Poema final por nosotros
Está
bien, vas con otro, y me apeno y sonrío,
pues recuerdo
las noches que temblaste en mi mano,
como tiembla
en la hoja la humedad del rocío,
o el fulgor
de la estrella que desciende al pantano.
Te perdono, y es
poco. Te perdono, y es todo,
yo que amaba
tus formas, más amaba tu amor,
y empezó
siendo rosa lo que luego fue lodo,
a pesar del
perfume y a pesar del color.
Hoy prefiero mil
veces sonreír aunque pierda,
mientras
pierda tan solo el derecho a tu abrazo,
y no ser
el que olvida, mientras él quien recuerda,
y tú bajes
el rostro y él lo vuelva si paso.
Quien te lleva
no sabe que pasó mi tormento,
y me apena
su modo de aferrarse a lo vano,
él se aferra
a la rosa, pero olvida que el viento,
todavía dirige
su perfume a mi mano.
Y por ser quien
conozco tus angustias y anhelos,
te perdono
si pasas y si no me saludas,
pues prefiero
el orgullo de perderte con celos,
a la angustia
que él siente de tenerte con dudas.
Y mañana quien
sabe, no sabré si fue rubia,
si canela,
o si blanca la humedad de esta pena,
y quizás
te recuerde si me adentro en la lluvia,
o tal vez
me dé risa si acaricio la arena.
Poema para el crepúsculo
Hora de soledad
y de melancolía,
en que casi
es de noche y casi no es de día.
Hora para
que vuelva todo lo que se fue
hora para
estar triste, sin preguntar por qué.
Todo empieza a
morir cuando nace el olvido.
Y es tan
dulce buscar lo que no se ha perdido...
¡Y es tan
agria esta angustia terriblemente cierta
de un gran
amor dormido que de pronto despierta!
Viendo pasar las
nubes se comprende mejor
que así como
ellas cambian, va cambiando el amor,
y aunque
decimos: ¡Todo se olvida, todo pasa...!
en las cenizas,
a veces nos sorprende una brasa.
Porque es triste
creer que se secó una fuente,
y que otro
beba el agua que brota nuevamente:
o una estrella
apagada que vuelve a ser estrella,
y ver que
hay otros ojos que están fijos en ella.
Decimos: ¡Todo
pasa, porque todo se olvida...!
y el recuerdo
entristece lo mejor de la vida.
Apenas ha
durado para amarte y perderte
este amor
que debía durar hasta la muerte.
Fugaz como el contorno
de una nube remota,
tu amor nace
en la espiga muriendo en la gaviota.
Tu amor,
cuando era mío, no me pertenecía.
Hoy, aunque
vas con otro, quizás eres más mía.
Tu amor es como
el viento que cruza de repente:
Ni se ve,
ni se toca, pero existe y se siente.
Tu amor es
como un árbol que renunció a su altura,
pero cuyas
raíces abarcan la llanura.
Tu amor me negó
siempre lo poco que pedí,
y hoy me
da esta alegría de estar triste por ti
Y, aunque
creí olvidarte, pienso en ti todavía,
cuando, aún
sin ser de noche, dejó de ser de día.
Poemas en la arena
I
Las olas vienen.
Las olas
van.
Como las
olas,
tu recuerdo
viene y se va.
Las olas vienen.
Las olas
se van.
Mi silencio
-- un silencio de cien puertas cerradas--,
se encrespa
de rumores, como el mar.
¡El mar, el mar,
amor!
¡Amor, el
mar!
Mi corazón
es una playa triste,
y tú eres
una ola que viene y que se va...
VI
Nunca antes fue
triste el primer trino de los pájaros.
--Hoy sí.
Como una flor de
sombra,
como una
mariposa negra y gris,
la noche
fue a encenderse de amor entre tus manos,
sobre tus
manos diáfanas, que se tendían hacia mí...
Nunca antes
fue triste el primer trino de los pájaros.
--Hoy sí.
Y vi que te alejabas
por un camino que ascendía
hacia un
inhóspito confín.
Y quise acompañarte
o detenerte,
no sé...
Pero el camino se fue borrando en pos de ti.
Quizás
Quizás te diga
un día que dejé de quererte,
aunque siga
queriéndote más allá de la muerte;
y acaso no
comprendas en esa despedida,
que, aunque
el amor nos une, nos separa la vida.
Quizás te diga
un día que se me fue el amor,
y cerraré
los ojos para amarte mejor,
porque el
amor nos ciega, pero, vivos o muertos,
nuestros
ojos cerrados ven más que estando abiertos.
Quizás te diga
un día que dejé de quererte,
aunque siga
queriéndote más allá de la muerte;
y acaso no
comprendas, en esa despedida,
¡que nos
quedamos juntos para toda la vida!
Recapitulación
Yo he vivido mi
vida: Si fue larga o fue corta,
si fue alegre
o fue triste, ya casi no me importa.
Y aquí estoy,
esperando. No sé bien lo que espero,
si el amor
o la muerte, -lo que pase primero.
Algo tuve algún
día; lo perdí de algún modo,
y me dará
lo mismo cuando lo pierda todo.
Pero no me
lamento de mi mala fortuna,
pues me queda
un palacio de cristal en la luna,
y por andar
errante, por vivir el momento,
son tan buenos
amigos mi corazón y el viento.
Por eso y otras
me deja indiferente,
aquí, allá
y dondequiera, lo que diga la gente.
-¿Trampas?
- Pues sí, hice algunas;
pero, mal
jugador, yo perdí más que nadie
con mis trampas
de amor.
-¿Pecados? - Sí,
aunque leves, de esos que Dios perdona,
porque, a
pesar de todo, Dios no es mala persona.
-¿Mentiras?-
Dije muchas, y de bello artificio,
pero que
en un poeta son cosas del oficio.
Y en los
casos dudosos, si hice bien o mal,
ya arreglaremos
cuentas en el Juicio Final.
Eso es todo. He
vivido.
La vida que
me queda puede tener dos caras,
igual que
una moneda: una que es de oro puro
-la cara
del pasado- y otra -la del presente-
que es de
plomo dorado.
Por lo demás, ya
es tarde; pero no tengo prisa,
y esperare
la muerte con mi mejor sonrisa,
Y seguiré
viviendo de la misma manera,
que es vivir
cada instante como una vida entera,
mientras
siguen andando, de un modo parecido,
los hombres
con el tiempo y el tiempo hacia el olvido.
Respuesta al poema de la culpa (Ella)
Señor, yo no soy
digna siquiera de rogarte:
mi corazón
ignora la palabra del arte.
Sólo vengo
a decirte que no me han comprendido,
porque los
hombres hablan con el orgullo herido.
Cubren con bellas
frases su más vulgar deseo,
que a veces
me turbaron, pero que ya no creo.
Sin embargo,
a los dos me di con alegría.
Lo comprendo,
Señor: ¡toda la culpa es mía!
En los brazos de
uno me entregué plenamente,
y en los
del otro... ¿Sabes lo que una mujer siente?
Pregúntale
a la Virgen, cuando ella era mujer,
todo lo que
nosotras llegamos a querer.
Perdóname la audacia,
pero aquella María,
no supo del
abrazo viril que me rendía.
No miró aquellos
ojos fijos en mi hermosura,
como dedos
ardientes sobre mi carne impura.
Y no tembló aquel
canto de amor en sus oídos
que pudo
abrir en músicas la flor de mis sentidos.
Tú también
sabes que el hombre se acerca a la mujer,
ebrio por
la promesa de su propio placer.
Pero la mujer llora,
se resiste, Señor,
y cuando
al fin se ofrece, sueña con el amor.
Pues, mientras
en el hombre la vida se hace fuerte,
la mujer
se desmaya con un poco de muerte.
Quizás tuve un
amante que me sedujo un día,
¡tan malo
que, por eso, me gusta todavía!
Respuesta al poema de la culpa (El otro)
Señor, yo soy el
otro que también la quería,
y vengo a
confesarme, porque la culpa es mía.
Ella tuvo
la gracia fatal de nacer bella:
quien la
mira, ya nunca será bueno sin ella.
Me duele soportar
que alguno la haya amado,
pero hay
cosas tan bellas que no tienen pasado;
y ella sólo
mañana dejará de ser pura:
cuando el
roce del tiempo desgaste su hermosura.
Ella se me dio
toda, como yo me di a ella,
ella me dio
su flor y yo le di mi estrella;
porque de
su perfume trascendiendo en mi llama,
no quedó
un solo beso de los que él me reclama.
Tal vez ella lo
quiso, pero él lo dudaría,
si la viera
en mis brazos tan felizmente mía.
Si le viera
los ojos al sentirse gozada,
cuando todo
mi sueño le llena la mirada.
No existe culpa
en ella, ni en él, ni en ti Señor;
y si es mía,
¡bendigo la culpa de mi amor!
Hay que ser
algo malo si se busca el poder,
que domina
la tierra sutil de la mujer.
Ni demasiado malo,
ni demasiado bueno,
enfermé,
sin morir, de su dulce veneno.
Mi amor es
el de un hombre, sencillamente humano,
que sueña
de limosna, sin extender la mano.
¡Ah! Pero él se
redime, sólo a ti te condena,
él te arroja
su amor, para esquivar su pena.
Perdónalo,
Señor... Di quién la merecía,
pues yo soy
el culpable: ¡la quiero todavía!
Se deja de querer
Se deja de querer,
y no se sabe
por qué se
deja de querer:
Es como abrir
la mano y encontrarla vacía,
y no saber,
de pronto, qué cosa se nos fue.
Se deja de querer,
y es como un río
cuya corriente
fresca ya no calma la sed;
como andar
en otoño sobre las hojas secas,
y pisar la
hoja verde que no debió caer.
Se deja de querer,
y es como el ciego
que aún dice
adiós, llorando, después que pasó el tren;
o como quien
despierta recordando un camino,
pero ya sólo
sabe que regresó por él.
Se deja de querer,
como quien deja
de andar
por una calle, sin razón, sin saber;
y es hallar
un diamante brillando en el rocío,
y que, ya
al recogerlo, se evapore también.
Se deja de querer,
y es como un viaje
detenido
en la sombra, sin seguir ni volver;
y es cortar
una rosa para adornar la mesa
y que el
viento deshoje la rosa en el mantel.
Se deja de querer,
y es como un niño
que ve cómo
naufragan sus barcos de papel;
o escribir
en la arena la fecha de mañana
y que el
mar se la lleve con el nombre de ayer.
Se deja de querer,
y es como un libro
que, aun
abierto hoja a hoja, quedó a medio leer;
y es como
la sortija que se quitó del dedo,
y sólo así
supimos que se marcó en la piel.
Se deja de querer,
y no se sabe
por qué se
deja de querer...
Segundo poema de la espera
Por un agua de
hastío voy moviendo estos remos,
que pasan
tanto al irme y tan poco al volver;
pero quizá
un día no nos separaremos,
mujer mía
y ajena, como el amanecer.
No importa que
me quede ni importa que me vaya,
mientras
pasan las nubes sin dejar de pasar,
porque tu
corazón es igual que una playa,
que, pudiendo
ser tierra, nunca llega a ser mar.
Tu amor nunca responde
cuando mi amor te nombra;
tu amor,
que sin ser mío, tantas veces perdí;
y yo empuño
los remos y viajo hacia las sombras,
pues todo
se hace sombra si estoy lejos de ti.
Filibustero loco
tras el botín de un beso,
viajo por
aguas tristes que me entristecen más;
pero tu amor
es siempre camino de regreso,
mujer que
nunca llegas y que nunca te vas.
Tu amor es un remoto
país desconocido,
más allá
del mañana, más allá del ayer;
y ya sólo
recuerdo las veces que me he ido
recordando
las veces que tuve que volver.
Hay virtudes tan
tristes, que es mejor ser culpable,
y más si
es una culpa de amor amarte así;
pero, si
en nuestras vidas hay algo inevitable,
inevitable
tú serás para mí.
Ya me duelen las
manos de remar en mi hastío;
pero yo sé
que un día dejaré de remar,
y he de mirar
el mundo como si fuera mío,
y romperé
los remos en la orilla del mar...
Sembrar
Alza la mano y
siembra, con un gesto impaciente,
en el surco,
en el viento, en la arena, en el mar...
Sembrar,
sembrar, sembrar, infatigablemente:
En mujer,
surco o sueño, sembrar, sembrar, sembrar...
Yérguete ante la
vida con la fe de tu siembra;
siembra el
amor y el odio, y sonríe al pasar...
La arena
del desierto y el vientre de la hembra
bajo tu gesto
próvido quieren fructificar...
Desdichados de
aquellos que la vida maldijo,
que no soñaron
nunca ni supieron amar...
Hay que sembrar
un árbol, una ansia, un sueño, un hijo.
Porque la
vida es eso: Sembrar, sembrar, sembrar.
Símil
del árbol
Árbol ya largamente
florecido,
con el tronco
tatuado de iniciales,
lo dejaron
en pie los vendavales,
sin una hoja,
ni una flor, ni un nido,
igual que un corazón
envejecido
que aún palpita,
sin bienes y sin males,
lleno de
sal, como los litorales,
con fatiga
de amor y sed de olvido.
Pero en el árbol
se detuvo un día,
para cantar,
un pájaro viajero,
y el tronco
aquel sintió que florecía...
como florece un
corazón huraño,
para después
sentir que le hace daño
la flor tardía
de su amor postrero.
Símil del viento
Te sentí, como
el viento, cuando pasabas ya;
como el viento,
que ignora si llega o si se va...
Fuiste como
una fuente que brotó junto a mí.
Y yo, naturalmente,
sentí sed y bebí.
Llegaste como el
viento, náufraga del azar,
con tus ojos
alegres entristeciendo el mar.
Y, para que
la tarde pudiera anochecer,
te fuiste
como el viento, que no sabe volver.
Soneto con sed
Leyendo un libro,
un día, de repente,
hallé un
ejemplo de melancolía:
Un hombre
que callaba y sonreía,
muriéndose
de sed junto a una fuente.
Puede ser que,
mirando la corriente,
su sed fuera
más triste todavía;
aunque acaso
aquel hombre no bebía
por no enturbiar
el agua transparente.
Y no sé más. No
sé si fue un castigo,
y no recuerdo
su final tampoco
aunque quizás
lo aprenderé contigo;
yo, enamorado,
soñador y loco,
que me muero
de sed y no lo digo,
que estoy
junto a la fuente y no la toco.
Soneto del ahorcado
El beodo narraba
dificultosamente
con hipos
de agonía y vahos de aguardiente.
El, residuo
de hombre, sin vigor ni decoro,
era el único
dueño de un singular tesoro.
Y vi en su mano
torpe, tal como una serpiente
de escamas
de oro puro, la trenza reluciente:
su tesoro
romántico, su reliquia -aunque ignoro
de quién
era la trenza de cabellos de oro.
Y una noche de
lluvia se colgó de una rama,
y un rechinar
de dientes epilogó su drama
de recorrer
a tientas las brumas del alcohol.
Y allí lo vimos
todos, al inflamarse el día,
y en su cárdeno
cuello la trenza relucía
cual si se
hubiese ahorcado con un rayo de sol.
Soneto del caminante
No despiertes jamás
para vivir tu sueño
porque el
sueño es un viaje más allá del olvido.
Tu pie siempre
es más firme después de haber caído.
Sólo es grande
en la vida quien sabe ser pequeño.
El amor llega y
pasa como un dolor risueño,
como una
rama seca donde retoña un nido.
Sólo tiene
algo suyo quien todo lo ha perdido.
Nadie es
dueño de nada sin ser su propio dueño.
La vida será tuya
si sabes que es ajena,
que es igual
ser montaña que ser grano de arena,
pues la calma
del justo vence el furor del bravo.
Y aprende que el
camino nace del caminante,
pues, por
más que ambiciones, humilde o arrogante,
sólo has
de ser el dueño de lo que eres esclavo.
Soneto del tiempo
Me verás sonreír,
amiga mía,
con aquel
gesto frívolo de antaño,
y hay un
viejo dolor que me hace daño,
un dolor
que me duele todavía.
Porque no en vano
pasan día y día,
y día a día
llegan año y año,
y el júbilo
de ayer se queda huraño
de soledad
y de melancolía.
No te engañes,
amiga, con mi engaño:
la copa en
que bebiste está vacía,
y el oro
de sus bordes se hizo estaño;
y esta frágil corteza
de alegría
cubre un
viejo dolor que me hace daño,
un dolor
que me duele todavía...
Soneto en la alcoba
Te miraba acostada
con mis ojos de bueno,
tus ojos
aprendían lentamente a soñar,
y tu sueño
iba a otro, a tu amor en estreno,
embriagado
de fuga, de capricho y de azar.
Me tomaste una
mano para palpar tu seno,
tu corazón
latía con el mío a la par:
el tuyo acelerado
por un amor ajeno,
mi corazón
tan cerca, sin poderlo alcanzar.
Así dejé de amarte
y empecé a comprenderte.
Sentí que
me tocaba como un roce de muerte,
un dolor
voluptuoso, pasajero y vulgar.
Y mientras me veías
mansamente a tu lado,
yo escapaba
en silencio, para siempre alejado.
¡Aunque esta
misma noche te vuelva a desnudar!
Soneto lloviendo
No hace falta que
llueva como llueve este día,
y, sin embargo,
llueve desde el amanecer.
Si hay rosas
y retoños, ¿para qué llovería?
Si ya todo
florece, ¿qué más va a florecer?
Llueve obstinadamente
y en la calle vacía
las gotas
de la lluvia son pasos de mujer.
Pero cierro
los ojos y llueve todavía,
y al abrirlos
de nuevo no deja de llover.
Yo sé que no hace
falta que llueva, pero llueve.
Y recuerdo
una tarde maravillosa y breve,
que fue maravillosa
porque llovía así...
Y es tan triste,
tan triste, la lluvia en mi ventana,
que casi
me pregunto, dulce amiga lejana,
si no estará
lloviendo para que piense en ti.
Soneto para la lluvia
Mi corazón no sabe
lo que espera,
pero yo sé
que espera todavía,
igual que
aquella noche que llovía
y te besé
bajo la enredadera.
Tu amor se fue
como si no se fuera,
pues algo
tuyo vuelve cada día,
y me dejaste
la melancolía
de doblar
el pañuelo a tu manera.
Esta noche de viento
y lluvia fría
quiero pensar
que, si tu amor volviera,
al dejar
de llover ya no se iría.
Y estoy aquí, bajo
la enredadera;
y, como aquella
noche que llovía,
mi corazón
no sabe lo que espera...
Soneto para un reproche
Yo no sé si tú
esperas todavía,
el gran amor
con que soñaste en vano,
que era un
pozo en la tarde de verano,
y era la
sed que el pozo calmaría.
Yo sólo sé que
estuvo cerca un día,
cuando tú
lo creíste más lejano,
y fue una
llama que se heló en tu mano,
al separar
tu mano de la mía.
Así fue: Poca cosa
en el olvido,
como el viento
que llega y ya se ha ido
o la rama
partida sin dar flor;
pero no es culpa
mía si tú hiciste
una cosa
vulgar, pequeña y triste,
de lo que
pudo ser un gran amor.
Soñar
Soñar es ver la
vida de otro modo,
y es olvidar
un poco lo que realmente es,
un sueño
es casi nada y más que todo,
más que todo
al soñarlo... casi nada después.
Por eso yo no sé
si mi sueño es sólo un sueño,
yo no sé
si algún día lo tocará mi mano
y yo no sé,
ni me importa, si es grande o si es pequeño
pero mi sueño
es sueño porque lo siento en vano.
Te acordarás un día
Te acordarás un
día de aquel amante extraño
que te besó
en la frente para no hacerte daño.
Aquel que
iba en la sombra con la mano vacía
porque te
quiso tanto... que no te lo decía.
Aquel amante loco...
que era como un amigo,
y que se
fue con otra... para soñar contigo.
Te acordarás un
día de aquel extraño amante,
profesor
de horas lentas con alma de estudiante.
Aquel hombre
lejano... que volvió del olvido
sólo para
quererte... como a nadie ha querido.
Aquel que fue ceniza
de todas las hogueras
y te cubrió
de rosas sin que tú lo supieras.
Te acordarás un
día del hombre indiferente
que en las
tardes de lluvia te besaba en la frente.
Viajero silencioso
de las noches de estío
que miraba
tus ojos, como quien mira un río.
Te acordaras un
día de aquel hombre lejano
del que más
te ha querido... porque te quiso en vano.
Quizás así de pronto...
te acordarás un día
de aquel
hombre que a veces callaba y sonreía.
Tu rosal
preferido se secara en el huerto
como para
decirte que aquel hombre se ha muerto.
Y él andará en
la sombra con su sonrisa triste.
Y únicamente
entonces sabrás que lo quisiste.
Te contaré la historia
Te contaré la historia
del bergantín sombrío
que echó
un día las anclas en la quietud de un puerto,
para ser
en la turbia resaca del hastío,
el ataúd
flotante de su pasado muerto.
Allí evocaba el
luto de la insignia pirata
y las tripulaciones
con su bárbaro coro,
en las fosforescencias
de las noches de plata
y en el deslumbramiento
de las tardes de oro.
Allí, en largos
letargos bajo las nubes lentas,
entre un
enloquecido revuelo de gaviotas,
adoraban
el soplo brutal de las tormentas,
en sus podridos
pliegues, las pobres velas rotas.
Abajo, en la sentina,
mortecinos fanales,
moscas y
telarañas y barriles flotando,
arriba en
la cubierta, náufragos espectrales
agitando
los puños hacia el puente de mando.
Ah, las islas del
trópico, los dulces archipiélagos
para siempre
en los mapas de la mala fortuna,
y un buque
torvamente rondando los murciélagos
mientras
las mariposas vuelan hacia la luna.
Viejo barco que
supo que el confín no es redondo
en las noches
siniestras y en las albas felices,
con las anclas
hundidas más y más en el fondo
como si de
las anclas le nacieran raíces.
Mástiles carcomidos
donde las golondrinas
reposan el
otoño, como un último ultraje;
timón con
verdes costras de lepras submarinas
y brújula
sin norte para morir un viaje.
Vientos del sur,
o lluvias o locas primaveras,
que poco
importa todo para los barcos viejos;
pero un escalofrío
crujía en sus maderas
al zarpar
otras naves y al perderse a lo lejos.
Allí, escuchando
el himno de las resacas gordas,
vaivén de
espumas negras que nunca finaliza,
se hubiera
dicho un barco cargado hasta las bordas
con un gran
contrabando funeral de ceniza.
Y allí estaba,
en el puerto, con su largo letargo,
de proa hacia
el olvido, muriendo hacia el poniente.
Y, sin embargo
un día... Ah, un día, sin embargo,
Soplo un
viento de rosas, maravillosamente.
Era el sagrado
soplo del amor que transfigura
los seres
y las cosas en el tiempo sin fin
y le dio
un casco nuevo con nueva arboladura
y nueve velas
blancas al viejo bergantín.
Y así fue que en
la gloria de una alegre mañana,
con la proa
hacia el sueño y el timón al azar,
esta vez
bajo el mando de gentil capitana,
el bergantín
sombrío se echó de nuevo al mar.
Y así acaba este
cuento que es más tuyo que mío,
tú, que escuchas
mi cuento convertido en canción;
tú, gentil
capitana del bergantín sombrío,
del bergantín
sombrío que era mi corazón.
Tercer poema de la despedida
Llamarada de ayer,
ceniza ahora,
ya todo será
en vano,
como fijar
el tiempo en una hora
o retener
el agua en una mano.
Ah, pobre amor
tardío,
es tu sombra
no más lo que regresa,
porque si
el vaso se quedó vacío
nada importa
que esté sobre la mesa.
Pero quizás mañana,
como este
gran olvido es tan pequeño,
pensaré en
ti, cerrando una ventana,
abriendo
un libro o recordando un sueño...
Tu amor ya está
en mi olvido,
pues, como
un árbol en la primavera,
si florece
después de haber caído,
no retoña
después de ser hoguera;
pero el alma vacía
se complace
evocando horas felices,
porque el
árbol da sombra todavía,
después que
se han secado sus raíces;
y una ternura nueva
me irá naciendo,
como el pan del trigo:
Pensar en
ti una tarde, cuando llueva,
o hacer un
gesto que aprendí contigo.
Y un día indiferente,
ya en olvido
total sobre mi vida,
recordaré
tus ojos de repente,
viendo pasar
a una desconocida...
Tercer poema del río
El agua del río
pasaba indolente,
reflejando
noches y arrastrando días…
Tú, desnuda
en la fresca corriente,
reías…
Yo te contemplaba
desde la ribera,
tendido a
la sombra de un árbol sonoro;
y resplandecía
tu áurea cabellera,
desatada
en el agua ligera,
como un remolino
de espuma de oro…
Y pasaban las nubes
errantes,
mientras
tú te erguías bajo el sol de estío,
con los blancos
hombros llenos de diamantes,
en la rumorosa
caricia del río.
Y tú te reías…
Y mirando
mis manos vacías,
pensé en
tantas cosas que ya fueron mías,
y que se
me han ido, como tú te irás…
Y tendí mis brazos
hacia la corriente,
hacia la
corriente cantarina y clara,
porque tuve
miedo, repentinamente,
de que el
agua feliz te arrastrara…
Y ya no reías…
bajo el sol
de estío,
ni resplandecías
de oro y de rocío.
Y saliste
corriendo del río,
y llenaste
mis manos vacías…
Y al sentir tu
cuerpo tan cerca y tan mío,
al vivir
en tu amor un instante
más allá
del placer y del hastío,
vi pasar
la sombra de una nube errante,
de una nube
fugaz sobre el río…
Último amor
Yo andaba entre
la sombra, cuando como un fulgor
llegaste
tú de pronto con el último amor.
Pero bastó
un efluvio de antiguas primaveras
para reconocerte,
para saber quien eras.
Y eras la misteriosa
mujer desconocida,
que entristeció
de ensueño lo mejor de mi vida.
La de las
tardes grises y los claros de luna,
la que busqué
entre tantas y no encontré en ninguna.
Y hoy tal vez como
un premio, tal vez como un castigo,
lo mejor
de mi vida será morir contigo.
He pensado
esta noche, sintiéndote tan mía
que así como
llegaste, pudieras irte un día.
Lo he pensado eso
es todo. Pero si sucediera...
Dejaré que
te vayas sin un adiós siquiera.
Y cuando
te hayas ido... yo que nunca me quejo,
me vestiré
de luto y aprenderé a ser viejo.
Pero si me muriera
sin poder olvidarte
y después
de la muerte se llega a alguna parte,
preguntaré
si hay sitio para mí junto a ti,
y Dios seguramente
responderá que sí.
Variante de una canción antigua
En el tronco de
un árbol voy a grabar tu nombre
pero con
mi capricho, vulgarmente galante,
dejaré satisfecha
mi vanidad de hombre,
acaso más
profunda que mi orgullo de amante.
En esas letras
toscas que grabará mi mano,
tu nombre
sin ternura crecerá hacia el olvido,
pues, fatalmente,
un surco que ha florecido en vano
es cien veces
más triste que el que no ha florecido.
Y pasarán las nubes
sobre el árbol que ignora
que hay amores
fugaces como sus primaveras...
Y un día,
al ver el nombre que estoy grabando ahora,
me encogeré
de hombros, sin recordar quién eras...
Ya era muy viejecita
Ya era muy viejecita...
Y un año y otro año
se fue quedando
sola con su tiempo sin fin.
Sola con
su sonrisa de que nada hace daño,
sola como
una hermana mayor en su jardín.
Se fue quedando
sola con los brazos abiertos,
que es como
crucifican los hijos que se van,
con su suave
manera de cruzar los cubiertos,
y aquel olor
a limpio de sus batas de holán.
Déjenme recordarla
con su vals en el piano,
como yéndose
un poco con lo que se le fue;
y con qué
pesadumbre se mira la mano
cuando le
tintineaba su taza de café.
Se fue quedando
sola, sola... sola en su mesa,
en su casita
blanca y en su lento sillón;
y si alguien
no conoce que soledad es esa,
no sabe cuánta
muerte cabe en un corazón.
Y diré que en la
tarde de aquel viernes con rosas,
en aquel
"hasta pronto" que fue un adiós final,
aprendí que
unas manos pueden ser mariposas,
dos mariposas
tristes volando en su portal.
Sé que murió de
noche. No quiero saber cuándo.
Nadie estaba
con ella, nadie, cuando murió:
Ni su hijo
Guillermo, ni su hijo Fernando,
ni el otro,
el vagabundo sin patria, que soy yo.
Ya todos la olvidaron
Ya todos la olvidaron.
Ahora sí que se ha ido,
pero, sobre
las rosas de la tumba reciente,
florecía
el recuerdo más allá del olvido…
Yo era el
hosco, el ausente.
Qué le importa
a la noche que se apague una estrella,
si el mar
sigue cantando cuando pierde una ola.
Ya están
secos los ojos que lloraron por ella.
Ya se ha
quedado sola.
Ahora ya sigue,
sola, su viaje hacia el espanto,
por las noches
profundas, bajo el cielo inclemente.
Ya nadie
me reprocha que no lloré aquel llanto,
que fui el
hosco, el ausente…
Ya nadie le disputa
su silencio y su sombra,
sobre todo
su sombra, bajo la luz del día.
Ya todos
la olvidaron, Señor. Nadie la nombra.
Yo la recuerdo
todavía…