La cultura moderna, tan fragmentada y especializada hizo que cada
uno de estos paradigmas fuera autónomo y absoluto (7).
En los países del Tercer Mundo la arquitectura de la ciudad moderna
condujo a realizar experiencias totales: Chandigarh, de Le Corbusier;
Brasilia, de Costa y Niemayer.
Solá-Morales piensa que la naturaleza de la ciudad-metrópoli impone
un desafío que la arquitectura también debe encarar, estimando que
la globalidad de los procesos que vivimos no permite ya evadirse "con
la coartada de las culturas regionales, ni con las nostalgias historicistas"
(8).
Choay constata que "la historia de las formas urbanas, tan
reveladora para comprender el pasado y tratar los antiguos tejidos
urbanos, ha servido de aval al historicismo lúdico de técnicos aficionados
y ha legitimado la defensa de modelos caducos (Leon y Robert Krier
o Charles Moore)" (9).
En tanto, McLeod condena las tendencias historicista y posestructuralista
por haber abjurado de todos los campos de lo social, y por haber supuesto
que la forma es una herramienta crítica y ratificatoria independiente
de los procesos sociales y económicos, concluyendo que "los
costes formales y sociales son demasiado altos cuando la atención
se centra de un modo tan exclusivo en la forma" (10).
Urbanista de
fin de siglo: un técnico, entre muchos
El fenómeno de tecnificación, que ha transformado las prácticas del
urbanismo, alejó al urbanista de su status tradicional para
hacer de él un técnico entre muchos, y aun cuando su papel de creador
espacial competente se ha reducido bastante en la práctica, permanece
como imagen en ciertos medios y público en general.
Al tiempo que disminuye el lugar concedido al urbanista "no-técnico",
ocupan su puesto oficinas de estudios para tratar técnicamente problemas
de ordenamiento, conquistando sectores completos del transporte, las
infraestructuras, el ambiente urbano, campos sobre los que el urbanista
podría haber tenido ciertas pretensiones (11).
La víctima, en diversas partes del mundo, es el arquitecto-urbanista,
y el vencedor, el técnico (12).
Sin duda el habitar no se define sólo por la consumación de contrastes
espectaculares de líneas, volumenes y colores, tampoco lo esencial
es la oferta de un ego a la posteridad.
Desde hace más de un siglo, observa Choay, el urbanismo tiene la pretensión
de una aproximación global y científica, crítica y reflexiva de la
ciudad (13).
Sin embargo, salvo raras excepciones, el pensamiento urbanístico llega
a apropiarse -ni tampoco a articular- la visión reticular de los
territorios que poco a poco se ha ido desarrollando.
"La dinámica de las redes ha tendido a sustituir a la estática
de los lugares edificados, condicionando lugares y comportamientos
urbanos. Un sistema de referencia físico y mental, constituído por
redes materiales e inmateriales, así como por objetos técnicos -cuya
manipulación pone en juego imágenes e informaciones-, resuena en un
circuito que se cierra sobre las relaciones que mantienen nuestras
sociedades con el espacio, el tiempo y las personas. Este sistema
operativo, válido y factible en cualquier lugar, en las ciudades y
en el campo, en los pueblos y en los suburbios, puede ser llamado
"LO URBANO" (14).
Hoy domina "lo urbano", que se despliega por los territorios
a través de las redes de todo tipo; domina la "interactividad"
sobre la "actividad" ("networked city")
(15);
estamos frente al "despliegue de una excentricidad generalizada
-periferia sin fin-signo anunciador de la superación de la forma urbana
industrial" (16).
El concepto de ciudad visto como parte de un binomio que opone ciudad
y campo, dejó de ser válido hace tiempo. Las revoluciones mundiales
del siglo XIX, están al origen de la conformación del "territorio
ecuménico continuo", que es dinámico, combativo y expansionista,
y donde lo urbano y lo rural sólo son una división metodológica de
análisis de dudosa eficacia-
El concepto de "metrópoli" ya vislumbrado a principios del
siglo XX, entendido como integración urbano-rural de grandes áreas
polarizadas sobre uno o varios núcleos, es uno de los primeros anuncios
de la nueva concepción territorial que, invirtiendo el proceso de
concentración de la vida y de la actividad en la ciudad, encierra
el retorno hacia el exterior inundando el territorio circundante.
Aún cuando esto representa una nueva era de la civilización, pensadores,
gobernantes y profesionales siguen operando como si nada ocurriera
(17).
Parece llegado el momento en que el urbanismo se dé los medios intelectuales
para entender la ciudad tal como ella es actualmente, y para pensar
su futuro.
Críticas a
la manera dominante de pensar la ciudad, y también las redes.
Se critica al urbanismo su incapacidad para tomar en cuenta otros
territorios diferentes de los "homomorfos a las zonas que tradicionalmente
ha definido" (18).
Frente a la concepción territorial de la zonificación funcionalista,
diversos especialistas contemporáneos proponen la reconsideración
de la dimensión analítica asociada a la territorialidad "reticular",
"trasgresora de zonas y límites".
No se trata de negar los tipos de territorialidad de áreas legítimas
conocidas como la comuna y otras, ni los poderes que se ejercen en
ellas, sino de asumir que el caracter masivo del desarrollo de las
redes, el rol singular de las telecomunicaciones -cuyo esquema funcional
particular reviste de significaciones nuevas a las "viejas"
redes técnicas- ha engendrado realmente un nuevo tipo de territorialidad
urbana, en vía de rápida difusión, que el urbanismo, en general, ha
ignorado hasta ahora.
Es evidente que la habitación constituye con su entorno, una unidad
con accesos, límites, fronteras, que no se intentará reducir a una
territorialidad reticular. El barrio no ha desaparecido como territorio
para todas las actividades y personas que lo habitan. En materia de
poblaciones de interés social, el pequeño centro comercial y los lugares
que lo rodean constituyen el solo espacio social, el único territorio
más allá de la vivienda, del cual los habitantes más pobres suelen
ser verdaderos "cautivos" en razón de la baja movilidad
que determina su escasez de recursos, entre otros (19).
No obstante, las redes se han ido sumando a los nodos y áreas utilizados
por los actores sociales, económicos y políticos, para generar territorialidades,
las que se van combinando sutilmente en sistemas territoriales tan
complejos como la ciudad misma.
El Ing. Gabriel Dupuy (Francia),
quien ha presentado la primera aproximación sintética al urbanismo
de redes, advierte:
"Las
bases sobre las que se fundaba el Urbanismo se encuentran, si no socavadas,
al menos sacudidas. Las nuevas tecnologías de comunicación, significan
a lo menos la muerte de cierto tipo de ciudad: aquella que los urbanistas
han pretendido manejar en sus planes" (20).
En gran parte del presente siglo el urbanismo institucional ha operado
con la territorialidad de las "zonas", áreas que son delimitadas
y afectadas a un determinado tipo de construcción, actividad, densidad,
con mayor o menor detalle y logro de objetivos, según sean las bases
jurídicas, históricas y culturales del país que se considere.
El conjunto de zonas, también delimitadas por un perímetro -límite
urbano- constituye el "área urbana", que se distingue de
otras áreas urbanas contiguas o de un espacio "rural". Esta
es la territorialidad de la propiedad individual o colectiva, pública
o privada, la territorialidad de límites y fronteras naturales o institucionales,
desde donde se ejercen múltiples poderes pequeños o grandes (21).
El instrumento por excelencia, el modo de concepción y de representación
privilegiado por la urbanística reforzada y codificada por Le Corbusier
y la Carta de Atenas, sigue siendo el plan regulador ("plano"
director, de ocupación del suelo, de ordenamiento, de urbanismo) que
es, al mismo tiempo, "un procedimiento reglamentario y la
manera dominante de pensar la ciudad en términos urbanísticos"
(22).
Sin embargo, el plano regulador no gobierna los transportes, la electricidad,
la iluminación, el gas, el agua, la recogida de basuras, el servicio
de saneamiento, el teléfono, la televisión, el telemercado, los cajeros
automáticos, la teleseguridad, la calefacción urbana, servicios que,
junto al trabajo, van constituyendo la vida cotidiana en muchas áreas
habitadas del mundo occidental desde hace tiempo.
Así, los urbanistas van llevando un razonamiento que no da cuenta
de la medida del conjunto de cambios que están afectado dichos servicios
y sus redes -una verdadera mutación urbana-, apreciada claramente
en los países desarrollados, frente a la cual el urbanista no debería
ignorar por más tiempo las redes como concepto ni como objeto, no
debería ignorar la calidad de "abonado a puntos nodales del
espacio red", de los habitantes de la ciudad (23).
"Desde hace más de un siglo, las redes de circulación, de energía
y sobre todo de comunicación, han recompuesto una ciudad donde los
nudos cuentan más que las zonas, las conexiones más que las fronteras,
el tiempo tanto o más que el espacio. Esta nueva composición urbana
orienta las prácticas cotidianas de los ciudadanos y da un sentido
social global a la noción de red. ¿Cómo admitir que ella continúe
siendo ignorada por la gestión urbana? (24).
En cuanto a los responsables habituales de las redes, ingenieros y
técnicos, ellos son denunciados por privilegiar -aún a fines del siglo
XX- una concepción limitada y circulatoria de ellas ("máquinas
para circular"), y, a pesar de que existen relaciones evidentes
entre las diversas redes (el servicio de alcantarillado es estrechamente
dependiente del servicio de agua; el transporte colectivo de las posibilidades
energéticas, del estado de la red vial, del desarrollo del transporte
individual, etc.) las redes se desarrollan en un marco sectorial (25),
que en nuestro contexto ve una incontenible privatización de los servicios,
lo cual dificultará aún más la posibilidad de aplicar criterios integradores
en las formaciones urbanas.
Ante todo problema de redes, los urbanistas tienen la tendencia de
dirigirse a estos profesionales para su tratamiento, "sin
captar toda la significación social, los alcances espaciales y el
aspecto territorial estratégico de ellas" (26).
La significación social del fenómeno no radica solamente en el suministro
técnico de un simple servicio local, sino en su rol constitutivo de
una nueva territorialidad: la compleja territorialidad reticular.
Se trata de una multitud de actores que se vuelven solidarios gracias
a las redes técnicas, y "societarios" por su pertenencia
a sistemas de gestión de las conexiones en la red. Las redes alcanzan,
además, el espacio exterior al perímetro urbano tradicional, participando
de nuevas implicaciones sociales y de nuevas territorialidades (27).
El movimiento
como esencia de la urbanidad.
En la ciudad de la zonificación, la localización de actividades determina
las "entidades" constitutivas de la ciudad, lógicamente
anteriores, si no independientes de las relaciones que se establecen
entre ellas, y que un sistema de transporte, entre otros, está encargado
posteriormente de asegurar.
En esta concepción se desconoce que el movimiento de los hombres no
es la consecuencia, sino la esencia de la urbanidad. Amar considera
el movimiento como el hilo director de una aproximación ecológica
de los asentamientos humanos que se interesa en las maneras según
las cuales el ciudadano entra en contacto con sus semejantes y con
su entorno en sentido amplio: físico y sensible, pero también social,
económico, cultural, es decir, en las modalidades efectivas de la
habitación, la que no se reduce al "apartamento", sino
que significa también habitar una ciudad, un país, una cultura, una
naturaleza.
También se interesa en las modalidades efectivas de socialización,
la que no se reduce a una pertenencia comunitaria o profesional, sino
que incluye co-presencias y encuentros imprevistos en un amplio territorio,
idealmente sin barreras (28),
donde la pertenencia a comunidades de intereses diversos ya no se
funda en la proximidad o en la densidad demográfica local. Arraigo
y pertenencia son nociones que han perdido parte, si no todo su sentido,
y que deben ser repensadas en función de nuevos parámetros y según
una relación inédita con la temporalidad (29).
Así, el movimiento en el caso de las redes de transporte, por ejemplo,
no se asocia a un medio neutro (movimiento en el "no-lugar"
y "tiempo perdido") para ligar dos lugares ya conocidos
y "funcionalizados" (domicilio-trabajo,etc.), sino que actúa
como un "generador" participando y animando múltiples actividades
y espacios: el movimiento es operador y modo de urbanidad a la vez.
Y, lo que distingue los tipos de movimientos es su grado y modo de
"adherencia al tejido/medio urbano": la marcha a pié en
un extremo, muy "próxima" a la ciudad; el viaje en avión
en el otro extremo, muy "lejos" de la ciudad. Entre ellos,
la bicicleta, el automóvil, el autobús, el tranvía, el Metro (que
en todo el mundo busca esa mayor "adherencia" creando puntas
intermedias entre las extremas domicilio-trabajo, asociadas a otras
actividades y lugares), y el ferrocarril.
Todos los tipos de movimiento en materia de transporte en este caso,
ofreciendo un continuum que va desde las más altas a las más bajas
adherencias, y a los que corresponden formas específicas de accesibilidad
urbana, cualidad urbana, tal vez por excelencia: la "ciudad accesible"
no sólo como un ideal hoy, sino como la idea misma de ciudad (30).
"El desafío del devenir urbano del movimiento, está a la vez
en la diversificación de los tipos de movimientos y en la articulación
de los modos de transporte que los producen; porque es éste doble
dinamismo el que permite integrar el transporte a la ciudad poniéndola
en movimiento. Es una "dinámica de redes", que atraviesa
el conjunto de los sistemas de trasporte, en el cual cada uno opera
en una región del espacio de las movilidades. Esta "dinámica
de redes", desde el momento que tiene por objetivo la continuidad,
no sólo entre los diversos tipos de movimientos, sino entre movimientos
y actividades fijas, no es otra cosa que la dinámica de la ciudad
misma" (31).
La accesibilidad
a las redes: un objetivo cívico.
Un conjunto de relaciones permitidas, pero también escogidas
en el tiempo y en el espacio en virtud de redes de todo tipo, convertirían
los asentamientos humanos en espacios de mayor libertad para el desarrollo
pleno del individuo y la sociedad.
Frente a este ideal, la accesibilidad a las redes de todo tipo como
objetivo cívico, es un concepto relevante que debe ser esclarecido
dada la ambigüedad con que suelen ser tratadas, por ejemplo, la movilidad
cotidiana y residencial en el espacio: como un derecho (acercamiento
del domicilio al trabajo), pero también como una restricción (enraizamiento
residencial como condición de la sociabilidad urbana).
Por otra parte, tal como el desplazamiento va contra la cultura de
la sedentarización, la civilidad va contra la exclusividad territorial.
Esta última oposición exige a la sociedad civil que sus miembros aprendan
a coexistir con individuos diferentes, especialmente en espacios públicos.
La coexistencia es condición de la accesibilidad (32).
El aprendizaje del desplazamiento que posibilita la sociedad civil,
implica la difusión y enseñanza de los códigos de multiterritorialidad
y de las reglas de desenvolvimiento en todos los lugares. Por cierto
que esta capacidad, está desigualmente distribuida hoy en la población.
En nuestro contexto, toda vez que los "excluídos" operan
fuera del marco de la ley, incrementan el volumen de la delincuencia,
frente a lo cual las viviendas van adoptando aspecto de fortaleza
(despliegue del condominio, feudalización de la ciudad), y los espacios
públicos, aspecto despoblado, o policíaco. Pero, se nos recomienda
no ser tan apocalípticos al observar estos problemas, aunque también
no creer demasiado en la utopía de la integración: nunca antes hubo
mayor concurrencia de opciones de integración -revolución de las comunicaciones,
ampliación de los mercados, interconexión global, intercambio cultural-,
y tan alto grado de desintegración (33).
En una América Latina donde, en volumen absoluto, hay más pobres hoy,
que hace una década, y la distribución del ingreso es menos equitativa
que a principios de los ochenta, sin duda la vida cotidiana no es
igual para todos (34).
Los ciudadanos con mayor grado de integración, despliegan su vida
cotidiana por un territorio generalmente mayor que la "zona"
y comuna donde viven, pues sus empleos no se sitúan necesariamente
en estas, tampoco los establecimientos educacionales donde asisten
sus hijos, ni el comercio donde compra la familia.
Se trata de desplazamientos cotidianos que ya no se explican por la
teoría de las necesidades en sentido estricto, pues dependen, entre
otros, de los objetivos que se fijan los individuos (prestigio, distinción,
enmarcamiento social, etc.), y cuyo punto de partida central es la
residencia, desde la cual los miembros de un hogar definen su propia
ciudad en relación a una multitud de destinaciones que pueden alcanzarse
en forma creciente en automóvil (35).
Estas categorías sociales tienen mayor experiencia en el uso estratégico
de los desplazamientos y en su desenvolvimiento en contextos variados.
Para ellos, la dimensión cotidiana de la vida supone hoy una diversidad
creciente del consumo y una rápida incorporación de las ventajas del
avance tecnológico. La informática y la telecomunicación hacen posible
su conexión permanente con el mundo, tienen acceso ilimitado a la
información y a intercambios a distancia de todo tipo y con todo tipo
de pares.
En tanto, fracciones importantes de la población están aún sub-comprometidas
con la movilidad cotidiana, porque ellas participan mal o no participan
en los mercados regionales de empleo, consumen pocos bienes y servicios,
y porque su vida cotidiana tiene lugar en un área limitada, donde
la "cotidianidad del barrio", especie de receptáculo natural
de las espectativas de esta masa de población, "libera"
de alguna forma al individuo desarrollando una cultura de supervivencia
a partir de la solidaridad entre vecinos (36).
Frente a esta realidad, se nos advierte:
"Sociedades
tan inequitativas como las nuestras pueden tecnificarse; pero mientras
permanezcan con tan altos niveles de exclusión, uno de los campos
más fértiles de tecnificación será el manejo cada vez más modernizado
de la pobreza para responder tanto al afán de lucro de los dueños
de la técnica, como a la racionalidad instrumental de sus operadores"
(37).
Entre las múltiples facetas de este tema, cabe preguntarse en qué
medida es factible aplicar en nuestros contextos las recomendaciones
internacionales en el sentido de administrar las redes de infraestructura
como una empresa comercial (privatización de la infraestructura y
los servicios urbanos) toda vez que estas se dirigen a la demanda
solvente, cuando la mayoría de la población se encuentra en situación
de pobreza y la mayor parte de nuestras ciudades son construídas informalmente.
Si los gobiernos tienen la responsabilidad de defender los intereses
de los sectores pobres -lo cual se presenta como secundario en las
recomendaciones- ¿debería entonces ser propuesto un verdadero "derecho
a las redes para todos", con un "acceso mínimo local"
para cada habitante? (38).
La expansión tecnológica, y con ella un mayor grado de desarrollo,
podrán llegar de alguna forma a la población más pobre, siempre que
una integración social de las sociedades sudamericanas lo hagan viable
(39).
Y, en cuanto a un urbanismo técnico hecho por técnicos, (ingenieros
en general) es difícil que los habitantes puedan participar en este
tipo de experiencias, en los hechos, en gran medida están excluídos
de ellas. En nuestro contexto, podemos citar el caso de la implementación
de proyectos de vialidad del sector privado, para su manejo en concesión
-por ejemplo la variante de la Ruta 78, sector Malloco a General Velásquez,
sin coordinación incluso con el Plan Metropolitano de Santiago, y
diversos Planes Reguladores Comunales afectados por su paso. En el
caso de estos últimos instrumentos, el reemplazo de los principios
que han guiado la acción urbanística, por la expresión de la voluntad
de los habitantes -a priori interesados por la producción de la administración
de su marco de vida- se reduce en la práctica a una negociación entre
poder público y poder de algunos privados sobre los derechos de uso
del suelo.
Legitimidad
del urbanismo en el campo de las redes
Los pensadores del urbanismo de las redes no desconocen el problema
del suelo, y por ello no rechazan el urbanismo actual, ni lo reducen,
sino que lo refuerzan, intentando hacerlo más eficaz al servicio de
la comunidad incorporando un nuevo plano o dimensión analítica: el
de la redística.
"Es
con el conjunto de todos los operadores de redes diversas, cerca de
ellos, comprendiendo sus lógicas, también sus dificultades, y, sobre
todo, sus límites, y no contra ellos, o lejos de ellos, que el urbanismo
debe encontrar su nueva definición". (40).
Pero para ello se indica que sería indispensable comprender la nueva
significación de las redes en tanto organización de la relación de
la sociedad con sus territorios, y, en la base de la noción de red,
la afirmación de una diversidad, de una heterogeneidad fundamental
en el tiempo y en el espacio (41).
También es necesario admitir la noción de proyecto "transaccional",
a partir de una voluntad que busca relacionarse, asegurar las funciones,
influenciar, controlarse, prohibirse, permitirse, alejarse, acercarse
("líneas de deseo", en transporte urbano; "matrices
de afinidad", para teléfonos, etc.). El espacio es transformado
en territorio por la intencionalidad del actor.
El urbanismo se convierte en la única posibilidad colectiva de
realización de proyectos individuales de esta naturaleza; será raro
que el poder de un solo actor lo logre. En general es el actor colectivo
el que puede concretizar el proyecto "transaccional" gracias
a una especie de delegación colectiva de poderes en un "operador".
Pero, mientras el operador público hace prevalecer una lógica de política
urbana o rural, el operador de la empresa privada privilegia la lógica
económica, para lo cual constreñirá al máximo la red "transaccional",
la que, habida cuenta de sus características de imaginariedad y virtualidad,
tiende teóricamente a ser una red máxima (42).
Es necesario además, que la organización en redes - en sus diversos
niveles de operación- se coordine, se componga con esas territorialidades
que el urbanismo reconoce desde hace mucho tiempo. Dichos niveles
de operación implican operadores de primer nivel (redes ruteras,
redes de transporte en común, redes telefónicas, etc.); operadores
de segundo nivel (redes de producción, redes de consumo, que
corresponden a ciertas formas clásicas de intervención en urbanismo),
y operadores de tercer nivel (el hogar urbano construyendo
su propia estructura de red).
El urbanismo tiene una legítimidad histórica en el campo de las redes,
porque verdaderos urbanistas han otorgado a las redes un lugar principal
en su concepción de la ciudad desde el nacimiento del pensamiento
urbanístico hasta ahora. El rol del urbanista junto a los operadores
es posible y necesario en todos los lugares donde se realizan redes
reales: para favorecer la consideración de redes virtuales, para facilitar
las articulaciones con los otros niveles de operadores, para mejorar
la consideración global de las redes técnicas cada vez que esto pueda
tener ventajas para la colectividad, en fin, la legitimidad es social
también porque la realización de las redes -que de hecho organizan
la ciudad moderna-, llama a una intervención al servicio de la colectividad
para regular y controlar los operadores, pues ellos no están ajenos
a la perversión política, económica o técnica (43).
Organización
territorial en red
Aún cuando las redes tengan, o pudieran tener una existencia física,
la percepción de ellas no es evidente. Existen vías desde milenios,
pero la noción de red rutera emergió recién en el siglo XVIII,
de igual forma respecto de las alcantarillas, su concepción como red
de saneamiento es un concepto de fines del siglo pasado (44).
En cuanto a la idea de la organización territorial urbana en red,
se constata que existió en el pasado pero absolutamente marginada.
Ildefonso Cerdá, Franck Lloyd Wright y Maurice F. Rouge, entre otros,
han sido estudiados por el Ing. Gabriel Dupuy -a partir de la noción
contemporánea de red- para enriquecer una nueva aproximación a la
ciudad actual. Ellos hicieron aproximaciones globales al conjunto
de las redes técnicas disponibles en sus épocas, en sus relaciones
con el espacio urbano (por oposición a otras sectoriales: transporte,
etc.).
Cerdá, tiene en su Teoría General de la Urbanización, largos
pasajes sobre las redes. Wright, en Broadacre, genera una "utopía
absolutamente urbana" donde la dispersión es posible porque
solidariza al mismo tiempo gracias a las redes.
Wright no sugirió volver a las comunidades naturales, que estimaba
superadas. La concentración urbana, cuando ya existía el teléfono,
la electricidad, el automóvil, no tenía sentido.
Rouge tiene una visión muy perspicaz de la relación ciudad-redes.
Otto Wagner, autor, en 1893, de un proyecto de ordenamiento fundado
sobre una topología contemporánea de red, se opone al urbanismo "clásico",
no repartiendo a priori los elementos de la ciudad sobre el
espacio geográfico. Industrias, residencias, oficinas, y otros, se
dispondrían sobre las redes, sin referencia a zonificaciones (45).
Los especialistas en redes advierten hoy que la red no debe ser apreciada
como consecuencia de una innovación tecnológica, sino como un principio
de ordenamiento que relaciona posibilidades técnicas y el servicio
de un territorio. El ordenamiento de los territorios se realiza
también por el establecimiento de redes que lo sirven, que lo irrigan,
que lo informan y que lo organizan.
La experiencia muestra, además, que hay una relación entre evolución
de los territorios y evolución de las redes (46).
En efecto, los problemas de redes de infraestructura por ejemplo,
en países en vías de desarrollo, restringen seriamente la productividad
de muchas ciudades, al no poder atraerse la inversión privada y al
poner en peligro la salud pública y la seguridad de la población.
Se considera que una red de infraestructura adecuada reduce los costos
de producción, los cuales afectan la rentabilidad, los niveles de
rendimiento y empleo, particularmente en los negocios de pequeña escala.
Cuando ella no funciona, la dinámica puede disminuir e incluso detenerse.
Por cierto que la falta de mantenimiento de los servicios, también
tiene su costo.
Sin duda la infraestructura influye en las dimensiones de la pobreza,
y se piensa que la prueba de eficiencia en el manejo de las ciudades
es el estado de provisión de las redes de infraestructura (47).
Toda vez que las áreas urbanas tienen adecuados servicios de infraestructura
-la infraestructura como una especie de fideicomiso público- se contribuye
a la cohesión y desarrollo de la comunidad; su renovación es también
la de la cultura de un país y de su sistema de valores, aportando
tanto como la creación de centros culturales, museos y monumentos
(48).
A pesar de lo señalado, quienes intervienen en el ordenamiento, la
concepción, la gestión de la redes, no son conscientes realmente de
los lazos esenciales que se establecen entre la red y el territorio
(49).
Para analizar convenientemente su complejidad, un nuevo esfuerzo teórico
es requerido:
"Es
necesario superar la visión tecnicista y, en consecuencia, sectorial
-relativa a cada red- que muy a menudo especifica totalmente la red
en función de los fenómenos físicos que ocurren en ella. También es
necesario superar la noción geográfica clásica del territorio que
se refiere a su descripción monográfica" (50).
Aproximación
sistémica y función relacional de las redes
La aproximación sistémica -evolutiva y adaptativa- de los territorios,
sea que se trate de una ciudad, una región, de una nación, o de territorios
más vastos, permite una lectura diferente del espacio no sólo geográfico,
sino también socio-económico. Las redes, cualesquiera que ellas sean,
encuentran su lugar en esta aproximación, sus características técnicas
no aparecen sino después (51).
Las redes públicas clásicas conocidas representan inversiones colosales
cuya duración de vida y de amortización es de varias decenas de años.
De allí el interés de poder analizar adecuadamente los procesos de
adaptación sistema territorial-redes. Se trata de transformaciones
de largos períodos que requieren un análisis diacrónico para el cual
los conceptos y métodos corrientes de análisis de redes no son pertinentes.
La ingeniería trabaja con una aproximación sincrónica, haciendo funcionar
convenientemente la red en un momento determinado, sin mayor consideración
al hecho que la red deberá operar mutaciones como consecuencia de
las mutaciones del sistema territorial (la dimensión adaptativa
es una característica mayor de la red).
La teoría general de sistemas ha sido concebida para estudiar procesos,
trayectorias, evoluciones, el tiempo juega aquí un rol esencial. Dado
que una red se sitúa en relación a la realidad de un territorio que
es multifacética y que debe ser representada en toda su riqueza y
variedad, se estima que es en la perspectiva de la representación
sistémica global que debe situarse el estudio de las redes, aún si
en la práctica debamos conformarnos con representaciones parciales
(52).
Sin embargo, primero deben superarse algunos problemas. La representación
sistémica, conforme a la teoría general de sistemas, se acomoda mal
a la localización de actividades humanas en el espacio físico. Años
de planificación y ordenamiento espacial con la ayuda de planos y
cartas han habituado a una percepción euclidiana.
En el plano regulador de una ciudad, las redes se diseñan en un espacio
de dos dimensiones. Las distancias están a escala y dan la representación
casi física de la red. En la representación sistémica no hay espacio
continuo de dos o tres dimensiones, lo que cuenta es la conciliación
de los sub-sistemas, sus lazos, sus aperturas al entorno. Si se busca
localizar partes del sistema, se deberá hacer en espacios abstractos,
espacios de n dimensiones, inhabituales para el urbanista,
y que no corresponden a la percepción inmediata de las redes "clásicas".
La representación liberada del espacio físico presenta ventajas, pues
en materia de redes importa menos el tema de las distancias que el
de otras propiedades de los sistemas. Se abre paso así, a una concepción
relacional de las redes, desestimando el postulado que el espacio
determina las redes, pero admitiendo que ellas pueden también producir
espacio. Se trata de lograr mucho menos un plan de zonificación, que
"mecanismos de regulación o de manejo de los sistemas conforme
a una política urbana" (53).
La visión de un espacio como sistema territorial permitiría así comprender
mejor el lugar esencial, el rol estratégico de las redes, desde el
momento que las abstrae de su materialidad para definirlas por su
función relacional. Ciertas propiedades de las redes, la conexidad,
la nodalidad, se vuelven particularmente pertinentes, pues
globalmente fundan el caracter sistémico del territorio.
La naturaleza
del desafío al Urbanismo
Como producto de los avances tecnológicos se ha llegado hoy a la abolición
del tiempo para establecer la comunicación, a la anulación del sentido
de la distancia física. Si la percepción del tiempo influencia directamente
la concepción del espacio y, en consecuencia, orienta la organización,
se estima que debería producirse entonces una transformación profunda
en la manera de concebir el espacio-tiempo, lo cual debería traducirse
territorialmente (54).
En ausencia de la comprensión del hecho urbano en su nueva realidad,
de un pensamiento urbanístico contemporáneo, de una definición teórica
del lugar del urbanismo práctico, se encuentra, sin duda, grandes
dificultades para definir una adecuada formación profesional y para
lograr el reconocimiento a la disciplina, especialmente cuando la
progresiva disminución de la participación del Estado está en curso
dejando un claro vacío en beneficio de los actores privados -que operan
en la perspectiva de un cortoplacismo exacerbado- y, en un contexto
de descentralización, en beneficio de las colectividades locales,
las que no cuentan con los conocimientos y experiencia suficientes
para tomar decisiones en materia de ordenamiento territorial integral.
Se nos señala, como una de las tareas impostergables de los urbanistas,
sacar el pensamiento urbanístico reticular de su marginalidad, fundar
mejor la noción territorial de red, favorecer en el debate urbanístico
moderno una discusión sobre la territorialidad, presentar, explicar,
desarrollar los útiles que permitan la consideración de la "redística"
dentro de la "urbanística" (55).
También la necesidad de asumir la transdisciplinariedad del Urbanismo,
abandonando la compartimentación, para reflexionar en conjunto en
la búsqueda de síntesis originales. Creemos que es el momento oportuno
para preguntarnos también sobre los programas de desarrollo de nuestra
enseñanza del Urbanismo, y su nivel de incidencia en la actualización
de la formación profesional desde el pre-grado y hasta el postítulo
y post-grado, especialmente cuando no parece deseable que la formación
responda sólo a los requerimientos profesionales de corto plazo de
la "ciudad-mercado".