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LA VISIÓN COMUNICABLE.

por Rosamel del Valle

I


He aquí una fuente para dormir, una claridad sin abrirse,
Sola en el tallo del sueño.
Bienvenido, viajero devorado que te asomas
Ciego desde el agua a la tierra.
Todo se vería pasar por un puente de vidrio
Sin la oveja de la sangre, abatida de calor.
Pero no el cántico, el gozo, el cuerpo asomado
Por detrás de los árboles del infierno;
La luz en el abismo, el paso hacia atrás.
Día de los días oh, imagen viviente sobre el fuego,
Vestida de ángel detrás de los cielos
Y de las cosas petrificadas que celebran la muerte.
Alrededor, nada más que alrededor:
En las bodas del agua y del fuego.
O en la ascensión del pez infernal.
¿Vienen los coros? ¿Viene la espada del trueno?
¿Los cánticos blancos? ¿Gimen los dioses reunidos?
Alrededor, nada más que alrededor.
Nadie sale al encuentro. Nadie cubre las huellas.
Al fin en el espacio que cruzan ángeles y demonios,
Y donde el hombre se quema los pies.
Pero el agua, el agua muerta revive y lava la noche.
Y todo se queda alrededor, nada más que alrededor.
Y qué bella fábula es la fábula del luto.
La cabeza cerrada, el mundo afuera.
El rumor del cuerpo caído de noche en el abismo;
El golpe de luces rasgadas a lo lejos:
"En la sombra infinita, por fin".
Y alma y cuerpo fuera de la ciudad, transidos
En un invierno de llanto negro y sin puertas.
"¡Oh, Piedras, venid a mí y rodeadme!"
Fábula, fábula. La hermosa fábula del luto.
En alguna parte la estrella y en alguna altura las llaves.
Alrededor, nada más que alrededor.
Oh, la sal perdida de la boca
En la orilla movible de la tierra.
El hombre sin coros, el hombre tras de sí,
Perdida la edad, cálido, radiante, reunido.
Tomado de la mano por la noche
Entre serpientes y lluvias.
¡Y mi esperanza, la roca de fuego de mis sienes,
Aro en llamas delante de mí!
Pero la tiniebla es una abeja pegada en el aire.
Cuánto tiempo ahí, en el sonido, en la estatua,
Amada por el relámpago y la noche.
Y el viento y las nubes y el júbilo terrestre.
Con sólo respirar en la ceguera y caer.
Deshecha de pronto, deshecha en imagen y cuerpo
Hacia los abismos sin par y la sed.
Tocada por la corona de una voz irritada.
En el cálido extremo de la tierra.
Y el himno de las visiones que llegan de una en una,
¿Quién eres? Cerrada está mi boca, ahogados sus cirios,
Esposa mía, y siguiéndote entre un vapor
De manos solas en la noche.
Hay a mi alrededor extrañas puertas de vencido cerrojo,
Una estrella en un trono, una cabeza en un árbol
y sobre todo la voz irritada, el temblor sentado en el agua.
¡Oh, cólera de mi estatua, permanente sed al borde de todo!
Aquí están mis secretos tanto tiempo en rehenes
En una iluminación fría, nocturna, cerrada en la frente.
Y la varilla de oro, la lengua que hizo danzar el polvo
En la enfurecida danza fuera del día y de la noche.
Extenuado pie sin música, en un tiempo mío y ahora
De la tierra, semejante a la raíz y a la lluvia.
Pero ha conocido el brillo debajo de las cosas
Entre las serpientes y las águilas reflejadas.
Haciéndose silbido y movimiento en la cabeza del agua
O sombra desde el aire a las hojas, hacia el cuerpo
Distanciado en los umbrales del sueño, en el fulgor,
Donde el hombre desciende de golpe a sus minas.
¿Qué sería de nosotros sin el quehacer sin luces,
Sin el doble eco hacia el que tendemos las manos?
Un solo día, una sola vez sin este agitado calor.
Sólo una noche sin el movimiento de la raíz enterrada.
¡Oh, fuerza de oro de la zona prendida
Al extraño vacío de los dioses ausentes!
Pero no, ahora ni el cántico; ahora ni el sonido;
Ni la llama en los cabellos, ni la tempestad en las piernas.
El descenso, nada más que el descenso por vertientes de fuego,
Por arte de tinieblas, al borde del vaso donde las bocas
Viven la diabólica ebriedad de la abeja.
La eternidad en un puente melodioso, en un acto sin ruido,
Debajo de las sirenas anidadas.
El descenso, nada más que el descenso. Y todavía
Humedad terrestre, soles, colinas, aguas armoniosas, tempestades
Asidas al cuerpo sin luz, al ruido, al horror.
¡Eurídice! ¡Eurídice! Este es el lecho que huía
En las barcas silenciosas de tu cuerpo.
Lo soñado en los cantos de las colinas,
El pecho cruzado por el amor, los ojos anudados.
Aparta el miedo y sus artes, corta las llamas de raíz.
¿Qué es la respiración del hombre entre los hombres?
Oh, nuestra noche, una varilla ardiendo; febriles voces
Con el rayo del corazón fuera de los anillos.
Unidos en la copa volcada deseábamos contenernos,
Ir hacia el cántico arrojado a las hogueras
Por bocas selladas por la bella araña de la muerte.
Pero yo había soñado y el sueño es una tijera
Abierta por los ángeles de la noche.

De Orfeo

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