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José Andrés Urruticoechea Basaure

UN INOLVIDABLE

(27-4-1965/8-1-2010)

Por Marco Valeria

La zona de Plaza Italia estaba cubierta por una neblina que hacía

aún más oscura la noche. Durante el día anterior había llovido so-

bre Santiago, por lo que el ambiente era especialmente húmedo y

lúgubre. Un grupo de muchachos, de no más de 21 años, desafiaba

el frío y a la policía de Pinochet. En 1986, la juventud era casi un pe-

cado, duramente sancionado por el estado policial de la dictadura.

Las piscolas, fervientemente consumidas durante las horas ante-

riores, encendían la sangre y desdeñaban cualquier peligro o ma-

riconada. Había que seguir la fiesta hasta donde diera el cuerpo.

En la frontera sicológica de las dos de la mañana, que es cuando

la mayoría de las veces se decide con seguir en la refriega etílica o

irse para la casa, uno de los jóvenes cayó sobre sus rodillas y lue-

go inclinó su cuerpo hacia un costado como quien es abatido por

un disparo. Sus camaradas, también heridos por el fruto de la vid,

hicieron un esfuerzo heroico para levantarlo, pero por respuesta

recibieron un rechazo rotundo.

La jornada no estaba para pendejerías. “Déjenme aquí, sálvense us-

tedes”, se escuchó nítido como una campanada. Ante la insistencia,

el joven no retrocedió.

“Ya poh, los hueones, les dije que se fueran,

los culeaos”

, refrendó. No había nada más que hacer.

Los pormenores del fin de la historia se perdieron con el tiempo

desde esa helada noche de junio. No se habló más del asunto, aun-

que quedó traslúcidamente reflejada la personalidad de José An-

drés Urruticoechea Basaure, nuestro sujeto en cuestión. El wueón

era porfiado. Putas que era porfiado, aunque él no tenía la culpa,

como tampoco del trabalenguas de su apellido. Más bien el apelli-

do era el culpable de todo.

Don Chuma

Ildefonso, su padre, había llegado a Chile desde el País Vasco, luego

de la Guerra Civil española para instalarse en el sector de Indepen-

dencia y trabajar un puesto de frutas y verduras en la Vega Central.

Cada vez que podía dejaba en claro que pertenecía a los Urruti-

coechea del ala pobre de la familia y que su padre era hincha del

humilde club Iberia de Los Ángeles, hoy en Segunda División. Por

ningún motivo podía alentar a Unión Española que representaba

las facciones acomodadas de la colonia hispana.