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Cyber Humanitatis, Nº 20 (Primavera 2001)


LECTURA DE  MIENTRAS LOS MUCHACHOS DUERMEN, POEMAS DE CLAUDIO IASÍS.

por Soledad Fariña

Un deseo sutil atraviesa este libro: algo está a punto de decirse, y no se dice. El Eros, como el aire, roza las palabras que al amparo de la distancia quieren revelar, desatar una verdad: "nuestra verdad", dice el poema. Pero cuál es esta verdad que, aun siendo liberadora, podría transformar en torvo el ojo del confidente, del amigo, el bienamado.

Buscando alguna clave, leo el pie de nota, en el primer poema:

"Iasís leyó a los mozárabes y a los clásicos
 tradujo. No busquéis biografía en su lírica.
No son más que ejercicios sobre un estilo decadente”

No hay biografía aquí: “no son más que ejercicios"; entonces, cuál es la voz del que canta prestándose palabras (de Safo, de Catulo, de Marcial) y a la vez, se llama, se hace llamar . . . Iasís.

“Aquí yazgo, Yasís. De esta grande ciudad
por la hermosura el efebo más famoso.”

Dice Kavafis, leyendo en la tumba del efebo alejandrino al que sabios profundos admiraron, pero a quien los excesos acabaron, dieron muerte.

Pero no es este Iasis el que habla aquí, no es su voz de efebo gozoso la que se escucha en estos poemas de aire; Iasis sólo es un nombre que acompaña en su deseo al deseoso: al niño recolector de aromas, de paulonias: de escondites, de centauros y de higueras, todos en el recuerdo.

"Tendrías que recordar", dice y en el recuerdo la mirada se desplaza como un lente:

“Avanza con usura
va moldando un surco de miel silenciosa
(..)

Yo me hallo a cierta distancia y no digo palabra
siquiera la salida o la habitual"

"Nadie oye la colmena
atenta al desfiladero abrillantado
que va hiriendo el trazo doble de tu abdomen...

dice el Iasis que dice que no dice, y al no decir, evoca, sugiere:

"Este muchacho de más al Sur que tú
tenía ese aroma dulce y entonces
no pude dejar de pensar que ése era el aroma de tu cuerpo...

La evocación mediante las palabras y su delicada contención, va de página en página armando, construyendo el cuerpo del Amado ¿el Amado Ideal? No lo sabemos, y no es lo más importante, lo importante es este Eros latente, constante, como una voz en sordina, tan diferente al otro, al desbordado, al que todo lo dice preso, agobiado en su pasión: Amado Mío, Iasis de Pasolini, verano, cuerpos adolescentes bañándose en el río y el deseo voraz, irrefrenable, atezonado por la voz de la diva que canta esa canción, Amado mío. Pero también la culpa: "He arriesgado mucho al escribir Amado mío... ", escribe Pasolini en el prólogo "...supongo incluso que algunos, si yo dijese el nombre del pecado... tal vez no leerían siquiera la primera página del libro... La anormalidad de su amor es ya pena suficientemente grave, una " cadena perpetua ", sin duda; pero ¿basta con sufrir para redimirse?", se pregunta. Sin embargo, Desiderio y Iasís, los personajes, cumplirán su encuentro amoroso; tal vez por eso nos advierte el autor que la novela está inconclusa, pues no leemos el castigo al "pecado", sino más bien la aceptación de un designio que traerá, a la vez, felicidad y dolor. Entonces Pasolini interpela, o más bien ruega al lector: "...si he sacado de mi vida el material de este libro, eso significa que no me ha dado miedo hacerlo... y si, por el contrario, he tenido demasiado valor, ruego al lector que se indigne con la violencia, no con la anomalía del amor ".

Volvemos a nuestro libro, mientras los muchachos duermen, desentrañando el Crimine Pessimo, título otro de los poemas, allí leemos :

"Infame.
Así me hubieran llamado en tiempos
de los Felipes de España, que así llamábanles,
si como hoy cantado      cantado hubiera a tu almizcle y tu porte.

Leerías Iasís el nombre en las actas o Avisos de Pellicier
igual como ocurrió con don Diego Gaytán de Vargas
y con don Sebastián de Mendizábal,
con un joyero de la calle mayor y un mancebo de Valladolid,
acusados de pecado nefando y curados a fuego y muerte.
Año de nuestro Dios de mil seiscientos treinta y algo
".

Pero la condena parece pervivir en el tiempo:

"Sea leve la llama, continúa el poema,
para quien se crea libre de la mirada tras los tiempos."

Y es desde lo escrito atrás, en los tiempos, de donde Iasis trae cómplices que le acompañarán en la soledad (¿de su verdad? ¿del gesto de escribir los poemas?). El libro mismo, invocado en otro poema por el autor, se transforma en objeto sutil y erótico, en el deseo que Él-el amado- pueda llevarlo a casa ... y tú, dice el autor a su librito

"...escribas con signos secretos en tu página limpia bajo su lámpara de noche
y luego vuelvas a mí
y llegue el fin de la tarde y te sorprenda la hora del sueño, aguardes bajo mi lámpara de
oche oh librito mío, y humectes con tu página secreta mi boca...
"

Caricias, suspiros, disonancias dulces, leemos en estas palabras, no hay en este fraseo ningún claroscuro encandilante o tenebroso: hay una hermosa voz (¿de tenor?) que se infiltra entrelíneas, apelando nuevamente al efebo de Kavafis que desde su tumba pide:

“Viajero,
si eres alejandrino, no has de criticar. Tú conoces el ímpetu
de la vida nuestra: qué ardor posee, qué voluptuosidad excelsa.
"

Pero en nuestro librito, ardor y voluptuosidad eligen disolverse en la pesantez y liviandad del aire, y como un ojo envidioso parecen recorrer, sin tocar, ese cuerpo distante, el del Amado que no sabe que es amado.

"Dichoso tú, aire, que vas tras tu deseo
que puedes darle una caricia
y darle brisa a su sueño

Pero ¿por qué envidia este Iasis al aire?

"No por poseer dones de hada
sino porque lo besas y no te dice nada"

"Y así siempre".

Y así siempre. Es esta frase la que cierra el poema " Antes de la Danza", y a la vez, cierra el libro.

O parece cerrar el libro, pues la temporalidad extendida en un "siempre" deja abierta una pequeña grieta de dolor (¿contenido? ¿apretado?) a los poemas de Iasis y sus cómplices, ¿será este dolor velado la "verdad" que estuvo siempre por decirse y no se dijo?

Palabras como caricias, suspiros, frases con disonancias dulces han construido un deseo volátil, sutil, pero tan presente e insustituible como el aire; sin embargo las palabras, o su tacto, nunca alcanzan a rozar el oído, ni siquiera la piel de esos muchachos que duermen: como barrera férrea se interpone ese SIEMPRE que deja abierto el libro, a través de la herida, a otro Iasis y sus cómplices.

Abril de 2001

 

Mientras los muchachos duermen | Presentación de Soledad Fariña | Presentación de Olga Grau | Presentación de Iván Trujillo

 

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