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Cyber Humanitatis, Nº 20 (Primavera 2001)


Especial Revista de revistas: dos revistas del Perú
More ferarum Índice Nº 5

Eielson/ ensayos

LUZ Y TRANSPARENCIA EN LOS TEJIDOS DEL ANTIGUO PERÚ

La primera vez que tuve entre las manos un tejido precolombino, había apenas cumplido veinte años, pero la emoción que me provocó aún no se ha desvanecido. Se trataba de una "tela pintada" de Chancay (una cultura tardía de la Costa Central de Perú, sometida por los incas y los españoles entre el 1200 y el 1500 d.C.) de unos dos metros de largo por uno de ancho, y representaba un grupo de personajes con cabezas-trofeo, serpientes bicéfalas, aves marinas y otros elementos abstractos. Todo el lienzo estaba pintado con sólo cuatro colores: rojo cinabrio, ocre amarillo, castaño y marrón oscuro. El resultado era una suerte de rito de la primavera, una entusiasmante proliferación de criaturas solares que parecían generadas por los mismos rayos del sol, tan inclemente en esa región. El pigmento natural integrado a la gruesa trama de algodón crudo, el ritmo de la composición, la felicidad y frescura de las invenciones, el significado cruento -la celebración de sus dioses, sus frutos, sus animales y sus muertos- todo contribuía a hacer de esta sencilla tela uno de los más altos momentos del arte precolombino, y del arte en general. Pero otras emociones me esperaban todavía, a medida que descubría la gran textilería peruana: la pintura de Chavín, los mantos bordados de Paracas, las telas de Nasca y Wari y, finalmente, los encajes de la misma Chancay.

Para comprender mejor estos últimos es imposible no comentar aquí, aunque sea muy brevemente, la pintura de Chavín, una cultura madre y fundadora, de cuya matriz proviene casi toda la iconografía religiosa del Perú antiguo. Se trata de creaciones insólitamente maduras en una cultura primigenia, como es el caso del Formativo chaviniano, que los arqueólogos sitúan alrededor de 1500 a.C. El mismo sentimiento -presente en todo su arte lítico y en la cerámica incisa y escultórica- aparece en estas telas repletas de fervor cósmico, casi completamente cubiertas por un riguroso arabesco, o laberinto, en el que, en diferentes grados de abstracción, aparecen los omnipresentes temas del dios-jaguar, el dios-pájaro o el dios de los báculos. Obras nacidas de la más íntima raíz religiosa, ellas no parecían dirigirse tan sólo a los hombres y se diría más bien que fueron pintadas para dialogar con los dioses.

El pasaje de la austera pintura de Chavín a las suntuosas telas bordadas de Paracas, cultura que se extiende desde el siglo [V a.C. hasta el IV d.C., es uno de los más fascinantes procesos de la texbiería pre-incaica. Esta evolución, que por una parte refleja la decadencia del influjo chaviniano en favor de un estilo regional, conserva, sin embargo, parte de la iconografía de sus predecesores. Es además en este período que los tejedores de la costa incorporan la lana de auquénido, de origen andino, en sus creaciones (notablemente en los bordados, aplicados sobre tela de algodón), haciendo uso de una riquísima y brillante paleta textil, que hasta hoy se puede apreciar en todo su esplendor, gracias a la providencial aridez del litoral peruano. Si bien es necesario subrayar que desde un punto de vista eminentemente artístico -motivación principal de estas líneas- las mayores realizaciones de esta textilería pertenecen a las culturas de Paracas, Nasca y Wari, es, sin embargo, el arte del encaje y de las gasas de Chancay el que seguramente marca su último, precioso hito. Algo así como un golpe de ala final, una verdadera apoteosis del algodón puro y de la manualidad triunfante. Los tejidos exclusivamente de lana, mientras tanto, serán privilegio de la cultura y la tecnología inca, que hará uso masivo de dicha artesanía y que, a la llegada de los españoles, en 1535, se habrá convertido en un importante instrumento de ordenamiento económico y social en manos del emperador, conforme lo atestiguan las crónicas de Bernabé Cobo, el Inca Garcilaso, Pedro Pizarro y otros.

Ciertamente ninguna otra forma de arte podría reflejar mejor una "cultura de la decadencia" como estos encajes que más que tejidos son verdaderas construcciones de luz y de espacio realizadas con sutiles hilos de algodón, es decir con una mínima cantidad de materia que pone en mayor evidencia la intensidad de su contenido espiritual. No nos debe sorprender esta maestría, si tenemos en cuenta que desde los tiempos de Huaca Prieta (que Junius Bird sitúa entre los milenios III y II a.C.) y en excavaciones realizadas por Frederic Engel, encontramos ya ejemplares de redes con incipientes diseños estructurales. Más adelante, con la invención del telar, las técnicas arcaicas evolucionan hasta alcanzar, hacia el 1200 d.C., la inefable sofisticación de los ya citados encajes. Nacidos originalmente en el período pre-cerámico, con funciones utilitarias, estos objetos atraviesan prácticamente todas las culturas de la costa para culminar, entre Chimú y Chancay, pero sobre todo en esta última cultura, en una suerte de gran fin de fiesta mágico-religiosa que provoca, en el espectador de nuestros días, una profunda resonancia interior Y valga aquí mi propia experiencia personal: durante mis cuatro décadas de residencia europea, en repetidas ocasiones he podido observar el estupor y el placer que estas obras producen en quienes las observan por primera vez. Dos son las reacciones inmediatas: los encajes les comunican, por una parte, un intenso goce estético y, por la otra, la sensación de encontrarse ante una obra de arte contemporáneo, o ante un objeto inverosímil, cuya secular existencia, dada la fragilidad de su materia, les parece prácticamente imposible. Observaciones que no carecen de fundamento, puesto que dichos objetos constituyen, sin lugar a dudas, una de las más delicadas testimonianzas que el hombre antiguo haya dejado sobre la tierra y que, milagrosamente, ha sido preservada por la milenaria aridez de la costa peruana. Por otra parte, tales creaciones resultan hoy día más accesibles al hombre occidental, debido a su frecuentación del arte contemporáneo. Un estudio comparativo de las diferentes formas de expresión asumidas por la creación actual -desde la vanguardia histórica de Klee y Mondrian, hasta las telas mágicas de Miró, las abstracciones de Noland y Morris Louis, los "graffitti" de Penck, Haring y otros- daría como resultado una sorprendente analogía entre las imágenes consignadas en estos tejidos y las imágenes "inventadas" por dichos artistas, todos ellos admiradores de tales obras, como lo fueron, en otro momento, Picasso, Derain, Modigliani o Brancusi, del arte africano. Por otra parte, ni el más avanzado neo-darwinismo ni ninguna explicación socio-económica resulta pertinente cuando se tocan determinados niveles creativos. Más cercanas a la fantasía mítico-mágica-religiosa y a la creación artística se encuentran, en todo caso, algunas tendencias del pensamiento contemporáneo que tienden a adelgazar las discutibles barreras que separan las diferentes disciplinas humanas. La investigación interdisciplinar, o pluridisciplinar, es ya una realidad tangible en las universidades americanas y europeas de mayor prestigio, y las mesas redondas, reuniones y simposios sobre este apasionante argumento se suceden siempre con mayor frecuencia. Es cada vez más claro que, sintetizando mucho, las dos posiciones, racional/materialista e inconsciente/psicológica, resultado de una concepción parcializada del acontecer humano, caen en el mismo equívoco: ambas olvidan el impalpable elemento lúdico/aleatorio que preside toda obra humana, e incluso todo fenómeno natural. Olvidan que, después de todo, tales obras, generadas por el mito –"el mito es un exceso de sentido", anota Levi-Strauss- son y serán siempre incomprensibles, como toda verdadera obra de arte. En un universo regido por las secretas leyes del azar, en el que la misma ciencia debería ser considerada como un juego; en el que los grandes mitos del pasado y del presente funcionan con mayor eficacia que la misma ciencia, como lo afirma Thomas Kuhn ¿cómo podemos pretender una lectura lineal y segura de las obras del pasado, cuya gramática desconocemos y cuyos autores nos han dejado en ellas, además, huellas patentes de su propia individualidad dentro de una cosmogonía y una malla cultural más o menos rígida?

Que ciencia y mito coincidan en esa entidad parapsicológica, paranormal, como lo son el sacerdote, el poeta, el artista y el mago, no es un misterio para nadie. Una suerte de lógica trascendente y delirante, anterior a toda formulación filosófica y matemática del universo, atraviesa estos seres excepcionales, cuya excepcionalidad -el criterio moral varía de sociedad a sociedad- es casi siempre pagada a duro precio. Es quizás por ello que su mensaje nos toca tan profundamente. Porque reconocemos en él esa noción de lo sagrado y lo eterno que subyace en cada uno de nosotros y que nos identifica con todos los hombres, cualquiera que sea su circunstancia.

Lo anterior no quiere ser una defensa a todo costo de la individualidad y la libertad del arista en cualquier agrupación humana, comprendidas las sociedades arcaicas y "primitivas". Por otra parte, la idílica concepción de una sociedad armoniosa, en la que cada cual desempeña un determinado rol, tropieza siempre con una realidad nada idílica ni armoniosa, desde una perspectiva exclusivamente social. Por ejemplo, aparte los kimbukamayos, encargados del guardarropa privado del emperador y sometidos a normas especiales, todos los tejedores diseminados en el vasto territorio del imperio incaico estaban obligados a pagar un impuesto, o mita, textil, so pena de severos castigos o supresión de los más elementales derechos. Esta directa injerencia del estado en la actividad creativa se refleja claramente en la rígida factura y el estereotipo formal de esos tejidos, fruto de una actividad productiva, y repetitivo, que ya no manejaba el lenguaje mágico y elocuente del mito y del arte. Es por esta razón que el antiguo arte textil se convierte, durante la dominación inca, en mera artesanía, no exenta de valor ornamental, pero desprovista de contenido.

Sin embargo, como sucede a menudo en el curso de la historia, es precisamente durante este duro régimen que aparece la excepción. Debido sin duda a la considerable distancia del centro de poder imperial, situado en el Cuzco, a 4000 metros sobre el nivel del mar, el tejedor costeño no sólo conserva su idiosincrasia y sus tradiciones, sino que las exalta sobremanera, como una forma inconsciente de resistencia al invasor. Podemos sólo imaginar lo que debió ser para los habitantes de la región la segunda ola de predominio extranjero, a de los españoles, infinitamente más cruel y traumática que la primera, en un lapso histórico relativamente breve.

En estas condiciones ¿cómo se explica el milagro de semejante textilería? A mi manera de ver, el milagro tiene varios fundamentos. Ante todo, heredera de una tradición milenaria, la cultura Chancay no crea mito alguno. Su vocabulario simbólico está completo. Sus divinidades terrestres, aéreas y marinas, más que una iconografía, conforman un alfabeto visual inagotable. A partir de este patrimonio, los tejedores exploran todas las posibilidades del arte textil con una versatilidad y refinamiento típicos de las sociedades decadentes en estado de gracia. El acto mismo de tejer, que en Chavín evoca un solemne ritual en honor de sus dioses, en Paracas una suntuosa y policroma danza fúnebre, y en Wari un riguroso proceso de ascesis religiosa, este mismo acto de tejer, para el artista Chancay, se convierte en una fiesta, un ritmo, una celebración gozosa de la vida y de la muerte, como una sublime revancha del espíritu local, del eterno genius loci, ante las barbas mismas del invasor.

Fuegos artificiales de una civilización que toca el fin de su periplo y que, haciendo caso omiso a la brutal represión inca y española, da rienda suelta a su espontaneidad, a su carácter brillante y jovial. Su resistencia al invasor es esta sonrisa textil que atraviesa toda la costa central del Perú y prolifera generosamente en una infinidad de formas, técnicas, imágenes insólitas, suntuosos indumentos, tapices, pinturas, muñecas, frutos y pájaros de tejidos policromos, abanicos, mantos y máscaras de plumas y, sobre todo, esas increíbles garzas, gasas y encajes milagrosamente intactos a través de los siglos, que son como la extrema flor, el extremo perfume de un pueblo que en ellas supo resumir y filtrar la esencia misma de su pensamiento.

Si en los tejidos multicolores de las grandes culturas arcaicas lo que nos deslumbra es la opulenta simbología, unida a la suprema elegancia de su expresión, en estos encajes, gasas y garzas lo que nos maravilla es su aparente sencillez y economía. Como en la pintura de este mismo pueblo -a la cual me refiero al comienzo de estas líneas- es la riqueza interior del artista la que se manifiesta en todo su esplendor, en abierto contraste con la precariedad de los instrumentos y la materia utilizada. Música y matemáticas se materializan en estos encajes y se organizan en rigurosas secuencias escalonadas, como una fuga de Bach; en delicadas arquitecturas de hilos cruzados, anillados, entrelazados, tejidos, casados, o tupidos como mallas metálicas; leves y transparentes como alas de mariposas o libélulas; como telas de arañas humanas, resistentes a los siglos y a la inteligencia; como insondables galaxias interiores u organizaciones celulares; como misteriosas metáforas visuales o estructuras de cristales desconocidos Todas las técnicas y combinaciones posibles fueron puestas al servicio de un arte sutil como Pocos, cuya variedad y elocuencia convierten a estas obras en un verdadero lenguaje; más aún: en un vasto poema visual que resume todo el arte de la textilería antigua, así como un breve, luminoso poema verbal puede resumir páginas y páginas de cuantioso texto en prosa. Un largo tiempo de texto/tejido, a través de los siglos, aparece aquí acumulado, convertido en encaje, tal como el lenguaje verbal se acumula, se filtra y se vuelve poema. Es decir, encaje. En ambos casos la sintaxis -la trama y la urdimbre- se adelgaza hasta lo inverosímil y, como la cáscara de huevo, alcanza su máxima fragilidad y resistencia para proteger su más palpitante tesoro: el mito. La transparencia del lenguaje mítico, en un pueblo que no conocía la escritura, se vale de un léxico visual que funciona claramente como escritura. Y es solamente a través de ésta (que podríamos situar entre el pictograma y el jeroglífico) o más bien en su intertextualidad, entre un vacío y otro, entre una forma y otra -pájaro, personaje, pez o felino- que se asoma el poema, es decir el mito convertido en poema. El cual ahora significa mucho más de lo que aparentemente nos propone su escritura de algodón. Como las partículas invisibles de la gramática chomskyana, o como la Tabula Esmeraldina de la tradición hermética, todo ha sido consignado en el poema/universo, y al mismo tiempo nada en él es real sino en la medida en que aceptamos sus propias leyes: el misterio encerrado en estos encajes es una sola cosa con su lógica textil, como el misterio encerrado en un poema no es lo que el poema dice sino lo que el poema es. O sea puro lenguaje, espejo fiel de un universo que se revela y se renueva a cada instante, en la medida en que se modifican los parámetros del observador/creador.

Esta última hipótesis interpretativa, que tiene como eje el extraordinario "principio de indeterminación" de Werner Heisenberg* no debería sorprender demasiado si consideramos que el mismo Heisenberg atribuye a la naturaleza, en sus estratos más profundos -como es el caso de la física cuántica- una conducta muy cercana a la espiritualidad, e incluso a la subconsciencia. Algo así como un sueño de la materia, muy semejante al de estas imágenes, concebidas en el límite mismo de lo material, que nos descubren un universo sin lugar a dudas autre, aunque irremediablemente nuestro. Lo que llamamos delectación estética no es, en este caso, sino una calidad superior de la comunicación humana, que nos permite reconocernos en criaturas al parecer remotas y diferentes, pero semejantes a nosotros en sus más altos designios. No debe, pues, extrañarnos que en el antiguo Perú la actividad textil haya sido considerada sagrada. Estos encajes -testimonio de una sociedad en declino y por eso mismo orgullosa de su pasado- así lo demuestran: cada uno de ellos nos propone un fascinante viaje a la raíz de nuestros propios orígenes de hombres igualmente desencantados y en declino.

 

 

* Aunque sin citar explícitamente a Heisenberg, desarrollo esta idea de manera algo más detallada en mi ensayo de 1982 "Estructura precolombina de cuarzo2 (publicado en volumen profusamente ilustrado por la Editorial Armitano, Caracas, 1985). Allí también la antigüedad, o indeterminación polisémica, corresponde íntimamente a la naturaleza del mito presente en dichas obras y encuentra su más perfecta respuesta en el material utilizado, en este caso los cristales de cuarzo.

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