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DE LAS REGIONES INFERNALES
A LA PLAYA DE LA INFANCIA

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Esta decadencia no es la decadencia de Occidente y es la decadencia de Occidente. Por ejemplo, la del hablante lírico y el gozo de innumerables lectores y auditores. Conviene tomarlo en cuenta antes de entrar en estos poemas. Lo seguro es que no se trata de la decadencia de Andrés Morales. El decadente no suele hablar de su decadencia.

Es un oficio de tinieblas en tiempos rodeados de muerte, a la que se disfraza con el éxito, el poder o el dinero, trinidad de los que trafican con bicarbonato de lavanderas que, cuando se aplica a los poetas éstos huelen y no precisamente a rosas. La importancia de los títulos es que aquí son poemas o anuncios de poemas. El poema está en las mayúsculas y en las minúsculas. Luego: la estructura que se sostiene en endecasílabos, decasílabos o dodecasílabos. Recordemos que en esta benemérita república los proclamados poetas escriben en versos que ellos llaman libres, aunque no saben lo que es un endecasílabo. Esta designada república vive de apariencia, insolencia y dolencia. Morales las acota en estrofas clásicas.

Las regiones infernales que explora el hablante son las fiestas del demonio, pero también sus orgías gélidas. Son los sueños como pesadilla, el demonio del reloj, el duelo de las noches, los hermanos muertos en la puerta, la fila de difuntos puestos uno sobre otro, el quedarse en el puerto esperando algún navío que no vuelve, el vals de despedida al más allá. Es decir, la exploración del infierno de hoy. Pero después, en relámpagos de versos, la inédita belleza de la calma en deslumbrantes islas de color violeta. La música del mar descubre el tiempo, el largo aliento del silencio, como único alimento. El viaje, en fin, por el infierno y el purgatorio, y las ventanas que se abren a la playa de la niñez.

Andrés Morales mantiene aquí, como en otros de sus libros, la seguridad del oficio, la fuerza de sus imágenes, y en el temblor de la nostalgia encuentra el aire perdido de la infancia, que es como la vida nueva de todo poeta.

MIGUEL ARTECHE

Premio Nacional de Literatura 1996

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