LECTURA
DE MIENTRAS LOS MUCHACHOS DUERMEN, POEMAS DE CLAUDIO IASÍS.
por
Soledad Fariña
Un
deseo sutil atraviesa este libro: algo está a punto de decirse,
y no se dice. El Eros, como el aire, roza las palabras que al amparo
de la distancia quieren revelar, desatar una verdad: "nuestra
verdad", dice el poema. Pero cuál es esta verdad que, aun siendo
liberadora, podría transformar en torvo el ojo del confidente, del
amigo, el bienamado.
Buscando
alguna clave, leo el pie de nota, en el primer poema:
"Iasís
leyó a los mozárabes y a los clásicos
tradujo. No busquéis biografía en su lírica.
No son más que ejercicios sobre un estilo decadente”
No
hay biografía aquí: “no son más que ejercicios"; entonces,
cuál es la voz del que canta prestándose palabras (de Safo, de Catulo,
de Marcial) y a la vez, se llama, se hace llamar . . . Iasís.
“Aquí yazgo, Yasís. De esta grande ciudad
por
la hermosura el efebo más famoso.”
Dice
Kavafis, leyendo en la tumba del efebo alejandrino al que sabios
profundos admiraron, pero a quien los excesos acabaron, dieron muerte.
Pero
no es este Iasis el que habla aquí, no es su voz de efebo gozoso
la que se escucha en estos poemas de aire; Iasis sólo es un nombre
que acompaña en su deseo al deseoso: al niño recolector de aromas,
de paulonias: de escondites, de centauros y de higueras, todos en
el recuerdo.
"Tendrías
que recordar", dice y en el recuerdo la mirada se desplaza como un lente:
“Avanza con usura
va moldando un surco de miel silenciosa (..)
Yo
me hallo a cierta distancia y no digo palabra
siquiera la salida o la habitual"
"Nadie
oye la colmena
atenta al desfiladero abrillantado
que va hiriendo el trazo doble de tu abdomen...
dice
el Iasis que dice que no dice, y al no decir, evoca, sugiere:
"Este
muchacho de más al Sur que tú
tenía ese aroma dulce y entonces
no pude dejar de pensar que ése era el aroma de tu cuerpo...
La
evocación mediante las palabras y su delicada contención, va de
página en página armando, construyendo el cuerpo del Amado ¿el Amado
Ideal? No lo sabemos, y no es lo más importante, lo importante es
este Eros latente, constante, como una voz en sordina, tan diferente
al otro, al desbordado, al que todo lo dice preso, agobiado en su
pasión: Amado Mío, Iasis de Pasolini, verano, cuerpos adolescentes
bañándose en el río y el deseo voraz, irrefrenable, atezonado por
la voz de la diva que canta esa canción, Amado mío. Pero
también la culpa: "He arriesgado mucho al escribir Amado
mío... ", escribe Pasolini en el prólogo "...supongo
incluso que algunos, si yo dijese el nombre del pecado... tal vez
no leerían siquiera la primera página del libro... La anormalidad
de su amor es ya pena suficientemente grave, una " cadena
perpetua ", sin duda; pero ¿basta con sufrir para redimirse?",
se pregunta. Sin embargo, Desiderio y Iasís, los personajes, cumplirán
su encuentro amoroso; tal vez por eso nos advierte el autor que
la novela está inconclusa, pues no leemos el castigo al "pecado",
sino más bien la aceptación de un designio que traerá, a la vez,
felicidad y dolor. Entonces Pasolini interpela, o más bien ruega
al lector: "...si he sacado de mi vida el material de este
libro, eso significa que no me ha dado miedo hacerlo... y si, por
el contrario, he tenido demasiado valor, ruego al lector que se
indigne con la violencia, no con la anomalía del amor ".
Volvemos
a nuestro libro, mientras los muchachos duermen, desentrañando
el Crimine Pessimo, título otro de los poemas, allí leemos :
"Infame.
Así me hubieran llamado en tiempos
de los Felipes de España, que así llamábanles,
si como hoy cantado cantado hubiera a tu almizcle y tu porte.
Leerías
Iasís el nombre en las actas o Avisos de Pellicier
igual como ocurrió con don Diego Gaytán de Vargas
y con don Sebastián de Mendizábal,
con un joyero de la calle mayor y un mancebo de Valladolid,
acusados de pecado nefando y curados a fuego y muerte.
Año de nuestro Dios de mil seiscientos treinta y algo".
Pero
la condena parece pervivir en el tiempo:
"Sea
leve la llama, continúa el poema,
para quien se crea libre de la mirada tras los tiempos."
Y
es desde lo escrito atrás, en los tiempos, de donde Iasis trae cómplices
que le acompañarán en la soledad (¿de su verdad? ¿del gesto de escribir
los poemas?). El libro mismo, invocado en otro poema por el autor,
se transforma en objeto sutil y erótico, en el deseo que Él-el amado-
pueda llevarlo a casa ... y tú, dice el autor a su librito
"...escribas
con signos secretos en tu página limpia bajo su lámpara de noche
y luego vuelvas a mí
y llegue el fin de la tarde y te sorprenda la hora del sueño, aguardes
bajo mi lámpara de
oche oh librito mío, y humectes con tu página secreta mi boca...
"
Caricias,
suspiros, disonancias dulces, leemos en estas palabras, no hay en
este fraseo ningún claroscuro encandilante o tenebroso: hay una
hermosa voz (¿de tenor?) que se infiltra entrelíneas, apelando nuevamente
al efebo de Kavafis que desde su tumba pide:
“Viajero,
si eres alejandrino, no has de criticar. Tú conoces el ímpetu
de la vida nuestra: qué ardor posee, qué voluptuosidad excelsa.
"
Pero
en nuestro librito, ardor y voluptuosidad eligen disolverse en la
pesantez y liviandad del aire, y como un ojo envidioso parecen recorrer,
sin tocar, ese cuerpo distante, el del Amado que no sabe que es
amado.
"Dichoso tú, aire, que vas tras tu deseo
que puedes darle una caricia
y darle brisa a su sueño
Pero
¿por qué envidia este Iasis al aire?
"No
por poseer dones de hada
sino porque lo besas y no te dice nada"
"Y
así siempre".
Y
así siempre. Es esta frase la que
cierra el poema " Antes de la Danza", y a la vez, cierra
el libro.
O
parece cerrar el libro, pues la temporalidad extendida en un "siempre"
deja abierta una pequeña grieta de dolor (¿contenido? ¿apretado?)
a los poemas de Iasis y sus cómplices, ¿será este dolor velado la
"verdad" que estuvo siempre por decirse y no se dijo?
Palabras
como caricias, suspiros, frases con disonancias dulces han construido
un deseo volátil, sutil, pero tan presente e insustituible como
el aire; sin embargo las palabras, o su tacto, nunca alcanzan a
rozar el oído, ni siquiera la piel de esos muchachos que duermen:
como barrera férrea se interpone ese SIEMPRE que deja abierto el
libro, a través de la herida, a otro Iasis y sus cómplices.
Abril
de 2001
Mientras
los muchachos duermen
| Presentación de Soledad Fariña
| Presentación de Olga Grau
| Presentación de Iván
Trujillo
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