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Para que nadie quede atrás

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Patricia Bravo Berli

SUS OJOS DE AGUA

Por Mónica Silva Monge

Cuando la noticia de su fallecimiento se regó a varios puntos en

Chile y otros países, Susana Vázquez, nuestra compañera ecuato-

riana, se enteró –me cuenta– de cuántas personas habían recibido

de Paty Bravo lo mismo que ella,

“su espíritu diáfano igual que sus

ojos, su inteligencia inspiradora, o ese temple suyo, siempre allí, fé-

rreo y sin ostentación”.

Cuenta Susana que en esos años 70, llegada a Santiago desde Qui-

to, cruzando Macul, una camioneta la pasó a llevar. Siguió heroica

su camino a la Escuela, y en los pasillos estaba Paty, que la instó a ir

al médico. No se dejó convencer por ella, que alegaba que no había

de qué preocuparse.

“Paty insistió en que fuéramos a su casa por si

necesitaba algo, y allí estuve durante dos meses”,

dice, y continúa…

“Volví a Chile, donde están todos mis amigos, después de casi tres

décadas. Paty, Leo, su esposo, y su hijo me esperaban en la estación

Mapocho. Fuimos a su casa, disfrutamos de su mesa, de su casa

abierta. Paty, con su afecto a prueba de años, me invitaba a volver,

ya que pensaba hacer un segundo piso para los amigos de otros lares.

En esos días hubo un encuentro maravilloso con Gustavo González,

Ruth Velasco, Lina Castañeda, Mónica Silva M., y otros más. En la

frontera con el Perú, rumbo ya a Ecuador, sollozaba sin consuelo.”

“Un par de años después, volví a Santiago y una vez más Paty estaba

allí. Nos tomamos los mejores piscos de la vida, conversamos; enten-

día todos mis entuertos y fantasías. Fuimos al centro de artesanías

en el cerro Santa Lucía y me regaló una bandejita de madera con su

cuchara. Es mi tesoro aquí en Atenas, donde vivo hace años. Nos des-

pedimos. Nos escribíamos: su nieto estaba a punto de nacer; me dijo

que también por eso, no tenía ninguna gana de morirse.”

“No pude volver como quería, a verla, por el miedo a que la perdía-

mos y no habría otro día. No te resignas a que sea verdad, no quieres

tratarla como a enferma y no fui a verla. Ahora, la recuerdo mien-

tras hojeo una y otra vez el libro de Paty sobre Violeta Parra que

Mónica me envió a Ecuador”,

termina diciendo Susana.

Patricia Bravo: El canto de todos

Una gran amiga de Paty fue Patricia Stambuk, quien evoca mo-

mentos personales:

“Reflexiva, racional, pero también muy emoti-