Salvador Allende. En perspectiva histórica del movimiento popular chileno
Sergio Grez Toso
Doctor en Historia
Director del Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna
profesor de la Universidad de Chile
Director del Magíster en Historia y Ciencias Sociales, Universidad ARCIS
Correo electrónico: sgrez@vima.tie.cl
El
historiador británico Eric Hobsbawm sostiene que "en todos nosotros existe una
zona de sombra entre la historia y la memoria, entre el pasado como registro
generalizado, susceptible de un examen relativamente desapasionado y el pasado
como una parte recordada o como trasfondo de la propia vida del individuo". Y
precisando su idea Hobsbawm agrega que "para cada ser humano esta zona se
extiende desde que comienzan los recuerdos o tradiciones familiares vivos [...]
hasta que termina la infancia, cuando los destinos público y privado son
considerados inseparables y mutuamente determinantes. La longitud de esta zona
puede ser variable, así como la oscuridad y vaguedad que la caracterizan. Pero
siempre existe esa tierra de nadie en el tiempo. Para los historiadores, y para
cualquier otro, siempre es la parte de la historia más difícil de comprender"[1].
Pienso que Hobsbawm tiene razón. Algo similar
a lo que él describe me ocurre con la figura de Salvador Allende. Aunque varias
generaciones nos separaban, alcancé a ser su contemporáneo y a vivir con la
ingenuidad de la infancia, primero, y luego con la pasión de los años
adolescentes, el tiempo del apogeo de su carrera política, que fue también el
del punto máximo alcanzado por el movimiento popular en Chile en sus luchas por
la emancipación.
Mi
contemporaneidad con Allende e involucramiento personal en la causa de la
izquierda y del movimiento popular son obstáculos adicionales que ponen a
prueba mi juicio de historiador. Sin contarme entre quienes que niegan la
posibilidad de hacer "historia del tiempo presente", aquella de la cual hemos
sido actores o al menos testigos, debo reconocer que aún hoy, a 30 años del golpe
de Estado y de la muerte de Allende, la emoción me embarga al evocar su persona
y al escuchar "el metal tranquilo" de su voz.
No
postulo que la historia (en el sentido historiográfico o conocimiento
sistemático que tenemos acerca de los hechos del pasado) deba carecer
absolutamente de emoción y de pasión, pero la sociedad espera que los
historiadores tengamos un juicio lo más objetivo, justo y verdadero posible
acerca de los acontecimientos históricos. Creo que sobre la historia de Chile
de la segunda mitad del siglo XX (y de seguro bastante más atrás) mi mirada
tendrá siempre la impronta de alguien comprometido con uno de los bandos en
lucha, aun cuando por honestidad intelectual y personal haga los máximos
esfuerzos por ponderar las "evidencias históricas", que, como es sabido, pueden
ser acumuladas para apoyar interpretaciones muy disímiles acerca del devenir de
una sociedad o de un grupo humano a través del tiempo.
¿Cómo
abordar entonces desde un punto de vista ensayístico al personaje histórico Salvador
Allende?
Creo que en mi caso lo más conveniente es recurrir a la larga duración
que sobrepase con creces su vida, insertándola en el transcurrir general del
movimiento popular en Chile. De esta manera, tomando cierta distancia de las
contingencias que enfrentó el personaje y que son, precisamente, aquellas que
pueden empañar mi visión, quiero aportar un grano en la comprensión del papel
de Allende y, al mismo tiempo, de algunos fenómenos de nuestra historia.
Me
propongo sostener tres premisas:
1°) Salvador Allende encarnó mejor que nadie desde
mediados de la década de 1930 y hasta su muerte en 1973 la continuidad
histórica y la línea central de desarrollo del movimiento popular.
Como
es sabido, las raíces de este movimiento se hunden hasta mediados del siglo XIX
cuando algunos contingentes de artesanos y obreros calificados levantaron un
ideario de "regeneración del pueblo" en base a una lectura avanzada y popular
de los postulados liberales. El mutualismo y otras formas de cooperación fueron
la expresión práctica de este proyecto de carácter laico, democrático y
popular. Con el correr del tiempo, el desarrollo del capitalismo y la llegada
de las ideologías de redención social provocaron desde fines de ese siglo el
ascenso del movimiento obrero y con él una metamorfosis de la doctrina, las
formas de organización y de lucha de los sectores populares. Desde comienzos
del siglo XX el ethos colectivo del nuevo movimiento se sintetizó en la
aspiración (más radical) de la "emancipación de los trabajadores" y se expresó
en el surgimiento del sindicalismo y la adopción por parte del movimiento
obrero y popular de las nuevos credos de liberación social del anarquismo y el
socialismo. Con todo, a pesar de la mutación en un sentido de mayor radicalidad
(de la "cooperación" a la lucha de clases), un tronco de tipo ilustrado,
regenerativo y emancipador representó una cierta continuidad entre esas dos
fases o momentos del movimiento popular[2].
Salvador
Allende hizo sus primeras experiencias políticas cuando el movimiento popular
se aprestaba a transitar por los cauces institucionales que no abandonaría
hasta que el golpe de Estado de 1973 lo interrumpiera brutalmente. Así, después
de más de una década de convulsiones sociales y políticas, a mediados de los
años 30, el movimiento popular y la izquierda, dando su "brazo a torcer",
optaron mayoritariamente por incorporarse al juego político institucional,
retomando -después de algunas veleidades rupturistas- un transitar más
evolutivo, pacífico, parlamentario y reformista, que era, en definitiva, el que
siempre habían escogido los trabajadores toda vez que las clases dirigentes se
los habían permitido.
Desde
este "gran viraje" (según la acepción de Tomás Moulian) de mediados de los años
30 que inauguró la política de Frente Popular, la izquierda y el movimiento
popular asociado a ella, optó clara y mayoritariamente por aceptar las reglas
puestas por el "Estado de compromiso" proclamado por la Constitución de 1925, pero que recién por esos años empezó a hacerse realidad[3].
Allende, como esa sabido, jugó un papel destacado en esta "nueva" estrategia ya
sea como ministro de Estado, parlamentario, dirigente partidario y -más allá de
sus cargos formales- en tanto líder político popular. El Frente Popular, luego
el Frente del Pueblo, el Frente de Acción Popular y, finalmente, la Unidad Popular, fueron los hitos aliancistas a través de los cuales la política de la
izquierda y del movimiento popular se hicieron realidad. Esto fue, en síntesis,
el contenido más esencial del "allendismo" como sentimiento y corriente
política de masas. En este sentido, la acción y la persona de Allende
-persistente hasta el último de sus días en un camino de unidad- fueron la
expresión más paradigmática de una vía y de una estrategia para alcanzar el ideal
de la emancipación popular.
2°) Salvador Allende encarnó la dialéctica no
resuelta de reforma o revolución.
Aún
cuando el apego de Allende a la vía parlamentaria y a las reglas del juego del
"Estado de compromiso" fueron permanentes, la izquierda y el movimiento popular
en los últimos años de la vida de este líder se vieron envueltos en un debate y
en una encrucijada no resuelta que anuló los esfuerzos que en distintos
sentidos se hicieron para dar conducción al movimiento y una salida al impasse político. Es el "empate catastrófico" entre las dos vías -la rupturista
revolucionaria y la "moderada revolucionaria" del cual nos ha hablado Tomás
Moulian en su Conversación interrumpida con Allende[4].
A 30 años de distancia, la disyuntiva ¿reforma o revolución? pierde los
contornos que en la década de 1970 nos parecían tan nítidos. Si bien la
revolución "con empanadas y vino tinto" preconizada por Allende, en esencia la
vía electoral reforzada por la movilización popular, mostró sus límites en un
contexto internacional de gran polarización, la "revolución" tal como la
concebíamos entonces, ya no es posible y -más aún- ni siquiera deseable.
La "caída de los muros", la terciarización de las economías, los cambios
tecnológicos y de las estructuras sociales a nivel nacional e internacional, la
emergencia de nuevas problemáticas y de un mundo unipolar dominado por un gran
Imperio, amén de un sinnúmero de razones que apuntan en su gran mayoría a la
consolidación del modelo de dominación, hacen de la "revolución" según el
esquema clásico, un fetiche puramente nostálgico más allá de la eficiencia
técnica (a estas alturas bastante hipotética) de sus métodos para asaltar el
poder.
La
oposición entre la vía reformista electoral y la vía revolucionaria armada no
es ya un punto de quiebre al interior de la izquierda y del movimiento popular,
pero sí lo son, por ejemplo, la adhesión o el rechazo al modelo neoliberal y a
la dominación imperial. A la luz de esta nuevo dilema, la política de Allende
adquiere renovada relevancia histórica. Su "reformismo rupturista" o
"reformismo revolucionario" nos parece hoy día -incluso a sus críticos de
izquierda de entonces- el sumun a lo que podríamos aspirar en estos
tiempos de globalización neoliberal. Curiosa paradoja de la historia: lo que
antes era considerado altamente insuficiente llega a ser "el bien mayor". El
allendismo del período de la Unidad Popular fue la expresión de una tentativa
abortada por resolver en una síntesis dialéctica la disyuntiva entre reforma o
revolución que el contexto histórico de los años 70 -ahora lo percibimos con
claridad- no permitía solucionar. Con todo, a pesar de verse atrapado en ese
callejón sin salida, Allende en el día de su muerte, y con su muerte, intentó
dejar una herencia política de contenido "reformista revolucionario".
3°) En la historia del movimiento popular el golpe de
Estado de 1973 representa un quiebre total, un "puente roto" que no se ha
vuelto a reparar.
En
su mensaje de despedida Salvador Allende vaticinó que "otros hombres" superarían
ese momento gris y amargo. Esos nuevos hombres retomarían la senda interrumpida
de la izquierda y del movimiento popular. Los heroísmos, sacrificios y
reencantamientos militantes de la lucha de resistencia contra la dictadura
parecieron reanudar la marcha del movimiento popular. El combate contra la
opresión de la tiranía se inscribía perfectamente en la perspectiva general -y
de muy larga duración- en pro de la emancipación popular. Pero la infinita
"transición a la democracia" que vino enseguida, los acomodos y reacomodos de
la clase política, la decepción y desmovilización popular, demostraron que sólo
por un efecto de espejismo el movimiento popular había parecido rearticularse
duraderamente al calor de las protestas de la década de 1980. En realidad, una
vez que el "enemigo visible" se metamorfoseó tras el discurso de reencuentro y
reconciliación nacional, el movimiento popular perdió su norte, quedando en
evidencia que el ethos colectivo de la emancipación de los trabajadores
que lo había animado durante tanto tiempo, se había extraviado o difuminado en
medio del derrumbe ideológico que acompañó al fin del llamado "campo
socialista" y en el empeño criollo por recuperar la democracia.
¿Cuál es el ethos colectivo del mundo popular en el Chile actual?
¿Hay un cuerpo de ideas básicas que articule sus demandas? ¿Se manifiesta una
aspiración común -como fue en la época de Allende la conquista de un gobierno
popular- que cristalice en un objetivo político fácilmente identificable las
distintas reivindicaciones sectoriales? ¿Y si esto no es así, sin ese corpus mínimo de ideas y anhelos compartidos, es posible concebir la existencia de un
movimiento popular?
La verdad es que los sectores populares han
desaparecido en tanto sujetos políticos, quedando reducidos a la categoría de
clientela que oscila entre las alternativas de administración "progresista" del
modelo o gestión "populista" de derecha del mismo. El mercado ha reemplazado a
las formas de asociatividad que hicieron posible la existencia de un movimiento
popular que tuvo expresiones sociales y políticas, una de cuyas vertientes
históricas más caudalosas y persistentes fue el allendismo. Es por ello que, al
margen de las añoranzas, en términos políticos reales no hay allendismo
actualmente en Chile (porque podría haber allendismo sin Allende como ha
existido en otras partes peronismo sin Perón o gaullismo sin De Gaulle). Por
las mismas razones no ha surgido un líder popular de la talla de Allende ni
nada que se le parezca. Allende como hombre político -y esto es de Perogrullo-
fue el producto de un tiempo, de una relación entre una personalidad
descollante y un movimiento social y político del cual él fue intérprete y
expresión.
Para que vuelvan a "abrirse las grandes
Alamedas" (que aún permanecen cerradas) se necesitarán de "otros hombres" que
estimulen el desarrollo de fuertes movimientos sociales, hombres y mujeres
capaces de retomar el hilo conductor del movimiento popular en una perspectiva
de futuro y no de mera evocación nostálgica. Mientras esto no ocurra, el legado
político de Allende continuará siendo un capital inmovilizado, un icono
desprovisto de significado histórico concreto y de operatividad política real.
* Dr. en
Historia, Director Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna, Director del Magíster
en Historia y Ciencias Sociales Universidad ARCIS, profesor del Departamento de
Ciencias Históricas de la Universidad de Chile. Correo electrónico:
sgrez@vima.tie.cl
[1]
Eric Hobsbawm, La era del imperio, 1875-1914, Buenos Aires, Crítica,
1998, pág. 11.
[2]
Sergio Grez Toso, De la "regeneración del pueblo" a la huelga general.
Génesis y evolución histórica del movimiento popular en Chile (1810-1890),
Santiago Ediciones de la DIBAM - RIL Ediciones, 1998; "Una mirada al movimiento
popular desde dos asonadas callejeras (Santiago, 1888-1905)", en Cuadernos
de Historia, N°19, Santiago, diciembre de 1999, pp. 157-193; "Transición en
las formas de lucha: motines peonales y huelgas obreras en Chile (1891-1907)",
en Historia, vol. 33, Santiago, 2000, pp. 141-225.
[3] Tomás Moulian, "Violencia, gradualismo y reformas en el desarrollo político
chileno", en Adolfo Aldunate, Ángel Flisfich y Tomás Moulian, Estudios sobre
el sistema de partidos en Chile, Santiago, FLACSO, 1985, págs. 13-68. La
idea del "gran viraje" de la izquierda está expuesta más específicamente en
págs. 49 y 50.
[4] Tomás Moulian, Conversación interrumpida con Allende Santiago, LOM
Ediciones - Universidad ARCIS, [1998].