Universidad de Chile

 

 

EL DIARIO DE LUIS OYARZÚN:

por Leonidas Morales.

3. LOS CUADERNOS Y AGENDAS DEL DIARIO *


Entre 1988 y 1989 preparé para su publicación una selección de fragmentos de este mismo Diario. El libro apareció a comienzos de 1990 (30). Advertía en una nota introductoria que la selección se había hecho dentro de un universo de páginas cercano a las mil. En esa cifra no se incluían las que sirvieron a Oyarzún para armar dos de sus libros (Diario de Oriente y Mudanzas del tiempo), a excepción de aquellas (las menos) cuyos originales se hallaban en el material con que yo trabajaba. Semejante volumen de escritura, sumado a la ausencia en esos años de una política estatal de apoyo económico a publicaciones de esta naturaleza, es decir, excéntricas con respecto a las expectativas de lectura que los medios de comunicación de masas inducen en los lectores, y a la reticencia de las editoriales ante libros sin costos financiados, a menos que su impacto comercial pudiera calcularse con certeza, volvían ilusoria la idea de una publicación completa. Sólo ahora tal idea ha terminado siendo practicable (31).
Las anotaciones del Diario, en su estado actual, se extienden en el tiempo desde agosto de 1949, con el viaje de Oyarzún a Inglaterra, becado por el British Council, hasta la víspera de su muerte en Valdivia, 1972. Son pues 23 años de fidelidad al género. Pero el inicio efectivo de esta fidelidad parece ser muy anterior a 1949. Así se deduce de la lectura de Mudanzas del tiempo. Las páginas del Diario que componen ese libro, fechadas todas, corresponden al primer viaje a Europa (1949-1950), a un segundo viaje a Brasil (1955) y a excursiones, en años distintos (1956, 1957, 1962), a través del territorio chileno. Entre estas últimas hay también algunas fechadas en 1948, 1947 y 1939. Por lo tanto, y aun cuando no tengamos las anotaciones originales, puede inferirse que a los 19 años (en 1939), estudiante universitario entonces, escribía ya su Diario. Lo cual haría retroceder su comienzo por lo menos en 10 años, cubriendo así un período de 33 años.
Lo escribía regularmente (no siempre, desde luego, todos los días). Lo hacía en cuadernos y agendas, con tinta. Pero ha sido una constante, incluso, ya se verá, después de la muerte del autor, la pérdida de material escrito. Como consecuencia, menudean las lagunas, mayores y menores, en la continuidad del Diario. Las indico a continuación, omitiendo aquellas interrupciones menos notorias, atribuibles a variaciones naturales en el ritmo de la escritura o a impedimentos transitorios. La laguna mayor: de 1969, año en que Oyarzún se traslada a Nueva York como Adicto Cultural del Gobierno de Chile, no tenemos ninguna anotación. Apenas inferior es la laguna de 1960: las anotaciones se reducen a las del mes de enero (el Diario de Oriente sólo recoge las de marzo a mayo). Las demás: 1956, con anotaciones de febrero a julio; 1963, de noviembre a diciembre; 1968, de enero a abril; 1970, de agosto a noviembre. En 1971 las hay en enero y luego sigue un vacío hasta julio, recuperándose la normalidad en el resto del año.
Algunas de estas pérdidas ocurrieron mientras Oyazún vivía. El mismo se acusa, en una anotación de mayo de 1961, de "máximo desorden", al comprobar la pérdida de un tercer cuaderno. Es necesario recordarlo: el Diario, sin dejar de ser un diario íntimo, es a la vez un diario de viajes y excursiones. El grueso de sus páginas no están escritas en la biblioteca de Oyarzún, donde era fácil asegurar el resguardo, sino en los lugares más heterogéneos, donde los incesantes desplazamientos lo ponían: a bordo de aviones y barcos, en hoteles, restaurantes, posadas rurales, casas de campesinos o amigos, sentado bajo un árbol o en un puente, tendido frente a una playa o en medio del campo. Agréguese el hábito de reunirse con amigos, en bares de Santiago y otras ciudades, y leerles pasajes del Diario. Todos escenarios y circunstancias favorables al extravío u olvido de un cuaderno, de una agenda.
La pérdida de tres cuadernos anunciada en 1961, tal vez explique por qué durante el año anterior, 1960, no hay más anotaciones que las de enero (y las que se leen en Diario de Oriente). Pero, ¿y su ausencia total en 1969? ¿Y los vacíos o suspensiones abruptas de la escritura en los otros cinco años arriba mencionados? ¿Debería pensarse en nuevos cuadernos o agendas perdidos? Oyarzún no lo consigna, ni tengo yo, de otras fuentes, información que confirme su ocurrencia. ¿O algunas de las pérdidas se produjeron en Valdivia y están asociadas a decisiones tomadas por la Universidad Austral a raíz de su muerte?
En efecto, esta Universidad, a donde llegó a enseñar en 1971 y donde era también Director del Departamento de Extensión Cultural, designó una comisión para ocuparse de los homenajes y de la posible publicación de escritos inéditos. La formaban dos amigos de Oyarzún , los profesores Jorge Millas y Eugenio Matus, más el Secretario General de la Universidad, Hernán Poblete Varas.Matus no revisó ni vio el archivo de Oyarzún(32), que había quedado en poder de la madre. Quien sí tuvo acceso a su contenido fue Jorge Millas. ¿También Poblete? Lo ignoro. ¿Se retiraron materiales para examinarlos? Al parecer así sucedió (33). En tal caso, ¿fueron todos devueltos al archivo? Por la informalidad, y dispersión, con que trabajó esa comisión, no hubo ningún acta del escrutinio del archivo.
Aun cuando entonces enseñábamos en la misma Universidad, en Valdivia, no tuve la suerte de ser amigo de Oyarzún. Conversamos, probablemente en 1972, un par de veces. De su producción sólo había leído dos libros estupendos: El pensamiento de Lastarria y Temas de la cultura chilena. Pero de la existencia del Diario no supe sino hasta la segunda mitad de la década del 80. Es pertinente dar cuenta aquí de cómo llegué a conocerlo, a apasionarme con su lectura y a participar en su publicación.
Cuando la madre muere, en 1985, se hizo cargo del archivo un sobrino de Oyarzún, Eugenio Oyarzún. Desde la muerte misma del tío, a quien admiraba, se interesó en el archivo. Intuía el valor literario y cultural de los manuscritos que contenía: la correspondencia (34), un fichero, copia de artículos publicados, poemas, papeles diversos y desde luego los cuadernos y agendas del Diario. Fue él quien recogió de las revistas donde habían aparecido, los ensayos de uno de los libros póstumos de Oyarzún, Meditaciones estéticas (35). A fines de la década del 70, conversa con Sergio Fernández Larraín y éste acepta encargarse de la edición del Diario. Fernández no pudo descifrar la escritura de los cuadernos. Eugenio Oyarzún, que la conocía bastante bien, fue haciéndolo durante un año y medio, sacando dos copias mecanografiadas, una que guardó y otra que entregó a Fernández junto con los cuadernos. La muerte de Fernández en 1982 no sólo frustra el proyecto de edición: también echa a andar el proceso de la pérdida, a todas luces definitiva, de los cuadernos. Eugenio Oyarzún no los rescató a tiempo, y cuando quiso hacerlo, la biblioteca y los documentos de Fernández habían sido ya traspasados a la Biblioteca Nacional. Todas las pesquisas para dar con los cuadernos (en las últimas intervine yo mismo) concluyeron en un fracaso: no se hallaban registrados en la Biblioteca Nacional y los familiares de Fernández no sabían de ellos. El "máximo desorden" presidía pues la historia de estos manuscritos, antes y después de la muerte del autor.
No estaríamos aquí introduciendo la edición del Diario si Eugenio Oyarzún no hubiese tenido la precaución de quedarse con una de las copias mecanografiadas. Pero también en la copia se infiltró el "desorden". En parte porque ya estaba en el original: el autor no siempre registraba el año al que correspondían las anotaciones (confiado quizás en su prodigiosa memoria). Y sobre todo porque el inexperto copista no fue numerando las páginas. Tratándose de un corpus de casi mil páginas, con el tiempo y la manipulación algunas se perdieron y otras se mezclaron. De tal modo que al final el conjunto no estaba lejos de remedar la imagen de la Torre de Babel.
Hacia mediados de la década del 80, Eugenio Oyarzún le entregó esta copia al poeta Omar Lara, amigo del autor en los años de Valdivia, colaborador suyo asimismo en el Departamento de Extensión Cultural de la Universidad Austral. Lara, recién retornado del exilio, estaba empeñado en afianzar en Chile la pequeña empresa editora que había creado en España: Ediciones LAR (Literatura Latinoamericana Reunida). Concibió, entusiasmado, la idea de publicar una selección del Diario (la publicación completa sobrepasaba la capacidad financiera de su editorial). Pero el trabajo de ordenamiento que la copia mecanografiada le imponía, lo abrumó. Y en una visita que me hizo, me preguntó si yo podría asumir el proyecto y su ejecución. Sabiendo quién era Oyarzún, no dudé en aceptar la propuesta.
Lo primero fue numerar provisoriamente las páginas, en el mismo orden en que estaban. Es obvio, tal numeración para nada coincidía con la secuencia cronológica efectiva, cosa que debía establecerse. Entre 1988 y 1989 logré avanzar en una medida suficiente para los propósitos de configurar una selección de fragmentos (publicada, como dije, en 1990). Con posterioridad me he dado cuenta de algunos errores en la asignación de fecha a determinadas páginas, corregidos ahora.
Para la presente edición era necesario recomponer la totalidad de la secuencia. Puse en práctica, de nuevo, métodos sencillos para fijar años y, lo más exasperante, devolver a su sitio páginas que se hallaban en cualquier otro. A veces servía observar la palabra final de página: su significado, la concordancia sintáctica y el contexto ayudaban a dar con la página que debía seguir. O valerse del lugar, mes y día de un grupo de páginas ya ordenadas, como línea de continuidad a la que pudieran plegarse otras. Productivo resultaba igualmente reparar en la mención de acontecimientos conocidos, por ejemplo, el cincuentenario de Neruda o la partida desde Cuba del Che Guevara: permitía descubrir el año de las páginas comprometidas. En muchos casos estos métodos no funcionaban. De gran utilidad para resolver algunos de ellos fue el archivo de Oyarzún: su correspondencia, sus pasaportes y los de su madre (viajaron a veces juntos). Y también sus libros armados con páginas del Diario.
Mediante estos métodos y fuentes auxiliares, pudo reordenarse y fecharse la casi totalidad de las páginas. Pero el corpus final ha sido enriquecido con dos pequeñas agendas. Eugenio Oyarzún las había mantenido en su poder, y me eran desconocidas en el momento en que preparé la selección de fragmentos publicada en 1990. Las recibí sólo en el transcurso de 1993, cuando se formalizó el proyecto de una edición completa del Diario. Una de esas agendas es de particular importancia: contiene las últimas anotaciones, las inmediatamente anteriores al día de la muerte de Oyarzún (36).
Otra serie de dificultades planteaba la copia mecanografiada, tan engorrosas como las ya descritas, y quizás más: verificar la fidelidad de la transcripción de muchas palabras, y resolver el problema de la doble escritura de otras. En total sumaban centenares, que remiten a las más variadas esferas del uso del lenguaje: la toponimia, la onomástica, la botánica, la crítica de arte y literaria, la historia, la filosofía, o que pertenecen a otras lenguas (francés, inglés, latín). Es decir, los plurales campos por donde circulan la curiosidad intelectual y el saber de Oyarzún. El contexto de la frase o el saber previo del editor permitieron descubrir pronto la transcripción equivocada de un buen número de palabras. Pero para verificar otras abiertamente sospechosas, o transcritas con doble escritura, he recurrido a mi biblioteca y a menudo a la de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile: diccionarios, enciclopedias, mapas, novelas, poemarios, ensayos. No todas sin embargo han podido dilucidarse: hay nombres de pueblos y lugares mínimos de Inglaterra o Francia que ningún mapa registra, y otros aureolados por el misterio, provenientes de la toponimia, la arquitectura y la religión de Japón o China. Pero las palabras de escritura no resuelta deberían sumar una cantidad muy menor.
Un punto importante. Para diversos años (ninguno anterior a 1961) contamos con copias mecanografiadas de algunos tramos del manuscrito del Diario hechas por el propio Oyarzún (37). Son paralelas a las de Eugenio Oyarzún, es decir, hechas a partir de los mismos cuadernos. Pero con diferencias: el autor modifica en las suyas la redacción, o descarta anotaciones, o introduce otras nuevas (tomadas tal vez de alguna agenda). He preferido desde luego la copia revisada del autor, incorporando a veces anotaciones existentes en la copia de Eugenio Oyarzún, cuando éstas revelaban un evidente interés.
Le he puesto al texto del Diario, a lo largo de toda su extensión, numerosas notas a pie de página, sin ninguna intención de exhaustividad. Algunas sólo persiguen despejar, en muy contadas anotaciones, tales o cuales problemas de comprensión, o indicar, cuando pareciera necesario y se dispone de la información, los nombres de amigos que en las anotaciones figuran con iniciales, una práctica frecuente tanto en Oyarzún como en los demás diaristas, y asociada, creo, al secreto de la escritura del diario íntimo. En otras notas se da el nombre real de personas a las que el autor se refiere con apodos. Se individualizan también, aportando datos de edición, libros de autores chilenos (y no de extranjeros) que son objeto de comentarios. Pero la mayor parte de las notas se ocupa de señalar las páginas que Oyarzún trasladó a varios de sus libros (Diario de Oriente, Mudanzas del tiempo y Defensa de la tierra) y a artículos periodísticos.
Tres observaciones finales. 1. Esta edición no incluye ninguno de los poemas que Oyarzún solía escribir en los cuadernos del Diario, entremezclados con las anotaciones. 2. Ni las extensas citas que hacía, sin comentarlas, de libros diversos, como si acumulara material para sus clases o para la redacción de posteriores artículos o ensayos. 3. Ni tampoco aquellas páginas que dieron origen a Diario de Oriente y Mudanzas del tiempo, pero que no se encuentran en las copias mecanografiadas con las que he trabajado.

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