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Para que nadie quede atrás

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Orlando Escárate Valdés

UN CORAZÓN AZUL

Por Patricia Andrade

Tocar el himno de la Universidad de Chile en su funeral, cubrir su

ataúd con la bandera del club y lanzar sus cenizas en el estadio de la

U, fueron tres peticiones que me hizo mi esposo Orlando. Espero

cumplir la tercera… alguna vez.

A Orlando lo conocí cuando trabajábamos en La Tercera. Yo era

una recién llegada a la sección Crónica y él trabajaba en Deportes,

como subjefe. De allí en adelante fuimos una sociedad en un sen-

tido amplio. Conformamos durante casi 25 años una familia, tuvi-

mos tres hijos, nos amamos, reconfortamos y apoyamos. Compar-

timos profesión, tiempo, dinero y sobre todo los mismos valores,

que fueron la base de nuestro proyecto en común.

Orlando se sentía orgulloso de ser egresado de la Universidad de

Chile. Lo llenaba de satisfacción y lo expresaba sin esfuerzo, por-

que no solo fue el lugar donde se formó académicamente, sino

también el espacio f ísico y humano donde pasó de ser un ingenuo

adolescente, que con 16 años ingresó a primer año de Periodismo,

a convertirse en un hombre, en un profesional con ese sello carac-

terístico que tenemos todos quienes pasamos por sus aulas.

“¿A qué otra universidad iba a ir?”, me dijo alguna vez. La U era la

única opción para un hijo de mamá separada, vecino de Ñuñoa,

egresado del Liceo 7, ateo, y que salía de madrugada a pintar con-

signas.

Orlando tenía en alta estima la Escuela de Periodismo ¡Cuántas ve-

ces lo escuché decir!: “Este cabro es bueno porque viene de la Chi-

le”. ¡Cuántas veces recomendó contratar a egresados porque decía

que la pluralidad, capacidad de análisis, tolerancia, esfuerzo y una

formación amplia no se compran en cualquier parte!

La U en su corazón, la Escuela en su alma

La U estuvo en su corazón y la Escuela en su alma. Cómo gozaba

contando las anécdotas de las clases, las historias de sus variopin-

tos compañeros de curso porque por los efectos del golpe de Esta-

do de 1973 y su necesidad de trabajar, se demoró muchos años en

obtener el título.

“Lo único que podíamos hacer era jugar a la pelota”. Y eso hizo en la

década del setenta, cuando las pichangas y los campeonatos ocu-

Orlando Escárate: Ñuñoíno, egresado del Liceo 7, ateo e hincha

de la U.