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Cyber Humanitatis, Nº 20 (Primavera 2001)


Especial Revista de revistas: dos revistas del Perú
More ferarum Índice Nº 2

LA INMORTALIDAD SEGÚN KUNDERA

por Julio Teodori

La uniformidad de la sociedad moderna es un tema que ha sido tratado por Ortega y Gasset en La rebelión de las masas y últimamente por Alvin Toffler en La tercera ola. Esta uniformidad, en buena medida, es consecuencia de una mayor movilidad social, de una capacidad adquisitiva mayor así como de los ideales democráticos de igualdad. Kundera resalta que esta uniformidad no se ejerce por la fuerza sino, sutilmente, con ayuda de grandes medios audiovisuales.

Efectivamente, los media crean ciertos estereotipos culturales y brindan una sensación ilusoria de participar en la "cosa pública". En realidad fomentan la pasividad del receptor.

Este fenómeno deriva en la existencia inauténtica, que ha sido tratada tanto por el existencialismo como por la Escuela de Frankfurt (de Marcuse, Fromm, etc.).

Habría que preguntarse si realmente el sujeto urbano tiene una mayor capacidad de decisión y elección. Varios factores negarían esta posibilidad. En primer lugar: casi no tiene injerencia en los círculos de poder. En segundo lugar: está mediatizado por esos mismos canales (medios de comunicación por ejemplo) que te podrían llevar a la transformación de su condición.

El hombre posmoderno se ha convertido en instrumento de los instrumentos que ha inventado. A la manera del doctor Víctor Frankenstein, se ha convertido en víctima de las criaturas que produjo con su ingenio.

Sería útil indagar en las causas de la creciente instrumentalidad, que nos lleva a ver a los demás como medios y no como fines, contradiciendo la ética de Kant.

En este sentido el escritor argentino Ernesto Sábato, en sus ensayos ha sido muy claro al advertir que el proceso instrumental se inició en el Renacimiento y se exacerbó con Hegel (aunque con la Ilustración hay un punto de inflexión importante). Hegel divinizó al Estado y a la razón. Se llegó a menospreciar y subordinar los aspectos no racionales de la existencia y actividades ligadas a éstos: la religión, el arte, el sexo, etc. Con el positivismo llega a su apogeo esta exaltación que genera una oposición dialéctica en la violenta réplica de Kierkegaard o Nietzsche. Luego vendría la revaloración de la intuición con Bergson y el psicoanálisis freudiano. Asimismo se revalora, por parte de la antropología, el llamado pensamiento mágico, por obra de Levy Bruhl. Ese homo sentimentalis del que nos habla Kúndera como de una manifestación mórbida del romanticismo, se explica en tal circunstancia. Tendríamos que determinar si el énfasis puesto en los sentimientos (excesivo a menudo) no fue una lógica y hasta saludable respuesta a la idolatría de la Razón (a la que se consagró altares en la Revolución Francesa) y al fetichismo tecnológico y utilitario.

Un aporte interesante de Kundera en La inmortalidad es su visión de un hombre occidental que es libre aparentemente pero no tiene cómo emplear eficazmente tal libertad. Se trataría de una libertad sin propósitos trascendentes, que se agota en sí misma. Pero es una libertad muy superficial, ya que cunde un profundo temor en los individuos a ser distintos y originales La misma exagerada vehemencia de la joven mujer que ingresa a la sauna por afirmar sus gustos y así diferenciarse, sería un síntoma delator de que en realidad se siente tan masificada como cualquiera.

Se da una servidumbre en dos sentidos: el imagólogo depende del rating proveniente del público, pero a su vez este público está manipulado y condicionado por el imagólogo. Éste ha dejado atrás al filósofo que distinguía el ser de la apariencia, decretando que no hay nada detrás de la apariencia. Estamos, pues, en el plano de la doxa, sin poder aspirar a un auténtico saber pues todo se relativiza en el conglomerado de opiniones o pareceres. El imagólogo estaría cerca del sofista también, aunque sus instrumentos sean más visuales que retóricos. El imagólogo ha reemplazado al ideólogo, pero esto no significa que carezca de una mentalidad, hasta de una cosmovisión: cree ciegamente en la eficiencia, en las bondades del mercado, en la técnica. Pero no mantiene una convicción: se guía por la variedad de la moda, por los clisés más cambiantes. Es un oportunista.

Un mundo cada vez más ruidoso y que dedica grandes páginas a los personajes famosos pero carentes de inteligencia, es un mundo en que casi no queda resquicio para la meditación y sí un amplio campo para el voyerismo y el chisme generalizado. Es un mundo en que, también, contra los imperativos de Sartre, las personas no asumen sus propias responsabilidades, las delegan en otros y se sienten muy inseguras y recelosas. Es el caso de Paul, cada vez más sumiso ante las estereotipadas ideas o gustos de su hija (que no son ideas originales sino una repetición de las que fórmula su generación). Es también el caso de Laura, totalmente dependiente de la opinión de su amante.

Este aspecto de la abdicación de un pensamiento profundamente personal ante los requerimientos de la masa o el mercado capitalista está graficado en la imprevista clausura del programa radial. Como relata Kundera, el público requiere estímulos simples y fuertes, con frecuencia escabrosos (como el hurgar en la vida íntima de Hemingway).

Otro rasgo a destacar es el de la progresiva ignorancia del individuo respecto de lo que sucede en su entorno socio-cultural y de lo que éste significa. El conocimiento global crece, pero el personal disminuye. Esto lo ejemplifica Kundera al hablar de su abuela checa y también cuando se refiere a Goethe. La abuela podía conocer perfectamente los acontecimientos y oficios prácticos de su entorno. Podía asimilar el bagaje cultural de su pequeña sociedad. A escala mucho mayor Goethe pudo absorber amplias ramas del saber de su tiempo y ser una conciencia realmente universal.

En la actualidad esto no podría suceder porque impera la especialización. Cada persona es especialista en un sector muy reducido de la actividad humana. Agnes, que es especialista en computadoras, se siente impotente ante una mínima alteración del engranaje técnico, como es el desperfecto del ascensor.

Un tema que suscita la meditación es la preponderancia de la inmortalidad vista como fama, ya que no siempre sucedió así. En la Edad Media lo importante era la Vida Eterna. Grandes obras como las catedrales y los cantares de gesta fueron anónimas. Lo mismo podemos decir de culturas antiguas como la egipcia, la azteca, etc. Lo importante era el engrandecimiento de la sociedad de modo comunal o la vida de ultratumba.

¿Qué papel ocuparía la religión en el texto de Kundera? Su novela ilustra que Dios ya no es una presencia viva. Aparece como una gigantesca computadora, desvinculado de las tragedias y vivencias humanas. Cumple la función del llamado Dios ocioso (según diría Mircea Eliade). Al ser visto Dios como una super-computadora, no tendría sentido la oración ni una relación íntimamente experimentada. Sólo cabría pensar en Dios como en el relojero experto de los deístas (como Voltaire) o en el gran arquitecto del que hablan los masones.

Sin embargo la religión, antes incluso que Nietzsche se refiriese a la muerte de Dios, ha sido reemplazada por idolatrías de la razón, por ideologías que han prometido el paraíso en la tierra, como el comunismo. Que Kundera haya sido crítico con el comunismo no significa que se dejase encandilar, ingenuamente, por las sociedades occidentales capitalistas. Él ironiza la ya antigua pasión por ser modernos a toda costa, señalando al poeta Rimbaud como un antecedente. Pero la modernidad, como indicara el Premio Nobel Octavio Paz es un valor incierto porque es continuamente superada. Vendría a ser esta modernidad desafiante de los publicistas un rezago del mito del progreso, la creencia en una mejora imparable de la sociedad, sobre todo la occidental.

Si leemos con atención el episodio de la conversación entre Paul y "el Oso" nos daremos cuenta que los personajes de La Inmortalidad ya no se sienten solidarios de la civilización que comparten y de valores que han heredado de otros. Paul, en el bar, ironiza en torno a las conquistas de la cultura europea y le alegra que el grueso del público no conozca de Beethoven más que unos compases de la Novena Sinfonía, que sirven para la propaganda de un producto de tocador. Piensa Paul que están muy asociadas la guerra con la cultura en Europa. Esto no parece tan cierto, más bien habría que decir que la guerra se ha dado en todas las épocas y continentes. Lo que ha cambiado es la incidencia de la tecnología en la guerra, que la ha convertido en más devastadora, lo cual es obra ciertamente de Europa y de los Estados Unidos (continuación de la civilización europea). No obstante, conviene matizar indicando que el tono de Paul es provocador, ingeniosamente juega con las paradojas, lo que desagrada al "Oso".

Implícitamente, y de manera constante, Kundera se refiere al cambio que ha originado, en la psicología del hombre moderno, la sociedad de consumo: una verdadera mutación que afecta tanto las costumbres como los valores. Así, por ejemplo, Rubens añora el pudorperdido de aquella época anterior a la contracultura, el hipismo y mayo de 1968.

En general la comunicación se hace difícil en este ámbito de sujetos absorbidos por la moda, el consumismo, la uniformidad y la cosificación. Queda claro que, a Agnes, la sociedad contemporánea le parece antiestética, grosera y ruidosa. En la soledad trata de acceder al reencuentro consigo misma. Pero incluso ella no logra la felicidad, ni en su matrimonio ni con su amante. Más patético es el caso de Laura y, en cierta medida, Bernard Bertrand. Para Laura el sexo se convierte en práctica compulsiva, pero no es un puente para trascender el ego y lograr una comunicación satisfactoria.

Kundera no tiene una respuesta clara a los dilemas que plantea la época. El predominio del kitsch, de una cultura light en la juventud, así como la pobreza de ideas, escapan al control del sujeto. El hombre -parece decirnos Kundera- se ha mecanizado y hay que resignarse a la pérdida del rostro en lo indiferenciado. Nuestros gustos y rechazos no son realmente nuestros, sino inducidos por el entorno y por los imagólogos. Veamos, pues, que La Inmortalidad es la obra de un escéptico, que no confía mucho en las doctrinas y que evita un pronunciamiento definitivo sobre el mundo que narra y en el que se incluye (como personaje de ficción).

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