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Cyber Humanitatis, Nº 20 (Primavera 2001)


Especial Revista de revistas: dos revistas del Perú
More ferarum Índice Nº 5

Ensayos/ Eielson

EIELSON: EL GRAN SLALOM EXISTENCIAL

por Pierre Restan

Entrar en el universo de Jorge Eielson es un milagro permanente, el de la visualidad pura: poesía, pintura, escultura, escritura, la multiplicidad de los medios que encarna la multiplicidad de las metáforas. El pintor de los nudos se funde con el poeta o el novelista que visualiza en trazos fulgurantes "la noche oscura del cuerpo" (EIELSON, 1984). La tensión de los nudos sobre la tela se transforma en las palabras sobre el papel "escrito" y en el suspenso de la acción en la performance. El pensamiento de Eielson es visión pura porque sus imágenes son directamente, orgánicamente, visceralmente existenciales. El referente central es el cuerpo. Un cuerpo vivido, amado y sobre todo "multiplicado". A través de su narcisismo crítico el artista representa un cuerpo que es el suyo y también el nuestro, un cuerpo que trata de la manera en la que entiende o presume que nosotros tratamos el nuestro. "No tengo límites/ mi piel es una puerta abierta/ y mi cerebro una casa vacía" ("Cuerpo multiplicado". EIELSON, 1984: 12-13): el cuerpo es el territorio del lenguaje de Eielson, y tal territorio del lenguaje el autor lo concibe sin fronteras, como espacio del vacío, del vacío en cuyo corazón Yves Klein veía arder el fuego de los alquimistas.

Klein creía en la levitación, la sentía en sí mismo como una vocación, un don, la señal que habría conducido a la salvación total del mundo, al apocatástasis. Eielson participa de la misma sensibilidad inmaterial, vive intensamente el mismo sentido de desmaterialización corpórea. "Me pregunto/ si verdaderamente/ tengo manos/ si realmente poseo/ una cabeza y dos pies" ("Via Veneto". EIELSON, 1989: 115). El problema de la materialidad de su cuerpo físico lo obsesiona: "No tengo pies ni cabeza". Y es un problema que deja voluntariamente sin respuesta, para evitar ceder a la tentación de la sublimación y también para permanecer sobre la tierra, de un modo u otro, apoyando los zapatos a falta de pies, o el sombrero a falta de cabeza. Aparece así de pronto la dimensión fundamental del hombre y de la obra, el acercamiento fatalista al espacio existencial, que es para Eielson el mejor modo, a fin de cuentas, de asumir la propia coexistencia con los otros: "Soy uno solo como todos y como todos/ soy uno solo" ("Cuerpo multiplicado").

La extrema fluidez del territorio del lenguaje se traduce en un nomadismo vital, multiforme desde el punto de vista de la expresión, planetario desde el punto de vista de la existencia. Nacido en Lima en 1924, Eielson forma parte de aquellos latinoamericanos superdotados para los cuales la geografía no cuenta. Sus libros son publicados tanto en México o en Lima como en París o en Florencia, y ha expuesto sus "quipus" en los cuatro rincones del mundo. Este peruano internacionalizado (o sobrenacionalizado), gentleman discreto y secreto, es un ser genial que habría recibido el Premio Nobel o el Gran Premio para la Pintura en Venecia si sólo su espíritu hubiese sido menos libre, su mensaje menos universal, su comportamiento más oportunista. Los diversos aspectos de su producción artística y literaria tienen un destino promocional autónomo, que él encuentra más que natural y suficiente. Un éxito que superase el círculo de los especialistas o de los aficionados, le parecería embarazoso, forzado, abusivo. La exposición de la Stelline, que coincide con la publicación en italiano de una antología de sus poesías, permitirá al público milanés apreciar mejor la coherencia de un tejido expresivo multiforme.

El nomadismo de Eielson no ha sido una fuga estéril hacia adelante. El artista ha sabido estar en el lugar preciso cuando era necesario, en el momento justo. Su biografía está llena de fechas y coincidencias significativas. En 1945, a los veintiún años, recibe en Lima el Premio Nacional de Poesía, en 1947 un Premio Nacional de Teatro y al año siguiente prepara su primera muestra personal. En el mismo 1948 está en París, y en 1949 expone en la Galería Colette Adlendy, uno de los raros espacios alternativos de la época, ya frecuentada por el "décollagiste" Raymond Hains, que será su amigo, y donde en 1956 y 1957 expondrá Yves Klein. El peruano errante encuentra así con anticipación una de las capitales de la prehistoria del nouveau réalisme.

En 1953 lo encontramos en Roma, donde, en el mismo año que Rauschenberg, expone en la Galleria dell'Obelisco. Las cajas de ensamblaje estilo Cornell "junk" presentadas por el artista norteamericano constituyen el preámbulo de su estilo neodadá (1): es el Rauschenberg anterior al de los "combine-paintings", que el artista realizará a partir de 1955 y le valdrán en 1964 el Gran Premio de la Bienal de Venecia, donde también expondrá Eielson. Será con ocasión de esta Bienal que Alfred Barr, director del Museum of Modern Art de Nueva York, y Nelson Rockefeller, para su propia colección privada, adquirirán dos "nudos" del peruano.

Sería fácil multiplicar las coincidencias y los casos de "tempismo". En 1961 Eielson participa en el Premio Carnegie de Pittsburg, en 1963 en el Festival de los Dos Mundos de Spoleto, en 1965 frecuenta en Roma la Galleria La Salita, promotora en los años sesenta de la "scuola di piazza del Popolo" y de la cual saldrán los Angeli, los Schifano, los Uncini y los "brothers" Lo Savio y Festa. En 1969 está en Berna, en la Kunsthalle, donde expone sus Esculturas subterréaneas en la muestra "Plans and Projects as Art", que será el acta de nacimiento del arte conceptual. En 1971 realiza en el metro de París su Ballet subterráneo. En 1972, en la Bienal de Venecia, presenta la performance El cuerpo de Giulia-no, versión

de su novela homónima; en la Documenta 5, en Kassel, impresiona fuertemente a Beuys con otra performance, el Concierto de la paz y en Mónaco, con ocasión de las Olimpiadas, inicia el Gran quipus de las naciones, interrumpido por los terroristas palestinos.

En 1980 es traducida y publicada en París, por Albin Michel, su novela Le corps de Giulia-no, mientras el volumen de sus poesías completas, Poesía escrita, aparece en Lima; será reeditado en México en 1989 y traducido al italiano en 1993 (ed. Le Lettere, Florencia) (2). En los años ochenta concluye un peregrinaje a las fuentes y publica diversas obras sobre el arte y la arquitectura precolombinos: Puruchuco, Lima, 1980; El arte y la religión Chavín, Lima, 1982; Escultura precolombina de cuarzo, Caracas, 1985. En 1988 publica en Ciudad de México (ed. Fondo de Cultura Económica) su segunda novela, Primera muerte de María. En 1990 participa, en Ciudad de México, en la muestra "Los privilegios de la vista", organizada por Octavio Paz, quien poco después sería galardonado con el Premio Nobel.

El flujo existencial asume del todo naturalmente en Eielson la forma de un slalom nomádico que le hace encontrar los movimientos determinantes y las personalidades capitales de su tiempo, de Emilio Villa a Giulio Carlo Argan, de Burri a Fontana, de Raymond Hains a Arman y Rotella, de Beuys a Szeemann, de Noland y Olitski a Lichtenstein, de Matta y Soto a Jean Genet y Octavio Paz, de Max Bill a Daniel Buren y Bernar Venet.

Eielson no ha desdeñado nunca las citas de la historia: en ellas ha cruzado los estilos y los protagonistas, pero sin integrarse a ellos. Ha pasado siempre entre las mallas de la red porque la llave de su nomadismo existencial es el descubrimiento, la localización y la consolidación de su territorio lingüístico: "una progresión por pliegues", en el sentido que Gilles Deleuze da a este término, del cual Marco Senaldi, en un texto precedente justamente ha subrayado la dimensión analógica.

Este slalom por pliegues ha condicionado el completo desarrollo del trabajo pictórico de Eielson. El punto de partida parisino (1948-52), o más bien el saque inicial, ha sido en el signo de la ecuación rigurosa, aquello que el artista llama, con toda la deferencia del caso, el homenaje a los "grandes padres" Mondrian y Malevich. Es la época del esmalte industrial que cubre los lienzos, las construcciones en madera y los "movils" metálicos. Algunos años después de haberse trasladado a Roma el esquiador existencial, hace una pirueta, cambia de pista y se sumerge en el "paisaje infinito de la costa del Perú". Y, a fines de los años cincuenta, un primer peregrinaje a las fuentes que, poco a poco, toma la forma de un acercamiento orgánico al cuerpo. Las materias naturales que el artista se hace enviar especialmente desde su tierra de origen, constituyen la base de esta reconstrucción física de un territorio lingüístico aún, en su esencia, abstracto. Más pronto, en el corazón de tal vacío-lleno, se hará sentir la necesidad de la huella humana, que asumirá la forma no de una imagen pintada, fantasma de una sombra, sino de una tangible realidad existencial: los vestidos.

Camisas, chaquetas, pantalones, blue-jeans, vestidos de mujer, medias de nylon, vestidos de noche, zapatos... todo pasa allí, todo viene a insertarse a esta empresa de digestión, de "form shaping" primario. De las manos de Eielson en pleno frenesí barroco sale la primera efigie carnal de Marilyn Monroe, apenas dos meses después de la dramática muerte de la star de las stars, y mucho antes que las de Warhol y todos los otros. Se verán de todos los colores estos vestidos eielsonizados: rasgados, cortados, quemados, reducidos a jirones retorcidos y entrelazados, y finalmente ¡anudados! Al final del slalom por pliegues, guiado solamente por la intuición, Eielson encuentra el antiguo lenguaje de los incas, el lenguaje de los "quipus", que incorpora en la estructura esencial de su territorio.

El nudo deviene así progresivamente en el elemento exclusivo del lenguaje, en el referente protagonista del cuerpo. El nudo ignora las variaciones formales de la marinería, se presenta en su forma más simple, arquetípica. Se presenta como efecto final de un movimiento de torsión que produce el plegarse de la tela sobre sí misma, en la superficie del cuadro. Ciertamente, las modalidades de torsión de la tela varían según las obras, pero queda el mismo principio gestual: el nudo, en su tensión y en su simplicidad, evoca el amarre de la hamaca, luego el resto de la hamaca se pierde en el "paisaje infinito de la costa del Perú" (3).

El gesto de Eielson es distinto de aquél, apropiador, de los nouveaux réalistes, o de aquél, manipulador, del arte pobre. Cuándo, en la primera mitad de los años sesenta, conocí a Eielson en París, en la época de la Galerie J, pude estudiar con toda libertad las motivaciones de su gestualidad nudal y observar la diferencia que separaba a primera vista los "quipus" de los embalajes, de las acumulaciones, de los décollages. El gesto de la apropiación nouveau réaliste es un gesto en sí, formador a priori de lenguaje. El gesto de Eielson es aquél de una acción existencial llevada al paroxismo de la tensión física y de la concentración de energía. Cuando la energía del artista se agota es porque se ha transferido integralmente en el "quipus". El más cercano a la gestualidad eielsoniana podría ser el gesto de Arman en sus "colères". Cuando Arman rompe un instrumento musical, cuyos pedazos fija en un panel en el punto exacto de su caída, encontramos la misma concentración de energía, aquella misma de Nam June Pak cuando se dedica a la misma operación. Pero el resultado queda en el orden de lo aleatorio y no en el de una actividad preconcebida: el "quipus" en cambio es el signo arquetípico de un cuerpo a cuerpo ritual con la tela. La analogía más profunda, como le gusta repetir a Eielson, es ofrecida sin duda por el gesto repetitivo al infinito de los "cortes" de Fontana. Colocados uno al lado del otro sobre el mismo plano, un "quipus" y un "corte" pueden, en efecto, aparecer como el positivo y el negativo del único gesto de intervención concebible (moralmente) en el espacio monocromo infinito de Yves Klein.

Como los "cortes", los "quipus" monocromos se presentan como objetos de gusto exquisito y de rara elegancia, a imagen de su autor. Es fuerte la tentación de decodificar la valencia cromática en su pura simbología y de clasificarlos por tríadas nodales. La tríada blanca evoca la vida, el amor, Dios. La tríada negra, la guerra, la muerte, el diablo. El nudo rojo significa la sangre y también las estrellas: el amarillo, la flor y el sol; el azul, el aire y el cielo; el verde, la tierra, la hierba, el árbol. El naranja es el signo del fuego y el violeta de la luna. A partir de tal lenguaje de los colores Eielson puede traducir en inca los fundamentos de la cultura occidental y de su arte. En ello pretende tomarse toda la libertad, y se la toma: está "anudando" el Trattato della pittura de Leonardo da Vinci. Para aquéllos

a los que este género de empresa podría parecerles el lujo de un refinamiento abusivo, contestaría: "No jueguen con los nudos si no conocen su sentido". La teoría del tejido y de los nudos es, en efecto, en la física de las partículas, ¡la imagen misma de la esencia del universo!

En fin, al término de este viaje por el territorio eielsoniano, quisiera reivindicar para el genial artista peruano la total libertad existencial de pensar y de obrar, que él no ha esperado para usar, en todas las direcciones, en el territorio entero de la visualidad física de su lenguaje. En una carta que le dirige Octavio Paz, quien conoce bien a Eielson, no dice sino esto: "Eres uno de los rarísimos artistas y poetas auténticos en este continente de papagayos, simios y transistores...".

 

Traducción de Gabriela Germaná.

 

 

Referencias bibliográficas

EIELSON, Jorge Eduardo (1984), Nuit obscure du corps. Trad. de Claude Couffon. Paris: Altaforte.

-(1989), Poesía escrita. México: Vuelta.

 

Notas

(1) Las piezas de Rauschenberg, que se creían destruidas, han sido encontradas y recientemente expuestas en el Guggenheim-Soho de Nueva York.

 

(2) La escritura de este ensayo es anterior a la publicación de la edición colombiana de Poesía escrita (N.de los E.).

 

(3) Los nudos reagrupados transversalmente sobre la tela han recibido el título genérico de Amazzonia.

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