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Editorial - Otras voces
Ideología, trabajo y empresa (Primera Parte)


Prof. Aldo Meneses C.
Instituto de Asuntos Públicos
Si bien la globalización y la internalización de la economía son representadas por sus agentes operadores como el “destino manifiesto” de la modernidad en el plano económico-social, ambos acontecimientos generan una diversidad de efectos en el plano social, cultural y humano que sobrepasan fácilmente el ámbito económico propiamente tal.

Sus efectos se pueden apreciar particularmente en el mundo del trabajo donde los nuevos requerimientos que impone su dinámica (valoración de la competencia centrada en la iniciativa individual), determinan la búsqueda y creación de nuevas formas de organización laboral donde contrastan dos lógicas que parecieran ser contradictorias, aunque su preeminencia demuestra que logran al final acoplarse al menos funcionalmente: nos referimos por una parte a la centralidad que adquiere el trabajo como factor productor de identidad y por otra parte a las exigencias de flexibilidad laboral (horarios, sistemas de contratos, estabilidad), que se presenta como palanca de éxito en la implementación de los requerimientos que impone la propia globalización.

El documento intenta dar cuenta de algunos aspectos que confluyen en la dinámica de la organización laboral en la actualidad. Sin duda que existen en este ámbito un sin número de factores que intervienen en ella, pero queremos fijar la atención en tres aspectos particulares pero interrelacionados entre sí.

En primer lugar hacemos referencia a la configuración de una recíproca estabilización entre la emergencia de una nueva “cultura de la urgencia” o “tiranía de la inmediatez”, y la construcción o funcionalidad que le presta la ideología denominada “tecnocrática”. Tratamos de demostrar que los comportamientos que configuran una nueva cultura, principalmente de lo laboral, tiene un reflejo o equivalencia dinamizadora en la emergencia de una ideología de reemplazo de aquellas denominadas tradicionales como lo fueron el humanismo cristiano, el liberalismo tradicional, los nacionalismos y el marxismo.

En una segunda parte intentamos establecer algunos efectos de esta nueva “cultura dominante” en la construcción de un nuevo sentido del trabajo, sentando con ello las bases de un modelo existencial renovado, donde el individuo arriesga nuevas formas de alineación vital. El corolario de estas dos propuestas lleva a configurar un nuevo modelo “managerial”, cuyas características de personalidad permiten reconocer en éste la aparición de un tipo humano propio de la modernidad.


Cultura de la urgencia e ideología tecnocrática

“Siempre dejamos lo más importante por lo más urgente”, sostiene Mafalda con sabia inocencia. “No tengo tiempo”, es la respuesta que más escuchamos en estos días.

Todo parece correr tan de prisa que los acontecimientos nos desbordan, no logramos asirlos más que superficialmente. Los cambios tecnológicos que tratan de hacernos la vida cotidiana más fácil (como es la introducción de modernos artefactos de línea blanca en el hogar por ejemplo), no son capaces de liberarnos mayores espacios de tiempo, los grandes avances en tecnología de las comunicaciones a pesar de acortar los tiempos en la transmisión de mensajes, tampoco nos otorga espacios para hacer la pausa. La avidez por “tener más tiempo” lleva a los actores comprometidos en el proceso laboral a demandar mayor flexibilidad en los horarios de trabajo para poder aumentar o concentrar la cantidad de horas laborales incluidos los fines de semana.

A la producción de esta verdadera “tiranía” de lo inmediato concurren varios factores. Entre estos, dos parecen especialmente importantes; uno enmarcado en el plano de nuestras relaciones y prácticas laborales modernas, otro, en el de las representaciones ideológicas contemporáneas.

Los modernos sistemas productivos insertos en un turbulento contexto de hipercompetitividad han venido desarrollando numerosos y trascendentales cambios tecnológicos en sus procedimientos. Es así como en la actualidad se habla de las denominadas “tecnologías blandas” que se orientan a ofrecer nuevas formas y estilos laborales a través de la incorporación de métodos de producción centrados en la optimización del tiempo de trabajo, entre estos se encuentra el concepto de “just in time”, cero stock, cero defecto entre otros; todo ello facilitado por los sistemas informatizados y de comunicaciones computarizadas. Otro conocido es el de las teorías y prácticas desarrolladas en torno a la noción de “excelencia” (que en la actualidad se ha constituido en una nueva ética del trabajo), “calidad total”, “cada día más” o “cada día mejor”, “supérate a ti mismo”, entre otros.

Reconociendo que el ámbito laboral en la actualidad es el principal espacio productor de identidad para la persona (dime qué haces y dónde y te diré quien eres), respecto a la conducta de los empleados y trabajadores, lo anterior exige mantener una disposición a reaccionar en el mínimo de tiempo para, entre otras urgencias, satisfacer la demanda del cliente, pues de ello depende la sobrevivencia de la empresa en el mercado y con ello por cierto la preservación del lugar de trabajo.

Pareciera constituirse así una incipiente ideología de la premura o de la urgencia en el ámbito empresarial, orientada a reunir y potenciar las capacidades humanas para reaccionar en el momento preciso, “just in time”, tal vez con el anhelo un tanto inconciente de equiparar la conducta humana con la velocidad de los cambios tecnológicos.

Se constituye así, paulatinamente una cultura que exacerba el valor de la acción, lo importante es estar en acción, iniciando una actividad antes incluso de finalizar la precedente. La acción compulsiva, permanente pareciera así constituirse en un antídoto para reprimir la incertidumbre que provocan los cambios incesantes del medio ambiente cotidiano.

Otra forma de presión de esta valorización del fetichismo de la inmediatez, se encuentra en una forma de trabajo concentrado y extensivo en el tiempo. Lo primero se refiere a la sensación cada vez más común de sentirnos con gran cantidad de trabajo pero la cual es sentida o internalizada como “obligatoria”. Esto se expresa en ocasiones, en la renuncia “voluntaria” a una parte de las vacaciones acordadas legalmente o en el aumento indeterminado de horas de trabajo.

Lo que resulta más increíble de todo esto es que cuando el funcionario intenta resistirse a ello, se siente incluso mal consigo mismo, poco solidario con el empeño y trabajo de sus compañeros, eso si alguien no le enrostra: “es que no tienes puesta la camiseta”. Esta concentración del trabajo en el tiempo tiene un correlato que comprende también una expresión en el plano espacial y personal.

La presión por disminuir los costos en infraestructura por ejemplo, han provocado la creación de las llamadas “estaciones de trabajo”, donde, en espacios reducidos y a menudo con reducida privacidad, el empleado comparte pequeños espacios con gran cantidad de personas. Al mismo tiempo y producto de esta misma presión por disminuir costos aprovechando las ventajas que ofrece el trabajo informatizado, los sistemas productivos en general buscan la optimización del recurso humano, es decir, conseguir el máximo de productividad, con el menor número de personas posibles.

Si bien esta “cultura de la urgencia” se puede apreciar en el plano de las prácticas laborales cotidianas, ella es funcional y coherente con un cuadro de representaciones simbólicas que operan en el inconciente colectivo.








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