TESTIMONIO
VISIONARIO Y LITERATURA CONFESIONAL. UNA PROPUESTA DE LECTURA DE SCIVIAS
DE HILDEGARD VON BINGEN.
por
José Luis Salomón Gebhard
1.
PRESENTACIÓN
El
siguiente texto busca centrar su análisis en puntos específicos
que sugiere la lectura de Scivias de Hildegard von Bingen, más
que pretender una comprensión cabal del mismo. Se aborda
la tradición posible dentro de la que se insertaría
dicho texto y se la menciona bajo el rótulo de "teología
práctica", expresión que busca reflejar los
niveles de oralidad y conocimiento práctico de los textos
fundantes de tal tradición: las Sagradas Escrituras. El análisis
de Scivias se centra en las técnicas confesionales
que permitirían construir un criterio de verdad para el testimonio
de sus visiones. En esta parte del estudio, se hace acopio de conceptos
derivados de los análisis históricos de Michel Foucault
citados en la bibliografía, tales como el cuidado de sí
y la confesión misma. Finalmente, concluimos nuestro estudio
interrogando la relación existente entre los mecanismos confesionales
que se trasuntan en el texto analizado y el incipiente proceso de
formación disciplinaria del pensamiento teológico,
proceso que transforma la teología práctica en escolástica.
2.
TEOLOGÍA PRÁCTICA Y ORALIDAD.
"Las
palabras fundamentales de la teología exigen una situación
de discurso específico, en la que nuestra existencia total
es impulsada a la expresión; además, la comprensión
del lenguaje bíblico añade a la comprensión
de esa situación una comunicación igualmente específica,
un universo de discurso compartido, que convierte a la comunidad
eclesial en comunidad de interpretación".
Paul Ricoeur (1).
La
recepción del discurso teológico a lo largo de la
historia plantea, junto al problema del origen, una cercanía
inmediata con la problemática de la oralidad del lenguaje.
En primer lugar, porque el discurso se refiere a la actuación
del lenguaje, a su realización práctica. Sin embargo,
el discurso teológico se sustenta puntualmente, más
que en una pragmática discursiva, en el nivel oral de la
palabra, en la circulación de la palabra "hecha carne".
Al menos hasta los tiempos de la sistematización escolástica,
de la construcción de un sistema rígido de saberes
teológicos ubicado cronológicamente en el llamado
proto-Renacimiento del siglo XIII, el conocimiento teológico
se sustentaba en su práctica oral por parte de una determinada
comunidad. Era un conocimiento de tipo pragmático, basado
en la lectura y difusión (predicación) de su centro
organizador: el texto de las Sagradas Escrituras, cuyo evidente
carácter apelativo obliga a la palabra divina a trascender
la realidad textual en busca de un lector-auditor pertinente. El
epistolario profuso de apóstoles y jerarcas durante el período
que hemos reconocido como "teología práctica",
manifiesta con vehemencia, si no la oralidad, al menos la situación
de proximidad enunciativa de los interlocutores, como también
lo hará el género de las confesiones que inaugura
San Agustín, los diarios de vida y las hagiografías,
todos ellos cargados de contenido doctrinario.
El
Logos hecho carne implica un acontecimiento discursivo. Dentro del
momento fundacional del cristianismo primitivo y la tradición
que desde aquí arranca, este hecho teológico alude
al acto ritual de lectura pública de las Sagradas Escrituras.
La lectura es una ceremonia pública y un acto sacramental.
Es el acto oral mediante el cual una suma de personas se reconoce
como comunidad y, específicamente, como comunidad lingüística
(2), grupo humano cohesionado
tras la utopía de una realidad lingüística unificada.
El soporte material de dicha comunidad radica, entonces, en el rito,
en la ceremonia comunitaria de lectura y apropiación del
conocimiento teológico práctico. Por ello, la forma
de dicho conocimiento es primordialmente apelativo y sentencioso,
pletórico de consejos, preceptos, amonestaciones, advertencias
e indicaciones, todas fórmulas cercanas al estatuto normativo
de la ley, derechos y obligaciones, y que establecen una pertenencia
y una legitimidad en las conductas al interior de la comunidad.
La
respuesta posible al carácter apelativo de la teología
práctica se traduce en la ejecución, por parte de
los integrantes, de los denominados sacramentos que, mediante verbalizaciones
y dramatizaciones, incorporan una relación dialógica
con el otro. De toda la serie de sacramentos, el que más
nos interesa es el de la confesión, que consiste en una verbalización
narrada, en el análisis y examen de sí mismo. La confesión
implica dar testimonio de sí, verbalizar la propia conducta,
supone un análisis e introspección de sí mismo
sobre la base de una incipiente concepción de sujeto cristiano.
Como señala Michel Foucault (3),
la construcción de tipos discursivos confesionales, de géneros
que manifiestan un examen de sí mismo, transita desde el
género epistolar, las confesiones y testimonios, hasta los
diarios de vida, centrados en la concepción del alma en constante
batalla. Por ello, el cristianismo se torna una religión
confesional, en tanto cada integrante de esta comunidad se somete
a criterios de verdad compartidos, a evaluaciones. En el sistema
monacal, la principal regla de conviviencia será la regla
de sometimiento y obediencia al superior, expresada en la verbalización
(confesión) de todo lo pensado. La confesión es la
expresión verbal permanente de todo lo pensado y convierte
en pecaminoso todo aquello que no se puede expresar. Así,
Hildegard sentirá la necesidad de expresar-confesar, mediante
permiso de sus superiores, sus visiones, pues habrán de ser
pecaminosas y permanecer en el lado de lo oscuro, innominado, tenebroso
y diabólico, si no son arrastradas hacia la luz y la iluminación
mediante la palabra teológica, que asume, en su caso, la
forma discursiva de la revelación.
3.
TESTIMONIO Y CONFESIÓN
El
texto del Scivias se presenta como un conjunto de relatos
descriptivos, un catálogo de visiones, cada una acompañada
de largos trozos explicativos pero que, en definitiva, introducen
una síntesis doctrinaria, un compendio de preceptos morales,
un manual de conductas e, incluso, una guía práctica
para regir determinados comportamientos. A tal punto se torna instructivo
el carácter de estos trozos, que los textos propiamente visionarios
parecieran haber sido escritos con posterioridad a aquellos y sólo
como mero soporte simbólico de un contenido doctrinario específico.
El
diálogo establecido entre ambas secciones, a través
de la "Voz de los Cielos", asume la forma de la
teología práctica antes mencionada. En este sentido,
la voz organizadora del texto, la de "un sencillo ser humano",
se instala como una voz testimonial, como la voz de un sujeto que
sólo transmite lo que ha visto y oído. El testimonio
comporta un criterio de verdad y hace verosímiles las visiones.
La situación enunciativa del texto establece un marco legitimador
en la introducción de la obra, pues dicha voz concede su
espacio de enunciación a la "Voz de los Cielos",
a fin de, verbigracia, legitimar la intención testimonial
de este "sencillo ser humano". La voz divina será
la autorizada para emitir juicios, sancionar y permitir palabras
y actos. En razón de ella, el texto se insinúa constantemente
como una alusión al centro organizador de la tradición
cristiana: el texto de las Sagradas Escrituras. Ocurre, por medio
de esta voz, una suerte de transposición de éstas
al género de las revelaciones, a fin de hacerlas hablar.
Se imita un cierto orden narrativo, se atrae temas y motivos, palabras
y citas de diversos profetas allí consignadas. Sin embargo,
la característica novedosa del Scivias radica en las interpretaciones
agregadas de la práctica cristiana institucional e individual.
Pero,
¿por qué no es ella misma, Hildegard, quien habla
en forma directa, sin mediadores? ¿Por qué recurre
a la ficción visionaria para pedagogizar su conocimiento?
¿Por qué agrega un momento exegético a su texto?
Antes
de abordar consideraciones históricas, nos centramos en su
texto, del cual se podría derivar una respuesta. Parte importante
de él se consagra a los modos de relación entre la
Iglesia y sus adeptos, a formalizar los sacramentos. Según
Deploige "on peut considérer le Scivias comme un
document excellent pour examiner de prés cette phase importante
de la ritualisation de la foi chrétienne" (4).
Esta ritualización está expuesta, primeramente, en
la situación de producción de su texto, para lo cual
se debe tener en cuenta el contexto monástico en que surge.
En tal contexto, las visiones se presentan en forma de confesiones
que ella debe hacer a su superior, siguiendo la regla básica
de la vida monacal, el sometimiento y la obediencia al superior,
expresada en la verbalización de todo lo pensado. Este proceso
de verbalización-confesión permanente convierte en
pecaminoso todo lo que no se expresa, por ello las visiones lo serán
si no se verbalizan: "y estas cosas no las he confesado
a nadie" (5).
El testimonio es expresado a través de técnicas confesionales,
para resituarse dentro del sustento ideológico del cristianismo
entendido como religión confesional. Esta técnica
confiere verosimilitud al testimonio visionario y le otorga legitimidad.
La confesión, sometida al poder legitimante, vuelve verdadero
todo lo verbalizado y, por ello, otorga categoría de ley
a todos los preceptos que la interpretación posterior de
cada visión sugiere.
Hildegard
no habla en forma directa, pero tampoco escribe en forma directa,
ella dicta y compone, otros redactan. La situación histórica
de producción del texto establece un paralelo con su situación
enunciativa: Hildegard se desliga de toda autoría mediante
las técnicas de la confesión, para establecer sin
cuestionamientos los criterios de verdad de sus visiones. Pero en
este juego especular de ocultamiento y presencia autorial, la confesión,
a la vez que permite la verbalización de todo lo pensado,
también individualiza a la voz que se expresa. En el caso
de Hildegard, el marco testimonial instaura un proceso de caracterización
de su persona, proceso que refleja la tarea del cuidado de sí
mismo que conlleva toda introspección de tipo confesional.
Entregar un testimonio desnudo y directo no habría sino desacreditado
la legitimidad de sus visiones, sin importar la condición
de verdad o falsedad de las mismas. La escritura refleja la vigilancia
a que está sometido el autor. La condición de autor
requiere tanto una excusa como un castigo, por ello se debe incrustar
dentro del sacramento de la penitencia para que tenga efectos políticos
de inserción y sometimiento a la institución eclesial.
La confesión en particular es un sacramento, pero en general
es una técnica de instalación de la escritura testimonial.
Esta es la diferencia que separa a un texto como el Scivias de otros
textos del género apocalíptico como el mismo Apocalipsis
de San Juan o El Pastor de Hermas, los cuales, pese a instalarse
como testimonios, no se insertan en las redes de poder de una institución
que apenas comenzaba a formarse y, por ende, no precisaban producir
efectos de verdad para asegurar legitimidad frente a su comunidad
lectora.
La
valoración de la verdad como concepto trascendente subyace
en la oposición binaria del Bien y el Mal. Este último,
representado por el demonio, "el antiguo seductor", se
replica en lo engañoso, lo oscuro, no diáfano, pero
también en el silencio, lo no dicho ni expresado, lo sombrío,
y en los que "entienden con fingimiento". Hablar
es una obligación para todo cristiano, pero la palabra debe
ser expresada mediante la fórmula confesional. Entonces,
el conocimiento se sustenta en la dinámica de descubrir y
cubrir, de ocultar y mostrar. "Dado que los malos pensamientos
no pueden ser expresados sin dificultad y pudor, la diferencia cosmológica
entre la luz y la oscuridad, entre la verbalización y el
pecado, el secreto y el silencio, entre Dios y el diablo, puede
no aparecer. El monje se prosterna entonces y se confiesa. Sólo
cuando se ha confesado verbalmente sale el demonio de él.
La expresión verbal es el momento crucial. La confesión
es la marca de la verdad. La idea de la verbalización permanente
es sólo un ideal. Nunca es completamente posible. Pero el
precio de la expresión verbal permanente era convertir en
pecaminoso todo lo que no se podía expresar" (6).
De este modo, la técnica confesional limita el conocimiento
sólo a la revelación. No existe invención y
si Hildegard, como "pobrecita forma", ha tenido "visiones
secretas y admirables", debe en consecuencia entregar testimonio
de dichas revelaciones, pero a través de las técnicas
confesionales a que se ve constreñida la escritura teológica
de la época, es decir, a los criterios que establecen verdad
y que, finalmente, viene a ser lo mismo que utilidad doctrinaria.
Quizás, las visiones sin sus respectivas exégesis
pasarían a ser mera literatura fantástica, por ello
deben enmarcarse dentro de la antes denominada teología práctica.
Nos
interesa en particular la visión segunda de la primera parte,
referida a la expulsión del Paraíso y los preceptos
sobre el matrimonio y la sexualidad a que da lugar esta visión.
Sin centrar el análisis en la sexualidad y su valoración
cristiana por todos conocida, nos interesa destacar el carácter
público de la confesión de quienes, marido y mujer,
transgreden las prohibiciones sobre la fornicación: "entonces
ellos mismos o sus sacerdotes lo harán público, y
comparecerán, según la justicia, ante el tribunal
del magisterio espiritual. Allí, ante la Iglesia y sus prelados,
el marido recriminará en voz alta a su mujer y la mujer a
su marido por esta transgresión de la alianza" (7).
El carácter público se relaciona con la ritualización
del proceso confesional, las recriminaciones no son un alegato judicial,
sino una actuación dramática, el reconocimiento de
sí mismos como pecadores: "la mayor parte del acto
de penitencia no consistía en decir la verdad, sino en mostrar
el verdadero ser lleno de pecados del pecador" (8).
En otras palabras, se instala en el ámbito de lo público
un discurso que, por oposición, define y caracteriza un área
problemática del sujeto, no la sexualidad sino, más
bien, las prácticas sexuales. La ritualización pública
de los pecados mencionados implica, no tanto una sentencia dictada
por estas instituciones citadas en forma muy poco precisa, sino
el poder de administrar las prácticas sexuales para un fin
preestablecido, la procreación y multiplicación de
cristianos, por ejemplo en una Europa acosada por turcos y herejes.
El hecho de convertir el pecado en discurso, en verbalizarlo, tiene
en el cristianismo orígenes antiguos: "Este proyecto
de una puesta en discurso del sexo se había formado hace
mucho tiempo en una tradición ascética y monástica"
(9). No se confiesan sólo
los actos contrarios a la ley, como tener visiones, sino también
todo el deseo y todo lo pensado. Bajo la frase "así
como la palabra representa al cuerpo, el cántico manifiesta
el espíritu" (10)
subyace la intención, dado que se peca con el cuerpo, de
hacer admitible el pecado vertiéndolo en discurso, a través
de las técnicas confesionales de análisis verbal de
la conducta y testimonio de sí, único capaz de otorgar
legitimidad a la palabra expulsada de la boca del pecador.
4.
NOTA FINAL.
El
IV Concilio de Letrán, en 1215, impuso la obligación
de la confesión, al menos anual, y caracterizó a este
rito como una confesión de pecados al presbítero,
una posterior absolución y, por último, una penitencia.
De esta misma época datan los libros Penitenciales, formularios
legales de infracciones y multas respectivas. "El nuevo
rito ha perdido ya el carácter eclesial y se pierde en una
práctica individual de piedad, donde lo más importante
comienza a ser ya la detallada confesión de los pecados y
el perdón de los mismos" (11).
Este proceso de especialización del sacramento confesional
se instaura dentro de los grandes procesos reformatorios de dicha
época en que, mediante la sistematización y regularización
de las conductas e instituciones cristianas, se busca ampliar la
consolidación del poder eclesiástico, amenazado desde
dentro y fuera de su estructura, a todas las esferas de la vida
pública y privada. El texto de Hildegard refleja el momento
previo de escolarización del pensamiento teológico.
Sus visiones recurren al lenguaje alegórico con pretensiones
epistemológicas, en reemplazo de una escolástica aún
en ciernes. La formulación de un sistema disciplinario del
conocimiento teológico, la tematización de ciencias
teológicas, no es sino el paso desde la teología práctica
hacia la escolástica, de expresiones doctrinarias y rituales
orales a una cultura escrita.
Ante
este devenir histórico, la autora Hildegard se impone como
una escritora conflictuada como sujeto ante la emergente
institucionalidad.
Su actuación política tiene el gesto desesperado de
establecer una multiplicidad de redes comunicacionales con los centros
de poder. Su escritura adopta el mismo gesto desesperado y precario
de exhibición y ocultamiento del sujeto responsable de sus
enunciados. La suya se presenta como una escritura altamente autoconfirmativa,
en que los procedimientos de la confesión, a la vez que borran
sus actos y dichos, en cambio individualizan al pecador, al sujeto
que entrega un testimonio, haciendo de su escritura un verdadero
palimpsesto.
A
fin de evitar una esencialización del sujeto femenino como
políticamente precario y vulnerable, optamos por plantear
la hipótesis de la contingencia histórica como causa
del manejo estratégico que Hildegard hace de su texto visionario
y de su forma de exhibir su testimonio ocultándolo tras la
mecánica de la confesión.
5.
BIBLIOGRAFÍA
-HILDEGARD
VON BINGEN, SCIVIAS, Madrid, Editorial Trotta, 1999.
-CAMBA,
S ET AL., RENOVACIÓN Y PASTORAL DE LA CONFESIÓN, Madrid,
Editorial PS, 1971.
-DEPLOIGE,
JEROEN, "HILDEGARDE DE BINGEN ET SON LIVRE SCIVIAS. IDÉOLOGIE
ET CONAISSANCES D’UNE MONIALE DU XIIe SIÉCLE", en COLOQUIO
MUJERES DE LA EDAD MEDIA. ESCRITURA, VISIÓN, CIENCIA. Santiago,
Universidad de Chile, Facultad de Filosofía y Humanidades,
julio de 1999, pp. 97-110.
-FOUCAULT,
MICHEL, LA VOLUNTAD DE SABER. HISTORIA DE LA SEXUALIDAD I. México,
Siglo XXI, 1995.
-FOUCAULT,
MICHEL, "TECNOLOGÍAS DEL YO", en TECNOLOGÍAS
DE YO Y OTROS TEXTOS AFINES, Barcelona, Paidós, 1995, pp.
45-94.
-PRATT,
MARY LOUISE, "UTOPÍAS LINGUÍSTICAS", en
CULLER, DERRIDA ET AL., LA LINGÜÍSTICA DE LA ESCRITURA,
Madrid, Visor, 1989, pp. 57-74.
-RICOEUR,
PAUL, "REFLEXIÓN SOBRE EL LENGUAJE; HACIA UNA TEOLOGÍA
DE LA PALABRA", en BARTHES, R. ET AL., EXÉGESIS Y HERMENÉUTICA,
Madrid, Ediciones Cristiandad, 1976, pp. 237-253.
NOTAS
(1)
Ricoeur, Paul, "Reflexión sobre el lenguaje:
Hacia una teología de la palabra", en Barthes, R. Et
al., Exégesis y hermenéutica, Madrid, Ediciones
Cristiandad, 1976, pág. 247.
(2)
Concepto tomado de Pratt, Mary Louise, "Utopías linguísticas",
en Culler, Derrida, et al., La lingüística de la
escritura, Madrid, Visor, 1989, pp. 57-74.
(3)
Foucault, Michel, "Tecnologías del yo",
en Tecnologías del yo y otros textos afines, Barcelona,
Paidós, 1995, pp. 45-94, passim.
(4)
Deploige, Jeroen, "Hildegarde de Bingen et
son livre Scivias. Idéologie et conaissances d’une moniale
du XIIe siécle", en Coloquio Mujeres de la Edad Media.
Escritura, Visión, Ciencia, Santiago, Universidad de
Chile, Facultad de Filosofía y Humanidades, julio de 1999,
pág. 100.
(5)
Scivias, pág. 16, vid. bibliografía.
(6)
Foucault, Michel, op. cit., pp. 92-93.
(7)
Scivias, pág. 31.
(8)
Foucault, Michel, op. cit., pág. 84.
(9)
Foucault, Michel, La voluntad de saber. Historia
de la sexualidad I, México, Siglo XXI, 1995, pág.
29.
(10)
Scivias, pág. 503.
(11)
Camba, S et al., Renovación y pastoral
de la confesión, Madrid, Editorial PS, 1971, pág.
46.
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