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Alejandro Villalobos Muñoz

VIVIR Y MORIR DE SUEÑOS

Por Carlos Araya Cortés

Seguro que no quería partir. Imposible, para la tarea de padre que

cumplió con devoción hasta el último aliento. Sólo la muerte in-

esperada, unos pocos meses antes, de su esposa Irene Bravo, a la

que conoció en sus andanzas juveniles por el barrio de las calles y

pasajes de Coquimbo y Avenida Matta, aflojó su deseo de vivir. La

había conocido cuando ella tenía apenas 14 años y él 17. Un breve

pololeo y muy luego, en diciembre de 1962, se casaron. Pronto, en

mayo del 63, nació el primero de sus hijos: Marcos. Después, como

en un torrente, llegaron otros ocho. Si algo lo hizo feliz en su paso

por esta tierra, no fue otra cosa que su numerosa familia. Por eso,

cuando se quedó sin su gran pilar, no tuvo más fuerzas para seguir

viviendo.

Así, definitivamente, a mediados de septiembre de 2014, a los 72

años, se fue Alejandro Villalobos Muñoz. Y lo hizo como el gran

soñador que siempre fue, imaginando quizá qué paraíso grandio-

so. Creyendo en aguas de cristal, cielos azulados y transparentes,

montañas y bosques tan verdes como agrestes. Seguramente escu-

chando trinos de avecillas traviesas y de vuelos infinitos.

Cuando hablaba del aire, lo veía deslizándose entre gigantes de

acero y concreto, a veces inquieto y casi invisible, saltando por los

techos, corriendo por las veredas, atravesando calles, invadiendo

plazas y parques, silbando alegremente en su felicidad. Lo quería

vital, puro y ligero, muy diáfano, claro y por sobre todo amigable.

Este mismo aire, que por allá a fines de la década de los ochenta y

comienzos de los noventa agobiaba con su negrura de suciedad a

los habitantes de Santiago, y que fue determinante para concretar

el mayor sueño que todo periodista quisiera concretar en su vida:

crear y ser dueño de su propio medio de comunicación. Una inicia-

tiva que se inició con la Revista InduAmbiente, magazín especiali-

zado en información técnica ambiental, la cual creció vertiginosa-

mente bajo el alero de la editorial Tiempo Nuevo, y que contó con

el apoyo invalorable de quienes habían sido nuestras compañeras

de curso, Norma Berroeta y Mónica Iradi. Todos juntos la echa-

mos a andar a comienzos del año 93.

Así las cosas, no tuve ninguna duda que al momento de realizar la

semblanza de Alejandro, tendría que asumir la tarea de hacerlo.

Alejandro Villalobos, creativo y soñador

empedernido.