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Alumnos de provincia en hogares universitarios
Cuando llega la hora de abandonar la casa

Un golpe para los padres y los hijos es cuando estos últimos crecen y se van a estudiar a la gran ciudad. En homenaje a ese cambio de vida que afecta a muchos hogares chilenos, que si en algún minuto es doloroso, no es menos cierto que es tremendamente enriquecedor y con el tiempo se recuerda con simpatía, este artículo.

Lo único que sé es que yo vivía en provincia súper tranquilo...Después llegué aquí a Santiago y fue un cambio total. Tuve que empezar por aprenderme el nombre de las calles, el recorrido de las micros y, junto con eso, adaptarme a vivir con más gente”.

Estas palabras de un joven universitario, seguro representan a muchos de los estudiantes a quienes el ingreso a la educación superior significa -además de los desafíos académicos- iniciar una vida independiente, lejos de la casa y la familia.

Precisamente para esos estudiantes de provincia una buena alternativa de residencia la constituyen los hogares estudiantiles que dependen de la Universidad de Chile y que acogen a alrededor de un centenar de jóvenes.

En dichos lugares se albergan ricos testimonios que permiten conocer sobre la vida que se da al interior de ellos, y sobre las ventajas y dificultades cotidianas que les planteó a sus circunstanciales moradores el hecho de estudiar lejos del hogar materno.

Para conversar con los jóvenes y conocer sus experiencias en su nueva casa, U-Noticias visitó los hogares Mario Ojeda y Paulina Starr, que reciben a mujeres y hombres, respectivamente.

En terreno, supimos que gran parte de los estudiantes que viven hoy en los hogares de la Universidad

La mayoría de los estudiantes que acceden a este beneficio distingue la libertad como una de las principales ventajas de su residencia universitaria, además de la posibilidad de contar con compañía, compartir con personas de la misma edad que viven realidades similares, y todo a un precio que está de acuerdo a sus posibilidades de pago.
tuvo un paso, por más breve que fuera, por la casa de algún familiar. En esos casos varios admiten que vivir con parientes crea más de algún inconveniente. “Te sientes como pidiendo favores, como una molestia, como si estuvieras invadiendo a esa familia”, cuenta una estudiante que lleva más de tres años viviendo en el hogar femenino, ubicado en la comuna de Providencia.

Quizás por esa razón y otras similares, la mayoría de los estudiantes que acceden a este beneficio distingue la libertad como una de las principales ventajas de su residencia universitaria, además de la posibilidad de contar con compañía, compartir con personas de la misma edad que viven realidades similares, y todo a un precio que está de acuerdo a sus posibilidades de pago. De hecho, más del 60% de los jóvenes que llegan a los hogares universitarios decide quedarse hasta egresar de la carrera.

Yoise Fuentes es talquina e ingresó a Plan Común de Ingeniería, y cuenta que si bien llegar a un hogar a vivir con más gente encierra algunas dificultades, ello también ofrece otras ventajas. “Hay mucha gente distinta y es genial porque, por ejemplo, conocís a los de Medicina con toda su realidad, que están estudiando con los huesitos para arriba y para abajo y todo eso”, relata.
“Es bueno porque también aprendes a respetar a los demás, a ser tolerante y a escuchar la opinión de los otros”, agrega Carla Lucavechi, quien llegó desde Rengo al hogar hace más de tres años para seguir estudios de Enfermería.

En general, en ambos hogares los estudiantes contaron que no se generan grandes conflictos entre los compañeros porque, casi por regla, las cosas que molestan se plantean directamente y nadie “se hace rollo”.

Para graficar esa idea, Karin Henríquez, alumna de Ingeniería Civil en Biotecnología, cuenta que si hay mucho debate para escoger la película que van a ver una noche cualquiera, simplemente se hace una votación a mano alzada y se resuelve el problema.

En lo académico, la mayoría destaca que estar en el hogar ayuda y enriquece, “porque se dan las condiciones para estudiar. Y si tienes alguna duda, puedes preguntar, ya que hay gente de casi todas las carreras”. Y es que por la diversidad que existe al interior de los hogares, éstos llegan a ser casi como una mini Universidad.


El compañero de pieza

En lo personal, los estudiantes comparten lo que significó en un comienzo el salir de sus casas y llegar a su nueva residencia. Yoise explica que por el hecho de ser regalona lo que más le costó fue dejar el alero familiar, mientras que otro estudiante distingue una dificultad en el hecho de que no están presentes esos amigos de siempre con quienes hay más confianza.
En este sentido, todos resaltan la importancia que en este proceso de acomodamiento tiene el compañero de pieza. “Diría que una clave para permanecer en el hogar es tener una buena compañía”, sentencia una estudiante.

Para Fernando Madariaga, alumno proveniente de Linares, todo va a depender de la capacidad de adaptación que tenga cada persona.
Para todos los anteriormente consultados, las penas y dificultades iniciales ya son cosas del pasado y están prácticamente superadas, tanto que ahora cuando viajan a sus casas dicen echar de menos el hogar en Santiago.

“Para mí ésta es mi casa, es como mi gran familia. Yo aquí me siento a gusto, me siento bien. No tengo miedo de que me vaya a pasar algo, igual que en mi casa. Además, el hogar está abierto todos los días y siempre hay alguien”, relata un joven.
En total, son tres los hogares estudiantiles con que cuenta la Universidad de Chile. A ellos, recién a partir de abril comienzan a llegar en mayor número los estudiantes que serán los mechones del hogar. Sin embargo, en nuestro recorrido, encontramos a Adriana Nahuelquín, de Punta Arenas, quien había llegado hace sólo unos días.
Ella cuenta que quizás porque viene de tan lejos le gusta estar en un lugar donde hay más gente compartiendo. En todo caso, admite que para ella, aun cuando este es su segundo año en Santiago, el cambio ha sido inmenso. “En Punta Arenas la vida es muy familiar, conoces a todo el mundo... Entonces acá es como que uno tiene que resolver todo solo”.


Normas y autorregulación

En los hogares de la Universidad de Chile los estudiantes reciben desayuno y cena, aunque también pueden disponer de la cocina cuando permanecen todo el día en la casa. Desde el año pasado, el arancel que cancelan es diferenciado, ajustándose a la realidad socioeconómica de cada joven. En general, tal como ellos mismos informan, la cuota mensual que deben pagar varía desde los 30 mil hasta los 50 mil pesos.

En el hogar disponen de agua caliente y uso de la luz sin restricción. Además cada estudiante cuenta con llaves propias para ingresar al hogar. Las visitas están permitidas sólo hasta las 23 horas, aunque hay excepciones.

En los hogares, los alumnos comparten pieza con uno o dos estudiantes más, aunque en el caso del hogar femenino existen dos habitaciones individuales que están al lado de un taller, por lo que preferentemente acceden a ellas estudiantes de Arquitectura. El Hogar Paulina Starr, ubicado en Santiago Centro, acoge a un total de 26 hombres, mientras que en el hogar femenino el cupo es para 53 alumnas. Todos ellos acceden a estas residencias -que están a cargo de un administrador- por la vía de una postulación.

El mismo horario de visitas, así como la delimitación de espacio para ello y el uso del teléfono son parte de las reglas que hay en estos hogares. Los estudiantes, lejos de considerarlas restrictivas, las aprecian como necesarias para una buena convivencia.
“Aquí se parte de la base de que todos los que llegamos acá somos personas adultas... Hay un reglamento, pero por sobre todo una autorregulación. Tú puedes llegar tarde y hacer lo que quieras mientras no molestes a los demás”, explica Jaime.

También, según la apreciación de algunas alumnas, si no existieran ciertas reglas sería imposible o muy difícil vivir en la comunidad. “Aquí se cumplen todas las normas como en cualquier casa. Hacerlo es básico, porque si tú estuvieras en tu casa y llegaras a las tres de la mañana haciendo ruido, tu mamá se levantaría y te diría ‘basta’”, señala una de las jóvenes.


Mejorando el hogar

El compromiso que tienen los estudiantes con los hogares en que viven puede reflejarse en los diversos proyectos que han impulsado para mejorarlos. En el caso del hogar masculino, los estudiantes ganaron un proyecto de fondos concursables de la Universidad y restauraron la fachada de la casa.

También esperan a la brevedad contar con una revista en Internet, con la idea de generar un espacio de encuentro en la red para toda la comunidad universitaria y, por esa vía, dar a conocer el hogar y su labor para que perdure.

También en conjunto con el hogar femenino ganaron un proyecto para entregar alfabetización informática a apoderados de las escuelas que forman parte del programa P-900, que incorpora a los establecimientos educacionales más pobres del país. Por esa vía se instalarán en cada hogar cinco computadores conectados a Internet.

En el hogar femenino las estudiantes también organizan rifas y fiestas para juntar fondos destinados a comprar cosas que les han hecho falta, como un videograbador o una aspiradora.

El año pasado también ganaron un proyecto que hoy les permite pintar la casa, entre otras cosas. “Si estamos acá igual tenemos que hacer algo y, más allá de cualquier cosa, estamos súper dispuestas a trabajar por mejorar nuestra propia calidad de vida”, confesó una alumna.








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