PALABRAS DE QUIÉN, PERIFERIA DE QUÉ: NOTAS PRELIMINARES

 

"Truman Capote cuenta la historia de ese periodista cuyo grabador se descompuso en medio de la entrevista. Truman esperó mientras el hombre trataba en vano de arreglarlo. Hasta que finalmente le preguntó si podía continuar. El periodista le respondió que ni siquiera lo intentara... ¡no estaba acostumbrado a escuchar lo que decían sus entrevistados!"

(W. H. Auden)

CORRÍA EL AÑO 1992

cuando este libro fue concebido. Año en que la revista de periodismo experimental "Far West" del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad Austral dirigida por Rodrigo Moulian, publicaba una entrevista mía hecha al poeta Jorge Torres de Valdivia (1). La idea era dar cuenta del personaje y parte de sus discursos en relación al oficio, pero sobre todo, ESCUCHAR, pues se trataba de atender e ilustrar un fenómeno cada vez más intenso al interior de la expresión cultural del sur de Chile: la proliferación de escritores y el reconocimiento a sus obras. La iniciativa ya tenía algunos soportes críticos, puesto que en ese momento, Iván Carrasco ostentaba un sostenido y amplio espectro de estudios sobre poetas sureños, especialmente de origen mapuche (2); María Nieves Alonso, Juan Carlos Mestre, Mario Rodríguez y Gilberto Triviños, habían hecho lo propio, particularmente con la poesía proveniente de Concepción (3). A su vez, Oscar Galindo y David Miralles preparaban la antología Poetas Actuales del Sur de Chile (4) que, una vez publicada, abrió un señero aporte crítico para evaluar y difundir el trabajo de una nueva generación de poetas en esta parte del territorio. Libro que, con rigor, fue capaz de posicionar en un espacio complejo y confuso, la producción de catorce poetas que habían desarrollado su obra al margen de Santiago.

Por otra parte, esta iniciativa se prende de gran parte de la investigación y reflexión crítica emergida desde fines de los años 80' por parte de un grupo de cientistas sociales de la Universidad Austral de Chile, Carlos Amtmann, Freddy Fortoul y Liliana Larrañaga, que en forma pionera trabajaron sobre identidad cultural regional, los procesos de descentralización, desconcentración y desarrollo local, especialmente en el sur de Chile y la décima región (5).

A partir de estos referentes, lo que estas entrevistas o conjunto de "discursos provocados" intentaron tensionar, no fue sólo la comprensión de los productos artísticos, sino también, la enunciación, es decir, el contexto donde se sitúan y los fenómenos implicados en su factura.

DE "LA PALABRA" QUE VERSA ESTE CONJUNTO DE ENTREVISTAS,

es la de poetas y narradores ampliamente reconocidos en sus espacios locales -y por cierto., también, en espacios 'nacionales e internacionales'-. De la "periferia" que trata, es el cómo estos autores han desarrollado y, muchos de ellos, consolidado su obra en el espacio geográfico y cultural denominado "sur de Chile". En este sentido, muchos autores -algunos entrevistados aquí- han cuestionado esta ambigua denominación. Por tanto, conviene hacer aquí la primera precisión.

Este libro se asienta en la distinción de horizontes culturales y de circuitos de producción literaria. Existe un espacio geográfico culturalmente diferenciado a otros, que va desde la actual octava región hasta un poco más allá de la décima; lo que Galindo y Miralles han circunscrito, también, como el "sur de Chile". Este espacio, como bien acotan los autores, no está delimitado por criterios propiamente temáticos (una supuesta homogeneidad), sino por criterios relativos a la difusión precaria y restringida de las obras producidas en este lugar, en contraste con el centro del país (6). Sin embargo, aquí hablamos de autores del sur de Chile en cuanto participan de un universo cultural que se encuentra localizado en estos márgenes, signados por un substrato indígena importante, de matriz mapuche y mapuche-huilliche, que históricamente han habitado este espacio: sur del Biobío hasta la isla de Chiloé. A la vez, un sustrato cultural mestizo (alemanes, españoles y chilenos), étnicamente activo, cuyo cruce simbólico se encuentra en permanente reacomodo. Fenómenos históricos específicos como la colonización europea -fundamentalmente alemana-; el aislamiento geográfico y sociocultural que, así como la especiación biológica, ha generado variaciones locales de ciertas pautas y desarrollado «estilos de vida diferenciales» (como Chiloé y otros poblados caracterizados por su alta dispersión poblacional); y la irrupción relativamente reciente de los medios de comunicación de masas, sirven como soporte no sólo a las obras, sino también, al modo de su producción, valoración y distribución. En consecuencia, los criterios que incorporados remiten a un todo cultural, donde lo propiamente literario se encuentra presente, pero operando como uno de los tantos fenómenos culturales que ocurren en la diferenciación, pertenencia e identidad dentro de determinados grupos culturales.

La discusión pareciera zanjada al momento de introducir criterios tales como el excluir los productos literarios de la circulación y difusión y el lugar de desarrollo de las obras, las que vendrían a ser las claves que permiten situar texto y autor en el así llamado sur de Chile. No obstante, esta sola distinción no nos permite visualizar el criterio determinante: el fondo, el imaginario cultural donde transitan los autores y sus obras. Un imaginario que se ha debatido entre el «óxido y los lares», que ha buscado revitalizar con gran fuerza nuevas formas de «poéticas locales», "arcadias culturales" y recuperación de la identidad étnica, como las obras del poeta OmarLara y los poetas llamados por Carrasco (7), "etnoculturales": Elicura Chihuailaf, Clemente Riedemann y otros; poetas y narradores de temuco, Chiloé y la patagonia, como Guido Eytel, Mario Contreras, Sergio Mansílla, Rosabbety Muñoz, Carlos Trujillo, Enrique Valdés, Pedro Guillermo Jara, quienes mantienen, unos más que otros, un diálogo de señas autorreferidas a un espacio geográfico y simbólico particular, a través de la investigación histórica y sociocultural. Esto, en contraposición con la emergencia de otros discursos que se abren, reasimilando el más vivo lenguaje de una cultura híbrida y transnacional, como es el caso de Jorge Torres, Alexis Figueroa y Maha Vial.

Así, en el sur de Chile, como en odo espacio geográfico poderosamente diferenciado, tenemos que entender estos fenómenos "temáticos" como un verdadero combate del mundo simbólico: por un lado, la imposición de los signos avasalladores del mercado y, por otro, el mundo de símbolos propios que se transgreden. Hay un «localismo» marcado o una crítica «desde adentro» por la defensa del mundo que se quebranta, más que por falta de imaginación o fetichismo cultural.

Las reflexiones de Borges en torno al oficio «con color local», pese a tener certezas irrebatibles, no alcanzan a comprender estos nuevos fenómenos:

«Además, no sé si es necesario decir que la idea de que una literatura debe definirse por los rasgos diferenciales del país que la produce, es una idea relativamente nueva; también es nueva que los escritores deban buscar temas de sus países. Sin ir más lejos, creo que Racine ni siquiera hubiera entendido a una persona que le hubiere negado el derecho al título de poeta francés por haber buscado temas griegos o latinos» (8)

Tolstoi le hubiera replicado: "describe bien tu aldea y serás universal". Pero el problema no se resuelve en términos estrictamente literarios. Hoy, el mercado y la industria cultural han generado otros fenómenos que poco o nada tienen que ver con las arnarras que pudieron imponerse los escritores en torno a lo «local» en otras épocas. Estos nuevos fenómenos han generado un proceso de aversión a las formas de transnacionalización e imposición de símbolos del mercado en ciertos escritores, lo que ha desembocado en este repliegue hacia sí mismos o hacia sus particularidades culturales, con variadas formas de crítica, levantando un reclamo sobre esta instalación. Hubo tiempos en que, para un escritor, los temas «extra locales» eran novedosos y no constituían amarra ninguna para sentirse parte y participar de lo propio. Hoy en día -con los fenómenos de cosmopolitización mercantil- tanto escritores, como otros productores de bienes culturales, les urge levantar discursos diferenciadores en el ánimo de proteger la identidad, de «sentirse parte». Si antes, cuando la transnacionalización de la cultura no era un proceso generalizado, la problemática escritural sobre lo local y lo universal no tenía más relevancia que la propiamente literaria, ahora ésta sí tiene suma importancia, puesto que el sujeto ve en la posibilidad de expresión, la puesta en escena del «reclamo». El tema de lo local, aparece entonces como un tema «cargado de significado», problemático de ser tratado y de ser tildado como «amarra», ortodoxia temática, atentado a la imaginación o, simplemente, fetichismo localista.

Por otra parte, sujetos que participan de la cultura masificada, no tienen mayores problemas en escribir de aquí o allá, sobre París o Concepción, puesto que trabajan los códigos del mercado -crítica o acríticamente-, con sus referentes culturales, que ahora aparecen como lo «universal». El cosmopolitismo temático «encaja» con la industrialización de los símbolos, en tanto el referente «local» entra más dificultosamente, sobre todo si posee referentes culturales específicos, como los étnicos. Ante estas dificultades, el mercado tiende a «folclorizar» la cultura, a neutralizarla del contenido «menos traducible».

SUBYACE UNA HISTORICIDAD EN LA EMERGENCIA

de productores literarios "profesionales" o "semi-profesionales" en el sur. Pues, ¿cómo estos autores, obras e iniciativas emergieron en un contexto periférico al campo literario dominante?. Pues bien, aquí me obligo nuevamente a detener.

En el sur de Chile la elaboración de un circuito formal con miras a fijarse en el campo literario, data de la década de los 60'. Esos años, aparte de constituirse como un "tiempo síntesis" de los movimientos sociales, de las fricciones y cambios estructurales en nuestras sociedades Latinoamericanas, conforman una década en la que se retoman con cierto brío proyectos utópicos (que, dicho sea de paso, en el primer mundo estaban en acelerada crisis después de la postguerra), tales como la experiencia emancipatoria moderna marxista o la modernización «Cepaliana» (Comisión Económica Para América Latina). Al parecer, Latinoamérica estaba soportada por razones "verdaderas", lo que da como resultado -al menos en Chile- que surgiera una ebullición de autores en el "escenario literario nacional", que difieren en mucho de quienes los preceden. Estos últimos eran producto de la expansión del sistema educativo en América Latina a partir de la modernización de los años 50' y de la ayuda de EE.UU. (recuérdese la "Alianza para el Progreso"). Por tanto, eran artistas hijos de la expansión y ascendencia de las capas medias de Chile. (9)

Este cuadro (o caricatura resumida) da cuenta de, a lo menos, dos grandes fenómenos que son claves para el sur chileno: primero, la constitución o reciclaje de nuevas "industrias" productoras de literatos (mayoritariamente poetas), vale decir, las universidades nacientes en provincia o las llamadas "sedes universitarias", medianamente seculares de la educación eclesiástica y las élites ilustradas. Segundo, los escritores, hijos de estas universidades, catapultan estas verdades o certezas sobre el mundo, prendidos en una utopía que hurgaba en lo propio (la influencia de Ernesto Cardenal, César Vallejo; y el boom de la narrativa latinoamericana producto de un proyecto modernizador que alcanzaba sus objetivos, son un ejemplo). Éstos se distancian de la llamada generación del 50`, por cuestiones básicas, como no aceptar su anticriollismo ortodoxo (10), su existencialismo importado de Europa (con el desgano de la postguerra), su sensibilidad metropolitana impostada, su desesperanza demodé y una antiutopía injustificada en nuestra región. Casos paradigmáticos, a mi parecer, son Enrique Lafourcade, Alejandro Jodorowski, Claudio Giaconi y, en menor medida, el Enrique Lihn tardío. También, un poeta anterior, que proviene de la llamada generación del 38', pero que es tutor subjetivo de la generación del 50': Nicanor Parra. (11)

Así las cosas, la Generación del 60' se autoriza a erigirse con una "propiedad" creo nunca antes vista en las anteriores "emergencias". Su piso de apoyo, no sólo es una suerte de ilustración moderna (carreras universitarias), sino el papel que tiene la juventud en ese contexto temporal, brindado por las certezas o verdades legitimadas (recordemos la gran cantidad de jóvenes que, desde mediados del 60' y en plena Unidad Popular, ejercen diversos grados de protagonismo). Poetas y narradores que, por tanto, no tienen pudor en asumir el poder que ensamblan los circuitos literarios (en expansión hacia el norte y sur de Chile) y que son capaces de convocar, asumir cargos, publicar carísimas revistas, con completa naturalidad, pues se sienten protagonistas e iluminadores de todas las transformaciones y con derecho a todo.

En este contexto, las universidades regionales, particularmente la de Concepción y la Universidad Austral de Valdivia tenían uno de los roles más sentidos -hoy- para modular, formar, modular, expandir y catapultar el ejercicio y la obra literaria de los autores que se asentaban en las regiones. De modo que estas instituciones, durante un lapso relativamente breve (1960-1970), operaron como un peso equilibrador en el apoyo, la circulación y distribución de la palabra regional (poética fundamentalmente) en la escucha sociocultural del país. Fueron precisamente las moduladoras de la incipiente descentralización y desconcentración de la producción literaria que Santiago, como centro, mantenía hegemónicamente.

El golpe de Estado colapsó ese incipiente y precario equilibrio en la pluralidad y legitimidad literaria que habían emprendido las universidades regionales con tanto éxito (véanse los casos de los grupos «Tebaida» de Arica, «Arúspice» de Concepción y «Trilce» de Valdivia -en el que participan Omar Lara y Enrique Valdés, entre otros-. Sus revistas, libros y encuentros, todo esto, ampliamente estudiado por Soledad Bianchi (12). Los nuevos productores literarios regionales postgolpe, se enfrentaron no sólo a una discontinuidad presencial -el exilio de la mayoría de los escritores-, sino a una tierra baldía en materia de edición, difusión, circulación y contacto con el resto del país, cuya hegemonía unívoca vuelve a recaer en Santiago.

Aquellos jóvenes autores en dicha época, particularmente los del sur de Chile, fueron fundantes de un circuito distinto en la literatura chilena. Posteriormente, la emergencia de nuevos autores se produjo, en la mayoría de los casos, en medio de una bruma abismante: Clemente Riedemann y Jorge Torres, pese a asistir al Congreso Internacional de Escritores realizado en Santiago en 1971, publican sus primeras obras entre 1975 y 1983, las cuales son profundamente desconocidas hasta fines de los 80'. A partir de 1980, en el sur de Chile surgen autores al margen de la institucionalidad y desprovistos de una "tradición presencial". En Concepción, nacen grupos en torno a la revista "Envés", dirigida por Carlos Cociña, Nicolás Miquea y Mario Milanca; la revista "Postdata", la que integran Tomás Harris, Carlos Decap, Juan Zapata y Alexis Figueroa; ediciones "Etcétera" y "Cuadernos del Maitén" dirigidas por Tulio Mendoza y Jaime Giordano respectivamente. En Temuco, surge la revista "Poesía Diaria" que dirigen Guido Eytel y Elicura Chihuailaf. En Valdivia aparecen desde fines de los años 70`los grupos "Matra" e "Índice", en los que participan poetas, narradores y críticos como Hans Schuster, Pedro Guillermo Jara, Jermaín Flores, Jorge Torrijos, Maha Vial, Rubén González, David Miralles, Sergio Mansilla, Miguel Gallardo, Clemente Riedemann, Nelson Torres, Óscar Galindo, José Teiguel, Jamadier Provoste, Luis Ernesto Cárcamo, César Díaz, Mario Osses, Iván Carrasco. En Osorno comienzan a organizarse los encuentros de escritores "Las Cascadas". En Puerto Montt, se inicia una prolongada y sistemática iniciativa de encuentros de poetas en los "Arcoiris de Poesía", organizados por Nelson Navarro y apoyados por Antonieta Rodríguez, los que continúan hasta hoy. En Chiloé, se forman los grupos "Aumen" y "Chaicura" -en las ciudades de Castro y Ancud, respectivamente-, en los que trabajan Carlos Alberto Trujillo, Sergio Mansilla, Rosabetty Muñoz y Mario Contreras, entre otros (13).

Obras, revistas y encuentros les permiten autoreconocerse como escritores sureños y promover una incipiente lectura y consumo de sus obras en el resto del país. Estrategias diversas logran permear ciertos circuitos en la "sintonía" lñiteraria nacional y, particularmente, en el ámbito académico.

Fue recién a finales de la dictadura y comienzos de la "democracia", que ciertas obras y autores provenientes de la "provincia" logran consolidarse -aún en forma restringida- en un dentro del panorama literario nacional. Clemente Riedemann, de Puerto Montt y Carlos A. Trujillo de Chiloé, se hacen acreedores del Premio Pablo Neruda; Jorge Torres de Valdivia, del Premio de Poesía de la Municipalidad de Santiago, Elicura Chihuailaf de Temuco, a otras numerosas distinciones, como la del Consejo Nacional del Libro y la Lectura, y Alexis Figueroa obtiene el premio Casa de las Américas de Cuba.

Esta escena signa -y continúa signando- una lucha empecinada y constante por abrir circuitos y legitimar la palabra literaria en un país que por más de 20 años no tuvo mecanismos reguladores, homoestáticos, equilibradores en la distribución plural y democrática de diversos productos culturales literarios de "provincia". Desamparados de las universidades \que en rigor eran el mismo Estado, pero descentralizado- los escritores se vieron obligados a reconstruir personal y artesanalmente el tejido comunicacional para la expresión de sus obras. Así, la literatura de gran parte de los 80` es, por antonomasia, la literatura emergida en Santiago y cuyos referentes apelan al "compromiso", "lo testimonial" y lo "experimental contestatario". Esto último es paradigmático. Mientras en el diario El Mercurio y una gran cantidad de medios de comunicación "alternativos", aparecían las caras de Raúl Zurita y las del Colectivo de Acciones de Arte (CADA), Juan Luis Martínez estaba casi "sitiado" en Valparaíso, quinta región, y su gran libro, la Nueva Novela, opacada hasta finales de los 80'. Lo mismo ocurre con un libro de naturaleza singular en la poesía chilena de ese momento, Poemas Encontrados y Otros Pre-textos, de Jorge Torres.

¿Cómo podemos comprender estos fenómenos desde otra perspectiva? Aquí es necesario otra detención.

ESTAS "HABLAS" SE ENCUENTRAN EN EL SENO

de las disquisiciones sobre la hegemonía y el control de un campo cultural, específicamente el literario. El sociólogo francés Pierre Bourdieu (14) ha indagado con intensidad éstos y otros fenómenos, a partir de sus teoría de acerca de "los campos" y la "distinción". La pugna que se lleva a cabo al interior de un campo cultural, es una lucha por el control de los capitales simbólicos comunes (conocimiento e información sobre el desenvolvimiento del campo, estética valorada, circulación y fijación, etc.), donde se enfrentan dos fuerzas: los que detentan el control del campo y los que aspiran a poseerlo. La disponibilidad de conocimientos sobre el campo es lo que regula el acceso al control del mismo. El producto de un campo (la obra de un pintor, el libro de un poeta) se distingue por los referentes que necesita el consumidor para su intelección como obra artística. Así, quien pretenda, además, transformarse en productor legítimo y calificado del campo cultural literario, tendrá que administrar con mucha más destreza los referentes e información respecto a él.

Por tanto, el fenómeno de expansión de la producción literaria en nuestro país y en otros del tercer mundo, se cruza no sólo con fenómenos estructurales (incipiente descentralización económica, administrativa y sociocultural) sino también, con fenómenos que se imbrican con la lucha por la reorganización de los capitales simbólicos dominantes en el campo literario. Esta reconfiguración ha dado como resultado la valoración de ciertos discursos líricos -como el indigenista- que, al margen de una estética occidental, ha logrado su fijación e inserción en parte del campo. Como síntoma de madurez y "profesionalismo", gran parte de los escritores del sur, han adoptado las reglas de funcionamiento del campo, el juego por el posicionamiento, el combate y, al tener posiciones subalternas, han optado por estrategias subversivas, críticas y "herejes" al campo, mas, dentro de éste.

Corno es obvio, estas fricciones al interior del campo literario, no se dan únicamente en la oposición "escritores de provincia vs escritores del centro de Chile". Por cierto, en cada uno de estos espacios, diversos productores mantienen luchas por acceder y controlar una porción de poder al interior del "panorama". No obstante, el antagonismo levantado desde la mayoría de los productores de provincia (en relación a la administración de los recursos, acceso a publicaciones, becas y viajes, beneficios publicitarios y propagandísticos, políticas culturales, etc.) ilustra con mayor fuerza los fenómenos de presión por la transformación del funcionamiento del propio campo, del cual este libro no se niega a ser parte.

Lo "bello" o "lo bien escrito", se transforma en un eufemismo para sancionar capitales culturales diferentes, que tensionan y rearman el conocimiento o los "ideales" de organización del circito literario, cuyo resultado es la exclusión. Si lo "bello" y lo "feo" se construyen socioculturalmente, esto productores se han sentido con legitimidad para ejercer dicha construcción, ampliándola tanto a través de sus propias obras creativas, como en otras acciones disruptivas, que van desde la fundación de múltiples editoriales propias, encuentros de escritores, cimentación de un aparato crítico académico, hasta el encapsulamiento.

YA ES UNA BOBADA REPETIR EL LUGAR PERIFÉRICO

que dentro de la expresión o campo literario. tiene la poesía -que es la manifestación mayoritariamente ejercida y fijada dentro de este espacio geográfico-. En efecto, a la condición marginal que tiene esta expresión como consecuencia básicamente de su debilidad como producto transable, se agrega la condición periférico de sus obras y autores en provincia. Por supuesto, este estado de desvalidez está dado por el alejamiento que estos productores tienen del centro; básicamente del Estado, quien ha apadrinado históricamente a estos sujetos, intrumentalizando sus imágenes, convirtiéndolos, a decir de uno de los entrevistados, en "héroes civiles o santos laicos", vale decir, en mascotas identitarias de las cuales se profita como un emblema para construir la ficción de una "identidad nacional". Esta última, por cierto, vicorizada por poetas al «Sur de San Bernardo», junto a la bandera chilena o al himno nacional. Por tanto, es ésta una condición doblemente periférica, es por eso que se "nota" tanto. La mayoría de los autores que han querido ganar otras posiciones dentro del campo, han tenido que verse en la obligación de renunciar al sur y, a la vez, a la imagen de escritor "provinciano". Ejemplos, muchos: desde Pablo Neruda, Nicanor Parra y la mayoría de los autores de la Generación del 60', hasta Tomás Harris. Es esa la lógica que, desde su autonomización, ha seguido el "campo artístico y literario" (15). Así, la migración parece ser una forma viable y segura de legitimación para alcanzar conocimiento y poder dentro del circuito.

LOS CAMBIOS PRODUCIDOS ENTRE EL CORRELATO SIMBÓLICO

y estructural producto, a lo menos en Chile, de una semi descentralización autoritaria en la década de los 80' y las incipientes políticas culturales y administrativas "regionalistas", han dado como resultado el fortalecimiento de las periferias y, también, como es lógico, la generación de nuevos centros y nuevas periferias. La propaganda postmoderna todavía no alcanza a radiografiar nuestra condición (16): ¿se ha perdido el centro?, ¿ya no hay periferias? Según creo, el tercer mundo no ha abandonado su condición periférica y dependiente de los países del primer mundo o, al menos, de los capitales transnacionales que de ellos provienen. Asimismo, todavía padecemos de una dualidad estructural en nuestros propios Estados nacionales: un centro político y geográfico que padece de gigantismo y una provincia periférica en la cual se explotan los recursos naturales y se daña irreparablemente la calidad de vida de sus habitantes con represas hidroeléctricas, plantas procesadoras de celulosa y salmoneras.

La crisis de las actuales condiciones de desarrollo humano, ha demandado una creciente necesidad de descentralizar. Estas exigencias surgen producto de un verdadero caudal de factores culturales que, si bien se presentan azarosos a simple vista, están, en realidad, profundamente encadenados. Factores entre los que se encuentran los estallidos étnicos, subculturales, movimientos sociales de minorías, el rompimiento de fronteras -nacionalismos-, la proliferación de identidades locales, propugnación ideológica de la defensa de la diversidad, etc. Esta necesidad urgente de descentralizar, proviene, desde el punto de vista cultural, de la condición moderna inconclusa a que asistimos en las actuales condiciones históricas en América Latina. Condiciones caracterizadas por la progresiva disminución de identidades étnicas, producto del avance desbordante de la «modernidad» y la «modernización», que han homogencizado la cultura -y las culturas- por el mecanismo de la transnacionalización de lo occidental vía el mercado, en esta fase del capitalismo (17). En estas condiciones, se ha generado una reacción: el natural encapsulamiento y retrotraimiento para la protección de la identidad cultural, generando a partir de los nuevos cruces entre identidad local y el avasallamiento de la cultura transnacional, la necesidad de protección de la particularidad. Este fenómeno -la pérdida progresiva de identidad- a decir de Sánchez (18), de "descivilización frente a la homogeneidad tecnológica en toda la gran «aldea» del mundo", ha hecho al hombre «tribalizarse» para desprenderse de la uniformidad impuesta por la cultura de masas. Así, siguiendo a Sánchez, «El problema de las minorías se convierte ahora en el de la mayoría».

La formación marcadamente multiétnica de nuestras sociedades latinoamericanas, por las aún sobrevivientes culturas originarias, hacen más aguda la necesidad de proteger los recursos culturales, la identidad. La hibridez y moderndad inconclusa en nuestro ethos cultural latinoamericano, lleva a agudizar la urgencia del respeto por la autonomía cultural (19).

En este sentido, la descentraización de la expresión cultural opera congruentemente como una herramienta eficaz para zafarnos de la homogeneidad del mercado, que ha arrasado con las identidades locales, con las culturas diferenciadas y que ha llevado sus símbolos a todos los rincones del planeta, obligándolos a renunciar a sus leiiguajes particulares y a entrar en la "globalización" (¿o "bobalización"?). Frente a un Estado en proceso de jibarización, esta necesidad se encuentra plasmada en la demanda de autonomía en la administración de programas y políticas de desarrollo social y educacional, por cierto adecuadas a las realidades locales específicas. Si bien estas demandas no se han expresado fuertemente en movimientos políticos formales, son expresión de este fenómeno los alzamientos de la sociedad civil ante estos procesos, tales como los movimientos étnicos y regionalistas.

No obstante, hay que advertir que estas luchas pro descentralizadoras, no sólo emanan de la sociedad civil como búsqueda de modelos alternativos de desarrollo y nuevas formas de articulación entre ésta y el Estado homogenizador e intervencionista. Se advierte en los procesos de autonomización y descentralización un fuerte empuje de inspiración neo-liberal por parte de las clases dominantes que traducen «poder local» en «iniciativa privada» y que, como acota José Arocena, intentan debil itar al Estado y fortalecer la empresa privada. (20)

¿QUÉ SE HA HECHO, ENTONCES POR RESOLVER

estas demandas?, ¿qué ha hecho el estado frente a la palabra local? (21) Ha respondido con un Fondo de Desarrollo de la Cultura y las Artes, ahora en la modalid regional nacional, pero sin apoyo directo para la expresión literaria. Ha respondido con una ley de fomento al libro y a la lectura, cuyos programas y concursos son administrados y jurados en Santiago. Al parecer, las únicas iniciativas sostenibles que ha abierto éste en favor de las literaturas locales, están en la actual reforma educacional, fundamentalmente en la llamada "pertinencia curricular" y los "pro-yectos educativos propios" (22). Empero, este proceso tiene algunas limitaciones obvias, al margen de que este cambio necesita una reconversión abrupta de los "recursos humanos" disponibles.

Una de las limitaciones, situada fundamentalmente en la expectativa de los autores, es el manido socorro que éstos buscan en la educación como fuente de afianzamiento de su producto simbólico en lo "nacional", implorando arrojar su palabra a un texto de estudio escolar, vía el cual, el escritor regional será difundido y podrá, a lo menos, participar en el concurso por convertirse en patrimonio nacional y su autor en alguien medianamente respetado. Esta lucha triste de los escritores por abandonar el borde amargo donde los relegan por no estar en la atención social -léase mercado, léase medios masivos de comunicación- por su condición de autores «regionales y no nacionales», es la primera ilusión que hay que suprimir. Esta apuesta tiene como origen un prisma: la educación como aparato ideológico estatal homogeneizador de la cultura y la expresión cultural, a la vez que sustenta básico y único para la identidad nacional. Sabemos, si rastreamos los textos clásicos de estudio, que la comunión entre la obra de un escritor y ese texto estaba dada fundamentalmente por alguna concepción de la expresión cultural de turno por parte del Estado central. Así, junto con habitar allí obras y nombres reconocidamente fundacionales de la literatura nacional, indiscutibles como Blest Gana -autor casi contemporáneo a la fundación del Estado-Nación- estaban autores que intentaban "perfilarse" como fundantes de ese período literario en la vida nacional. Nombres podemos dar muchos, olvidados y rescatados. El hecho es que esa arbitrariedad se sigue cometiendo y creo que nos encontramos año a año abriendo textos de estudio, reconociendo a autores vivos totalmente cuestionables o alegrándonos del acierto de los autores incluidos. En eso no hay nada nuevo y por ello el afán y el reclamo de los escritores de que su obra esté en esos textos de estudio, como insistió Jorge Teillier hasta su muerte. El punto crítico es que hoy, bajo el constructo de "pertinencia curricular", cien veces más que antes la inclusión de la palabra local en un texto escolar con las pretensiones de permear la literatura nacional, es aporístico. Ello, pues es incongruente con el mismo constructo, pero fundamentalmente con sus mecanismos de operacionalización: curriculum apropiados a la realidad local, pero textos de lectura conformados y modulados con contenidos legitimados en el centro, "complementados" con lecturas "locales" que, para ser insertados, dependen de la iniciativa, capacidad y experticia del docente y los directivos de las escuelas.

Por supuesto que existe una fuerza potencial en dicho cambio, una ventana para saltar a los contenidos transmitidos en las escuelas; un proyecto viable de encuentro con lectores, que no pasa por los circuitos del mercado, compensando y democratizando la participación del reconocimiento autoral. Sin embargo, la entrega de aquellos capitales culturales a los educandos, ya está sancionada de antemano. Eufemizando dicha sanción, existe un contenido impuesto, de primera categoría y, otro construido descentralizadamente, pero de "segunda", sólo útil en la medida que sirve para la enseñanza-aprendizaje (23). La salida es la radicalización de las autonomías curriculares, mas teniendo como soporte la calificación de los mediadores en el proceso: los docentes.

Ahora, sin conocimiento, no hay una reafirmación y un (auto)re-conocimiento a nivel local de la validez y legitimidad de los productores culturales y sus obras en estos y otros horizontes territoriales, por tanto, no se podrá pronunciar la alteridad que son y la posibilidad de democratizar la escucha de sus palabras.

SUMAMENTE AGRADECIDO

estoy de Paola Lagos, quien revisó una y otra vez los manuscritos de este libro y me dio las fuerzas necesarias para terminarlo. De Rodrigo Moulian, quien contribuyó a cualificar desde el primer momento la idea. De Jorge Torres, cantera de títulos. De Maha Vial quien «dibujó» esta obsesión. De Clemente Riedemann, cómplice de algunas ideas. De Mariana Matthews, quien hizo gran parte de las fotografías a los escritores. De Oscar Galindo por su lectura y sugerencias. De Pablo Zúñiga, quien colaboró en la transcripción de decenas de cintas. De la gran mayoría de los generosos poetas y narradores, que resistieron mi majadería mayúscula.

Universidad Austral de Chile, Isla de la Teja, 31 de diciembre de 1999

de Héroes civiles & Santos laicos. Palabra y periferia: trece entrevistas a escritores del Sur de Chile.Valdivia, Ediciones Barba de Palo, 1999.

 

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