POETAS DE "CANTICO", "CUADERNICOLAS Y "MITO"

A mediados de los años cuarenta los cuadernos de CÁNTICO anunciaron la aparición en el panorama literario nacional de una serie de poetas posteriores a PIEDRA Y CIELO, revelando una forma coloquial y crítica de apreciar la sensibilidad de un país sumergido en distintos cambios políticos y sociales, que demandaban una gran observancia y análisis.
Algunos de estos poetas fueron denominados CUADERNICOLAS por distintos de sus contemporáneos, debido a que dichos autores eran identificados con las publicaciones sueltas o los cuadernos que se editaban a mitad de siglo.
La revista MITO se constituyó en uno de los hitos más representativos de la cultura colombiana, al introducir a nuestra literatura algunas corrientes del pensamiento universal y estudios de los problemas contemporáneos junto a las creaciones de diferentes escritores del país. Bajo la tutela de Jorge Gaitán Durán, prosistas y poetas nacionales se enfrentaron a su propia historia y divulgaron a través de sus páginas las distintas vanguardias que surgían en el mundo, en una de las más arriesgadas aventuras literarias de Colombia, aventura que abrió una ventana a finales de los años cincuenta, a la altura de su tiempo.

La presente antología fue realizada por los poetas Mario Rivero y Federico DíazGranados.

 

LLANURA DE TULUA

Al borde del camino, los dos cuerpos
uno junto al otro,
desde lejos parecen amarse.

Un hombre y una muchacha, delgadas
formas cálidas
tendidas en la hierba, devorándose.

Estrechamente enlazando sus cinturas
aquellos brazos jóvenes,
se piensa:
soñarán entregadas a sus dos bocas,
sus silencios, sus manos, sus miradas.

Mas no hay beso, sino el viento
sino el aire
seco del verano sin movimiento.
Uno junto al otro están caídos,
muertos, al borde del camino, los dos cuerpos.

Debieron ser esbeltas sus dos sombras
de languidez
adorándose en la tarde.

Y debieron ser terribles sus dos rostros
frente a las
amenazas y relámpagos.

Son cuerpos que son piedra, que son nada,
son cuerpos de mentira, mutilados,
de su suerte ignorantes, de su muerte,
y ahora, ya de cerca contemplados,
ocasión de voraces negras aves.

FERNANDO CHARRY LARA (1920- )

 

LA CASA ENTRE LOS ROBLES

A un ruido vago, a una sorpresa en los armarios,
la casa era más nuestra, buscaba nuestro aliento
como el susto de un niño.
Por sobre los objetos era un tibio rumor, una espina, una mano,
cruzando las alcobas y encendiendo su lumbre furtiva en los rincones.
El sonido de un hombre, el retrato, el reflejo del aire sobre el pozo
y el día con su firme venablo sobre el patio.
Más allá las campanas, el humo de los cerros
y en un dulce y liviano confín, entre la brisa,
el pájaro y el agua levemente cantando.

Todos allí presentes, hermano con hermana,
mi padre y la cosecha,
el vaho de las bestias y el rumor de los frutos.

Adentro, el sacrificio filial de la madera
sostenía la techumbre.

Una lluvia invisible mojaba nuestros pasos
de tiempo rumoroso, de fuerza, de autoridad y límite.

Pasaba el aire suavemente, buscaba sombras, voces que derramar
respiraba en los lechos, dejaba entre los rostros su ceniza dorada.

Era entonces el día de hojas, de potente zumbido,
el día para el cántaro, la miel y la faena.

Como un don de reposo llegaba a nuestro cuerpo
la noche con su carga de remotas espigas.
Nuestro pan de anhelado resplandor,
nuestro asombro
y las lámparas derramando sus ángeles sin prisa en los espejos.

Como un hombre que anhelara su parte,
su sitio en nuestra mesa,
el viento dulcemente flotaba en los manteles.

La quietud de los muebles, las voces, los caminos
eran todo el silencio de la noche en el mundo.

Llenando de inaudible presencia las paredes,
habitando las venas de pie frente a las cosas.

Buscaban nuestras manos un calor circundante
e indagaban los ojos otra piel impalpable.

Algo de Dios, entonces, llegaba a las ventanas
algo que hacía más honda la brisa entre los árboles.


GUERRERO ENTRE LA LUZ

Se despojó del casco
e hizo flotar sus cabellos frente al asombro de los mancebos.
Una lenta música descendía de su cuerpo
envolviendo en húmeda lejanía
sus sandalias guerreras.
En la noche llegarían los emisarios
con los escudos agobiados por la vendimia de la victoria.
Y alzarían la hoguera de sus tiendas
donde ahora jugueteaba la arena
Con el vidrio de las armaduras.
Todos pudimos apreciar su estatura bajo los árboles.
Y miramos:
¡Qué dureza en el cielo por el empuje del verano!


LAS ULCERAS DE ADAN

La bárbara inocencia,
los ojos indecisos y las manos,
el horror de vagar sin un delito:
Y él se golpeaba el pecho, se decía,
yo suspiro otra cosa, yo quisiera,
mientras Dios, en el viento, respiraba.
Lo inventó una mañana
(en esto consistió el privilegio)
y olfateó su terror, sus crímenes, su sueño.
Entonces conoció la alegría de no ser inocente.
Y se apiadó de Dios
y lo hospedó en sus úlceras sin cielo.

HECTOR ROJAS HERAZO (1921- )

 

UNA PALABRA

Cuando de repente en la mitad de la vida llega una palabra jamás antes pronunciada
una densa marea nos recoge en sus brazos y comienza el largo viaje entre la magia recién iniciada,
que se levanta como un grito en un inmenso hangar abandonado donde el musgo cobija las paredes,
entre el oxido de olvidadas criaturas que habitan un mundo en ruinas, una palabra basta,
una palabra y se inicia la danza pausada que nos lleva por entre un espeso polvo de ciudades,
hasta los vitrales de una oscura casa de salud, a patios donde florece el hollín y anidan densas sombras,
húmedas sombras que dan vida a cansadas mujeres.
Ninguna verdad reside en estos rincones y, sin embargo, allí sorprende el mudo pavor
que llena la vida con su aliento de vinagre - rancio vinagre que corre por la mojada despensa de una humilde casa de placer.
Y tampoco es esto todo.
Hay también las conquistas de calurosas regiones, donde los insectos vigilan la copulación de los guardianes del sembrado
que pierden la voz entre los cañaduzales sin límite surcados por rápidas acequias
y opacos reptiles de blanca y rica piel.
¡Oh el desvelo de los vigilantes que golpean sin descanso sonoras latas de petróleo
para espantar los acuciosos insectos que envía la noche como una promesa de vigilia!
camino del mar pronto se olvidan estas cosas.
Y si una mujer espera con sus blancos y espesos muslos abiertos como las ramas de un florido písamo centenario,
entonces el poema llega a su fin, no tiene ya sentido su monótono treno
de fuente turbia y siempre renovada por el cansado cuerpo de viciosos gimnastas.

Sólo una palabra.
Una palabra y se inicia la danza
de una fértil miseria.


ALVARO MUTIS (1923- )

 


QUIERO

Quiero vivir los nombres
Que el incendio del mundo ha dado
Al cuerpo que los mortales se disputan:
Roca, joya del ser, memoria, fasto.
Quiero tocar las palabras
Con que en vano intenté hurtarte
Al duelo de cada día,
Estela donde habitaban los dioses,
Hoy lisa, espacio para el gesto imposible
Que en el mármol fije el alma que nos falta.
No quiero morir sin antes
Haberte impuesto como una ciudad entre los hombres,
Quiero que seas ante la muerte
El único poema que se escriba en la tierra.

JORGE GRITAN DURAN (1924-1962)

 

NO MUERE EL HOMBRE

No muere el hombre
cuando su corazón se marchita
y se desprende como una hoja silenciosa.

No muere el hombre
cuando queda inmóvil en la sábana
y su fuerza profunda se evapora.

No muere el hombre
cuando la tierra cubre su estatura
y la hierba le nace entre la boca.

No muere el hombre
cuando la nieve terca de sus huesos
debajo de la piedra se disipa.

No muere el hombre
cuando es polvo en el polvo de los siglos,
sombra del polvo, sombra de la sombra.

No muere el hombre
sólo cuando se niega a creer en el hombre,
en el amor, en la verdad, en el futuro.

Entonces muere tanto
que se pudre de pie su cadáver sonriente
a pleno sol, en medio de las calles.

CARLOS CASTRO SAAVEDRA (1924-1989)

 

MEMORIA

Mar de mi infancia. Caracolas,
arena de oro, velas blancas.
Si alguien cantaba entre la noche
a las sirenas recordaba.

Simbad venía en cada ola
sobre la barca de mi sueño,
y me nombraba capitana
de su fantástico velero.

El viento izaba las gaviotas
alto más alto de sus mástiles.
Y por las nubes entreabiertas
pasaba el cielo con sus ángeles.

Los compañeros no sabían
-yo nunca dije mi destino-
que en el anillo de la ronda
iba la novia del marino.

MEIRA DELMAR (1921- )

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