Canción para la esposa ajena
Tal vez guardes
mi libro en alguna gaveta,
sin que nadie
descubra cuál relata su historia,
pues será
simplemente, los versos de un poeta,
tras de arrancar
la página de la dedicatoria...
Y pasarán años... Pero acaso algún día,
o acaso alguna noche que estés sola en tu lecho,
abrirás la gaveta - como una rebeldía,
y leerás mi libro- tal vez como un despecho.
Y brotará un perfume de una ilusión suprema
sobre tu desencanto de esposa abandonada.
Y entonces con orgullo, marcarás la página...
y guardarás mi libro debajo de la almohada.
Amigo:
Sé que existes, pero ignoro tu nombre.
No lo he sabido nunca ni lo quiero saber.
Pero te llamo amigo para hablar de hombre a hombre,
que es el único modo de hablar de una mujer.
Esa mujer es tuya, pero también es mía.
Si es más mía que tuya, lo saben ella y Dios.
Sólo sé que hoy me quiere como ayer te quería,
aunque quizás mañana nos olvide a los dos.
Ya ves: ahora es de noche. yo te llamo mi amigo;
yo, que aprendí a estar solo para quererla más;
y ella, en tu propia almohada, tal vez sueña conmigo;
y tú, que no lo sabes, no la despertarás.
¡Qué importa lo que sueña!. Déjala así, dormida.
Yo seré como un sueño sin mañana ni ayer.
Y ella irá de tu brazo para toda la vida,
y abrirá las ventanas en el atardecer.
Quédate tú con ella. Yo seguiré el camino.
Ya es tarde, tengo prisa, y aún hay mucho que andar,
y nunca rompo el vaso donde bebí un buen vino,
ni siembro nada, nunca, cuando voy hacia el mar.
Y pasarán los años favorables o adversos,
y nacerán las rosas que nacen porque sí;
y acaso tú, algún día, leerás estos versos,
sin saber que los hice por ella y para ti....
Ya sólo eres aquella
que tiene la costumbre de ser bella.
Ya pasó la embriaguez.
Pero no olvido aquel deslumbramiento,
aquella gloria del primer momento,
al ver tus ojos por primera vez.
Y sé que, aunque quisiera,
no he de volverte a ver de esa manera.
Como aquel instante de embriaguez;
y siento celos al pensar que un día,
alguien, que no te ha visto todavía,
verá tus ojos por primera vez.
Con la simple palabra
Con la simple palabra de hablar todos los días,Con la simple palabra con que se cuenta un cuento,
que es la vejez eterna de la eterna niñez,
la ilusión, como un árbol que se deshoja al viento,
muere con la esperanza de nacer otra vez.
Con simple palabra te ofrezco lo que ofreces,
amor que apenas llegas cuando te has ido ya:
Quien perfuma una rosa se equivoca dos veces,
pues la rosa se seca y el perfume se va.
Con la simple palabra que arde en su propio fuego,
siento que en mí es orgullo lo que en otro es desdén:
Las estrellas no existen en las noches del ciego,
pero, aunque él no lo sepa, lo iluminan también.
Y así, como un arroyo que se convierte en río,
y que en cada cascada se purifica más,
voy cantando este canto tan ajeno y tan mío,
con la simple palabra que no muere jamás.
Sonríe, jardinera, si en el surco te inclinas
y buscas el secreto profundo de las rosas
no pienses que las rosas se afean con espinas;
sino que las espinas se embellecen con rosas.
Jugué al amor contigo, con vanidad tan vana
que marqué con la uña los naipes que te di.
Y en ese extraño juego, donde pierde el que gana,
gané tan tristemente, que te he perdido a ti.
Al referir mi viaje le fui añadiendo cosas.
Cosas que sueño a veces, pero que nunca digo,
y así, donde vi un yermo, juré haber visto rosas.
No me culpes, muchacha, que igual hice contigo.
Yo sólo pude recordar tu nombre,
tú, en cambio, recordaste cada fecha de ayer.
Y aprendí que las cosas que más olvida un hombre,
son las cosas que siempre recuerda una mujer.
Aquí estaba la hierba, viajero de una hora,
y, cuando te hayas ido, seguirá estando aquí.
Bien poco ha de importarle que la pises ahora
sabiendo que mañana nacerá sobre ti.
Morir de muerte
en flor toda la vida,
en este sueño
vertical, en este
fugaz contacto
azul con lo celeste,
en esta vieja
sed recién nacida...
Y volver luego
con el alma erguida,
a la vez
Norte y Sur, Este y Oeste,
de la propia
emoción, ya en ansia agreste.
En inquietud
sutil o en paz pulida.
Y resurgir de cada
muerte diaria
más dueño
de la vida, al ser más dueño
de esta muerte
parcial y necesaria.
Y con esa cordial
melancolía
de los pocos
que saben cada día
morir y renacer
dentro de un sueño.
Mi viejo corazón
toca a una puerta,
mi viejo
corazón, como un mendigo
con el afán
de su esperanza incierta
pero callando
lo que yo no digo.
Porque la que me
hirió sin que lo advierta,
la que sólo
me ve como un amigo
si alguna
madrugada está despierta
nunca será
porque soñó conmigo...
Y sin embargo,
ante la puerta oscura
mi corazón,
como un mendigo loco
va a pedir
su limosna de ternura
Y cerrada otra
vez, o al fin abierta,
no importa
si alguien oye cuando toco,
porque nadie
sabrá cuál es la puerta.
En el hondo silencio
de la noche serena
se dilata
un lejano perfume de azucena,
y aquí, bajo
los dedos de seda de la brisa,
mi corazón
se ensancha como en una sonrisa...
Y yo sé que el
silencio tiene un ritmo profundo
donde palpita
un eco del corazón del mundo,
un corazón
inmenso que late no sé dónde,
pero que
oye el latido del mío, y me responde...
El corazón que
sientes latir en derredor,
es un eco
del tuyo, que palpita de amor.
El corazón
del mundo no es ilusorio: Existe.
Pero, para
escucharlo, es preciso estar triste;
triste de esa tristeza
que no tiene motivo,
en esta lenta
muerte del dolor de estar vivo.
La vida es
un rosal cuando el alma se alegra,
pero, cuando
está triste, da una cosecha negra.
El amor es un río
de luz entre la sombra,
y santifica
el labio pecador que lo nombra.
Sólo el amor
nos salva de esta gran pesadumbre,
levantando
el abismo para trocarlo en cumbre.
Sólo el amor nos
salva del dolor de la vida,
como una
flor que nace de una rama caída;
pues si la
primavera da verdor a la rama,
el corazón
se llena de aroma, cuando ama.
Amar es triste
a veces, más triste todavía
que no amar.
El amor no siempre es alegría.
Tal vez,
por eso mismo, es eterno el amor:
porque, al
dejarnos tristes, hace dulce el dolor.
Amar es la tristeza
de aprender a morir.
Amar es renacer.
No amar, es no vivir.
El amor es
a veces lo mismo que una herida,
y esa herida
nos duele para toda la vida.
Si cierras esa
herida tu vida queda muerta.
Por eso,
sonriendo, haz que siempre esté abierta;
y si un día
ella sola se cierra de repente,
tú, con tus
propias manos, ábrela nuevamente.
Desdichada alegría
que nace del dolor.
De un dolor
de la rama también nace la flor.
Pero de esa
flor efímera, como todas, se mustia,
y la rama
se queda contraída de angustia.
Cada hoja que cae
deja el sitio a otra hoja,
y así el
amor -resumen de toda paradoja-
renace en
cada muerte con vida duradera;
porque decir
amor, es decir primavera.
Primavera del alma,
primavera florecida
que deja
un misterioso perfume en nuestra vida.
Primavera
del alma, de perpetuo esplendor,
que convierte
en sonrisa la mueca del dolor.
Primavera de ensueño
que nos traza un camino
en la intrincada
selva donde acecha el destino.
Primavera
que canta si el huracán la azota
y que da
nuevo aliento tras de cada derrota.
Primavera magnánima,
cuyo verdor feliz
rejuvenece
el árbol seco hasta la raíz...
Amor es la
ley divina de plenitud humana;
dolor que
hoy nos agobia y añoramos mañana...
Eso es amor, y
amando, también la vida es eso:
¡Dos almas
que se duermen a la sombra de beso!
El árbol viejo
Buen árbol que
perdiste bruscamente los dones
de la flor
y del fruto, bajo la racha fría:
tu pesadumbre
austera se parece a la mía,
y así, como
tus hojas, volarán mis canciones.
Pero, tarde o temprano,
vendrá la primavera,
y, al rejuvenecerse
tu tronco envejecido,
tendrás la
flor y el fruto, y el follaje, y el nido...
Y yo, en
cambio, no tengo tu esperanza siquiera.
Cien veces me ofreciste
tu sombra en el verano;
cien veces
tu perfume fue a visitar mi casa,
buen árbol
que floreces mientras la vida pasa,
acaso porque
ignoras que nunca pasa en vano.
Mi niñez te recuerda
casi como un amigo,
aunque ya
se agrietaba tu ancianidad de abuelo.
Y hoy, al
ver cómo creces todavía hacia el cielo,
ni aun me
queda el consuelo de envejecer contigo.
Pues, aunque nos
agobian idénticos otoños,
sobre tus
hojas secas crecen hojas lozanas,
y así, algún
día, el viento despeinará mis canas,
trayéndome
el perfume de tus nuevos retoños...
Como el clavel
del patio estaba seco,
yo, entristecido
por sus tristes males,
bajé al jardín
para cavar un hueco,
en buena
sombra entre dos rosales.
Y eran rosales
cerca, gajo a gajo
en una cercanía
indiferente
pero al cavar
un poco, vi allá abajo
sus raíces
trenzadas locamente.
Así, esta tarde,
descubrí el secreto
de un cariño
verdadero, hondo y discreto,
transplantando
un clavel que se secó.
Y, en nuestra indiferente
cercanía,
qué loco
ensueño se descubriría
si alguien
cavara un hueco entre tú y yo.
Golondrina del
alba sombría,
mariposa
del alba radiante:
cuánto puede
durar un instante,
¡Un instante
de noche en el día!
Yo, que supe ignorar
tantas cosas,
ahora sé
que jamás nos veremos,
pues te fuiste,
empuñando los remos,
en tu barca
cubierta de rosas.
Ahora sé la verdad
de la tierra,
que florece
aunque nadie la labre,
y la puerta
de luz que se abre
si una puerta
de sombra se cierra.
Ahora sé que la
noche no miente
cuando deja
de caer su rocío:
Fue un rosal
a la orilla de un río,
y quizás
lo arrastró la corriente...
Y te fuiste, luciérnaga
loca,
golondrina
del alba sombría,
con el tibio
sabor de tu boca
-¡de tu boca
que nunca fue mía!
Me llegas en la
brisa y en la espuma,
tú, la perdida
para siempre...
Tú, la que
ennoblecías el sabor del recuerdo,
que ahora
llegas más casta y más ausente...
Me llegas en el
viento que huele a lejanía,
me llegas
en la sal que sabe a muerte,
tú, sombra
arrinconada en un silencio;
tú, la perdida
para siempre...
Ya no sé por qué
sordo camino de la ausencia
bajo qué
estrellas moribundas vienes,
con los pies
inseguros llenos de polvo y de rocío,
tú, la perdida
para siempre...
Desde este mismo
instante seremos dos extraños
por estos
pocos días, quién sabe cuántos años...
yo seré en
tu recuerdo como un libro prohibido
uno de esos
que nadie confiesa haber leído.
Y así mañana,
al vernos en la calle, al ocaso,
tu bajarás
los ojos y apretarás el paso,
y yo, discretamente,
me cambiaré de acera,
o encenderé
un cigarro, como si no te viera...
II
Seremos dos extraños
desde este mismo instante
y pasarán
los meses, y tendrás otro amante:
y como eres
bonita, sentimental y fiel,
quizás, andando
el tiempo, te casarás con él.
Y ya, más
que un esposo será como un amigo,
aunque nunca
le cuentes que has soñado conmigo,
y aunque,
tras tu sonrisa, de mujer satisfecha,
se te empañen
los ojos, al llegar una fecha.
III
Acaso, cuando llueva,
recordarás un día
en que estuvimos
juntos y en que también llovía.
Y quizás
nunca más te pongas aquel traje
de terciopelo
verde, con adornos de encaje.
O harás un
gesto mío, tal vez sin darte cuenta,
cuando dobles
tu almohada con mano soñolienta.
Y domingo
a domingo, cuando vayas a misa,
de tu casa
a la iglesia, perderás tu sonrisa.
IV
¿Qué más puedo
decirte? Serás la esposa honesta
que abanica
al marido cuando ronca la siesta:
tras fregar
los platos y tender las camas,
te pasarás
las noches sacando crucigramas...
Y así, años
y años, hasta que, finalmente,
te morirás
un día, como toda la gente.
Y voces que
aún no existen sollozarán tu nombre,
y cerrarán
tus ojos los hijos de otro hombre.
V
No me importa quién
pase después por un sendero,
si me queda
el orgullo de haber sido el primero.
Y el vaso
que embriagara mi ilusión o mi hastío,
aunque esté
en otra mano, seguirá siendo mío.
Por eso puedes
irte, mi pobre soñadora,
pues si el
reloj se para, no detiene la hora,
y tú serás
la misma de las noches aquellas,
aunque cierres
los ojos para no ver las estrellas...
Quién nos hubiera
dicho... Que todo acabaría
como acaba
en la sombra la claridad del día.
Fuiste como la
lluvia cayendo sobre un río
para que
fuera tuyo... todo lo que era mío.
Fuiste como una
lámpara que se encendió en mi vida,
yo la soplé
de pronto... Pero siguió encendida.
Fuiste un río ilusorio
cantando en un desierto
y floreció
la arena como si fuera cierto.
Mi amor fue una
gaviota que construyó su nido
en lo alto
de un mástil... Ahora el buque se ha ido.
Ahora me envuelve
un hosco silencio de campana
donde sólo
resuena tu campana lejana.
Y como un surco
amargo... Que se negara al trigo
ahora mi
alma no sueña... Por no soñar contigo.
Yo seguiré soñando
mientras pasa la vida,
y tú te irás
borrando lentamente de mi sueño.
Un año y
otro año caerán como hojas secas
de las ramas
del árbol milenario del tiempo,
y tu sonrisa,
llena de claridad de aurora,
se alejará
en la sombra creciente del recuerdo.
II
Yo seguiré soñando
mientras pasa la vida,
y quizás,
poco a poco, dejaré de hacer versos,
bajo el vulgar
agobio de la rutina diaria,
de las desilusiones
y los aburrimientos.
Tú, que nunca
soñaste mas que cosas posibles,
dejarás,
poco a poco, de mirarte al espejo.
III
Acaso nos veremos
un día, casualmente,
al cruzar
una calle, y nos saludaremos.
Yo pensaré
quizás: " Qué linda es todavía."
Tú quizás
pensarás: " Se está poniendo viejo "
Tú irás sola,
o con otro. Yo iré solo o con otra.
O tú irás
con un hijo que debiera ser nuestro.
IV
Y seguirá muriendo
la vida, año tras año,
igual que
un río oscuro que corre hacia el silencio.
Un amigo,
algún día, me dirá que te ha visto,
o una canción
de entonces me traerá tu recuerdo.
Y en estas
noches tristes de quietud y de estrellas,
pensaré en
ti un instante, pero cada vez menos....
V
Y pasará la vida.
Yo seguiré soñando;
pero ya no
habrá un nombre de mujer en mi sueño.
Yo ya te
habré olvidado definitivamente
y sobre mis
rodillas retozarán mis nietos.
(Y quizás,
para entonces, al cruzar una calle,
nos vimos
frente a frente, ya sin reconocernos.)
VI
Y una tarde de
sol me cubrirán de tierra,
las manos
para siempre cruzadas sobre el pecho.
Tú, con los
ojos tristes y los cabellos blancos,
te pasarás
las horas bostezando y tejiendo.
Y cada primavera
renacerán las rosas,
aunque ya
tú estés vieja, y aunque yo me haya muerto.
Erguida en tu silencio
y en tu orgullo,
no sé con
qué señor que te enamora,
comentas
a manera de murmullo:
¡Mirad ese
es el hombre que me adora!
Yo paso como siempre,
absorto,... mudo,
y tú nerviosamente
te sonríes,
sabiendo
que detrás de mi saludo,
te ahondas
y después te me deslíes.
Yo sé que ni te
busco, ni te sigo,
que nada
te mendigo, ni reclamo,
comento,
nada más con un amigo:
"Esa
es la mujer que yo más amo".
Yo sé que mi cariño
recriminas,
es claro
tú no entiendes de esas cosas,
qué sabe
del perfume y las espinas,
quien nunca
estuvo al lado de las rosas.
Tú sabes que jamás
suplico nada,
y me sabes
cautivo de tus huellas,
que vivo
en la región de tu mirada,
y comparto
contigo las estrellas.
Un día nos veremos
nuevamente,
y es lógico
que bajes la cabeza,
tendrás muchas
arrugas en la frente,
y el rostro
entristecido y sin belleza.
Serás menos sensual
en la cadera,
tus ojos
no tendrán aquel hechizo,
y aún murmuraré-
¡Si me quisiera!
tú sólo pensarás:
¡Cuánto me quiso!
El falso amor
Un amor que pregunta,
si es virtud o es pecado,
la fuerza
que lo agita, eso es el amor soñado.
Un amor que
se esconde, porque teme al futuro,
puede ser
un amor, pero no es el más puro.
Un amor que se
escapa de su propio sentido,
es la rama
del árbol sin la gloria del nido.
Un amor que
razona, que contrata su ensueño,
inevitablemente
será un amor pequeño.
Un amor que me
exige preceptos y rituales,
con dudas
aritméticas y páginas legales...
Ese no es
el amor que soñaba ofrecerte
para toda
la vida, sobre toda la muerte.
Si tu amor es tan
pobre, recuérdame perdido:
cuando es
poco el amor, ¡Vale más el olvido!
El gran amor
Un gran amor, un
gran amor lejano
es algo así
como la enredadera
que no quisiera
florecer en vano
y sigue floreciendo
aunque no quiera.
Un gran amor se
nos acaba un día
y es tristemente
igual a un pozo seco,
pues ya no
tiene el agua que tenía
pero le queda
todavía el eco.
Y, en ese gran
amor, aquel que ama
compartirá
el destino de la hoguera,
que lo consume
todo con su llama
porque no
sabe arder de otra manera.
¡Un hijo! Tú sabes,
tú sientes que es eso:
ver nacer
la vida del fondo de un beso
por un inefable
milagro de amor.
Un beso que
llene la cuna vacía
y que ingenuamente
nos mire y sonría,
¡un beso
hecho flor!
¡Un hijo!
Un fragante, fuerte y dulce lazo.
Me parece
verlo sobre tu regazo palpitando ya;
y miro con
moverse con pueril empeño
las pequeñas
manos de nuestro pequeño,
como si quisieran
sujetar un sueño
que llega
y se va.
En el agua fresca
de nuestras ternuras
mojará las
alas de sus travesuras
como una
paloma que aprende a volar.
y será violento,
loco y peregrino,
y amará igualmente
la mujer y el vino
y el cielo
y el mar.
Con la sed
amarga de la adolescencia
beberá en
la fuente turbia de la ciencia.
¡Mi tierno
cantor!
Irá por el mundo
con su lira al hombro
dejando un
reguero de rosas de asombro
y aun áureo
fulgor.
Cruzará al
galope la árida llanura
pálido de
ensueño, loco de aventura
y ebrio de
ideal.
Y en su desvarío
de viajes remotos
volverá algún
día con los remos rotos,
trayendo
en los labios un sabor de sal.
Caminante
absurdo, de caminos muertos
pasará su
sombra sobre los desiertos
en una infinita
peregrinación,
y su alucinada
pupila inconforme
verá en su
destino gravada
una enorme
interrogación.
Pero será inútil
su tenaz andanza
persiguiendo un
sueño que jamás se alcanza.
Y ha de ser así,
pues no hallará nunca, como yo,
la meta de todas
sus ansias de hombre y poeta,
porque en las mujeres
de su vida inquieta
no hallará ninguna
parecida a ti.
Que tú eres la rosa
de una sola vida,
la rosa que nadie
verá repetida
porque al deshojarse
secará el rosal.
Y como en el mundo
ya no habrá esa rosa,
el irá en su búsqueda
infructuosa
en pos de una igual...
Mi dolor es pequeño,
pero aun
así bendigo este dolor,
que es como
no soñar después de un sueño,
o es como
abrir un libro y encontrar una flor.
Déjame que bendiga
mi pequeño
dolor,
que no sabe
crecer como la espiga,
porque la
espiga crece sin amor.
Y déjame cuidar
como una rosa
este dolor
que nace porque sí,
este dolor
pequeño, que es la única cosa
que me queda
de ti.
I
No, nunca fue lo
oscuro tan oscuro.
Y está acostado
pero no en su lecho.
Quiere moverse
y se lo impide un muro.
Un muro en
derredor, largo y estrecho.
Llama, y su voz
resuena extrañamente,
sin que acudan
su madre ni su hijo.
Y un súbito
sudor hiela su frente,
Al palpar
en su pecho un crucifijo.
No, no hay duda:
Esa sombra que lo aterra
es sombra
de ataúd bajo la tierra,
y no es soñando,
porque está despierto.
Y lo aturde un
pavor definitivo
Al comprender
que se le dio por muerto
y al comprobar
que fue enterrado vivo
II
Pero un día, al
abrir la sepultura,
se sabría
su muerte verdadera.
Si el ataúd
mostrara la hendidura,
de un golpe
de su mano en la madera.
Y al pensar de
repente en el mañana,
piensa también
enloquecidamente
en el espanto
de la madre anciana
y en el horror
del hijo adolescente.
Y allí, en la sombra,
sin quejarse en vano
sin dar un
grito, sin alzar la mano,
con una abnegación
casi suicida
cierra los ojos
y se queda quieto
porque así,
solo así, será un secreto
su horrible
muerte de enterrado en vida.
Di que mi amor
ha muerto de una forma habitual,
aunque tú,
por la espalda, le clavaste un puñal.
Lo enterraremos
juntos, sin pesar ni alegría,
aunque yo
sólo sepa que vive todavía.
Pero no intentes
nunca remover esa fosa:
Déjala abandonada;
déjala silenciosa...
pues si un
día la abrieras, tu mano desleal
no hallaría
otra cosa que tu propio puñal.
Era mi amiga, pero
yo la amaba
yo la amaba
en silencio puramente,
y mientras
sus amores me contaba
yo escuchaba
sus frases tristemente.
Era mi amiga, pero
me gustaba
y mi afán
era verla a cada instante.
Nunca supo
el amor que yo albergaba
porque siempre
me hablaba de su amante.
Era mi amiga para
todo el mundo
porque a
nadie mi amor yo confesaba,
pero yo la
quería muy profundo
y forzosamente
me callaba.
Era mi amiga, y
mi cuerpo sentía
estremecer
si ella me miraba,
al oírla
junto a mí feliz me hacía
más de este
amor ella nunca supo nada
y aunque sólo mi
amistad yo le ofrecía,
era mi amiga,
pero yo la amaba.
Inesperadamente
tu amor llega a mi vida,
mujer de
besos hondos y plenitud creciente,
como brota
un retoño de una rama caída,
como en un
río seco renace la corriente.
Llegas como las
nubes, inesperadamente;
inesperadamente
llegas como el verano,
para dejarme
el peso de una sombra en la frente
y un dolor
de raíces profundas en las manos.
Y es que tu boca
alegre me inspira un beso triste,
y en tus
ojos cercanos veo un mirar ausente,
porque sé
que algún día, lo mismo que viniste,
te me irás
de los brazos, inesperadamente...
Tu boca jugosa
y fragante,
su risa coqueta
reía...
Tan fresca
la risa fluía,
que su agua
la fuente sonante
por ti detenía...
Tu boca reía...
Tu boca,
que tiene
humedad de ambrosía,
que tanto
promete y provoca;
tu boca de
piel y armonía,
reía...
Y vino una abeja
dorada,
de mieles
ansiosa,
y quiso creyéndola
rosa,
posarse en
tu boca encarnada
fragante
y jugosa...
Y en tanto la abeja
volaba
buscando
la miel de la rosa,
riendo una
risa nerviosa,
tu boca el
ataque esquivaba,
melodrosa...
Tu boca reía y
gemía
de angustia...
La abeja de oro,
en pos de
la rosa que huía,
ritmaba su
vuelo sonoro...
Y, al cabo, la
abeja
posóse en
tu boca riente,
Tu risa fue
grito doliente,
fue queja...
II
Decidme, señora,
si es justa
la cólera
vuestra;
decir si
merezco esa adusta
mirada que
demuestra...
Al ver vuestro
aprieto, un instante
quedóse mi
mente perpleja:
¡No había
manera galante
de darle
la muerte a la abeja!
Verdad que os besé;
pero en eso
no hay sombra
de culpa:
Matar una
abeja de un beso,
tal beso
disculpa.
No fue, mi Señora,
osadía,
besar vuestros
labios, rosados:
La abeja
me iriso en su agonía.
Miradme los
labios hinchados.
Cierto es que bendigo
la abeja
traidora,
mas, ved
cuánto sufro, en castigo
de haberos
besado, Señora.
Reíd vuestra risa
nerviosa,
reíd vuestra
risa coqueta;
que ría la
boca jugosa,
que ría la
húmeda rosa
que adora
el poeta...
Reíd, y pensad
un instante
si el beso
una injuria refleja:
¿Había otro
modo galante
de darle
muerte a la abeja?
Yo he visto perlas
claras de inimitable encanto,
de esas que
no se tocan por temor a romperlas.
Pero solo
en tu cuello pudieron valer tanto
las burbujas
de nieve de tu collar de perlas.
Y más, aquella
noche del amor satisfecho,
del amor
que eterniza lo fugaz de las cosas,
cuando fuiste
un camino que comenzó en mi lecho
y el rubor
te cubría como un manto de rosas.
Yo acaricié tus
perlas, sin desprender su broche,
y las vi,
como nadie nunca más podrá verlas,
pues te tuve
en mis brazos, al fin, aquella noche
vestida solamente
¡con tu collar de perlas!
Se fue mi niñez...
Batiendo
sus alas de rosa partió...
Le rogué,
llorando: "¡Vuelve a mi otra vez!"
-Volveré-
me dijo... Pero no volvió...
Después, mi inocencia,
cual mística flor,
se mustió
entre las
llamaradas
locas del pagano amor,
y a mi alma
su aroma no tornó jamás...
Y, al llegar mis
dudas, se marchó mi fe...
-"¿Volverás?"-
le dije... No sé si me oyó:
Hizo un gesto
vago me miró y se fue.
Luego, acurrucada,
sufrió mi ilusión
de los desengaños
el flagelo cruel:
Me miró con
húmedos ojos de lebrel
y se fue
en silencio de mi corazón...
Y yo sé que un
día también tú te irás,
sin que mis
caricias puedan retenerte,
pues ya hacia
otros brazos, o ya hacia la muerte,
no te detendrás...
Porque sé que un
día llegará el olvido,
y sé que
ese día te me irás, mujer,
como tantas
cosas que ya se me han ido:
¡Para no
volver!...