compromiso, libre de la dinámica de colonización y desprecio por la riqueza cultural y biológica de la selva. Quizás la poesía de Espinosa me reafirmó en mi deseo profundo de comunicarme con el mundo más que humano; y en mi deseo de alejarme de las preocupaciones nacionalistas sobre fronteras. ¡Qué lejos de los conflictos y negociaciones entre Ecuador y Perú a lo largo de este siglo! Justamente el no ver las continuidades del pasado a través de la riqueza biológica y cultural de la Amazonía formaba parte de aquel entrampamiento litigante.

Regresando a mi deseo de comunicación, tristemente ajeno a la discusión política vigente, cuando estaba preparando mi tesis doctoral a comienzos de los años noventa, me entusiasmé mucho con la perspectiva ecológica aplicada a la literatura. La extraordinaria poesía de Roberto Juarroz me hizo ver claramente que el ser humano, ser de la naturaleza, no puede proseguir esta especie de enajenación que consiste en dejar de lado las cosas naturales para seguir viviendo. Lo malo es que, como escuché decir a Barry López, vivimos en una época en que se menosprecia la conservación de libros, la conservación de ideas, la conservación del tiempo, la conservación de la oscuridad, la conservación del amor, la conservación de la inteligencia. Incluso en el lenguaje, el adjetivo "conservador" tiene, al menos en castellano, un sentido peyorativo que suele asociarse a los sectores más recalcitrantes de la derecha latinoamericana. Lamentablemente muy pocos sectores de las sociedades latinoamericanas muestran una real preocupación por una dimensión moral de la vida; por ejemplo, los temas de integridad, dignidad y responsabilidad.

Bueno, no es mi intención discutir esta situación lamentable de vacío de poder, de corrupción y ceguera política; pero me refiero al escaso impacto que esos temas tienen en el tejido social latinoamericano. Por eso es interesante ver, dentro de la academia norteamericana, en las últimas décadas, que ha aumentado el interés por estudiar la relación entre la literatura y el medio ambiente. En esta dirección, los más recientes estudios emplean el instrumental epistemológico, principalmente, de la ecología, la historia ambiental, la economía, la biología y la geografía. De esto hablábamos en mayo de 1997 con Jorge Marcone, profesor peruano de la Universidad de Rutgers, interesado en estudiar la literatura latinoamericana desde una perspectiva ecológica. Cuando intercambiábamos nombres de investigadores y libros, recuerdo que apunté, al lado de Horacio Quiroga y Candace Slater, el nombre de esta escritora, poeta e investigadora social sobre temas ambientales de la región amazónica, María Fernanda Espinosa. De esa serie de conversaciones con Marcone nacieron, entre otras cosas, proyectos comunes, como un número especial de la revista Hispanic Journal dedicado a la literatura y ecología latinoamericanas que pronto va a salir a circulación y un panel de tema ecológico que organizamos en una conferencia literaria latinoamericana en la Universidad Estatal de Arizona.

Mi primera lectura de Tatuaje de selva se realizó gracias al sistema interuniversitario de préstamos de libros y tal fue el impacto, como ya dije, que decidí transcribir los versos en un cuaderno personal. Necesité tiempo para releer los poemas y pensar desde ellos. Lo primero que pude aprender luego del acto físico de copiar los poemas, fue sentir la unidad del conjunto, la insistencia del contorno arbóreo de cada poema. El conjunto entero se configuraba como una forma de conexión, compromiso y responsabilidad que me ayudaba a plantear mi vida desde una relación con la naturaleza que mejorase mi relación con el resto del planeta y mis semejantes. No es que fuera indiferente ante la destrucción de la selva tropical, de su flora y fauna, de los grupos étnicos que la habitan, pero la lectura de los poemas de Espinosa me llevaban a prestar atención a los algarrobos que tengo al frente de mi casa en Denver. Del placer de observar a diario lo que palpita a la sombra de estos árboles regresaba a la lectura de los poemas. Apenas veía las ardillas correr tan ligeras y rápidas, los diversos pájaros que revolotean por los alrededores, los ocasionales patos y gansos, todo un mundo absolutamente desapercibido por la apurada rutina citadina, surgía mi sospecha de estar participando en una especie de ritual que no llegaba a entender del todo. Greta Gaard cree, desde un punto de vista ecofeminista, que la intemperie da forma a la identidad humana. Una de las experiencias más valiosas que el paisaje natural ofrece es la oportunidad para un tipo diferente de orientación perceptual, una manera diferente de ubicarse en relación con el medio ambiente de uno (17). Debo señalar que la lectura de los poemas me hacía encontrar vínculos insospechables, algunas veces totalmente frágiles e inciertos, como el origen de los algarrobos. Podrían ser oriundos de Asia occidental y países del Mediterráneo, o bien, de Argentina, Chile y Perú.

Pero el punto es otro; en parte, ya prestar atención al hecho de que todo guarda relación con todo me remitía al famoso artículo fundador de la crítica ecológica en los estudios literarios de William Ruecker. Y lo que decía Ruecker sobre el poema en general se aplica perfectamente al ejemplo de la poesía de Espinosa. El poema puede ser estudiado como un modelo de flujo de energía, de formación del sentido de comunidad y de ecosistemas. La primera ley de la ecología, que todo se conecta con todo lo demás, se aplica tanto al poema como a la Naturaleza. El concepto del campo interactivo ya era operativo en la Naturaleza, en la ecología y en la poesía mucho antes de que apareciera en la crítica (Ruecker, 110). El mérito de Tatuaje de selva es que trasciende su intento de capturar por un instante la riqueza biológica y cultural que está siendo borrada del mapa por la modernización de la economía amazónica. Aunque es cierto que el discurso poético forma parte de un discurso ecológico en la medida en que muestra el amor a la selva y su lucha por salvarla de los desastres ambientales, la misma forma de los poemas plantea una recreación del ámbito vivo y complejo de los árboles en el espíritu del lector. Desde el primer poema se percibe la intención de generar una reacción vital que postula además una radical transformación del sentido del yo, volcado en su motivación amorosa a una relación más extendida con los seres que de algún modo dependen de los árboles.

Poética

Lo temporal está en nosotros
como en las ranas su metamorfosis

atados a la escritura
para no morir
nos enlazamos verbales
jungláseos
lianas buscando el eco
así el pasado permanece
empoemado
(9)

El tiempo está íntimamente vinculado a los contornos y ritmos de la selva. Su necesario reconocimiento, en este caso a través de la palabra poética, no es para atrapar un concepto o un entendimiento cerebral de la realidad amazónica, sino para sentir de cerca la respiración, el florecimiento de la vida, la coexistencia con la Naturaleza. La escritura aspira a participar de ese ritmo natural. Por ello la palabra no está dicha para cuidar del bosque tropical; más bien la palabra indica el sentido contrario, los árboles cuidan de muchos otros seres que en realidad somos también nosotros. El tiempo no se mide en dinero, sino en amaneceres y atardeceres. Así, la selva misma se convierte en un contexto ideal para visualizar una cultura verdaderamente democrática en la medida en que es el lugar donde el tiempo de cualquier ser es valioso y donde el sentido parsimonioso del tiempo se ajusta a los ritmos naturales que se basan en ciclos (Gaard, 23). Antes de perderse en una retórica del ataque a la deforestación, la palabra poética se centra y se detiene en el amor por la flora y fauna que depende de la vida aparentemente callada de los árboles. Una premisa válida para desarrollar una lucha política sobre la selva amazónica es posibilitar en el lenguaje una presencia interconectada con todos los seres vivos que se resista a desaparecer, aun sabiendo que el deterioro físico y económico es irremediable y muy extendido. El uso de palabras amazónicas, de identificaciones y alianzas con animales, plantas y personas se da casi siempre en relación con los árboles. Y hay una explicación para ello: los árboles dan refugio a animales, modulan el clima, filtran el viento, almacenan el agua de la lluvia, exhalan oxígeno, son los pulmones del planeta y así hacen posible la vida (Udall, 14). Tatuaje de selva es un hermoso testimonio para prestar atención a la gracia del árbol en tanto representa un bastión de resistencia a la cultura de la indiferencia, un símbolo de la generosidad gratuita. Los poemas transitan diversas zonas que se dejan leer como ecosistemas, pero no tratan de describir la realidad arbórea desde un punto de vista económico o científico. De allí que también me interese resaltar qué pespectivas éticas y estéticas se derivan de esta relación tan compleja entre el arte de la palabra y la existencia misma de una naturaleza rica e inabarcable, que lamentablemente está amenazada de muerte. Cuando Espinosa escribe por ejemplo acerca de las mariposas, el tono sombrío del poema se torna una elegía actual del despojo de vida:

XLV

Las mariposas
van a morir en la humedad
han cortado la madera de su propio bosque
salobre
ni la sábila ni el guano les harán respirar
tampoco las aureolas eléctricas
o las codornices
dormirán en dormidera
sobre algodón de ceibo
y volverán a ser orugas
herederos de imágenes y constelaciones
inventoras de colores con ojos de lince
cuánto polen derramado
cuánto aleteo inútil
(99).

Lo que se destaca en este tipo de poemas es la diversidad de seres cuya vida es interdependiente y en su interdependencia, una diversidad frágil y efímera. La palabra es tierna para nombrar a esos seres y no sólo reproduce una tristeza enorme por la pérdida del equilibrio, sino además marca el cambio del ritmo. El verso más breve del poema es una palabra negativa, "salobre", en contraste con las palabras avivadas de los seres condenados a su desamparo por la ausencia de los árboles cortados. Otro rasgo interesante de esta visión de la naturaleza es el insistente tratamiento de lo natural como un tú amado al que no se le define según un patrón de género sexual, lo que evita reproducir la dinámica de dominación en el seno del tejido familiar. El sentido de familia es más amplio y no se establece desde un punto de vista fijo. De allí que sea importante observar las transformaciones que el yo poético muestra a lo largo del poemario. Un gran número de poemas exhiben una conciencia juguetona respecto a sus preferencias emocionales con una gran pasión por compenetrarse con la Naturaleza. Es un vaivén de sentimientos de ternura por la unión feliz y de sentimientos de separación. Los adioses abarcan una gama muy grande de sufrimientos justamente por tratarse de un ser plural al que se le amputa su parte más vital, sus raíces, sus árboles. La conciencia de estos conflictos aparece desde el comienzo del libro. El poema VIII plantea el problema de la dificultad de llevar a cabo una relación exitosa con esa Naturaleza diversa e infinita:

El espacio escondido en tus costillas
es eco y silencio
en un pedazo de tu espiga
tu magia
la magia inesperada
de la planta que nace en otra
junto a tus ojos
trompos de luz
o cortezas frías como piel de serpiente
toda la noche cabe en tus costillas flacas
mariposas laterales y transparentes
¿cómo abrazarte?
invisible
caballo de mar
(25).

El mecanismo de esta palabra poética es propio del amor loco por el otro -encarnado en la figura del abrazo- que termina siendo uno mismo desde una conciencia expandida, al menos como decía, volcada hacia una Naturaleza que no se ve como un objeto a ser explotado. Hay más bien la admiración casi religiosa que nos remite a una estructura de mitos y creencias que rebasan los límites estrechos de la existencia individual y aislada. Esa insistencia en una herencia sabia en lo que respecta a la armonía con la Naturaleza se explicita en pocos poemas, como cuando se mencionan a los hombres Xingú (poema LXI, 111) o al hombre Yanomami (LIII, 115). El logro expresivo de Espinosa hay que apreciarlo visualmente al reconocer los contornos arbóreos de cada poema y con el oído atento, pues los ritmos son de importancia decisiva para reconocer la pertenencia a la tradición viva de la selva, "la misma voz ronca/ de todos los siglos" (LVII, 123). En el contexto histórico de los años noventa, este discurso poético se plantea una tarea descomunal: se trata de encontrar a quien desee escuchar lo que dicen los árboles, a reflexionar sobre la incapacidad actual de entender el lenguaje de la naturaleza y plantear algunas pistas para un cambio de mentalidad, pues enfrentar nuestra cultura urbanocéntrica y patriarcal demanda un esfuerzo constante y una inteligencia atenta a los reacomodos de los sistemas de dominación. Espinosa logra expresar con sutileza una geografía real a través de la voz de la memoria sobre la selva.

Mauricio Ostria González hace una observación aguda sobre la poesía de Juan Pablo Riveros que puede aplicarse a la poesía de Espinosa: ellos coinciden en el esfuerzo de recuperar, reinterpretar y resemantizar ámbitos de la cultura latinoamericana sumergidos, ocultos u olvidados en los discursos constitutivos de la imagen nacional o continental (109). Si bien al leer De la tierra sin fuegos [1986], de Riveros, uno no puede evitar contagiarse del esfuerzo del libro por sumergirse en un cosmos definitivamente extinto como lo es el mundo de los selknam, yámanas y qawashqar de la llamada Tierra de Fuego (Ostria González, 113), el tono del poema es una invitación a superar la enajenación cultural que ya tiene más de cinco siglos en América Latina. Una paradoja curiosa de la poesía de Espinosa es que su destinatario definitivamente es el citadino, del que nos habla Danilo Cruz Vélez, cuyo "sentimiento de la naturaleza" es uno de los más débiles del planeta en tanto no acostumbra visitar bosques, ríos o lagos por estar "siempre encerrado en sus ciudades horribles" (106). Soy consciente de que Cruz Vélez está hablando del citadino promedio, no de todos los que viven en el campo o tienen una relación directa e intensa con la naturaleza, entre los que se encuentran algunos poetas y una gran parte de la población indígena; por lo tanto estamos ante un posible frustrado intento de comunicación, sobre todo si pensamos en la red globalizante de los medios masivos en los que usualmente se mueve el consumidor urbano.

La poesía de Espinosa, aunque no se preocupa de autoproclamar su especificidad cultural y étnica, siendo obvia su referencia al mundo amazónico, es enfática en la imperiosa necesidad de redefinir la relación con la Naturaleza. Y considero su discurso poético radical en su concepción amorosa, no sólo porque rescata el amor sagrado por la Naturaleza, sino porque lo presenta como si fuera una pasión interna, personal. Probablemente el tono amoroso melancólico de la mayoría de los poemas se asemeja al de algunos poemas de Reyes Ramírez. Este diluir dicotomías, como la que separa al individuo de su entorno cuando se piensa en la experiencia amorosa. En estos poemas resuenan voces que deberían reintegrarse de algún modo a la vida urbana en tanto procuran una restauración de conexiones entre lo humano y lo no humano. Los poemas condensan la crucial urgencia de conocer al otro en medio del descreimiento general que en términos posmodernos nos remiten a la indeterminada posición del sujeto y del otro. Y ese otro incluye "anillos de oruga", "palmas plantas como lenguas", "una frente tiznada por el beso", "piel de caoba y azafrán", "las hojas inmensas", "tacto y corteza", "cardamono en café tibio", "caracol desnudo", "tu rito diario", etc.

Sonia Lenk menciona dos cosas importantes de la irreverencia posmodernista de esta poesía: 1) la Naturaleza es el locus para poner en evidencia el tema de la sensibilidad, del amor y del descubrimiento del cuerpo; y 2) la recuperación de cosmovisiones alternativas al mundo occidental que van desde la siembra y fertilización del objeto amoroso hasta dinámicas de experimentación sensorial "dejando a los sentidos deleitarse en total libertad dentro de una poesía orientada a la ternura" (s/n). Aunque sea una insuficiente referencia, el siguiente poema no sólo emblematiza esa cordialidad entre especies, sino, sobre todo, un afán de combatir la ideología humanista centrada en la imaginación masculinista:

XXXIV

Cántame un verso
despierta mi cuerpo
dame un final en tu laberinto

quiero ser tu aliada invisible
tu rumor adolescente
tu rito diario
inagotable

fúgate
de ese miedo
del antiguo olor a tragedia
de los cielos sin puertas

quiero
cántame
(77).

Es curioso para mí detenerme en la interpretación que da Sonia Lenk de este poema y volver a mi lectura menos marcada por la oposición hombre/mujer y decididamente radical en cuanto a la concepción integradora de la vida desde una responsabilidad concreta por el mundo, actuando consecuentemente y trazando los límites precisos a las presiones de la sociedad moderna. En una perspectiva de largo plazo, la dinámica de conocer al otro, entendiendo ese otro como un organismo plural de seres vivos e interconectados a la sombra de los árboles, termina por convertirse en un proceso de autoconocimiento y de incorporación de perspectivas alternativas para armonizar con la Naturaleza, aún con una conciencia de la desaparición de tribus enteras, de miles de especies y plantas, de nombres que ya no estarán en los labios de nadie. Deberíamos notarlo ya por el aire que respiramos y el silencio que crece en nuestro continente herido. La poesía de Carlos Reyes Ramírez y de María Fernanda Espinosa nos afinan los sentidos y nos recuerdan esa otra voz, ese aire conmovido de la selva, que tiene mucho más de 179 años, tiene nuestra edad y aún está por nacer.

 

NOTAS

(1) Menciono las más importantes: Dolores Castro, Dulce María Loynaz, Claribel Alegría, Gioconda Belli, Luz Lescure, Verónica Volkow y Lilianet Bintrup.

 

(2) María Fernanda Espinosa se licenció en lingüística, con un posgrado en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) y una maestría en Estudios Amazónicos (Flacso). Ganó el premio Nacional de Poesía de 1990 en Ecuador y tiene en su haber dos libros de poemas, Caimándote (1991) y Tatuaje de selva (1992). Lo último que supe de ella es que realizaba un doctorado en geografía en la Universidad de Rutgers, cuya tesis trataba de los derechos territoriales indígenas, la autodeterminación y las intervenciones ambientales en la selva amazónica ecuatoriana. No me sorprende que en los últimos años ella haya estado trabajando sobre los derechos indígenas y la política étnica en Ecuador. Desde 1996 ha trabajado como consultora en conocimiento indígena, iniciativas de conservación y temas de manejo forestal para el panel intergubernamental sobre bosques de las Naciones Unidas, la fundación WW International para la Naturaleza y la Alianza Internacional de Tribus Indígenas de las Selvas Tropicales. También ha producido dos programas en la televisión sobre medio ambiente. Actualmente es investigadora asociada para Flacso.

 

OBRAS CITADAS

Cruz Vélez, Danilo. "La ciudad frente al campo". Ciencia política. Revista trimestral para América Latina y España [Bogotá] 23 (1991): 101-109.

Espinosa, María Fernanda. "The First Summit of Children and Youth of the Ecuadorian Amazon". Children`s Environments 11 (1994): 212-20.

-. "Indigenous Women on Stage: Retracing the Beijing Conference from Below". Frontiers.  A journal of Women Studies 18 (1997): 237-55.

-.  Tatuaje de selva. Quito: Abrapalabra editores, 1992.

-. "Working Children in Ecuador. Mobilize for Change". Talks to Michael Schwab. Social justice 24.3 (1997): 64-70.

Gaard, Greta.  "Ecofeminism and Wilderness". Environmental Ethics 19 (1997): 5-24.

Ibarbourou, Juana de. Obras completas. 2a. edición Madrid: Aguilar, 1960.

Lenk, Sonia. "La irreverencia post-modernista de la poesía de María Fernanda Espinosa".  Manuscrito, (s/n).

McAndrew, Donald A. "Ecofeminism and the Teaching of Literacy". CCC [College Composition and Communication] 47.3 (1996): 367-82.

Ostria González, Mauricio. "Tomás Harris y Juan Pablo Riveros: conjuros y revelaciones". Atenea 476 (1997): 109-17.

Paz, Octavio. La otra voz. Poesía y fin de siglo. México: Seix Barral/ Editorial Planeta Mexicana, 1990.

Reyes Ramírez, Carlos. Mirada del búbo. Lima: Ediciones COPÉ, 1987.

Riveros, Juan Pablo.  De la tierra sin fuegos. Concepción: Libros del Maitén, 1986.

Rojas, Gonzalo. "Recado del errante". Obra selecta. Marcelo Coddou, editor. Caracas-Santiago: Biblioteca Ayacucho/ Fondo de Cultura Económica Chile, 1997: 272-77.

Ruecker, William. "Literature and Ecology. An Experiment in Ecocriticism". The Ecocriticism Reader. Landmarks in Literary Ecology. Cheryll Glotfelty y Harold Fromm, Eds. Athens/London: University of Georgia Press, 1996: 105-23.

Saer, Juan José. "Juan". Obras completas de Juan L. Ortiz. Santa Fe, Argentina: Centro de Publicaciones/ Universidad Nacional del Litoral, 1996: 11-14.

Udall, Steward L. "Introduction". Listen to the Trees. Fotos de John Sexton. Boston, New York, Toronto, London: A. Bulfinch Press Book; Little, Brown and Co., 1994.

 

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